¿Impotentes?
Ciertamente si Dios lo quiere así. ¿Hay abnegación más grande que ésta? Mucho
más cuesta la inacción que las obras porque en éstas desahogamos los deseos del
corazón.
El sumo ejemplo
es el de Jesús —Verbo por quien fueron hechas todas las cosas (Juan 1, 13)—
reducido a la inmovilidad de pies y manos en la Cruz. Pasión es pasividad.
Y en seguida
viene el ejemplo de María, la Virgen Sapientísima, que vivió en el silencio.
Prefiere sufrir la sospecha y la infamia antes de descubrir el misterio de la Encarnación
realizado en Ella (Mat. 1, 19). ¿Qué no habría podido escribir Ella? ¿Qué verdades
y luces de oración no habría podido gritar a la humanidad?
Lo hizo una
sola vez en el Magníficat, y fue precisamente para enseñar esa pequeñez que fue
su virtud más propia, repitiendo en cada verso como si no tuviera otra cosa que
decir, esa misma gran paradoja de que Dios da grandeza a los que no la tienen y
la quita a los que creen tenerla.
Fuera de esto,
María se abstuvo de defender a su Hijo. No se sintió abogada del Verbo Eterno,
ni creyó que podía hacer favores a Dios, como dice Job a sus amigos; sólo
sabemos que hizo favores al prójimo, cuando Dios se los puso por delante: en la
Visitación y en Caná.
Refiere la
vidente Catalina Emmerich que María presenció aquellos azotes de Jesús (los
cuales, según dice la vidente, eran tan innumerables, que el Padre tuvo entonces
que conservarle milagrosamente la vida). Uno de los sayones que destrozaban las
carnes divinas de Cristo, apercibió allí cerca a la Madre del "Reo"
y, al mismo tiempo que la señalaba a la atención de sus colegas como un objeto pintoresco
que aumentaba el interés de la escena, juzgó prudente darle una lección moral y
le dijo: "Si hubieras educado mejor a tu hijo, no lo verías ahora en este trance..."
Y María no dijo
nada. ¿Creemos acaso que no sintió el ansia de explicarlo todo, de protestar,
de aclarar el monstruoso error? "Silui a bonis" dice el Salmista (S.
38, 3): Callé aun lo bueno que habría podido decir. Esto sí que es fe y
obediencia y reconocimiento de que Dios es poderoso para disponerlo y
solucionarlo todo —como entonces lo hizo para sacrificar al Redentor— aunque no
podamos intervenir nosotros.
También calló
María al pie de la Cruz, donde parecía evidente que el Ángel la había engañado
al prometerle que ese Hijo, allí moribundo, iba a sentarse sobre el trono de
David su padre y a reinar eternamente sobre la casa de Jacob (Lúe. 1, 32-33). Y
que también la había engañado Simeón, al decirle que Él sería luz para las
naciones y gloria para ese pueblo (Lúe. 2, 31-32) que así rechazaba su realeza
y no dejaba de ella sino el cartel irónico: "Este es el Rey de los Judíos"
(Marc. 15, 26).
Pero María
calló y no hizo nada. Como Abrahán, el padre de la fe (Rom. 4,11).
El Misterio del Mal, del Dolor y de la Muerte.