En su último artículo, el Padre Simoulin nos
presenta lo que él considera el verdadero combate de la Fraternidad. Este
artículo se basa en el “sueño de Dakar” que tuvo Monseñor Lefebvre en sus
tiempos de misionero en ese país.
Ya Monseñor Fellay, en una entrevista a The Angelus en Abril de 2013, respondiendo a la pregunta de cuál es la relación que hay entre el sueño/visión de Monseñor Lefebvre en la catedral de Dakar y las consagraciones de 1988, responde: Yo no creo que la medida de consagrar obispos esté directamente relacionada con la misma obra (de Monseñor Lefebvre). Es solamente una medida de supervivencia. No es esencial para la obra, la cual es para formar y construir sacerdotes de acuerdo al Corazón de Jesús. Es lo más importante.
Pues el Padre Simoulin retoma este mismo tema y nos
dice (extracto, la negrita es nuestra):
Es por eso quisiera invitarlos a despertar estos
recuerdos, para que no olvidemos que el alma de nuestra actitud en la
Iglesia es una posición de fidelidad, de preservación y de construcción, antes
de ser una actitud de resistencia. Una no va sin la otra, por
supuesto, pero ya es tiempo, me parece, de poner en orden nuestros
espíritus con el fin de recobrar un verdadero espíritu apostólico, en esta
bella unidad que hacía y hará nuestra fuerza. Y es, evidentemente,
hacia el que nos dio la única referencia defendible que debemos volver: Mons.
Lefebvre…
Ciertamente, está el Monseñor de las batallas, las
del concilio, y aquellas a las que será forzado de 1974 a 1988. Pero sobre
todo, está el Monseñor olvidado, el que precedió y animó estas batallas, el
Monseñor del “sueño de Dakar”, que encierra y nos revela el corazón de
Monseñor, ¡el gran Monseñor de la bella Cruzada! ¿Han olvidado al Monseñor del
“sueño de Dakar”? ¿Han olvidado la “Cruzada”?...
Luego, en febrero de 1991, [Mons. Lefebvre] dio sus
últimas conferencias las que fueron publicadas y difundidas en nuestra “Carta a
los veteranos”. ¿Cuáles fueron los temas? Ni la condenación de los
errores modernos, ni el combate contra la nueva misa, ni la crítica de Roma,
del papa o de no sé quién más, sino sacerdotalmente: “Algunas observaciones
litúrgicas” y “Disposiciones para el apostolado”.
Fiel hasta el final a su « sueño de
Dakar », él nos dejó como testamento la fidelidad a nuestros compromisos,
el culto litúrgico, el culto del altar, y el espíritu apostólico. El sueño
de Monseñor no fue partir de un tajo a los herejes, sino transmitir lo que
recibió…
Todos tenemos esto entre las manos, todos nosotros
sabemos el itinerario que debemos seguir para servir a la Iglesia y permanecer
fieles a su Tradición. No lo olvidemos y, si es necesario, volvamos a
poner en el centro de nuestro corazón lo que animaba al de nuestro fundador,
sin agotarnos y dividirnos en las querellas estériles que no tienen fin…
Si debemos exigir algo de nuestros sacerdotes,
no es que cada uno de ellos se ejercite en resolver la crisis de la
Iglesia, o que sea un experto en la condena de todos los errores de moda, sino que sea uno de esos
"apóstoles de Jesús y de María" que Mons. Lefebvre quería dar a la
Iglesia, un apóstol fiel al espíritu de su cruzada, un experto de la
gracia y de la fe, un experto de la liturgia, de la Misa y de la
Eucaristía, ¡un conquistador en busca de las almas a convertir y a salvar!
Mons. Di Noia
Ahora comparemos lo que dicen ambos con la Carta que Monseñor Di Noia envió a los sacerdotes
de la Fraternidad el año pasado:
Entonces, ¿qué es lo que se le pide a la
Fraternidad en la presente situación? No abandonar el celo de su fundador,
Monseñor Lefebvre. ¡Lejos de eso! Más bien se les pide renovar la flama de su
celo ardiente para formar sacerdotes de Jesucristo. Sin duda, ha
llegado el momento de abandonar la retórica dura y contraproducente que ha
surgido en los últimos años.
Ese carisma original confiado a Monseñor Lefebvre
debe recuperarse, el carisma de la formación de los sacerdotes en
la plenitud de la tradición católica en aras de realizar un apostolado con los
fieles que fluya de esta formación sacerdotal…
El auténtico carisma de la Fraternidad es la
formación de sacerdotes para el servicio del pueblo de Dios, no la usurpación
del cargo de juzgar y corregir la teología o la disciplina de otros dentro de
la Iglesia. Su
atención debe centrarse en la profunda formación filosófica, teológica,
pastoral, espiritual y humana de sus candidatos para que puedan predicar la
palabra de Cristo y actuar como instrumentos de la gracia de Dios en el
mundo, especialmente a través de la celebración solemne del Santo
Sacrificio de la Misa.
Conclusión: El P. Simuolin,
Mons. Fellay, Monseñor Di Noia y las congregaciones Ecclesia Dei, concuerdan en
que, en la actual crisis de la Iglesia, la prioridad es formar Sacerdotes
centrados en la liturgia tradicional, o dicho de otro, modo: lo
primero y esencial hoy no es la batalla doctrinal, sino la conservación de la
liturgia y la recuperación de una espiritualidad no combativa que supuestamente
era la de Mons. Lefebvre.