“Los tontos se indignan tan sólo contra las
consecuencias”.
Nicolás
Gómez Dávila
Aunque nosotros no lo podamos ver, Dios
sigue escribiendo derecho sobre líneas torcidas, en estos catastróficos
acontecimientos desatados por el llamado vulgarmente “coronavirus”. No
tratamos, por eso, de buscar ser optimistas, sino realistas, en cuanto tiene
que ver con sustentar nuestra esperanza sobrenatural. Y, claro, ver lo bueno
que esto puede acarrear, porque sabemos bien que Dios permite el mal para sacar
de allí un mayor bien. De allí que pensemos que algo muy bueno está ocurriendo,
y es que la llamada Iglesia conciliar o Iglesia Novus Ordo, la Nueva Iglesia
surgida del concilio Vaticano II (con su nueva eclesiología, nueva doctrina,
nueva liturgia, nuevo Catecismo, nuevo Código de Derecho Canónico, nuevo Rosario,
nuevo Padrenuestro, nuevo Avemaría, nuevo santoral, nuevas devociones, etc.,etc.,
contrarios a lo enseñado por la Iglesia hasta entonces) se encamina más y más
hacia su disolución, siguiendo su transformación hacia una secta protestante
más, que tendrá su parte destacada en ese mejunje que será la nueva religión
mundial del nuevo orden mundial (puesto todo con minúscula, por supuesto). Una
secta protestante con un Papa que hace todo lo posible por desacreditar el
Papado (cosa que no podrá del todo, por supuesto).
El actual confinamiento lo ha puesto en
evidencia: la “exitosa” Iglesia posconciliar hace agua por todos lados, y ya no
disimula su papel rastrero de esclava de los amos del mundo, apéndice de la ONU
y sus organismos colaterales. A los lobos les cuesta cada vez más sostener su
disfraz de corderos o de perros guardianes. Sus voces suenan más claramente
como voces de dragón.
“Sola, fané y descangayada”, como dice
el tango, así acaba mostrándose esta Iglesia que,
habiendo desplazado la Tradición y a los hijos fieles de la Iglesia de siempre,
fornicó con el mundo y obliga a los católicos verdaderos a hacer ingentes
esfuerzos para encontrar con suma dificultad la verdadera misa, la verdadera
doctrina y los verdaderos sacerdotes, no mezclados con la herejía modernista.
La Iglesia conciliar se disuelve para
hacer posible el plan globalista de una única religión mundial. Sus restos
católicos se le terminan de caer a pedazos. El mundo ha dejado de sonreírle. Ya
no atrae sino que repele. Su prestigio se ha esfumado. Su influencia pública es
inexistente. Achacosa, descolorida, ha terminado hasta desligándose del ritual
para sonreír a sus amos en un nuevo ritual de sanación corporal y lenguaje
eco-sustentable. Se ha apartado del camino del Calvario, abandonando a ese
camino a los católicos fieles a la Tradición dispersos por el mundo
entero.
La Iglesia conciliar asume su derrota.
La naturaleza tiene derecho a “patalear”, según Francisco. La Iglesia no. La
Iglesia debe callar, agachar la cabeza y hacer lo que los amos del mundo le indiquen.
La “Iglesia en salida” ya hemos
comprendido lo que significaba y significa para Bergoglio y cía.: una oenegé
asistencialista, “preocupada” por la salud de los cuerpos y despreocupada por
la salud de las almas. Más allá de las condiciones creadas por esta llamada pandemia
del covid-19 –según parece y conjeturan estudiosos en la materia, el virus creado
en laboratorios de China (todo viene de allí, ¿por qué no también el virus?) como
ensayo para obtener un estado de vigilancia mundial y una quiebra económica
favorable a la necesidad de una tercera guerra mundial que posibilite el “Nuevo
Orden Mundial”-, lo cierto es que, en todos los sentidos, la Jerarquía
eclesiástica se ha lavado las manos. ¡Ay, pero no el alma! Y ahora muchos
fieles, algunos quizás que cuando tenían la misa no la aprovechaban, piden a
las autoridades eclesiásticas –a esas autoridades eclesiásticas subordinadas
enteramente al poder político anticristiano- que les “devuelvan la misa”. Sabemos
que son fieles piadosos y bien intencionados. Pero quizás habrían hecho mejor
en pedir: “Devuélvannos la misa tradicional”. O más aún: “Devuélvannos la
Iglesia y la Tradición que nos robaron con el Vaticano II”. Y aún: “Devuélvannos
la doctrina católica”. Todavía no se han
dado cuenta de todo lo que les han robado y tienen derecho a pedir. Todavía
están sometidos a la confusión diabólica de la Nueva Iglesia.
