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jueves, 14 de enero de 2016

REIVINDICACIÓN DE LA “IMITACIÓN DE CRISTO” DE KEMPIS II





San Ignacio de Loyola, San Juan Bosco, San Pío V, San Juan de Ávila, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Santo Tomás Moro, San Felipe Neri, San Vicente de Paul, el Santo Cura de Ars, San Alfonso María de Ligorio, Santa Teresita de Lisieux, Santa Luisa de Marillac, Beato Claudio de la Colombiere, Beato Teófano Venard, Padre Pío de Pietrelcina, Fray Luis de Granada, P. Juan Eusebio Nieremberg, el obispo Bossuet, Chautebriand, Mons. Dr. Juan Straubinger, Mons. Marcel Lefebvre, Obispo Manuel González, Padre Castellani, Padre Luis Coloma, Gabriel García Moreno, Hugo Wast, son solo algunos de los santos y grandes personalidades de la Iglesia que han manifestado su adhesión a la “Imitación de Cristo”, más conocido como “el Kempis”. Ellos no sólo lo leyeron, estudiaron y recomendaron, sino que además encarnaron sus santas enseñanzas, recordando de memoria muchas de sus sabias sentencias.

San Pío V lo llamó  “el libro de los libros”.

San Juan Bosco escribió de él: “En mi juventud leí la "Imitación de Cristo" y me quedé admirado al darme cuenta de que este libro trae más enseñanzas en una sola página que los libros vernáculos en varios volúmenes. A este precioso libro debo el haberle tomado gusto a la lectura de libros espirituales y el haber dejado de leer libros vernáculos”.

El papa Pío XI dijo que era un “áureo texto”.

El Padre Augustin Berthe escribió sobre García Moreno: “La Imitación de Cristo, le nutría de santos y sublimes pensamientos, no sólo en casa, sino en sus viajes; porque lo había convertido en su compañero inseparable. Se ha encontrado un ejemplar que le había regalado un afectuoso amigo, el 24 de Setiembre de 1860, día de la toma de Guayaquil, y del que se sirvió hasta la muerte. Se comprende a la simple vista, por el estado de este pequeño volumen, y por el color de sus páginas, que su dueño lo había convertido en vade-mecum.”

Pero en este malhadado siglo XXI, nos encontramos que un sacerdote que las va de “sabio” afirma tenerle “tirria” (sic) al Kempis. Y no contento con eso dedica varios de sus sermones a despotricar contra este santo libro que tanto bien ha hecho y sigue haciendo, menoscabándolo ante sus feligreses.

Así, en medio de sus sermones furibundos ha dicho cosas como éstas:

“¡El clero ignaro, ignorante…la ignorancia exegética del clero! ¡Claro, educado a hacer sermones espirituales de moralinas, sin doctrina, y bue…! Es decir, hacer de los sermones novelitas de devoción, al estilo Kempis…hay que ser espiritual y la espiritualidad está en la babosería voluntarista sin doctrina…”

“¡El Kempis…que es de la devotio moderna! ¡De ahí sale el Protestantismo, de ahí sale Erasmo de Rotterdam, de ahí sale Lutero! ¡¡¡De ahí sale toda esa mentalidad de Nibelungos germánicos subjetivistas protestantes antiromanos antilatinos!!! ¡Anticristianos! Por eso les llamo los indios de ojos azules (…) Entonces no es la beatería voluntarista  ¡¡¡o rezar un chorizo de letanías!!! (…) ¡Es puro voluntarismo!  ¡Porque yo tengo que iluminar la inteligencia con la verdad de la luz divina!  ¡Para que la voluntad se mueva una vez que conoce y ama así lo que conoce! ¡Si yo invierto el proceso estoy destruyendo la religión, la verdad! ¡Y eso ha pasado dentro de la Iglesia católica por culpa del clero voluntarista, nominalista adobado con el Kempis durante años! ¡¿Y acaso no tenemos ejemplo de eso en Econe, donde todos los días una lectura de un pasaje del Kempis?! ¡Y bueno! ¡Hasta Monseñor Lefebvre cayó en eso! ¡Y yo me pregunto si no fue eso lo que lo amilanó un poco, a pesar de otros factores! Por eso yo no me amilano. ¡Y como toro bravo me crezco en la lidia!” (acá y acá)

El que, contra todos los santos y religiosos, siente “tirria”, aborrecimiento, fobia contra el Kempis es el cura en estado salvaje P. Basilio Méramo, “compañero de fórmula” del P. Ceriani en la “Radio Cristiandad”. Curiosamente alguna vez el último sacerdote citado se sirvió del buen ejemplo del Kempis en alguno de sus sermones, aunque no parece haberse “amilanado” tanto como Mons. Lefebvre…en fin. Si quien lee el Kempis lo tomara en serio, seguiría a Cristo como lo hicieron aquellos santos que hemos citado y tantos religiosos que a lo largo de la historia se han servido del más eximio libro de espiritualidad y el que más ediciones tiene después de la Sagrada Escritura.

