Disponibilidad
a un acuerdo, rebautizándolo
Ha
llegado a esta redacción, de varias fuentes, la noticia de un posible acuerdo
FSSPX-Roma para Pentecostés, al menos de una tentativa en este sentido.
Durante
una discusión entre la Comisión Ecclesia Dei y Su Santidad el Papa Francisco
sobre este asunto, los miembros de la Comisión habrían hecho notar al papa
Francisco que no hay un acuerdo pleno sobre la doctrina, y éste les habría
respondido que la cosa no es importante, que así como los neo-catecumenales
tienen sus propias ideas doctrinales, los lefebvristas tienen otras ideas
doctrinales… Que se note bien: no que la “nota teológica” de las cuestiones
controvertidas sea de poca importancia, sino que es la doctrina la que no es
una cosa importante.
¿Es
verdadera esta información? Evidentemente, la eventual presencia de una
tentativa que va en este sentido no implicaría automáticamente que se logre.
Pero
hay algo. Aquí damos ciertos elementos.
El
mes pasado, Monseñor Fellay redimensionó uno de sus juicios fuertes sobre el
Pastor Latinoamericano (evidentemente, siempre en nombre del “contexto”
particular en el cual él se ha expresado anteriormente…); este hecho nos
permite prever que había algo en el aire.
En
tiempos más recientes, Monseñor Williamson informó que Monseñor Fellay habría
prospectado la posibilidad de una regularización (pero, jugando con las
palabras, la regularización no sería llamada “acuerdo”, sino “reconocimiento
unilateral” o “reconocimiento de tolerancia”); el Superior de la FSSPX ha dicho
a sus seminaristas que esto sería bueno, pero sin explicar por qué, en el
pasado, él decía otra cosa, invocando solamente su estribillo sobre-utilizado
del “contexto” de sus afirmaciones pasadas.
En
estos días, acaba de salir la noticia que la dirección de la FSSPX desayunó con
el papa Francisco: evidentemente Monseñor Fellay se apresuró a minimizar la
cosa. Después de tantos discursos que han enfatizado que la Fraternidad (y
solamente la Fraternidad) hablaría públicamente sobre las relaciones con Roma,
no estimó necesario dar ella misma la noticia de este agradable encuentro,
aunque breve y más o menos informal (¡evidentemente!).
Además,
en una entrevista del pasado 20 de enero, aparecida en el boletín del distrito
suizo de la FSSPX (abril-mayo 2014), publicada igualmente en el sitio oficial
francés La Porte Latine, a la pregunta: ¿Ha habido un acercamiento
oficial de Roma para ponerse nuevamente en contacto con Ud. desde la elección
del Papa Francisco? –Monseñor Fellay respondió disimuladamente: “Hubo
un acercamiento «no oficial» de Roma para ponerse nuevamente en contacto con
nosotros, pero nada más y yo no solicité audiencia como lo hice después de la
elección de Benedicto XVI”. Sin embargo, Monseñor Fellay no dijo que
justamente el mes precedente él se había encontrado con el papa Francisco. Su negativa
de haber solicitado la audiencia hay que entenderla, a la luz de las noticias
recientes, como una restricción mental. Hay que leerla así: “El
encuentro tuvo lugar, pero no fue oficial, yo no lo pedí o en todo caso yo no
lo solicité”.
Si
otra sociedad eclesiástica se hubiera expresado de este modo, ¿no hubiera sido
acusada de utilizar un lenguaje ambiguo, un lenguaje conciliar?
Una
intervención reveladora
En
el Signadou de abril de 2014,
apareció un artículo del Padre Michel Simoulin, antiguo superior de la FSSPX en
Italia. El artículo merece atención, a título de ejemplo, en vista de la
autoridad de su autor y en vista de la circunstancia según la cual, de manera
notoria, el autor jamás toma una posición contraria al animus de las
autoridades de la FSSPX.
Por
un lado, absolutiza el llamado a “hacer frente bajo la sabia y prudente
dirección de los jefes que Dios nos dio”. Tal afirmación, que en el
artículo no está compensada con ninguna otra aserción, es justamente un
absoluto. ¿Cómo entonces justificar la resistencia a los obispos y a los papas
“que Dios nos dio”?
Dar
a Monseñor Fellay esta confianza ciega, esta obediencia ciega que se le niega,
a justo título, al papa, ¿no manifiesta justamente el espíritu de “pequeña
iglesia” que el Padre Simoulin denuncia y estigmatiza? Estos sabios y prudentes
jefes que han sembrado el viento y ahora cosechan la tempestad, ¿están exentos
de dar explicaciones de sus contradicciones? Este llamado a la unidad,
contradicho por las sanciones obstinadas de Monseñor Fellay hacia los
contrarios de su línea del momento, ¿puede exentar a los jefes del hecho de
responder a las objeciones planteadas, de una u otra manera sea por los
acuerdistas declarados como por los anti-acuerdistas claros y declarados?
¿Solamente está el recurso de castigar a quien plantea objeciones? ¿No es
sectario este comportamiento? ¿Y no seguiría siendo sectario, aún en caso de un
acuerdo (de poder)?