En efecto, el pedido –en algunos casos
acompañado de sonrisas y guitarritas, faltarían los globitos de colores- se
queda corto y, por supuesto, ha chocado contra una pared. O por mejor decir,
contra los corazones endurecidos de los fariseos que ocupan los cargos
episcopales. Pero, ¿tiene sentido pedir a los lobos disfrazados de corderos, el
alimento que necesitamos? Y además, ¿pedir el alimento envenenado del Novus
Ordo? ¿Pedir la misa que no agrada a Dios? El arzobispo de La Plata, el
inefable “Tucho” Fernández, quizás para no quedar pegado a una actitud mezquina
ante la feligresía y pasarle la responsabilidad al gobierno de Alberto
Fernández (e incluso para evitar que muchos fieles descubran a través de
Internet la Misa tradicional), le hizo una solicitud-propuesta al gobierno,
donde establece una normativa por la cual los fieles deberían recibir la
Eucaristía en la mano. Es decir, que la respuesta ha sido seguir con el
sacrilegio y la ofensa a Dios, que no son otra cosa que los que motivan este
castigo actual. Para aumentar más la confusión en que vemos sumidos a los fieles
y el clero, un sacerdote que se dice hace un apostolado “contrarrevolucionario”
(porque parece que nadie se la cuenta)
agradece esta resolución de Mons. “Tucho” Fernández. Es decir, como es
tradi-novusordo, acepta la comunión en la mano. O al menos no la cuestiona en
esta propuesta de Mons. Fernández. Y muchos lectores del blog del susodicho
cura demuestran su gran ignorancia en el tema, sin ser corregidos por el cura.
Está claro que la mentalidad Novus Ordo se centra en el hombre antes que en
Dios, por eso muchos dicen que prefieren comulgar en la mano a no hacerlo. Olvidan
que el Novus Ordo –peor aún con comunión en la mano- no es el culto digno que
agrada a Dios, y el primer propósito de la Misa y de la comunión es glorificar
a Dios, no complacerse a sí mismo.
Continúa la confusión otro cura que en una carta publicada en un
blog, responde con dureza a un obispo al parecer injusto, pero lo hace amparándose
en Francisco, nada menos, como si éste no tuviera responsabilidad en el estado
en que se encuentra la Iglesia en Argentina, en su tremenda apostasía.
Otro obispo, Carlos Domínguez, dice “los
obispos no le hemos robado a nadie la misa”. ¿Ah no? ¿Está seguro? Ellos le han
robado al pueblo el verdadero alimento santo que es la Misa tradicional. Le han
robado todo lo que el pueblo necesita y a cambio le han dado una religión
sustituta.
El obispo de San Justo, por su parte, monseñor
Eduardo García, también responde a los fieles con ironías y desdén, planteando
una falsa dialéctica entre el asistencialismo en una supuesta catástrofe que no
es tal (a la fecha hay 225 muertos y 4.532 personas infectadas en un país de 44
millones de habitantes) y el supuesto desinterés por los enfermos que tendrían
los que piden la devolución de las misas: “De muy poco servirá la reapertura gradual
de los templos si no hay una reapertura radical de la Iglesia de cara a la
realidad, sin ombliguismos seudo religiosos de autocomplacencia”. Cuando, como sabemos, es el amor de Dios el
que nos hará efectivamente poder amar al prójimo y socorrerlo como se debe. El obispo
del “ombliguismo seudo religioso de autocomplacencia” habla también de que
“La
vida religiosa digital como recurso nos exige asumirla como una realidad con
sus dinamismos y lenguajes propios” (sic). ¡Vergonzante!
Terminamos con lo último, que ha sido un
video colectivo de varios obispos (puede verse en este enlace)
donde muestran la incomodidad en que los ha colocado el pedido de los fieles, y
manifiestan a su vez su cortedad de miras, su pusilanimidad y, como dicen en un
blog, su lumpenaje, su bajeza, pero no por el hecho de que sean argentinos,
pues no son los únicos ejemplares, aunque quizás superen a casi todos debido a
su influencia bergogliana, sino sobre todo porque son producto de los
seminarios modernistas de la religión modernista, del liberalismo que les han
inoculado, y de la misa protestantizante que celebran. Sus mentes, si alguna
vez fueron católicas, ya no lo son, ellos son modernistas, democráticos,
ecumenistas, naturalistas y liberales. Funcionarios útiles al poder despótico
de turno.
