No teme a los hombres
El
catorce de marzo, cumpleaños del rey Humberto, todas las autoridades civiles y
militares de Mantua, acostumbraban ir a la catedral, para una ceremonia de
acción de gracias y luego concurrían a la sinagoga para otro acto semejante. El
hecho llamaba la atención y era ocasión de escándalo. Los Obispos anteriores a
Mons. Sarto habían protestado pero inútilmente.
En
1889 Mons. Sarto decidió tomar una resolución enérgica; hizo saber a los
magistrados que si después de la ceremonia en la catedral, tenían determinado, como
de costumbre, ir al templo de los israelitas, él se vería obligado a no recibirlos
en la catedral.
El
Prefecto de la ciudad escribió a Roma y la ceremonia de la sinagoga fue
suspendida, dijeron por orden del gobierno.
La venganza de un santo
Un
malvado comerciante de Mantua hizo imprimir y repartir profusamente un libelo
infamatorio contra Mons. Sarto.
Este
no tardó mucho en llegar a conocer quién era el autor. A quien le instaba para
que lo denunciara, a las autoridades competentes, para tutelar su buen nombre,
respondía con su acostumbrada mansedumbre:
—Ese
pobre desdichado tiene más necesidad de oraciones que de castigos.
Poco
tiempo después, un revés de fortuna precipita en la ruina al miserable. Los
acreedores se ensañan con él, acusándolo de quiebra fraudulenta El infeliz al
verse perdido, recurre a los parientes y a los amigos, en busca de algún
socorro. Todo inútil.
El
Obispo difamado y ofendido llega a saber el triste suceso, y haciendo llamar a
una piadosa y caritativa señora, le dice:
—Id
a visitar a la esposa de ese pobre desgraciado y entregadle este dinero; pero,
os lo ruego, no le digáis que soy yo que se lo manda. Si acaso la señora
insiste en querer saber quién os envía, decidle que es la más caritativa de las
señoras, la Virgen del Perpetuo Socorro.
Así
se vengaría, el Obispo Sarto.
Intuición práctica
En
una audiencia a los Cardenales, el Papa había preguntado:
—
¿Cuál es Actualmente la cosa más importante para la salvación de la sociedad?
—Abrir
muchas escuelas — dijo uno.
—Multiplicar las iglesias — agregó otro.
--Fomentar
las vocaciones eclesiásticas ;— respondió un tercero.
—No,
— continuó Pío X, — lo que en la actualidad es más necesario, es contar con un
grupo de laicos, virtuosos, iluminados, resueltos y apóstoles de verdad.
Como el sol
Cierta
vez se le hizo observar al Papa que recibía a demasiada gente y sin tener en
cuenta muchos requisitos, y que cierto individuo a quien recientemente había
dado audiencia, era indigno de su bendición. Pío X respondió:
-¿Acaso
el sol se contamina cuando posa sus rayos sobre las inmundicias!? Son
precisamente los indignos quienes tienen mayor necesidad de mis bendiciones.
Testamento de un santo
Jesucristo
nos dio ejemplo de pobreza absoluta y su siervo fidelísimo Pío X se esforzó
durante toda su vida por imitar en todo lo posible al Divino Modelo.
Las
breves páginas de su testamento comenzaban: “Después de invocar el auxilio
divino y la intercesión de la Virgen Inmaculada y de S. José, confiando en la
divina Misericordia para el perdón de mis culpas, extiendo el acta de mi última
voluntad”.
Y
resumamos toda el alma del gran Pontífice con las últimas frases:
"Nacido
en la pobreza, habiendo vivido pobre y seguro de morir pobre, siento
profundamente no poder retribuir a tantos que me prestaron exquisitos favores,
en Mantua,, en Venecia, en Roma, y no pudiendo darles muestra alguna de mi agradecimiento,
ruego a Dios que los recompense con las mejores gracias”.