Pero
la principal afirmación del Padre Simoulin con la cual no estamos de acuerdo y
es particularmente interesante porque es claramente explicativa de un concepto
que no pertenece solo al autor del artículo, sino que se ha convertido en moda:
“Dejar
de imponernos la aceptación del Vaticano II sin discusión posible, y acordar
esta libertad, sería una etapa importante, pues eso sería reconocer
implícitamente que nuestros argumentos tienen valor. Una autoridad que
consiente a esto sería ya una autoridad no hostil hacia la Tradición, o deseosa
de restablecerla en la Iglesia, y esto sería ya una verdadera conversión de
Roma”.
Discurso
que rima con el estribillo del « reconocimiento unilateral »,
« sin firmar ningún acuerdo”, “sin condición”, “como fue por el
levantamiento del decreto de excomunión”… y que –objetivamente- es una mentira.
Puede que salve su propio orgullo pero sacrifica ciertamente la realidad.
El
« reconocimiento unilateral » es el camino del orgullo y de la
mentira
La
confusión evidente y las tentativas de recuperarse por parte de este miembro
autorizado y muy obediente de la FSSPX, muestran bien cómo tales discursos del
"reconocimiento unilateral", son, hablando de modo objetivo y
salvaguardando las intenciones subjetivas, una mentira. Como fue objetivamente
una mentira la “revocación unilateral del decreto de excomunión”. En efecto,
recuerden que Monseñor Fellay dijo que para obtener tal revocación, debió hacer
una petición escrita y que ésta fue una “condición”; “condición inaceptable”,
pues al escribir una carta para pedir la anulación del decreto, forzosamente se
admite la validez de ese decreto. ¿Recuerdan? Pues esta carta fue escrita y sin
dar explicaciones reales sobre su cambio de posición.
Y
no solo eso: esta carta, que al principio era una « condición inaceptable”
y que después ya ni siquiera fue “condición”, habiendo sido escrita y siendo un
documento público e importante por su naturaleza, jamás fue publicada
integralmente. Todavía peor, las dos partes difundieron, del único pasaje que
fue publicado, dos versiones diferentes, las dos citadas entre comillas.
Más
recientemente, como lo observó Giacomo Devoto en un artículo, es cierto que
Monseñor Fellay ya firmó algo doctrinal en la dirección querida por el
Vaticano: porque en el Vaticano ellos tienen todavía el preámbulo doctrinal,
firmado por él hace dos años. Texto en el cual el prelado suizo afirma
reconocer la legitimidad de la promulgación del Novus Ordo Missae y suscribe el principio de reciprocidad entre la
Tradición y el Concilio. Después Monseñor Fellay consideró a este texto como no
oportuno pero jamás dijo que fuera erróneo en su contenido. Y en la carta que
escribió a Benedicto XVI, después de que el Vaticano pidiera nuevas concesiones
(documento sacado a la luz por terceros, otra vez), afirmó que las nuevas
concesiones que pedía el Vaticano, no pasarían en la FSSPX ¡a causa del
contexto de la época! Es evidente que no hablamos aquí del contenido erróneo de
la declaración doctrinal y que jamás hubo una retractación clara de este texto.
“Los suyos” pudieron comprender –de forma un poco vacilante y fideísta- que el
texto había sido retirado y los interlocutores del Vaticano pudieron comprender
también que se trata de la posición del jefe de la FSSPX, pero que no podía ser
dicha en alta voz a causa de los problemas internos del momento, a causa del
“contexto” habría que esperar.
Hay
además varias maneras de « hacer compromisos », entre las cuales,
suscribir públicamente un texto es solamente la manera más clara de hacerlo.
¿Creemos
en el primado de la Verdad? Si creemos ¿cómo se puede sostener (como el Padre
Simoulin lo declara explícitamente y como otros lo sostienen con menor
claridad) que la libertad de discutir el concilio Vaticano II se identifica
ipso-facto con el “retorno a la Tradición”, con la conversión de Roma? Si las
cosas fueran así, habría que considerar convertidos, por ejemplo, a gente que
conocemos y que dice: “tú eres libre de no aceptar el concilio y yo soy libre
de aceptar el matrimonio homosexual”. Esta es una tendencia pos-moderna,
relativista, liberal y nihilista, y notablemente en las nuevas generaciones,
comprendidos los católicos.
Si
creemos en la primacía de la Verdad, hay que reconocer que el peligro de una
« legitimización” de la situación actual, peligro que Monseñor Fellay
denunciaba hasta el año 2000, presentándolo como un peligro inaceptable como
para llegar a un acuerdo, hoy en día ese peligro subsiste y es mayor, aunque no
se firme ningún texto.
Siguiendo
fielmente lo que el mismo jefe de la Fraternidad ha dicho, él no puede
prestarse a tal cosa, y no es serio, es objetivamente hipócrita decir que Roma
corre hacia él para ofrecerle un reconocimiento sin nada a cambio.
Si
creemos en la primacía de la Verdad, invitamos a cada quien a asumir sus
responsabilidades con honestidad intelectual: es verdad, este acuerdo de estilo
bergogliano hacia el cual –es un hecho- muestran disponibilidad, no es un
compromiso: es una capitulación. No se acepta el Vaticano II: se acepta el
concilio Vaticano III. No es un acuerdo práctico, tampoco doctrinal: es un
pragmático, descarado acuerdo de poder, radicalmente anti-doctrinal. Y eso más
allá del hecho que se logre o no. Siempre que se salve la fachada, siempre que
se salve su propio orgullo, se puede traicionar la substancia.
Si
usted todavía no renuncia a reflexionar, como lo han hecho muchos en nuestro
medio, ¿puede no darse cuenta?