REMEDIOS
A LOS MALES DE LA REVOLUCIÓN
Para
defenderse de las tinieblas, hay que recurrir a la luz, para evitar las
seducciones de la mentira, hay que cubrirse con el escudo de la verdad. Hay que
voltearse hacia la religión, conocer sus dogmas con su divina armonía y su
excelencia, penetrar la pureza de su moral, la magnificencia de sus promesas y
el terror de sus amenazas, la fuerza invencible de sus pruebas, la multitud de
sus milagros y la certitud de sus profecías… No debemos temer más que a un
espíritu que habiendo sido investido de esta luz resplandeciente, rechace estos
objetos y pueda sufrir con indiferencia que quieran arrancárselos, que no vea
sin estremecerse de indignación en cuales tinieblas nos quieren sumergir.
[…]
Entonces
es muy importante hacer una reflexión a la cual se debió haber puesto más
atención: es que, si no se puede
consultar a la Iglesia o a su primer pastor, a quien la infalibilidad le ha
sido prometida, no debemos seguir ciegamente a ninguna autoridad particular,
porque no hay nadie que no pueda ser arrastrado por el error y arrastrarnos a
nosotros con ella en el error. Es
menos a la autoridad personal que a la autoridad de las razones que se alegan,
a quien debemos seguir, hay que usar el discernimiento como lo dijo el
Apóstol: « rationabile sit obsequium vestrum »; finalmente,
hay que tener más consideración al número de pruebas y razones que al número de
las autoridades particulares. Porque en tiempos problemáticos, cuando
se persigue a la Verdad, ordinariamente sucede que la mayoría se incline del
lado que favorece su debilidad, siendo muchos menos los que lo hacen conforme a
la Verdad.
Entonces,
hay que consultar al Señor con simplicidad, con la intención y la firme
resolución de seguir las luces de su conciencia, sin tener en consideración las
consecuencias enojosas y los juicios desventajosos que los hombres harán a
nuestra conducta. El Señor se complace
en esclarecer un alma que le busca con rectitud, y las luces de una sana
conciencia concuerdan siempre con las decisiones de una doctrina verdadera.
Conformándose a éstas luces, se han visto a las almas más simples mostrar más
valentía que la gran mayoría de las otras en la defensa de la Verdad.
Pero
cuando no quieren seguir las decisiones de la conciencia que son más costosas,
se consulta sin cesar a nuevos doctores. Dios, en castigo, permite que se
encuentren a los que dan respuestas conformes a los deseos de la natura, éstas
sirven para ahogar los gritos de la conciencia pero Dios no estará satisfecho.
Esta ha sido la conducta de muchos.
No es suficiente aclarar el espíritu,
es necesario también depurar el corazón, a fin de que el espíritu pueda recibir
y conservar la luz.
En general, todas las inclinaciones perversas que alteran la pureza del
corazón, alteran la penetración del espíritu y lo ofuscan; es el privilegio de
un corazón puro el ver en todo su esplendor la luz de Dios. Dos vicios, más que todos los otros, han
hundido a nuestro siglo en las tinieblas, estos son el orgullo y la impureza.
EL
DEBER EN LOS DÍAS DE PERSECUCIÓN.
Supongamos
que no habrá alguna interrupción a los males de la presente revolución (y esta
suposición se apoya en el estudio de las Sagradas Escrituras). Pero porque el
mal está afianzado a tal punto que, sin una intervención maravillosa de Dios,
una que no haya tenido ejemplo, nuestro país no podrá levantarse; porque esta
intervención no parece cercana y porque parece que será acordada en vista de la
conversión de los judíos y de los pueblos infieles, no hablaremos como si fuera
una cosa cierta. Antes de proponer cualquier opinión a este respecto,
expondremos lo que convendría en el caso que no llegara un orden de cosas
favorable a la religión.
LA IMPORTANCIA DE LOS BUENOS SACERDOTES
En
los tiempos de persecución menos violenta, a pesar de que la religión y los que
la profesan permanecen en un estado de opresión y de sufrimiento, algunas cosas
son más necesarias entre todas.
Para mantener en el pueblo cristiano el
orden y la pureza de la fe, la uniformidad en la conducta, y para procurar a
los fieles socorro y consolación, el mantenimiento del orden jerárquico es una
cosa capital.
