“Vio
solamente la imagen de Dios multiplicada, pero nunca monótona. Para él un
hombre era siempre un hombre, y no desaparecía en la espesa multitud, como no
desaparecía en el desierto. Honraba a todos los hombres; esto es: no sólo los
amaba, sino que, además, los respetaba. Lo que le dio su extraordinario poder
personal fue precisamente esto: que desde el papa al mendigo, desde el sultán
de Siria en su pabellón hasta los ladrones harapientos saliendo a rastras del
bosque, nunca existió un hombre que mirase aquellos ojos pardos y ardientes sin
tener la certidumbre de que Francisco Bernardone se interesaba realmente por
él, por su propia vida interior, desde la cuna hasta el sepulcro; que era estimado
y considerado seriamente y no añadido a los restos de una especie de programa
social o a los nombres de algún documento burocrático. Ahora bien esa idea
moral y religiosa de interés humano no tiene más expresión externa que la
cortesía”.
Chesterton, San Francisco de Asís