Y Yo estaré con
vosotros todos los días hasta el fin de los siglos”
Esas palabras, con las que
termina el pasaje evangélico de hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, y que son
el versículo final del Evangelio de San Mateo; son una grandiosa promesa de
Nuestro Señor Jesucristo. Y son palabras no humanas y -por lo mismo- falibles,
sino palabras divinas, palabras de las que no podemos dudar, palabras que se
cumplen necesariamente. “Y Yo estaré con vosotros todos los días hasta
el fin de los siglos”. Estará Nuestro Señor con nosotros,
iluminándonos y fortaleciéndonos para que salvemos nuestras almas y seamos
santos, a condición -por supuesto- de que nosotros queramos estar con Él todos
los días de nuestras vidas, para estar con Él, por toda la eternidad, después
de la muerte.
Hace dos años…
Hace exactamente dos años,
el domingo de la Sma. Trinidad de 2012, ustedes, estimados fieles de Chihuahua,
iniciaron la Resistencia en México. Dignos hijos de los Cristeros, Macabeos del
siglo XX, y de Mons. Lefebvre; ustedes supieron decir no al lenguaje
deliberadamente ambiguo en la confesión de la fe, supieron decir no a la
intriga y al secretismo indebido, supieron decir no a la indigna diplomacia
mundana, supieron decir no a los abusos y las artes maquiavélicas de la
autoridad, supieron decir no -en fin- a la traición de unos superiores ilusos y
pusilánimes -o algo peor que eso: Dios lo sabe- que intentaban -y siguen
intentando- pactar una paz gravísimamente injusta con los herejes liberales y
modernistas destructores de la Iglesia de Cristo, poniendo así un impío y
deshonroso final a la guerra sagrada a la que nos condujeron conjuntamente el
Espíritu Santo y el ardiente celo de Dios y la sabiduría sobrenatural de Mons.
Lefebvre.
“El Reino de los
Cielos sufre violencia y sólo los violentos, los resueltos, los combativos, los fervorosos lo
arrebatan” (Mt 11, 12).
Este fue el primer grupo de
fieles de la Fraternidad, en el mundo, en reaccionar santamente -es decir, de
modo resuelto y radical- en defensa de la Verdad, en levantarse valerosamente
en contra de los pastores convertidos en lobos. Hubo que correr los riesgos.
Hubo que asumir las consecuencias. Hubo que abrazar la cruz. En efecto, no
tardaron en venir las presiones injustas, las persecuciones, las expulsiones. "Todos
los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2
Tim 3, 12). Tuvieron ustedes que decir adiós, para siempre, a la capilla que
con tanto amor y esfuerzo ayudaron a construir para volver, como en los
primeros tiempos, a celebrar la Misa en las casas, en las cocheras y donde
fuera posible. Fueron ustedes despojados como Cristo fue despojado. Y como
Cristo, se dejaron despojar. Y quedaron sin capilla, sin Misa, sin Sacramentos…
y todo por esa santa intolerancia católica, por ese celo de Dios, por ese amor
a la Verdad que les hizo imposible soportar por más tiempo a los traidores que
intentan congraciarse con el mundo exculpando o minimizando la obra demoledora
del Vaticano II y otras manifestaciones o tentáculos de la por siempre maldita
y satánica bestia liberal y modernista.
San Atanasio, el año 356,
mientras muchos católicos eran expulsados de las iglesias por los herejes
arrianos, escribía a los fieles: “los arrianos se han apoderado de los
templos y vosotros habéis sido expulsados. Ellos tienen los templos. Vosotros,
en cambio, tenéis la Fe. Confrontemos pues qué cosa sea más importante, el
templo o la Fe, y resultará evidente que es más importante la verdadera Fe. Por
tanto, ¿quién ha perdido más, o quién posee más, el que conserva un lugar, o el
que conserva la Fe? Vosotros sois los dichosos que por la Fe permanecéis dentro
de la Iglesia y gozáis de la totalidad de la Fe. Nadie prevalecerá jamás contra
vuestra Fe, mis queridos hermanos, y si en algún momento Dios os devolviere los
templos, será necesario el mismo convencimiento: que la Fe es más importante
que los templos.” Estas palabras se aplicaron, siglos después, al
inicio de la Resistencia católica de Mons. Lefebvre y la antigua Fraternidad en
contra de la “nueva Iglesia”, y hoy se aplican nuevamente a la continuación de
esa Resistencia, que esta vez defiende la Verdad no sólo en contra el
liberalismo extremo de la “nueva Iglesia” sino también contra el liberalismo
moderado de la “nueva Fraternidad”.
"Ni la
muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo
por venir, ni la fuerza, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna cosa creada nos
podrá separar jamás del amor de Dios en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom 8, 38 - 39).
En la devastación y ruina
general que padece la Iglesia, si se omiten los falsos “misterios luminosos”,
el Rosario es lo único que queda enteramente en pie. Por eso el santo Rosario
es más importante ahora que nunca en la historia. Si es verdad que no todos los
días pueden ustedes tener la Misa, también es verdad que todos los días pueden
ustedes rezar el Rosario. Y es necesario que graben en sus almas esta verdad:
ustedes, que no pueden comulgar todos los días, rezando el Rosario cada día
pueden recibir las mismas gracias que los que pueden comulgar a diario y
mayores, pues Dios da más a quien le ama más, y demuestra mayor amor a Dios el
que sufre ser expulsado y privado de la Misa y de los demás Sacramentos, que el
que prefiere conservar sus seguridades, ventajas y comodidades personales antes
que verse despojado y crucificado por mantenerse enteramente fiel a la Verdad.
Sí, mis estimados fieles: más gracias da Dios a un alma fervorosa y combativa
en una sola comunión espiritual o en un Rosario, que las que da en cien
comuniones sacramentales a un alma tibia, vacilante y llena de apegos y de
miedos.
Fue necesario
dejarse “despojar de Cristo” para mantenerse unidos a Cristo.
Estimados fieles: ustedes
estuvieron cerca de un año sin Sacramentos y sin saber si los volverían a
recibir algún día. Esa fue una dura prueba que había que soportar por amor a
Cristo: era preciso ser privados de Cristo -en cuanto a lo aparente o visible- para
mantenerse unidos a Cristo. Ustedes resistieron y resisten en la fe íntegra
porque esa es precisamente la voluntad de Dios en los tiempos de la apostasía
general. Ustedes han empuñado el arado y no han mirado atrás. ¿Por qué otros no
vieron lo que ustedes vieron o no se resolvieron como ustedes se resolvieron?
En general, se puede decir que los que vieron y se decidieron en esta oscura
crisis de la Fraternidad, merecieron esa luz y esa fortaleza en premio a su
ardiente amor a la Verdad. Y aunque sólo Dios ve el secreto de los corazones,
una cosa es clara y una cosa es segura: resistan hasta el final y bendecirán
por toda la eternidad la hora en que decidieron dejarse despojar por Cristo. Y
por eso Él les dice en el Evangelio de hoy:
“Yo estaré con
vosotros todos los días hasta el fin de los siglos”
¡Viva Cristo Rey y Nuestra
Señora de Guadalupe, Madre, Reina y Generala de la Resistencia!