Festejamos
el Santísimo Sacramento del Altar: leemos un trozo de la promesa de la
Eucaristía; y en la Epístola, su Institución narrada por San Pablo en la
Primera a los Corintios: "Dominus
Jesús, in qua nocte tradebatur...": "El Señor Jesús, la noche en
que fue entregado...".
Los
tres Sinópticos narran también la Institución; y comienzan con esa palabra de
Cristo: "Desiderio desideravi hoc
Pascha manducare vobiscum, antequam patiar.": Con deseo he deseado
comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. En hebreo, la repetición de
una palabra hace el superlativo: "con deseo he deseado", como en
castellano cuando decimos: "con mucho, pero mucho deseo"; significa
"muchísimo deseo".
Con
muchísimo deseo Cristo deseó la Institución de la Eucaristía en su Última
Pascua y Cena. No deseó su Pasión: en el Huerto dijo: "Padre, si es posible, pase de mí este
cáliz", y aquí dice: "Antes
de que yo padezca". Eso no se puede desear, ese cáliz colmado de
dolores, humanamente; y Cristo era humano. Deseó la Eucaristía porque era el
Misterio del Amor, el signo y el sello de su amor a los hombres; no a los
hombres en general, sino a cada uno dellos, a mí: particularmente a los suyos:
"vobiscum" —con vosotros. Cristo tuvo aquí una enajenación mística y
la expresó con gran sobriedad.
Si
uno se asoma al Misterio del Amor de Dios humanado a través de esta frase, se
asoma a un abismo: solamente Cristo pudo decir y hacer eso. Nosotros amamos a
los hombres... Sí: Américo Ghioldi ama a toda la Humanidad en general, dijo en
un discurso: eso es fácil; decirlo sobre todo. Pero si yo voy por la calle,
digo cada cosa de cada uno de los pobres gatos que cruzo, que si me oyeran me
correrían; después me corrijo, por supuesto; pero después; yo digo después:
"Tienen un alma, Dios me manda amarlos"; o por lo menos digo:
"Tienen dos pies como yo y caminan." Amar a la Humanidad en general
es fácil; amar bien a los hombres particulares, a nuestros amargos hermanos los
hombres, es difícil —sobre todo cuando uno ve la espléndida manada de siete
autos juntos a toda velocidad por la Avenida Caseros. Hablo por mí.
Cristo
amó a todos los hombres en particular, los presentes y los futuros —a mí en
particular; y por eso instituyó un sacramento en el cual Él se hace
humildemente comida, un pedacito de comida, para todos los hombres y para mí en
particular.
Eso
es tener una capacidad de amar inmensa, solamente posible a un Dios —a un Dios
hecho hombre. Con gran deseo deseó poner ese sello a su amor, dar esa muestra
incomparable. Nosotros no tenemos ese gran deseo de recibirlo
("Nosotros": hablo por mí), pero algún deseo tenemos, puesto que nos
arrastramos a pie o en colectivo a la iglesia a recibirlo. Nosotros no podemos
tener ese gran deseo con nuestras propias fuerzas; solamente podemos tener el
deseo de tenerlo. Él lo puede dar; a veces lo da. Nosotros sin Él nada podemos.
—¿Ud.
ama mucho a Dios? —Así lo espero: mucho o poco, no sé. Mi amor a Dios, si vamos
a mirarlo de cerca, consiste en rezar una cantidad de oraciones vocales
sencillas, en tener un constante propósito de no hacer daño a nadie, y en
querer ser "honrado" lo más posible, sin serlo algunas veces. Ser honrado
significa ser veraz con los otros y consigo mismo, no significa tan solamente
no robar; y ser así veraz significa vivir en la realidad; en la realidad moral,
que es la realidad propia del hombre. Todos los males que hay en el mundo
universo vienen de que los hombres, de una u otra manera, nos salimos de la
realidad real; nos inventamos otra realidad; a veces incluso le trazamos
programas a Dios, de lo que debe hacer.
La
Prudencia, que es la primera y la madre de las virtudes morales, consiste
simplemente en discernir la realidad moral; pero ahora la palabra
"Prudencia" significa algo como cautela, precaución, astucia, y a
veces hasta pillería; ése es un mal sentido de la palabra; habría que llamar
ahora a esa Primera Virtud Cardinal "discernimiento" o
"discriminación". ¿De qué? De la realidad, o sea, del Ser. El que
posee la virtud de prudencia, posee todas las otras virtudes; y el que no la
tiene, no tiene ninguna otra virtud. Y las virtudes son para hacernos vivir en
la realidad más real, sacarnos de todo error, imaginación o ficción. Veracidad.
