He
allí un entierro.
¿Qué
fue lo que enterraron Francisco y sus buenos amigos?
No
un olivo, sino la cruz de Nuestro Señor. Ya que si Él es el “Príncipe de la
Paz”, como lo afirmó Francisco, entonces a Él debieron dirigir sus oraciones en
pro de la paz. Pero para Francisco Cristo es el Príncipe de la Paz solo para los
cristianos, no para todo el mundo. Y como Cristo divide a los hombres, y esto los enfrenta,
debe ser reemplazada su cruz por otro símbolo de paz y por lo tanto de unión entre los hombres. Entonces, como un poeta le cantó estúpidamente al olivo, pudieran
decir:
“Yo soy heraldo sacro de paz sobre la
tierra;
Los pueblos y los hombres, los uno como
hermanos,
Y estoy donde no hay sangre, ni hay
encono, ni guerra.
¡Y cuando guillotinen con mano justiciera
La ambición y el odio, que entrañan los
tiranos,
Habrán de tremolarme como única bandera!”
Como San Pablo, un Pontífice católico debió decir: “Mas ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais alejados, os habéis puesto cerca por la sangre de Jesucristo. Pues El es la paz nuestra, el que de los dos ha hecho uno, rompiendo, por medio de su carne, el muro de separación, esa enemistad. Con sus preceptos abolió la Ley de los ritos, para formar en sí mismo de dos un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliando a ambos en un solo cuerpo con Dios por medio de la cruz, destruyendo en sí mismo la enemistad de ellos. Y así vino a evangelizar la paz a vosotros, que estabais alejados, como a los que estaban cercanos; pues por El es por quien unos y otros tenemos cabida en el Padre unidos en el mismo Espíritu” (Epístola a los Efesios 2, 14-18)
O también: “La paz os dejo, la paz mía os doy; no os la doy Yo, como la da el mundo” (Jn. 14, 27).
Contra
las palabras de Nuestro Señor, los hombres del mundo en estudiado gesto
mediático, entierran con su símbolo de paz la paz del mundo y, seguramente así
creerán, no tendrán que pensar más en el árbol del crucificado.
No les dará la paz Aquel a quien le hacen guerra.
No les dará la paz Aquel a quien le hacen guerra.
Y lo que tampoco saben es que detrás de ellos vendrán a desenterrar y deshacer sus torpes
paladas quienes saquen a la luz ese monstruo que han creado bajo el nombre de
Paz, Diálogo, Encuentro. Ese monstruo que, como sabemos, lo primero que hace es
volverse contra su hacedor.
“Estas
cosas os he dicho con el fin de que halléis en Mí la paz” dijo Nuestro Señor
(Jn. 16, 33). Por lo tanto, fuera de El no hay paz, sino sueños de paz que
producen finalmente monstruos.