Ha circulado por ciertos sitios afines a la Fraternidad San Pío X, sitios algunos bienintencionados pero muy resabiados de liberalismo, un artículo titulado “De los que se van de la Iglesia”, firmado por el “bloggero” español Pedro Rizo. Este artículo, que se refiere principalmente a los sedevacantistas –por eso su título-, aunque es bastante confuso y utiliza expresiones muy feas, como llamar a Nuestro Señor “El mejor profesor de Marketing que yo he conocido”, tiene el inconveniente de que es utilizado por los liberales para caracterizar, mediante esta acusación de sedevacantista (o también de “fundamentalistas” o “falsa tradición”, como hace el más liberal y tonto de ellos) a los que se oponen férreamente al acuerdo y a la línea liberal-acuerdista de Monseñor Fellay.
Lamentablemente no se
hacen las debidas distinciones, pues parece que se ha querido instalar entre
los fieles de la Fraternidad la idea de que aquellos que están en desacuerdo
con su actual conducción han caído en el sedevacantismo o podrían caer en ello debido
a sus “excesos” o su “celo amargo” o su espíritu “capillista”, y entonces al no
aceptar las decisiones de Menzingen se quedarían fuera de la Iglesia. ¡Como si
Mons. Lefebvre hubiera estado fuera de la Iglesia cuando se enfrentó a la Roma
conciliar! Por si hiciera falta aclararlo, no hay nada más lejos de la
realidad. Los constantes ataques de los sedevacantistas hacia Mons. Williamson
bastarían para probarlo. También sus declaraciones, o sus Comentarios Eleison,
mucho más esclarecedores que el artículo de marras.
Pero los liberales –menos
inteligentes que los sedevacantistas, por lo menos en esto- no tienen
argumentos válidos contra Mons. Williamson (o contra los sacerdotes y fieles
que se han apartado de la conducción liberal de la FSSPX). Ni siquiera discuten
con él. Simplemente lo atacan. Y con él difaman a los sitios o blogs de Internet que informan acerca
de lo que pasa, sin ser capaces de desmentirlos o refutarlos. Para ello, entonces,
tienen que recurrir a argumentos subjetivos, o sentimentales, o “psicológicos”
o “temperamentales”. Nunca doctrinales.
Son estos liberales,
por ejemplo, los que adhieren a la Fraternidad de una manera sentimental,
pasional, irreflexiva, cerrándose en un espíritu de grupo. Primero parece estar
la Fraternidad, después la Verdad. Así, desde un blog se ha llegado a afirmar
que “se está con la Fraternidad o se está contra la Fraternidad”, cuando
pensábamos que la cosa era estar con Cristo o contra Cristo, pero acá parece
que se hace de un mero instrumento un sinónimo de Dios o un ídolo. En otro lado
se dice que lo importante es “ser fieles a la Fraternidad”. De tal manera que
si la Fraternidad defecciona, debemos defeccionar con ella para seguir siendo
fieles a la Fraternidad, antes que a Dios. Es un argumento de tipo deportivo o
futbolero, como aquel que dice “soy de Boca o soy de River para siempre”. O,
como cantan las hinchadas de fútbol: “Es un sentimiento, no puedo parar”. O
también: “No me importa lo que digan/lo que digan los demás/yo te sigo a todas
partes/cada vez te quiero más”. Es verdaderamente estúpido. Y también
peligroso. Porque entonces todo aquel que venga a criticar a “ese club” o “su
Superior”, se transforma en objeto de acusaciones o blanco de ataques
prejuiciosos, aunque éste pueda tener todas las pruebas en la mano sobre su tan
amado “Superior”.
Debe entenderse que muy
probablemente esta clase de argumentos vienen de personas que han aceptado desde
hace años el relato oficial optimista de Mons. Fellay con respecto a Roma, sin
evaluar ni confutar estas palabras con la realidad palpable de la Iglesia. En
el fondo hay una venda que muchos se han colocado sobre los ojos para no desesperar ante el
grado de fariseísmo reinante. Olvidan que han sido las autoridades religiosas,
las más altas autoridades las que rechazaron a Nuestro Señor y lo hicieron
crucificar. En esto comparten tribuna con los liberales que desde la Iglesia
Conciliar critican con furia al “lefebvrismo”.
Pero estas personas
citan a veces a Mons. Fellay, cuando en su respuesta a la muy sensata carta de
los tres obispos decía: “Nos
reprochan de ser ingenuos o de tener miedo, pero es su visión de la Iglesia la
que es demasiado humana e incluso fatalista. Ustedes ven los peligros, los
complots, las dificultades pero no ven la asistencia de la Gracia y del
Espíritu Santo.” Mons. Fellay sería capaz de decirle a San Juan Bautista o
a Nuestro Señor mismo que su visión de las autoridades religiosas de entonces
era fatalista. Incluso podría hacer dialéctica con Él, como quiso hacer Pedro
ante el anuncio por parte de Cristo de su Pasión. Además allí Mons. Fellay
acusa con temeridad los argumentos lúcidos de los otros obispos, pues ver los
peligros y complots no equivale a no confiar en la Gracia y la asistencia del
Espíritu Santo. Pero los liberales dicen, como en un blog: “Aunque el futuro, en manos de la
Providencia, nos depare haber cometido un “error”, ¿seremos imputados de haber
confiado en la misma Providencia divina?”. Bueno, para seguir con el
ejemplo futbolístico, es como decir: voy a ir a la tribuna del equipo
contrario, voy a ir hacia la barra brava de Boca, a ver si los puedo hacer de River.
