CULTIVAR EL DIÁLOGO
(Cuento) *
Por FLAVIO MATEOS
Tengo un amigo cordobés que, según me contó -y lo hizo
debido a mi insistencia- una vez debió hacer de buen samaritano, en
circunstancias que vale la pena relatar. Parece ser que las mulas cordobesas,
según dicen, desde la época en que el santo Cura Brochero anduvo por la
cordillera y los valles a lomo de una de ellas, infatigable para convertir y
atraer a las ovejas perdidas al redil del único Buen Pastor, parece ser que
desde entonces las mulas, emulando (valga la expresión) a la fiel y famosa
“Malacara” que llevaba al cura gaucho, tienden a acercarse amistosamente a los
curas, cuando reconocen, muy de tanto en tanto, una sotana que camina por ahí,
o, más difícilmente, cuando un saquito clergyman se deja ver por las
sierras de Tata Dios.
Sin
embargo, dice mi amigo, a raíz de un dramático incidente entre una mula y un
sacerdote, en realidad un obispo, las cosas han cambiado rotundamente en los
últimos tiempos.
Un día una mula
se acercó a un cura que de lejos parecía amigable, y con todo respeto le dio
conversación.
-Güenas, Padre.
¿Qué lo trae por acá? -preguntó la mula animosa.
-Hola, ¿qué
hacés? ¿Cómo te va? ¿Todo bien por acá? –contestó el religioso, confianzudo.
-Sí, ¿y usté,
Padre? ¿Anda misionando por el monte?
-He salido al
encuentro del otro –contestó el cura, como si estuviera en conferencia de
prensa- para cultivar el diálogo. Es muy importante fomentar la cultura del
encuentro y del diálogo.
-Ah, qué bien
suena eso, qué bien. Y digamé, Padrecito, despué que se cultiva el diálogo,
¿qué verdura se cosecha?
-¡Ja, ja, ja!
Mirá –respondió campechano el cura- mediante el diálogo vamos a generar el
consenso, que es lo más importante, porque así se evitan los conflictos. Si no,
la democracia no funciona.
-Ah, ya entiendo.
O no: la verdá que no lo entiendo, Padrecito. ¿Será que soy muy burro? ¿Usté es
cura o no será de esos angricanos que le llaman, esos que protestan siempre,
los herejes?
-¡Pero por favor,
no seamos retrógrados! Esa palabra es un residuo medieval que ya no se usa, es
una palabra que está vinculada al terror de la Inquisición. Con esa actitud
cerrada no se puede dialogar con nadie...
-Si no me
equivoco, Padrecito, ¿no dice San Pablo que las herejías son una de las obras
de la carne, y que los que las hacen no llegan al Reino de Dios?
-Puede ser, puede
ser, no tengo acá el Nuevo Testamento para certificarlo. Pero tené en cuenta
que ese es un lenguaje antiguo, las cosas evolucionan. No es que yo discuta al
Apóstol de los gentiles, eh? no me malinterpretes, pero...Nos estamos desviando
del tema. Y además, dejáme aclararte que yo soy un obispo católico que está
dispuesto a dialogar con nuestros hermanos separados porque el diálogo nos hace
bien a todos. Como dijo el Señor Jesús: “Que todos sean uno”.
-Oh, ¿pero
entonce usté es el nuevo obispo, Monseñor Concilietto? Permitamé, escelencia...
Y la mula se
inclinó para besarle el anillo episcopal. Pero el prelado, haciendo ascos,
escondió con presteza la mano dentro de la manga del saco, como una tortuga que
amenazada se retrae dentro de su caparazón.
-¡Pero, no!
Dejémonos de servilismos y exterioridades que nos separan más...
-Perdone,
Monseñor, que no lo reconociera, es que como no le ví la cruz petoral...
-¿Y cómo que no?
La tengo, pero abajo del saco, para que no se sientan discriminados los que no
tienen la misma religión que nosotros...
-Perdone,
Padrecito, digo, Monseñor. Yo seré muy burro, pero si no me equivoco,
¿discriminar no quiere decir distinguir?
-Sí, puede ser.
Aunque no tengo un diccionario acá para cotejarlo, pero, ¿qué hay con eso?
-Y si usté tiene
una religión que es distinta de las otras, ¿no es lógico que si es distinta se
distinga también en sus sinos esteriores? ¿O será que ya no es tan distinta y
por eso...?
-Lo que pasa es
que no hay que hacer sentir inferior a los otros, ¿quiénes somos nosotros?
¿Somos los dueños de la verdad? Hay que amar a todo el mundo. Por eso hay que
hacer hincapié en lo que nos une antes que en lo que nos separa, ¿entendés,
che?
-Ah, claro, sí,
sí. Ahora entiendo. Y digamé, con todo respeto, escelencia, ¿qué es eso en lo
que no hay que hacer inca-pié porque nos separa, por si acaso, pregunto?
-Lo que nos
separa es lo accidental. Lo que nos une, es lo sustancial. Y eso es que todos
creemos en un mismo Dios.
-¿Ta seguro deso,
don, digo, Monseñor?
-Y claro, ¿cómo
no lo voy a estar? ¿No soy acaso tu obispo? ¿Y no te acordás de aquella reunión
de Asís, convocada por Juan Pablo Magno?