Nuestro
amor de Dios es prudente, a veces demasiado prudente —en el mal sentido; y a
veces IMprudente. Hablo por mí. Una vez cuando yo oía sermones en vez de
decirlos, oí un sermón en una Parroquia sobre el amor de Dios —creo que este
mismo día de Corpus. El Predicador dijo literalmente: "Cuando uno ha
cumplido todos los mandamientos, ¿ya ama a Dios? No todavía. Si además ha cumplido
todos los consejos evangélicos, ¿ya ama a Dios? No todavía..." Yo, que
estaba en primera fila, dije en voz alta: "¡Pero eso no es poco,
canastos!" No sé si me oyó, mis vecinos me miraron enojados. Vuelto a
casa, escribí una carta al Superior de esos Religiosos, diciéndole debía
retirar de la predicación a ese Religioso; el cual después habló de no sé qué
"arrobos cristianos" y "enajenaciones místicas", que yo
nunca he tenido; y él tampoco probablemente. Yo le escribí al Superior que
Jesucristo había dicho: "El que me ama, que cumpla los mandamientos; y
entonces el Padre y yo vendremos y estaremos con él"; y desde entonces el
negocio compete más bien al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que a nosotros.
El
Domingo siguiente fui a Misa esperando que el Superior hubiese retirado al
Predicador; y lo veo adelantarse muy orondo y empezar otro sermón irreal. Yo me
volví a una viejita a mi lado, y le pregunté: "¿Cómo se llama ese
Padre?" "Es el Padre Superior", me dijo. "Aquí la hicimos",
dije yo. No volví más a esa Parroquia, porque como me conocían, me iban a
echar. Yo había firmado la carta: "Leonardo Castellani, Visitador
clandestino de Parroquias."
Perdonen
este cuento poco piadoso, pero el Cura Brochero decía que nunca había que
predicar sin contar algún cuentito; pero éste no es cuentito sino sucedido de
pe a pa. Ha sido para decir que el amar a Dios no puede consistir en tener
"arrobos cristianos" ni "enajenaciones místicas". Si alguno
de Uds. los tiene, mejor para él; yo no los tengo. Yo he llorado a veces
leyendo una novela, pero comulgando jamás he llorado.
Para
acabar, amar a la Humanidad es fácil, amar a este prójimo o a esta prójima es
difícil —amarlo bien; y amar a Dios es fácil y difícil: es fácil entenderlo y
es difícil hacerlo. El amor de Cristo hacia nosotros es un abismo, es una cosa
inmensa: "Con gran deseo he deseado..." Pero el saber esto no ha de
hacernos "antropomorfar" a Dios; Cristo es humano pero no es
antropomorfo. "Antropomorfismo" significa hacer a Dios igual a
nosotros o quizás un poquito inferior a nosotros: es un error o abuso mental.
No hemos de pensar el amor de Dios como una camaradería entre iguales, o como
el amor de mi padre y madre, ni como el amor de dos novios, ni como el amor ya
firme y tranquilo de dos casados, ni siquiera como el amor de los Santos, que
tienen arrobos cristianos y enajenaciones místicas. Es mayor que eso, es
inmenso.
Pero
así como es inmenso, así es también de inmensa su pérdida, si lo perdemos por
nuestra culpa. El Evangelio del próximo Domingo trae la Parábola de los
Invitados', y ella dice que los invitados a la cena que rechazaron la cena
fueron pasados a cuchillo y la ciudad incendiada. Cristo no encontró nada mejor
que una masacre para significar el rechazo del amor de Dios, la perdición eterna;
y se quedó corto. "Quia Deus zelotes
es Tu" —dijo el Profeta judío: "Porque Tú eres un Dios celoso." "Porque el amor es fuerte como la muerte y los celos son duros como el
infierno" —dijo otro Profeta judío. Estos judíos...
No
hemos, pues, de decir como Don Babel Manitto, un criollo que conocí cuando
chico: "Dios es bueno; si no hace más el pobre, es que no puede."
Podría ser que escarbando en esa opinión teológica, uno encontrara que Don
Babel Manitto dijo más de lo que sabía; pero lo que él quiso decir es que Dios
era un viejito lleno de buenas intenciones, como Illia, pero que no hacía nada,
o hacía muy poco; pero el pobre seguía siendo bueno. Y así no es Dios. Es
celoso, es omnipotente, es justiciero.
Hoy
día es mejor ser deudor que acreedor: somos deudores de Dios, mejor así. Si a
mí todo el mundo me dijera que soy un santo, a lo mejor yo me creía que Dios me
debía algo. Por suerte en mi vida me han dicho muchísimas veces más que soy un
chiflado, que no un santo.
Perdonen
otra vez que en vez de hablar del amor de Cristo a nosotros haya hablado más
bien del amor a Cristo de mí. Si alguno tiene mucho más amor que eso, lo cual
es muy posible, bien, dichoso él. Yo lo que no quiero es darme pisto con lo que
no tengo; ni tampoco hacer sermones "irreales" —ni tampoco sermones
piola— NUEVA OLA.
Domingueras prédicas
II, Ediciones Jauja, 1998