Pero ocurre que algunos, que para darse por sabios ante el pueblo no instruido, caen en un petulante “intelectualismo”, simplifican mayúsculamente el tema de la devotio moderna, y achacándole al Kempis cosas que no le corresponde, se vuelven “ilustrados” y “teólogos” de tribuna deportiva, volcándose a un intelectualismo ayuno de caridad que sólo sirve para inflarse a sí mismos en nombre de la “luz” y la  “verdad”. Si alguien se priva de leer a Santo Tomás, ¿la culpa la tiene Tomás de Kempis? Si alguien se vuelve liberal, ¿la culpa la tiene la “Imitación de Cristo”? El hecho es que la devotio moderna, en que participa Kempis, resulta de un desencanto con la ciencia teológica, entonces en manos de bárbaros: los nominalistas. No conocía a Santo Tomás sino de oídas, porque el tomismo estaba eclipsado en las universidades, por eso tal vez la referencia negativa de Kempis a la ciencia; pero no deja de estar enteramente en la línea evangélica de crítica de la vanagloria de la ciencia de los hombres, que no es más que soberbia. Además, aunque nacida en el vacuo de la verdadera teología, la Imitatio es sin imitación: una perla, surgida de la encarnadura de las enseñanzas de la Sagrada Escritura en la vida fervorosa y ascética de un santo religioso. Todas las comunidades religiosas tradicionales la tienen presente en la lectura cotidiana en el refectorio (y no sólo Econe como parece dar a entender el citado cura, además si la Neo-Fraternidad está cayendo no es por leer el Kempis, sino por no comprenderlo o no ponerlo por obra) y sus consejos alimentan la más pura devoción a Cristo. Es parte de la cristiandad y de la misma tradición.

Pero sucede que sus sentencias libres de adornos retóricos, sencillas y a la vez muy profundas, que sólo se exhiben en toda su fuerza esclarecedora en aquellos que las practican,  son inasequibles e inadmisibles para las mentes orgullosas, pues su conocimiento no les sirve para pavonearse, antes bien desde el momento en que no son puestas en práctica, se les vuelven inútiles e inalcanzables. Palabras como las que siguen del Kempis son golpes muy mal recibidos por aquellos que no aceptan ser corregidos pues en su soberbia se ven a sí mismos como maestros indiscutibles:

“Por cierto mejor es el rústico humilde que sirve a Dios, que el soberbio filósofo, que dejando de conocerse, considera el curso del cielo.
El que bien se conoce tiénese por vil y no se deleita en loores humanos.
Si supiese cuanto hay en el mundo y no estuviese en caridad ¿qué me aprovecharía ante Dios, que me juzgará según mis obras?
No tengas deseo demasiado de saber; porque en ello se halla grande estorbo y engaño.
Los letrados huelgan de ser vistos, y tenidos por tales.
Por eso muchas cosas hay, que saberlas, poco o nada aprovecha al ánima; y mucho es ignorante el que en otras cosas entiende salvo en las que tocan a la salud.
Las muchas palabras no hartan el ánima: más la buena vida le da refrigerio, y la pura conciencia causa gran confianza en Dios.”(L. I, C. II)

Los modernistas, por supuesto, han dejado esta obra de lado. Así leemos una crítica en la Internet de una monja conciliar: “¿Qué valoración se puede hacer del tipo de espiritualidad representado por esta obra? En su momento supuso una reacción necesaria y lógica, pero, no obstante, hay que afirmar que esta devoción, queriendo ser moderna, fue demasiado cerrada. No se adaptó a los nuevos tiempos, despreciando ascéticamente los valores humanos en un momento en que alborea ya el humanismo. Muere, por tanto, debido a la asfixia de su metodización, con las alas cortadas para los vuelos místicos”.

O incluso se nos confirma su desdén por parte de la neo-iglesia modernista: “¿Por qué perdió en los años sesenta la fascinación que había ejercido durante siglos? Es exponente de una consideración vertical, ascética, moralista de la vida cristiana, de la primacía de la interioridad vivida solo ante Dios con desprecio del mundo (Contemptus mundi era el otro título del Kempis). Tal acentuación de la subjetividad religiosa individual llevó consigo una pérdida de la dimensión eclesial, sacramental, teológica e histórica del cristianismo. El choque de mentalidades que tiene lugar en España entre 1953 y 1960 y que la iglesia esclarece de manera normativa en el Concilio cuatro años después es la crisis del Kempis. Los movimientos bíblico, litúrgico, social, abrieron nuevos horizontes al catolicismo más allá de ese individualismo, que se preocupa sobre todo de la salvación futura del individuo. Los movimientos sociales y políticos del siglo XIX y la revolución de mentalidad introducida por el marxismo forzaron a volver la mirada de los creyentes a la historia, al prójimo, a la horizontalidad de los deberes y derechos, a la justicia antes que a la caridad, a la praxis política antes que al silencio contemplativo. Desde esos redescubrimientos el Kempis quedó estigmatizado como la forma de vida cristiana que había que superar.” (acá)

Así que tenemos a los modernistas que tienen tirria al Kempis; a los fariseos que le tienen tirria al Kempis; pero también a los poetas románticos como Amado Nervo, que le tenía tirria al Kempis, hasta llegar a dedicarle un poema:

¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo,
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!