Es por eso que la religión se sostiene y se propaga en un país y nada podrá
contribuir más a restaurar entre nosotros el reino de Dios y a salvar la fe de
un gran número. El celo de nuestros Obispos los hará, si es necesario,
despreciar el peligro y las incomodidades de una vida pobre, cono la de los
primeros discípulos de Jesucristo. Y por su parte, los fieles se sentirán
obligados, por amor a la religión, de proporcionar a su costa, e incluso a
riesgo de sus vidas, todo lo que es necesario para que pueda ejercer el
ministerio pastoral.
No
menos importante será el de procurar a este país un número suficiente de
sacerdotes, y no hay obra más esencial que darle a los aspirantes al Sacerdocio
los medios para prepararse perfectamente. También debe hacerse todo lo posible
para mantener e incrementar tanto en el clero como entre los fieles, el celo de
la salvación. Un cristiano, y sobre todo
un sacerdote, deben estar prestos a sacrificarse por el bien espiritual de sus
hermanos, sobre todo cuando las necesidades son más urgentes. Si no tienen el
valor de hacerlo, serán responsables delante de Dios de una serie de males que
con un poco de celo podrían detener. Que se apresuren los que se sientan más fuertemente atraídos por Dios,
porque los primeros en dar el ejemplo merecen una corona más gloriosa. Pero
que no tengan otro fin que la gloria de Dios y esperen el sufrimiento. Es necesario que su valentía sea tal que
aumente a medida que se multipliquen los obstáculos, y que se fortifique en el
abandono total. Los que se proponen perspectivas humanas y buscan el descanso
no serán adecuados a la obra de Dios. Se necesitan obreros que cuenten
únicamente con Dios, sin preocupaciones en las cosas visibles, teniendo los
ojos volcados hacia las eternas.
La
empresa es grande, y cualquiera que sea el éxito, no puede ser más que
felicísimo para los que se dedican a ella. No es suficiente trabajar para la
generación presente, hay que pensar en las generaciones futuras para
prepararles los medios de salvación.
[........]
EN LAS DIFICULTADES SE NECESITA TENER MUCHAS
VIRTUDES
En
este tiempo en que la Iglesia no está menos expuesta al furor de sus enemigos
que en los primeros tiempos, no debe haber una virtud menor entre sus hijos;
una virtud mediocre no sería suficiente para permanecer como discípulo de
Jesucristo; ellos necesitan gracias más grandes, luces más vivas a medida que
se multiplican los enemigos visibles e invisibles de los que deben cuidarse. La
finalidad que éstos se proponen es evidentemente perversa y serían más débiles
si no se armaran de la mentira. Hijos de la antigua serpiente, ellos imitan sus
pliegues, se envuelven de un modo que no parecen tener nada de malo a primera
vista y se sirven de equívocos como redes para atrapar a los incautos. Se necesita un gran discernimiento para
reconocer entre aquellos que gozan de alguna reputación de ciencia y de piedad,
a quiénes hay que consultar, qué grado de confianza merecen y hasta dónde debe
llegar la deferencia a sus consejos. Los
que siguen ciegamente a los guías ciegos, caen junto con ellos. Cuando alguna autoridad abraza o defiende
cosas que tienen la huella del mal o de la mentira, sucede que el ejemplo de la
mayoría, el temor a ser señalado, todo lleva a hacerse ilusiones. Comienzan por
dudar, lo que parecía una verdad cierta ahora parece problemática y
se termina por adoptar lo que al principio daba horror.
Solamente
la luz divina, la gran luz que es un socorro muy poderoso, puede protegernos de
tales peligros. ¿Qué hacer para obtener esa luz viva, esas gracias fuertes y
abundantes? En los tiempos donde la Justicia de Dios es provocada por el
desborde de los crímenes, según las reglas de la equidad debemos por nuestra
parte hacer lo que dependa de nosotros para satisfacer esa divina Justicia, no
podemos esperar que Dios nos distinga por efecto particular de su misericordia,
si nosotros mismos no nos distinguimos en su servicio por una fidelidad más
generosa. La gloria de Dios, la caridad por el prójimo nos alienta. Si con una virtud común es posible
salvarse, no salvaremos a los otros. Es necesario que por una vida más santa
adquiramos un mayor crédito delante de Dios, que el fervor y la confianza den
peso a nuestras oraciones, y que por un generoso desprecio de la vida y de todo
lo que el mundo estima, atraigamos la misericordia del Señor. Aarón, con el
incienso en mano, detiene la venganza divina, cinco justos hubieran preservado
a Sodoma.
