C. N.
1) ¿Deben los estados
ordenarse esencialmente a la Iglesia y por tanto a Cristo Rey?
Respuesta. Sí. Como afirman numerosos documentos del magisterio* y
Santo Tomás de Aquino, los estados deben ordenarse esencialmente (no
accidentalmente) a la Iglesia y por tanto a Cristo Rey así como el cuerpo se
ordena al alma en el compuesto humano; como la naturaleza se ordena a la Gracia
en el justo; y como la razón se ordena a la Fe en la Sacra Teología. En verdad,
el estado católico es, como persona moral y analógicamente, tan miembro de la
Iglesia como lo es cada fiel, o, en otras palabras: no se trata tan solo de que
el estado defienda a la Iglesia y a la Religión, sino de hacerlo por ser
miembro de ella.
2) Pero los estados, desde la
afrenta de Felipe el Bello al Papa Bonifacio VIII (siglo XIII) han venido,
progresivamente, dejando de formar parte de la Iglesia, hasta el día de hoy, en
el que ninguno de ellos forma parte de Ella.
Respuesta. Así como, por analogía con cualquier fiel, el estado puede ser miembro
de la Iglesia, así también, como todo y cualquier fiel, puede apostatar –y fue
exactamente lo que ocurrió desde entonces. Es la apostasía general de las
naciones anunciada en el Evangelio.
3) Si, no obstante, ya no
parece factible, en el mundo de hoy, la restauración del Reino de Cristo,
¿debemos insistir en la tesis del orden esencial?
Respuesta. Sin duda alguna, así como delante de un mundo
pecador debemos insistir en que lo es y no hacernos pecadores nosotros mismos.
Lo que Dios nos pide no es que “venzamos el buen combate”, sino que “combatamos el
buen combate” –como dice el Apóstol–, incluso porque la victoria, desde la
perspectiva de Cristo Rey mismo y de la Jerusalén Celeste (nuestra verdadera
patria), está conquistada de antemano, desde toda la eternidad y desde la Cruz
en el Calvario.
4) Si es así, ¿no podemos
entonces apoyar ninguna alternativa política actual?
Respuesta. Sin lugar a dudas, ninguna, porque todas de algún
modo dejan de ordenarse esencialmente a la Iglesia y a Cristo Rey.
5) ¿Pero no se puede apoyar
algún mal menor?
Respuesta. Apoyar un mal, menor o mayor, siempre será pecar
contra el recto orden debido a Dios. Esto, sin embargo, no quiere decir que no
podamos, por ejemplo, votar a algún candidato menos indigno, lo que no sería
apoyarlo, sino tolerarlo o valerse de él por un bien cualquiera. Insístase:
esto es completamente diferente de apoyarlo.
6) En otras palabras, ¿no
debemos apoyar la democracia liberal contra el comunismo?
Respuesta. Debemos entender el asunto de manera responsable,
o sea, religiosa y científicamente al mismo tiempo –y lo que diremos a
continuación se sigue directamente de los referidos documentos del magisterio
de la Iglesia, a los que ningún católico puede substraerse bajo pena de pecado
contra la Fe. Procedamos pues por partes.
a) Todos los regímenes
políticos actuales –la democracia liberal, el comunismo de una Corea del
Norte, el populismo comunistizante del chavismo, el populismo
izquierdista del PT, el régimen de la Rusia actual (todavía de difícil
definición), los movimientos fascistas o nazis– son malos por razones diversas,
ante todo porque no se ordenan a Cristo Rey, pero también porque hieren de
algún modo la Ley Natural.
b) La democracia liberal de
hoy implica una grave afronta a la Ley Natural, porque de modo general sigue la
llamada “pauta globalista” (aborto, pansexualismo libre, etc.), en orden a un
gobierno mundial que no será sino el escenario para el advenimiento del
Anticristo. Es por este orden que se debilitan o deshacen las naciones europeas
mediante una disolvedora crisis económica; que Estados Unidos aplasta los
restos de la Cristiandad y de autoridad en Medio Oriente; que se intenta
desestabilizar hasta a los mismos regímenes izquierdistas de América Latina.