-Sí, don, digo,
Monseñor, pero lo asidental, lo que separa, eso, ¿qué vendría a ser?
-Mirá, en eso
precisamente no hay que hacer hincapié porque esa es una mirada negativa que
termina excluyendo al otro y nos vuelve intolerantes. Hay que ver lo bueno que
el otro tiene, y eso es difícil, porque supone salirse de sí mismos y ponerse
en el lugar del otro.
-¿Y usté puede
ponerse en mi lugar?
-Pero claro que
puedo, por eso he dado este pasito para salir a tu encuentro, pero sin
crispaciones, tendiendo la mano para que juntos, mediante el diálogo,
encontremos la verdad.
-Perdone,
escelencia, pero, ¿no dijo Nuestro Señor que Él era la Verdad, y también a los
Apóstoles: “Id pues y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar
todo cuanto os he mandado”?
-Sí, puede ser,
aunque no tengo acá el Nuevo Testamento para cotejar la cita exacta. Pero es
justamente mediante el diálogo que se llega al encuentro de Jesús, porque Jesús
está en mí, en vos y en todos nuestros hermanos separados; está en todo el
mundo...
-Perdone,
escelencia, pero si Jesús está también ahí en el crucifijo ese que usté tiene
¿entonce por qué no se lo muestra a todo el mundo, si ya está en ellos? ¿O
estamo hablando de dos Jesuses?
-Lo que pasa es
que esa es una imagen muy violenta, que nos retrotrae a momentos crueles
vividos por un pueblo que a raíz de esa imagen desgraciada ha sido
estigmatizado y perseguido a lo largo de los siglos, entonces, no es bueno
mentar la soga en casa del ahorcado, ¿me entendés lo que te digo?
-Pero entonces,
don, digo, Monseñor, ¿aquello que dijo San Pablo de que predicaba a Cristo
crucificado...?
-¡Pero por favor!
San Pablo estaba influido por el antisemitismo propio de un converso y de una
comunidad primitiva y asustada. Hoy las cosas han cambiado, pasó mucha agua
bajo el puente...
-Sí, pero
escelencia, ¿no dijo Nuestro Señor “El cielo y la tierra pasarán, pero las
palabras mías no pasarán”?
-Bueno, bueno,
creo que estamos entrando en discusiones bizantinas, cuando lo importante es no
generar conflictos y ser comprensivo con los otros. Hay que tener caridad con
todos...
-¿Y con el
prójimo?
-Eso, claro, hay
que tener amor al prójimo.
-¿Sus prójimos no
son los más cercanos, es decir sus ovejas y mulas, los fieles?
-Seguro, seguro.
-¿Y no es parte
de ese amor enseñar la doctrina tal como Nuestro Señor se la transmitió a los
Apóstoles y ellos nos la legaron, que por eso la Iglesia Católica se llama
también Apostólica?
-Claro que sí, y
para eso tenés el Catecismo. Pero ojo, tenés que leer uno nuevo, porque ahí
está la doctrina adaptada a nuestros tiempos. Cada tiempo tiene sus necesidades
propias que no se pueden soslayar...
-Sí, escelencia,
¿pero no dijo San Juan Evangelista que...se lo voy a leer porque yo sí
tengo encima un Nuevo Testamento: “Aquel que se aleja de la fe y no
permanece fiel a la doctrina íntegra, no tiene a Dios con él. Si alguien viene
a vosotros y descubren que no es perfectamente ortodoxo, no lo reciban en
vuestra casa y lo saluden”? Está en la segunda carta.
-Esa que tenés
vos es una edición vieja, son traducciones que ya no corren. Ahí no se
interpreta la misión ecuménica actual de la Iglesia, Madre y Maestra, definida
en el Concilio Vaticano Segundo. Y como tu obispo te advierto que no sigas esas
influencias integristas porque ese es un camino...
-...angosto, ya
lo dijo Nuestro Señor, que así debe ser el camino del cristiano para su
salvación, un camino de cruz, porque ancho es el camino del mundo que lleva a
la perdición.
-Bueno, yo ahora
tengo que seguir viaje...
-Una última
pregunta, Monseñor, y no lo molesto más...
-Ahora te dije
que no puedo.
-Monseñor...
-¡Dejá de
molestar!
-Sólo una
pregunta...
-¡Volvé por donde
viniste, burro sarnoso!
-Escelencia...
-¡¡¡Te dije que
no, obedecé a tu obispo!!!
-¿Qué piensa del
fariseísmo?
Y entonces el
obispo dialoguista tomó un palo que había en el suelo y desencajado golpeó una y otra vez
la cabeza de la mula ferozmente, hasta dejarla tirada, sangrante y tumefacta,
en el medio del camino. Allí dice mi amigo que encontró al pobre animal, y
llevó a que lo curasen, y una vez repuesta la mula le contó a él lo sucedido.
Pero yo la verdad
que mucho no le creo, porque nunca vi una mula que supiera hablar.
Aunque a lo mejor
no había burro ni mula, y la víctima resultó que fue mi amigo.
Y el burro
resultó ser...
*Escrito hace
varios años e inspirado en la figura del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, de
quien se incluyen palabras textuales en los diálogos.
Incluido en el libro "Cuentos Pequeños", Editorial Dunken, 2011.
Incluido en el libro "Cuentos Pequeños", Editorial Dunken, 2011.