Ciertas virtudes son particularmente
necesarias en tiempos de persecución para superarla sin debilitarse. Por
principio la pobreza de espíritu está muy recomendada en el Santo Evangelio. Aunque el renunciamiento de corazón a
las cosas de la tierra se exija a todos los cristianos, hay circunstancias en
que el renunciamiento se hace necesario. Esto era muy frecuente en los primeros
años de la Iglesia, donde los fieles se veían amenazados de perder sus bienes y
de verse reducidos a la indigencia si no adoraban los ídolos. Ahora estamos en una época donde el
espíritu de pobreza será más necesario que nunca. La razón es evidente,
tenemos ya ante nuestros ojos las premisas de los sacrificios necesarios. Por
otro lado, cuántos de los que se dicen cristianos se unieron a las filas de la
impiedad por temor de pérdidas temporales, el amor a sus bienes dominó sus
corazones. Por lo tanto es muy necesario de tenerles un sincero desprecio,
estos bienes no hacen al hombre más grande; debemos poseerlos sin apego, lo que
significa que debemos saber ejercitar la privación, usar los bienes con
sobriedad y sin hacerse esclavo de las comodidades; de saber, cuando sea
necesario, separarse de ellos sin apesadumbrarse. Estos bienes son como la lana
de las ovejas, a las cuales es bueno descargarlas cuando ya tiene demasiada.
Para el cristiano que comprende y abraza el tesoro de la Pobreza evangélica, el
mundo no tiene los mismos peligros y tendrá gloriosas victorias sobre la
tentación.
También
hay que tener desprecio al mundo y sus honores si es que quiere permanecer
libre y fuerte frente a la seducción o a la prueba. Sin embargo, es verdad que
las dignidades y los honores están, respecto a algunos, en el orden Divino. Es
una cosa necesaria para mantener tanto la sociedad civil como la espiritual, y
por ésta razón no podemos dudar que la Divina Providencia haya destinado a
algunos para ubicarlos en esta dignidad. Se puede entonces aceptar honores y
dignidades cuando es la Providencia quien lo presenta como medio de procurar su
gloria y para servir a los hombres. Pero para no caer en un orgullo secreto y
para no pretender los honores que serían la causa de nuestra perdición, no hay
que buscarlos ni desearlos, hay que despreciarlos.
[.....]
UN AMOR SIN FALLA POR LA VERDAD
Los
fieles deben siempre recordar el odio que Dios tiene por el error y mantenerse
en guardia contra los sentimientos de los incrédulos, sabiendo bien que ellos
están guiados por el espíritu de las tinieblas. Cuando los sistemas impíos
dominan, ¿cuántas veces no nos sentimos forzados, por una floja y blanda
condescendencia, a traicionar los intereses de la fe? El remedio a este mal es
una fe sincera, una verdadera humildad y el desprecio del mundo.
Otro
peligro es el de abandonar una verdad después de haberla reconocido, por temor
del mal al que estaremos expuestos si la defendemos. Hay que reflexionar que
defender una verdad, sobre todo cuando toca a la fe, es defender la causa de
Dios; abandonarla, es alejarse de Dios y situarse en las filas del
padre de la mentira. Siempre es muy grave y las consecuencias son funestas: una
primera falta atrae una segunda, y el que creyó que no tenía que reprocharse más
que un mal paso, se ve en poco tiempo arrastrado al abismo. Entonces
hay que tener la firme determinación de no retroceder jamás en lo que concierne
a la verdad, y tener en nada su descanso, sus intereses, su vida misma, cuando
se trata de defenderla.
Otro peligro que acecha a los que
estarían preservados de los dos primeros, es el de seguir ciegamente a las
autoridades particulares que, en tiempos de dificultades y de persecución, la
mayoría se inclina del lado que favorece la naturaleza aunque se oponga a la
verdad. Hay que recordar bien, la verdad permanece siempre
igual, siempre es la misma, no varía por las circunstancias; lo
que en un tiempo se vio que era verdad, no puede dejar de serlo, aunque tales o
cuales personajes hayan cambiado de sentimiento; hay que volver a
lo que se pensaba cuando nada ofuscaba el juicio, y no a las dudas que
sobrevinieron desde que los motivos terrestres y los miedos humanos han
despojado al entendimiento de una parte de su fuerza y de su libertad.