Su doctrina es esta: “Dad al César lo
que es del César, y a Dios lo que permite el César”. Adaptado a la Argentina
actual sería: “Dénle a la Democracia lo que es de la Democracia, y a Dios
después más adelante vemos”.
Decía San Juan Crisóstomo: “San
Pablo, lleno de caridad, consideraba a los tiranos y al mismo cruel Nerón como
mosquitos; miraba como un juego de niños la muerte y los tormentos y los mil
suplicios”. Por el contrario, estos obispos –que son los sucesores de
los apóstoles-, son pueriles y temerosos de los tiranos democráticos, y prefieren
que los fieles, a los que toman por imbéciles, sean sometidos a mil suplicios y
aún a la muerte del alma, para obedecer al mundo sin el menor reparo.
Queridos fieles que reclaman, estos
obispos son producto genuino de una Iglesia conciliar que así los ha formado,
para el diálogo conciliador y no para el combate, para exaltar al hombre y no para
adorar a Dios. Quizás lo próximo que ustedes deberían pedir, sería “Que se
vayan todos”, es decir, que se vayan todos los traidores, los liberales, los
modernistas, los sodomitas, los masones de la Iglesia. ¿Para qué seguir con la
confusión, cuando cada día las cosas aparecen más claras?
Quizás Dios esté permitiendo esta
suspensión del culto, de la misa bastarda (como la llamaba Mons. Lefebvre) para
que de una vez por todas se abran los ojos de muchos y entiendan que la peor
pandemia es la que afecta a la Iglesia oficial, notablemente desde hace casi
sesenta años, infectada por el virus modernista, y cuya vacuna se llama
Tradición católica. Estos sucesos actuales pueden acelerar el fin de esta
crisis que no ha de durar cien años (¿quizás simbólicos setenta años, que se
cumplirían casi en una década?). De aquí a los próximos años pueden darse una
serie de hechos que, previos al gran castigo y el posterior triunfo del Corazón
Inmaculado de María, vayan preparando a los fieles, y de un lado y otro se
vayan configurando las fuerzas en combate, produciendo una purificación de la Iglesia
a todo nivel. Por un lado la Iglesia conciliar se unirá a las “religiones
monoteístas” y adaptará sus novedades conciliares evolutivas a las necesidades
comunes de esa “fraternidad mundial por la paz”. Hablando de fraternidad, es posible que ya la
ansiada Prelatura personal sea concedida al fin a la FSSPX, de manera tal que,
tras el actual encuesta enviada por Francisco acerca del motu proprio “Summorum
Pontificum”, y viendo que sus resultados son prácticamente nulos en todo el
mundo, vuele de un plumazo sus alcances para incorporar a todos los “frikis” de
la misa tradicional en la Prelatura de la FSSPX. En la gran casa pluralista
conciliar, un rincón exótico no les vendrá mal, a los ya domesticados
tradicionalistas. Por el otro lado, los fieles resistentes de la Tradición en
todo el mundo, y aquellos que se conviertan desde el Novus Ordo o los que
salgan de la Neo-FSSPX, con tremendas dificultades para hacer sus vidas y
encontrar sacerdotes fieles, seguirán fortaleciéndose al amparo de ese puñado
de obispos y sacerdotes de la Resistencia cuya fuerza no estará en el número,
ni en sus medios, ni en sus relaciones, sino en su fe oscura, su espíritu de
sacrificio, su caridad y su amor a la cruz. Y todo en pro de la Iglesia de
Cristo para que, cuando tenga que pasar y pasará, pero esperamos que los
tiempos se aceleren, un Papa consagre Rusia según lo pidió Ntra. Señora de
Fátima. Mientras tanto la Sma. Virgen María ha de preparar los apóstoles de los
últimos tiempos.
Ya no hay lugar para componendas,
transacciones, medias tintas, diplomacias, timideces. No hay más que dos
banderas. Sepamos bien bajo qué estandarte nos ubicamos para dar esta pelea. Y
no nos olvidemos que, aun cayendo en la batalla, la victoria en esta guerra ya
es nuestra. Cristo ha vencido al mundo. Pero lo ha vencido desde la cruz.
“Por
tanto con sumo gusto me gloriaré de preferencia en mis flaquezas, para que la
fuerza de Cristo habite en mí. Por Cristo, pues, me complazco en las flaquezas,
en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias,
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (II Cor. 12, 9-10)
Ignacio Kilmot