Cultura
del encuentro, branding corporativo, amabilidades para los “hermanos mayores”,
anunciadas “primaveras” en la Iglesia, desvaríos doctrinales, gestos simpáticos
y amables sonrisas, dialoguismo, y…purgas implacables, castigos impiadosos y
torpes censuras en nombre de la unidad, la “caridad” y la obediencia a la
autoridad. Mientras se destruye la estructura de la Iglesia oficial y de la
Fraternidad oficial, se persigue a quienes se oponen al vandalismo liberal
ecumaníaco. Situaciones que en simultáneo van ocurriendo tanto en la iglesia
del Vaticano II como en la Fraternidad que rescata el 95 % del Vaticano II.
Roma
se encarga de limitar, desplazar, callar o maniatar y prohibir los peligros de
adentro, que pueden parecerles tradicionales o demasiado “conservadores”: Frailes
Franciscanos de la Inmaculada, celebración
de la Misa tradicional que se hacía cada primer sábado de mes en la Basílica de
Santa María la Mayor, el crítico Profesor Roberto de Mattei, etcétera.
La
Nueva FSSPX hace lo mismo en vistas a la “normalización canónica” que la
“congracie” con Roma, eliminando a los indeseables de adentro: disminuyendo o
suavizando las críticas al concilio y el modernismo, o censurando y
persiguiendo a Mons. Williamson, Padres Faure, Chazal, Girouard, Cardozo, Trincado, Pinaud, Rioult, Salenave y un largo etcétera.
A
diferente escala, pero por las mismas razones –desprenderse de los molestos “fanáticos”
que complican sus planes-, la iglesia conciliar y la Fraternidad conciliar
llevan a cabo la misma política, lo cual las llevará en un futuro próximo a un
entendimiento dentro de la “cultura del encuentro”, allí donde, tras previa adaptación,
todos tendrán su lugar, excepto los recalcitrantes anclados en el pasado. Los
que fastidian. ¿Quiénes son éstos? Los intransigentes en la verdad o los que la
buscan sinceramente. “Lo que fastidia –dice alguien que no pertenece
precisamente a la tropa más crítica del modernismo romano- lo que no se tolera,
es la vox clamantis in deserto que
movida por la fe advierte, amonesta, denuncia, exhorta, señalando con
ponderación y respeto lo que ya no es posible disimular ni soslayar. No se
tolera a quien se alza en defensa de la Fe recibida y que ha de ser custodiada
sin mancilla hasta el fin de los tiempos. Se aplaude, en cambio, y se alienta,
no sólo la insoportable imbecilidad de quienes proclaman imaginarias primaveras
de la Iglesia (como Francisco y Mons. Fellay, nota del blog) sino, y esto es
más grave, la cháchara anacrónica de los modernistas, las gastadas fórmulas de
los “teólogos de la liberación” salidos como espectros de los sepulcros
postconciliares, la retórica marxistoide de las comunidades eclesiales de base
bendecidas desde Roma…Todo se tolera mientras se acompañe de alguna adecuada
dosis de obsecuencia, que no de obsequio, al Papa (o a Mons. Fellay, nota del
blog)” (Mario Caponnetto, El grave caso del Prof. Roberto de Mattei).
A
tal punto los caminos van a la par que tanto Francisco como Mons. Fellay han
decidido adoptar estilos de comunicación con ciertos puntos en común, “descontracturados”,
como se acostumbra hoy, es decir, carentes de toda gravedad, surtidos de una buena
tanda de chistes o risas, para dar la impresión de una imagen “optimista” de lo
que nos deparará el futuro.
Mons.
Fellay, por ejemplo -ya se ha destacado en este blog-, suele dotar sus
entrevistas y conferencias de una abundante dosis de sonrisas y risas, con o
sin ocasión para las mismas (San Pablo predicaba oportuna o inoportunamente,
Mons. Fellay ríe oportuna o inoportunamente). Se trate de un "tick"
nervioso o de algo voluntario, de todas maneras tal práctica tiene el efecto de
desarmar a los que en la audiencia estén acumulando ira y piensen en encararlo.
Las risitas –como los chistes de Francisco- producen distensión y si se pudiera
poner por escrito el efecto concreto, habría que decir que hacen
"sentir" que Mons. Fellay está muy por encima de la situación que
relata, que humilde, serena y noblemente juzga ahora de las peripecias que le
hicieron pasar, que procede sin pasión y con altura de miras. Imaginen a
alguien que pide la palabra y lo reprende fuertemente: eso desentona en la atmósfera
de santa paz que impone Mons. Fellay por medio de esas risitas. Todo esto parece
falso, artificial, tramposo. Si Mons. Fellay hace esto deliberadamente, es un
genio del manejo psicológico de los auditorios. Si no, hay acá metido otro que
sabemos de inteligencia muy superior a la de los humanos.
Esta
misma actitud la vemos en los subordinados del Superior General, que como parte
del famoso “branding” y lavado de imagen de la congregación, encargada a una
empresa experta en marcas comerciales, ahora se prestan a bufonadas para
transmitir “optimismo” y “tranquilidad” a los desconcertados fieles. Caso
último el del Superior de la FSSPX en Estados Unidos, Padre Rostand.
Como
decía Gómez Dávila: “El cristiano moderno se siente obligado profesionalmente a
mostrarse jovial y jocoso, a exhibir los dientes en benévola sonrisa, a
profesar cordialidad babosa, para probarle al incrédulo que el cristianismo no
es religión ‘sombría’, doctrina ‘pesimista’, moral ‘ascética’. El cristianismo
progresista nos sacude la mano con ancha risa electoral”.