Decía el gran Ignacio Anzoátegui que desde el principio Amado Nervo “confundió la mística con la anemia. Todo lo que hizo fue llegar al maximum del snobismo místico. Fue el mejor propagandista de la mariconería religiosa”. Veamos cómo encabeza el retrato de este insufrible poetastro el genial escritor argentino en su “Vidas de muertos”:

“Practicaba el aburrimiento místico con una entrañable sinceridad. Había hecho profesión de su histeria triste, y como todo profesional, era sincero por costumbre.

Nadie le vio sonreír
porque quiso, en su entereza,
ennoblecer de tristeza
la ignominia de vivir.

Estos versos definen su posición ante la vida. El demonio le anduvo rondando constantemente con aspavientos de melancolía. Fue un romántico y por eso tuvo su demonio romántico. Bajo las apariencias de una resignación piadosa, su vida fue una alabanza de la desesperación quietista”.

Y agregaba además Anzoátegui sobre el personaje en cuestión, algo que no resistimos de citar entero: “Otra inmundicia religiosa de Amado Nervo fue la teosofía. Hay personas a quienes la gracia de Dios les resulta incómoda y se consuelan con una vaga sensación de la divinidad, discursiva por lo pedante y sentimental por lo falsa. Creen en un Dios hecho a su imagen y semejanza. Dios burgués, con la satisfacción del deber cumplido, que se hace acreedor así a nuestra aprobación moral. El Dios de los teósofos es un ser lamentablemente serio y aburrido, hasta el punto de parecer protestante; un Dios incapaz de sentir amor ni de hacer una jugarreta a sus fieles.
Amado Nervo fue un teósofo, pero sin escuela, es decir, sin la pobre erudición teosófica que aprecian tanto los iniciados.
Y esa inmundicia preparaba el mundo para una cantidad de inmundicias modernas.
Cuando murió Amado Nervo se armó un gran revuelo, sobre todo en el Uruguay.
Sobre su tumba podría grabarse este epitafio: “Era una monja laica”.

Nada extraña que personaje como ese detestara las verdades puras que se encuentran en las páginas del Kempis, no adobadas por ninguna coartada sentimental y exigentes hasta el sacrificio del propio y caído Yo.

Contra la horizontalidad entregada al mundo de la religión naturalista  que apostata, y contra la “tirria” hacia la interioridad religiosa de los fariseos que necesitan mostrarse impolutos en la pura exterioridad, el Kempis, como hemos visto, ha sido aprobado por la Iglesia y puesto en práctica por los santos, y es hoy un libro cada vez más necesario para evadirse de tales desviaciones hacia uno u otro lado. Liberalismo y fariseísmo asechan a los católicos fieles a la Tradición. Incluso en lo mismo que conocemos como “Resistencia” no han de ser muchos los sacerdotes y fieles que lo tienen en cuenta, y por eso surgen cada vez más actitudes orgullosas y sectarias que no se condicen con los verdaderos imitadores de Cristo. San Pablo dice: “Dios ha escogido a los necios según el mundo, para confundir a los sabios; y Dios ha escogido a los flacos del mundo, para confundir a los fuertes; y a las cosas viles y despreciables del mundo, y a aquellas que no valían nada, para destruir las que valen; a fin de que ninguna carne se jacte ante su acatamiento” (I Cor. I, 27-29). El mismo Apóstol de los Gentiles dice de sí mismo con absoluta sencillez: “Yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no llegué anunciándoos el testimonio de Dios con superioridad de palabra o de sabiduría, porque me propuse no saber entre vosotros otra cosa sino a Jesucristo, y Éste crucificado. Y, efectivamente, llegué a vosotros con debilidad, con temor, y con mucho temblor. Y mi lenguaje y mi predicación no consistieron en discursos persuasivos de sabiduría (humana), sino en manifestación de Espíritu y de poder; para que vuestra fe no se funde en sabiduría de hombres, sino en una fuerza divina” (I Cor. II 1-5). El Príncipe de los Apóstoles nos enseña que “Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da gracia (I Pe V, 5)”.

Tomando estas enseñanzas, el Kempis es, como escribió Fray Luis de Granada en su prólogo a la obra, “un compañero fiel, un consuelo en tus trabajos, un maestro en tus dudas, un arte para orar al Señor, una regla para vivir, una confianza para morir, uno que te diga de ti lo que tú mismo no alcanzas, y en que veas quién es el Señor, que tal poder dio a los hombres que tales palabras hablasen”. Si nos aplicáramos a seguir sus consejos, nos volveríamos santos. Como dice el mismo Kempis en su comienzo: “Sea, pues, nuestro principal estudio meditar en la vida de Jesucristo”, para que imitando a Cristo podamos ser llamados verdaderamente cristianos.