Incluyéndose,
con tanta desaprensión como liviandad, en un terreno transitado, entre otros,
por Sartre, Sören Kierkegaard o Víctor Frankl, Alberto el de la voz de cuesco,
sentenció la noche del 23 de mayo, que no puede haber angustia durante la
cuarentena ni a causa de ella, porque “angustiante es enfermarse, no salvarse”.
Y metido ya en las páginas del DSM 4, apuntó este diagnóstico: “angustiante es
que no te cuiden, o que el Estado diga ; ¡dejen de
sembrar angustia!”.
Fernández
y su progenie no quieren entender que si la cuarentena angustia a la sociedad
es, precisamente, porque hace largo rato que dejó de ser considerada como una
medida sanitaria preventiva, para advertirse que se trata de un plan político
de brutal sojuzgamiento. Porque quienes desde el primero de sus fatídicos días
clausurantes y confinatorios sospechábamos que se traían algo bajo el poncho,
ahora vemos con triste nitidez que se traían el modo más siniestro de llevarnos
puesto; y de ir por ese que incluye el ejercicio básico
de las libertades concretas y legítimas.
Por eso
prevalece la angustia; porque angustiante es enfermarse, claro; y esta peculiar
y sospechosa cuarentena ha tomado la forma de la patología, de la morbidez y
del trastorno. Ya despunta su signo trágico de indisimulado despotismo, en
consonancia con déspotas mayores ocultos tras bambalinas. Se comprende entonces
que el presidente en ejercicio, Pedro Cahn –testaferro científico de aborteros
y sodomitas- haya dicho para Perfil, el pasado 5 de abril, y sin que
nadie le pidiera rendición alguna de cuentas, que “la cuarentena no se va a
levantar nunca”. Es el mundo totalitario de la epidemiología, diríamos
parafrasenado a Pieper. La barbarie de la especialización, que denunciara
Ortega; la amenaza, la intimidación y el castigo eterno con que nos quieren
amedrentar estos peculiares demiurgos del panteón higiénico universal.
No; quede
dicho tajantemente: esta cuarentena no es un criterio médico, es una táctica de
aplastamiento comunitario movida por las peores intenciones. De a poco la
autocracia de los infectólogos ha ido convirtiendo a Fernández en una especie
de simulacro tétrico de aquel delirante pastor del “Templo del Pueblo”, que en
jornada siniestra del 18 de noviembre de 1978, instó a sus seguidores a un
suicidio colectivo. Fenómeno éste que, en cierta medida ya está sucediendo,
aunque parezca una hipérbole decirlo ahora. Por lo pronto son muchos los que
han aceptado resignadamente su condición de catalépticos enterrados vivos.
Todo sea
por la salvación de “El Pueblo” ideológicamente invocado; mientras la población
real padece los síntomas de un virus más contagioso y letal que el Covid 19: el
de la patraña que siembra el pánico para imponer una neo normalidad
que es el monumento más infame jamás concebido en pro de todas las formas de la
contranatura. Neonormalidad que, según su vocero plebeyo, el módico golem
Kiciloff, es tan ineluctable como la ley de gravedad. Neonormalidad que, entre
otras lindezas, ya se robó varias festividades religiosas y patrias, pero nos
instaló a cambio el día del vicio solitario, conocido ahora como
, según la guerra semántica.
Mentirás
tu pandemia, escribimos apenas comenzada la farsa. Mentirás tu cuarentena,
agregamos ahora. Esto es, la harás pasar como el requisito exclusivo y
excluyente para salvarse. Cuando la salvación está en desenmascarar la maniobra
alienante que ella esconde, la capitalización de la profilaxis como estrategia
de dominio y de opresión espiritual, moral y psíquica. La angustia es
enfermarse, no salvarse, descubre Fernández. Lo que no sabe descubrir es que un
pueblo de catalépticos enterrados vivos, no ha sido salvado por quienes lo metieron
en el cajón. Ha sido sometido a una insensatez homicida. Les han inoculado
artificialmente el síndrome de la jaula. Nos acostamos en la Argentina, en
marzo del 2020, y amanecimos en Stalingrado, en 1942. De tan ucrónica pesadilla
sólo se puede regresar a fuerza de vigilia y de intrepidez.
Angustiante
es que no te cuiden, vocifera el . Pero aquí y ahora,
lo que nos está sucediendo, es lo previsto en la fábula de Samaniego: la que
“cuida” el corral es la zorra astuta, reptante y asesina:
“Una
Zorra, cazando,
de corral
en corral iba saltando[...]
Las aves
se alborotan, menos una,
que
estaba en cesta como niño en cuna,
enferma
gravemente.
Mirándola
la Zorra astutamente,
le
pregunta: <¿Qué es eso, pobrecita?
¿Cuál es
tu enfermedad? ¿Tienes pepita?
Habla;
¿cómo la pasas, desdichada?>
La
enferma le responde apresurada:
Muy bien
si usted se quita de delante>”
Angustiante
es que “el Estado diga ”, concluye nuestro Sigmund
nativo. Pero ocurre que ni ese Estado es la persona de bien con la
que soñaba Oliveira Salazar; ni dice tampoco “aquí no pasa nada”, sino que
impone coactivamente lo que “se” quiere que consideremos que pase. En una nueva
vuelta de rosca del absolutismo de ese “se” impersonal y anónimo que mencionara
Heidegger. Una variante más de la esclavitud que buscan instalar.
Alberto
el de la voz de cuesco –quédele el mote al modo modestamente homérico- no sólo
se cree diestro en las artes psicoterapéuticas sobre la angustia, sino que, en
su irrefrenable , practica también el Cesaropapismo. Lo
hace, por supuesto, con la anuencia de los pastores en comunión con Bergoglio,
cabeza visible de la iglesia de la publicidad. No puede extrañar entonces que
el pequeño Poli, acabe de ratificar su apoyo incondicional al Gobierno en el
“Tedeum virtual” por el 25 de Mayo.
Según
Poli –que no sabemos aún si es un prefijo o un clérigo- los fernandinos están
evitando un “genocidio virósico”. Ahora que ellos sean socios y cómplices
activos de esta banda de frenéticos protagonistas del deicidio, eso, claro, no
tiene importancia alguna. El único holocausto real, el de Nuestro Señor en la
Cruz, no le merece al prete felón una sola palabra. El mito del genocidio
virósico ya acaba de ser bendecido. ¿También nos obligarán a decir por ley
compulsiva, que el número de víctimas del Covid 19 es de 30 mil personas?
¡Vaya si
la angustia existe, y si hay motivos para mentarla y padecerla en los días que corren!
No será
su antídoto negarla, ni abordarla estúpidamente como hace el presidente. Si no
pedirle a Nuestra Señora de las Angustias –preciosa advocación ibérica que supo
llegar a estas playas- que interceda por nosotros. Dicen que es de pluma
lorquiana esta su copla celebrante:
«Molde de
la estrecha vía
dos
hileras luminosas;
prisionera
de las rosas
viene la
Virgen María.
De plata
y de pedrería
lleva las
andas repletas
y a su
paso, las saetas,
para su
lujo y derroche,
se van
clavando en la noche,
constelada
de cornetas».
Nuestra
Señora de las Angustias, llégate hasta el umbral de esta patria desgarrada.
Llégate a darnos ánimo, denuedo, resolución y valentía. Si te vienes, Señora,
no te faltarán saetas, ni rosas ni pedrerías. La nación que aún formamos
quienes te aman, se arrodillará ante tu paso, y quedaremos definitivamente
sanos y salvos. Verdaderamente libres por haber conocido la Verdad.
Antonio Caponnetto