Cuanto menos se mantengan los estados actuales –esos mismos estados que son ya
resultado de la disgregación liberal y revolucionaria de la Cristiandad–, más
se impondrá la “necesidad” de un efectivo poder mundial.
c) Más que eso, sin embargo:
la misma economía llamada liberal (tanto por parte de sus propugnadores “puros”
como de sus aplicadores “impuros”) fue una de las causas, precisamente, del fin
de la Cristiandad, la familia, los llamados “cuerpos intermedios de la sociedad
–para constatarlo basta una lectura superficial de la historia de la revolución
industrial, la revolución francesa, etc. Además, el propio régimen democrático
instaurado con la revolución francesa se funda en una mentira perversa: tras
alardear que “la voz del pueblo es la voz de Dios” (cuando se debería decir que
cabe al pueblo y a cualquiera de nosotros escuchar la verdadera voz de Dios),
termina por instituir, en verdad, mediante la propaganda y el mecanismo
engañoso del sufragio universal, una tiranía de poderes político-económicos más
o menos ocultos.
c) Por otro lado, los restos
del régimen comunista puro (Corea del Norte, Cuba) prosiguen en su tiranía y en
su monstruosidad antinatural –sobre todo porque ponen el Estado por encima no
solamente de la Iglesia, sino de la propia familia y de los cuerpos intermedios
de la sociedad, carácter este que comparten con el fascismo y el nazismo. De
algún modo, sin embargo, ¿no hacen lo mismo las democracias liberales, al
obligar, por ejemplo, a las familias a aceptar que las escuelas enseñen a sus
hijos según cartillas antinaturales? Y que no se diga que esto es propio de un
gobierno izquierdista como el del PT, que quiere implantarlo, porque ya está
implantado en la amplia mayoría de los regímenes llamados de democracia liberal,
como el de Canadá, el de muchos estados de EEUU, el de gran parte de los países
europeos, etc.
d) Los regímenes izquierdistas
de América Latina oscilan más o menos entre esos extremos.
e) En cambio, los regímenes
actualmente vigentes en los países que componían la antigua Cortina de Hierro,
que, como se dijo ya, son de difícil definición, buscan mantenerse
independientes de la “pauta globalista” y conservan algunos elementos de la Ley
Natural (y, en algunos casos, como Hungría, incluso de la Ley Divina Positiva)
como ya no se hace en ninguna otra parte del mundo. Hasta cuándo conseguirán
mantenerse así, eso es algo difícil de prever; pero lo que hay que tener muy en
cuenta es que tales regímenes tampoco se ordenan perfectamente a la Ley Natural
ni, sobre todo, a Cristo Rey, aunque Hungría haya de algún modo intentado
hacerlo, como veremos más adelante.
Se ve así que el católico no
puede dar apoyo a ninguno de tales regímenes, si bien, naturalmente, no podemos
dejar de alegrarnos con el hecho de que la Rusia de Putin, aunque por
razones meramente geopolíticas, defienda a los cristianos de Siria de la
saña norteamericana. Cuando nos alegramos de ello, sin embargo, solamente
soportamos un mal menor, porque accidentalmente propicia un bien
(la supervivencia, aunque sea parcial y provisoria, del resto de la Cristiandad
oriental).
7) ¿No es sin embargo verdad
que la ilegitimidad de un régimen se da, ante todo y de modo automático, cuando
impide la propagación de la Fe? ¿Y no lo hace el comunismo más que todos?
Respuesta. También esta pregunta se debe responder por
partes.
a) Sin lugar a dudas, el
impedir la propagación de la Fe o, lo que es lo mismo, el perseguir a la
Iglesia es causa de ilegitimidad automática de un régimen político.
b) No obstante, no se olvide
que todos los regímenes políticos actuales son de algún modo apóstatas, y que
el impedimento de la propagación de la Fe puede darse de dos formas: o por
represión directa, o por medios más sutiles de operar –lo que en algún grado
ocurre actualmente en todo el mundo con el ataque masivo de los medios de
comunicación, las artes, los programas escolares, las leyes, etc., contra el
depósito de la Fe y la Ley Natural. Tal ataque masivo crea una especie de
coraza en la mente de los ciudadanos que la torna impenetrable a la Fe y sus
verdades, lo que –repitámoslo– es otro modo de impedir la propagación de la Fe.
c) Además, se encuentra a la
vista de todos que la democracia socialdemócrata francesa actual o que el
democratismo liberal de Obama (en el Medio Oriente) persiguen o aplastan
directamente a los católicos, con el fin, justamente, de destruir la Fe. Y, así
y en relación a esto, no se diferencian ni siquiera accidentalmente de los
países comunistas.
d) Por último, la ilegitimidad
de un régimen o gobierno nunca puede ser absoluta. Y, para entender en qué
sentido lo decimos, recuérdese que por orden del papa los católicos que vivían
bajo Juliano el Apóstata lo obedecían en lo que no hiriese gravemente la Ley
Natural ni la Ley Divina Positiva –porque en efecto todos los gobernantes, como
decía el Apóstol, si tienen la espada, la tienen dada por Dios mismo para
castigar a los malos. Con palabras más simples y ejemplares: no es porque
vivamos bajo una tiranía de cualquier clase que debemos substraernos a
obedecerla en lo que sea justo o incluso en lo injusto que no hiera los
principales puntos de la Ley natural –e iría contra este principio aquel que
dejara de pagar impuestos agravantes si los pudiera pagar. Esta es doctrina
cierta –magisterial y tomista o agustiniana–, que no podemos esquivar.
