De los tres
preparativos de guerra que necesitamos para guardar y defender el castillo de
Dios
1. Esta
casa, Hermanos míos, es un castillo del Rey eterno, pero sitiado por los
enemigos. Así, todos cuantos hemos jurado seguir sus banderas y nos hemos
alistado en su milicia, debemos persuadimos de que tenemos necesidad de tres
defensas para la custodia de este castillo: es a saber, de alcázar, de armas y
de alimentos. ¿Cuál es el alcázar? Sión
es nuestra ciudad fuerte, dice el Profeta, el Salvador será para ella su muro y su baluarte. El muro es la
continencia y el baluarte la penitencia. Buen muro el de la continencia, pues
de tal suerte circunda y ciñe alrededor por todas partes la plaza, que ni por
las ventanas de los ojos, ni por las de los demás sentidos, se permite la
entrada a la muerte. Buen baluarte el de la penitencia, que sostiene los
primeros ímpetus de los enemigos, para que nos mantengamos varonilmente entre
las muchas tentaciones, y perseveremos siempre inalterables; puesto que el
único remedio, cuando la continencia es acometida y en algún modo vacila, es
poner delante la paciencia, y por más que se encienda el sentido del pecado,
negarle resueltamente el consentimiento Mediante
vuestra paciencia, dice el Salvador, salvaréis
vuestras almas. Así, pues, en la defensa de su ciudad el Salvador sirve de
muro y antemural, puesto que no sólo fue constituido por Dios Padre en fuente de
justicia para con nosotros, sino que también nos comunica su paciencia como lo
afirma el Profeta diciendo: Vos sois.
Señor, mi paciencia. Sirve de muro, vuelvo a decir, en la conducta de
nuestra vida; y de antemural, en la toleración de los trabajos, haciendo que nos
abstengamos de todos los deleites de la carne y del presente siglo, y que
suframos varonilmente todo lo adverso.
2. Conviene
además que preparemos las armas, pero armas espirituales potentísimas, no sólo
para resistir las acometidas del enemigo, sino también para atacarle briosamente
y vencerle. Revestíos de toda la
armadura de Dios, dice el Apóstol, para
poder contrarrestar las asechanzas del enemigo. ¿En qué pensamos, pues,
hermanos míos? Pesada es, a la verdad, para nosotros la tentación del enemigo,
pero mucho más pesada es para él nuestra oración. Nos molesta su iniquidad y
astucia; pero mucho mus le atormenta a él nuestra sencillez y misericordia. No
puede resistir a nuestra humildad; con nuestra caridad se abrasa, y le atormenta
sobremanera nuestra mansedumbre y obediencia. Por otra parte no podemos ser
apretados por hambre, de suerte que nos veamos compelidos a entregar el
castillo a los enemigos: porque, a Dios las gracias, no cae sobre nosotros
aquella terrible amenaza de hambre y sed, que nos hace oír el Profeta, o más
bien el Señor por medio del Profeta; porque allí no era cuestión de escasez de
pan y agua solamente, sino también de la palabra de Dios. Por esto nos avisa el
Evangelio que: No vive el hombre de sólo
pan, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios. Así que, no nos faltan
alimentos a nosotros; quienes frecuentemente oírnos sermones, y con más
frecuencia las lecciones sagradas; y alguna vez gustamos también las delicias
de la devoción espiritual, como cachorrillos que comen las migajas que caen de la
mesa de sus señores: hablo de aquellos convidados celestiales, que gozan ya de
la abundancia de la casa de Dios. Tenemos igualmente el pan de las lágrimas,
que aunque menos suave, sin embargo robustece grandemente el corazón. Tenemos
además el pan de la obediencia, de que habla el Señor a los Discípulos; Mi comida, dice, es el hacer la voluntad de mi Padre. Sobre todo tenemos el pan vivo
del Cielo, el cuerpo del Señor Salvador, con cuya fortaleza ciertamente es
abatida toda la fortaleza de la parte adversa.
