¿Para
qué seguimos? ¿Para qué obstinarse frente a lo imposible? ¿No dice la Escritura
que hay tiempo de hablar y de callar? ¿Y no es tiempo de callar cuando una
histeria colectiva hace inútil toda argumentación o consejo, cuando las fuerzas
ciegas de la materia tienen su hora y están decididas a aprovecharla? ¿Qué
podemos nosotros contra la bomba atómica?
Seguimos
hablando para que siga respirando la patria. Mientras habla una nación, no está
muerta, aunque esté con el alma en un hilo. Lo que decimos no vendrá a ninguna
consecuencia ni producirá nada: sea. Pero sola en medio de la oscuridad,
nuestra nación necesita hablar alto para no tener miedo. Para que el día de
mañana cuando el historiador diga: "La prepotencia del dinero y la furia
de la ambición con el carnerismo de la ignorancia y el miedo hicieron meter la
cola entre las piernas o agitarla en innobles zalemas-al‑amo a todos los
argentinos...", para que entonces se pueda decir: NO A TODOS, para eso
hablamos. Hubo un año en el cual se profirieron las más capitales mentiras de
obra y de palabra, el Año de la Victoria, de las Listas Negras y de la Paz
Permanente para todo el género humano: y todos los argentinos enmudecieron. NO
TODOS. Es menester que la Argentina de los próceres, de Garay y Roque González,
no muera del todo ni un solo instante. Por eso hablamos. Por eso seguimos.
Chesterton
dijo que es necesario existan sacerdotes para recordarnos que hemos de morir;
pero que deben existir otros sacerdotes para recordarnos que todavía no estamos
muertos. Ese sacerdocio chestertoniano representamos mal que bien nosotros.
Mientras nosotros hablemos todavía, no estamos muertos los países del Plata.
Ahora; si por la desunión absurda entre los argentinos, la desidia de los
magnates y capitostes y la extraordinaria capacidad de nuestra clase dirigente
para no poder nada y no dirigir nada, a nosotros nos eliminan del mapa (y dos
veces ya le han pasado raspando), ya pueden ustedes pegar el grito de los malos
actores en los dramas calderonianos: ¡Muerto soy!, y acudir para el funeral a
los otros sacerdotes del Morir habemus. 0 por mejor decir, ni siquiera los van
a dejar gritar ni acudir a nadie. Con nuestro silencio, la vieja Argentina de
General San Martín suena en silencio, SI ESO FUERA POSIBLE.
Quizá
porque hemos vivido una vida próspera y un poco muelle, los argentinos somos
ineptos para unirnos en sociedad, a no ser para hacer daño (o sea, asociación
ilícita, como diría el juez Albardacín); y además estamos muy acostumbrados a
ser, en lo material, lo intelectual y lo moral, muy bien servidos
gratuitamente. Un hermano mío quiso fundar en el Norte del país una sociedad
ganadera de lo más sencillo que se puede imaginar; y le costó una jaqueca la
empresa y además la ingratitud de todo el pueblo donde la hizo. El argentino
como el español no ayuda a nadie ni agradece nada, porque se cree El, SOLO,
sobre todo en cuestiones de cultura, religión o patria. Marañón ha escrito en
su espléndido trabajo sobre Feijóo: "Ha sido nuestra patria eterno teatro
de las individualidades geniales que soportan sobre sus espaldas la faena
gigantesca de toda una generación. Entonces; como antes y como ahora, en los
momentos graves, unos hombres erectos sobre la muchedumbre se encargan, no de
dirigirla, sino de aliviarla por completo del esfuerzo y de la responsabilidad.
Por eso entre nosotros el héroe lo ha sido siempre a costa de ser mártir. Y así
fue Feijóo. Como un grande, dulce y socarrón San Cristóbal supo pasar en alto,
sobre el vacío de unos decenios de ignorancia, el tesoro de nuestro genio y de
nuestra cultura, mientras los cuzquitos sempiternos le ladraban desde una y
otra orilla." Hasta aquí Marañón. Pero ahora los tiempos de Feijóo ya se
acabaron: vienen tiempos de masas, de inmensos movimientos colectivos, de
colaboración no solamente entre hombres y entre clases, sino entre naciones v
entre continentes. Si no somos capaces de unirnos los argentinos, somos menos
que nada, y más valía que siguiéramos siendo una colonia de España.
Si
no somos capaces de engendrar un San Ignacio, no hay San Cristóbal que valga.
Si no valemos a superar nuestros míseros prejuicios, odios, injurias, ofensas,
rencores, envidias, represalias, puntilloserías, venganzas y egoísmos, estamos
listos como nación independiente. Y concretamente aplicando a nuestro diario:
no nos van a aplastar. Pero si por fatalidad llegaran a aplastarnos, para lo
cual no se van a parar en villanía más o menos, no piensen que la Argentina va
a seguir lo mismo. Con nosotros caería algo esencial a la patria.
Los
bonzos que nos han tratado de locos; los mercaderes que han ignorado
cómodamente nuestra existencia ocupados en calcular sus rentas; los talegudos
que nos miran como a locos mientras defendemos el orden que ellos parasitan;
los acomodados para quienes somos leve distracción matinal indiferente; junto
al gran rebaño de los carneros: cuando desaparezca esta trinchera que son
nuestras almas, se encontrarán ellos frente al enemigo que menosprecian
ciegamente; y ellos, ellos tienen algo que perder. Lo que nosotros tenemos que
perder, ya lo hemos dado hace tiempo por perdido. No nos pueden quitar más que
la vida. Y hay maneras de perder la vida que no son sino ganarla, como es
perderla por Dios o perderla por el bien común, que es una cosa que se supo
hacer antaño en la Argentina. Pero los otros, los bonzos, los mercaderes, los
talegudos, los acomodados, los carneros, llámense o no se llamen católicos,
ésos tienen un miedo atroz de perder la vida, y un miedo peor aún de perder el
dinero.
Se
está formando una nueva religión ante nuestros ojos; y una nueva religión
necesita sacrificios de sangre, sea de mártires, sea de animales. Antes se
creía que el hombre era chico, y Uno solo era grande, Dios; ahora existen ya
Tres Grandes (a no ser que sean Cinco), que son un solo Dios verdadero. Antes
se creía que la Esperanza del Mundo era Cristo; ahora el torpe semanario
socialista proclama que la esperanza del mundo es el Mayor Atlee. Antes se
creía que la Iglesia era el Arca única de salvación, ahora la Iglesia no es más
que una de las tres o cuatro Ramas del Cristianismo Democrático; y otra rama
muy digna de consideración es el Comunismo. Antes yo era cristiano, actualmente
me da vergíenza llamarme cristiano, porque en seguida me preguntan:
"¿democrático o nazi?". Ahora yo digo simplemente que soy de Cristo.
El cual vive, y ha venido y debe volver.
Argentinos,
el día que nos veáis desaparecer aplastados por la crueldad y la mentira, poned
las barbas en remojo. Hasta ese día habéis tenido patria.
De
todos los hombres que viven actualmente en la Argentina, ninguno será feliz;
pero a todos se les ofrece la opción de vivir una vida más o menos limpia y
morir en su ley; o de vivir y morir como el animal inmundo en la pocilga y para
el matadero.
Argentinos:
ninguno de los hombres que viven actualmente podrá escapar a esa opción.
El Vigía
Hay
que decir la Verdad, pero gracias a Dios no estamos obligados a convencer de
ella a los necios.
Castellani por
Castellani, Ediciones JAUJA, 1999.