8) Desde el inicio, sin
embargo, se habla aquí del magisterio de la Iglesia. Pero el Vaticano II y la
Jerarquía que de él se sigue no solamente anularon la condenación a la
masonería (uno de los principales fautores del mundo moderno y anticristiano),
sino que también indujeron a los mismos estados católicos a que dejaran
formalmente de serlo. ¿No se podría considerar, pues, que el magisterio de la
Iglesia cambió?
Respuesta. Ante todo, el magisterio de la Iglesia, en cuanto
infalible o cierto, o es inmutable o no lo es. Además, el llamado magisterio
conciliar no solamente siempre se negó, por su liberalismo, a imponer una
doctrina ceñida de las llamadas “cuatro condiciones vaticanas” (la que dan a un
documento magisterial precisamente el carácter de infalible), sino que, mucho
más que eso, desde siempre se opone al magisterio infalible o cierto de dos mil
años. Luego, no solo no le debemos al magisterio conciliar, en cuanto tal,
obediencia alguna en ningún punto, sino que debemos mantener frente a él una
continua e intransigente oposición católica. Y, para que se tenga como ejemplo
otra ignominia del magisterio conciliar, recuérdese lo sucedido recientemente
en Hungría: su Gobierno se decidió a entregarle toda la educación nacional a la
Iglesia Católica, la cual, sin embargo, a través de la Conferencia Episcopal
local, rechazó la oferta. Ahora bien, una iglesia que comete un crimen tan
innoble –esencialmente idéntico al cometido por Pablo VI al inducir a los
estados católicos a que dejaran de serlo– no puede tener todas las notas de la
catolicidad (que solamente se dan, de algún modo, dondequiera que se mantenga
íntegra la Fe) y no se puede decir católica sino a título precario –lo que no
obstante es tema para otro lugar.
Y por eso que sucedió tan tristemente en Hungría es que no podemos
depositar nuestras esperanzas ni siquiera en la nación del rey San Esteban. En
efecto, no es ordenarse a Cristo Rey ordenarse a una iglesia que no quiere ser
Suya.
9) No puede el católico, por
tanto, en definitiva, depositar esperanzas en ningún régimen y en ninguna
nación de la Tierra actual. ¿Qué le queda, entonces?
Respuesta. Le “queda” la oración enseñada por los Apóstoles:
“מרנא תא, Maranata”, “Ven, Señor Jesús”, pero ven pronto, para hacer
pasar la figura de este mundo e introducir a Tu verdadera Iglesia y sus fieles
en la definitiva Jerusalén, la Celeste. Sí, porque ni siquiera con respecto a
los estados cristianos y a la Cristiandad medieval se nos infundió y se nos
infunde la virtud teologal de la Esperanza: se nos la dio y se nos la da sobre
todo para que suspiremos por la vida definitiva, la vida en que los salvos por
la misericordia divina podrán descansar, ya sin ninguna tribulación, en la
visión de Aquel que Es.
• Documento de excomunión y deposición de Enrique
IV (San Gregorio VII);
• Epístola Sicut universitatis (Inocencio
III);
• Bula Unam
Sanctam (Bonifacio VIII);
• Constitución Licet iuxta doctrinam (Errores
de Marsilio de Padua y de Juan de Jandun sobre la constitución de la Iglesia;
Juan XX);
• Encíclica Quanta
cura (Pio IX);
• El Syllabus (Errores sobre la
Iglesia y sus derechos; Errores sobre la sociedad civil considerada ya sea en
sí misma, ya sea en sus relaciones con la Iglesia; Errores sobre el principado
civil del Romano Pontífice; Pio IX);
• Encíclica Etsi
multa luctuosa (Pio IX);
• Encíclica Quod
Apostolici muneris (Pio IX);
• Encíclica Diuturnum
illud (León XIII);
• Immortale
Dei (León XIII);
• Encíclica Libertas,
praestantissimus (León XIII);
• Encíclica Sapientiae
christianae (León XIII);
• Encíclica Annum
Sacrum (León XIII);
• Encíclica Rerum
novarum (León XIII);
• Encíclica Graves
de Communi Re (León XIII);
• Encíclica Vehementer
Nos (S. Pio X);
• Encíclica Ubi
arcano (Pio XI);
• Encíclica Quas
primas (Pio XI);
• Encíclica Divini
illius magistri (Pio XI);
• Encíclica Quadragesimo
anno (Pio XI);
• Encíclica Firmissimam
constantiam (Pio XI);
• y Encíclica Summi Pontificatus (Pio
XII).