3. De este modo, pues, está
guarnecida la fortaleza del castillo del Señor, de suerte que nada hay que
temer con tal de que queramos obrar fiel y valerosamente: esto es, con tal de que
no seamos traidores, ni cobardes, ni ociosos. Traidores son ciertamente todos
los que en este castillo del Señor intentan introducir a los enemigos, cuales
son los murmuradores, aborrecibles para Dios, y los que siembran discordias y
fomentan escándalos entre sus hermanos. Porque así como el Señor sólo mora
donde mora la paz, así es manifiesto que la discordia es el lugar más apropiado
para morar el diablo. No os admiréis, hermanos míos, si os parece que hablo con
alguna dureza: porque la verdad a nadie adula. Sepa que haría el oficio de traidor,
si alguno (lo que el Señor no permita) intentara introducir cualesquiera
vicios en esta casa, y convertir el templo de Dios en cueva de los demonios.
Gracias a Dios, serán muy pocos aquí los que así procedan. Sin embargo, no
faltará alguno quizá que de vez en cuando se ponga al habla con los enemigos, y
establezca pacto con la muerte, esto es, que trate (cuanto es de su parte) de
aflojar los resortes de la disciplina de la Orden, de entibiar el fervor, turbar
la paz y ofender la caridad. Guardémonos de ellos cuanto podamos: pues como se
escribe en el santo Evangelio, de esos tales Jesús no se fiaba. De verdad os digo,
que aunque se les tolere, sufrirán presto un grave juicio, si con suma presteza
no se enmendaron, puesto que el daño que intentan hacer es sumamente grave.
¡Cómo! hermano mío. ¿Guardas fidelidad, con tus obras, a la vanidad, a la
tibieza o a otros cualesquiera vicios, y mientes a Dios con la tonsura? Un
bellísimo Castillo habrás quitado a Cristo, si entregares a sus enemigos el de
Claraval. Bellísimos réditos, y preciosos en sus ojos los que recibe de aquí todos
los años; y el abundante botín que Él arrebata a sus enemigos, suele ponerlo
en este lugar de su alcázar, pues tiene mucha confianza en esta fortaleza. Mira
a tantos y tantos que redimió del poder del enemigo, y les congregó aquí desde
las regiones del oriente y del ocaso, del aquilón y del mar. ¿A qué suplicios
juzgas será entregado, a qué suplicios, vuelvo a decir, te parece será expuesto,
después que fuere juzgado (pues que ni esconderse ni huirse podrá) el traidor
de este Castillo? No será condenado ciertamente a la muerte común de los demás,
sino que es preciso que muera con exquisitos tormentos. Pero no me detengo por
ahora más en esto: confío que de aquí en adelante nos guardaremos mejor de
traición tan execrable, procurando con mayor solicitud no atraer, sino repeler los
vicios, de cualquier especie que sean, carnales o seculares, a fin de que no
merezcamos incurrir en la nota o la pena reservada a los traidores,
4. En segundo lugar, se debe también
precaver que alguno, acaso vencido por la pusilanimidad y cobardía, huya de la
guarnición, temblando y espantado en donde no hay que temer; y reputándose con
loca temeridad seguro, en donde es sumo el peligro. Porque a las enemigas
manos, a las enemigas espadas se expone cualquiera que huye: como si no
supiera que aquellos enemigos carecen totalmente de misericordia, siendo a la
verdad crueles con los ajenos, pero mucho más crueles con los suyos, como quienes
son cruelísimos consigo mismos.
5, Digamos ahora siquiera dos
palabras acerca del tercer peligro, porque mientras busco, deseoso en gran
manera de vuestra salud (como es justo), diversos remedios para las diversas
enfermedades espirituales, pasó ya la hora algún tanto. ¿Qué aprovechará que no
quieras entregar el Castillo, ni dejarle tampoco, si permaneces en él ocioso y
desidioso? Por tanto, con todo el ánimo, con toda la virtud de que seamos
capaces, carísimos, trabajemos en mantener y defender el Castillo de nuestro Señor
y Rey, que han puesto a nuestro cuidado; andemos solícitos contra las astucias
del enemigo, y aparejados contra todas sus maquinaciones, según está escrito: Resistid al diablo, y huirá de vosotros.
Mas porque sabemos quién dijo: A no ser
que el Señor guardare la Ciudad, en vano velará el que la guarda,
humillémonos bajo la mano poderosa del Altísimo, encomendándonos a nosotros
mismos y a esta casa, con toda la devoción posible, a su misericordia, para
que Él nos guarde de todas las asechanzas de los enemigos, para alabanza y
gloria de su nombre, el cual es bendito por los siglos de los siglos. Amén.