Dialogaré con ellos. Bueno, sí, le darán una buena paliza y hasta tal vez lo
liquiden por estúpido. Sencillamente, los liberales de la tradición han
descartado de sus mentes la idea de que esto se trata de una guerra entre dos
religiones, la religión católica y la religión modernista que niega la católica
y prepara el Nuevo orden Mundial o el Mundo Uno. En sus cabezas todo se arregla
mediante el diálogo. Tienen cabezas modernistas. No entienden que Mons. Fellay
está haciendo ecumenismo con Roma.
Y por no entender esto, llegan a decir, como el ingenuo
artículo de Rizo: “Este artículo se basa en mi creencia de que,
por elemental principio "comercial", las irregularidades de la
Iglesia deben denunciarse allí donde sean oídas por sus agentes y, por
supuesto, por las autoridades religiosas que deberían avergonzarse de no actuar
como tales. Quiero decir que lo eficaz es estar donde los enemigos de nuestra
religión no quieren; hacerse oír donde no quieren oírnos, hacerse visibles para
los que prefieren no vernos. Especialmente cerca, al lado de los que manejan el
timón de una Iglesia que, por ellos y sus terquedades aun no explicadas, "hace aguas por todos lados".
(Card. Joseph Ratzinger)”.
De la misma manera, se pretende que
los enemigos de la verdadera religión –aquellos que han destrozado la liturgia,
que han igualado a Cristo con los demonios de las falsas religiones y que “excomulgaron”
a Mons. Lefebvre y Mons de Castro Mayer y no les levantaron la sanción, entre
tantas cosas- se pretende que ellos les hagan un lugar a su lado. Nuevamente,
el pensamiento liberal es incapaz de ver sus propias contradicciones. Se
pretende una “democracia” en la Iglesia, esto es: la convivencia de diversos partidos:
uno modernista, otro de la Tradición, para que este último, de a poco, venza al
primero.
También dice este periodista: “¡Qué mejor para el progresismo liberal y el
humanismo marxista que ver a los católicos -decir católico es decir tradicionalista-
encogerse de hombros para "dejarles
hacer" y "dejarles
pasar"! O, parecidamente, decir: "Ahí os quedáis que nosotros nos vamos", abandonando
lo que les fue encargado guardar”. Bueno, eso puede ser con respecto a los
sedevacantistas, pero en cuanto a la Tradición, ésta no se “encoge de hombros”
por no ocupar un asiento ecuménico en Roma junto a las otras falsas religiones
o la masonería; la Tradición no se va a ninguna parte, existe y siempre
existirá, por mínima que sea. Quien tiene deber de acercarse a ella es Roma,
para volver a ser verdaderamente católica. Por lo tanto permaneciendo uno
verdaderamente católico, no se sale de la Iglesia. Rezando y sacrificándose por
los que están fuera de la senda, se les ayuda más que haciendo dialéctica estéril
y pidiendo un lugar al enemigo para ser luego corrompido o devorado.
Los Apóstoles fueron echados de las
sinagogas, no obstante lo cual siguieron predicando, y muchas veces tuvieron
que huir para continuar predicando hasta que llegó el momento de su martirio.
Sus medios fueron pequeños, modestos, pero su fe fue grande, tanto que desde su
insignificancia convirtieron al mundo. Estos medios pobres son los que deben
volver a aplicarse para vencer al mundo, no los oropeles de palacio ni las
estratagemas políticas ni el lenguaje mujeril y diplomático que se disfraza de
“prudencia”.
Claro está que, como dice el
articulista, “Jamás un hijo debe
abandonar a su padre aun si éste incumple todas sus obligaciones”.
Perfectamente, así es. Pero si ese padre quiere pegarle a su hijo hasta
matarlo, si ese padre no actúa como padre sino como enemigo, entonces el hijo
debe tomar cierta distancia, para no dejarse matar. Si ese padre encabeza una
banda de delincuentes, es deber del hijo rezar por su padre, pero a la vez
combatir contra aquellos delincuentes que someten a su padre y su casa, e
incluso contra la maldad de su padre para evitar que éste dañe a nadie. Si su
padre ofende a Dios, debe el hijo decirlo y tratar de evitarlo. Pero si su
padre no comprende la realidad, y parece incapaz de hacerlo, sólo queda rezar
por él y confiar a Dios el remedio que humanamente no se le puede ya aplicar.
Un hijo sólo abandona a su
padre cuando deja de rezar por éste, cuando ya no lo reconoce por padre.
Un hijo no hace compañía a su
padre cuando lo sostiene en sus desvaríos y consiente que éste haga daño a los
que están alrededor.
Y un hijo debe saber que ante
todo está Dios, y por lo tanto debe su obediencia en primer lugar a Dios, que
es su Padre, de quien procede toda paternidad, todo el bien y la verdad.