…Y DE LOS QUE CALLAN CUANDO DEBEN HABLAR
UNAS PALABRAS DE
SAN ISIDORO DE SEVILLA
DOCTOR DE LA IGLESIA
Del Libro de las Sentencias, Volumen II.
De los maestros o doctores iracundos:
Los maestros iracundos
convierten el tono de la enseñanza por su rabioso furor en crueldad enorme y
por lo mismo más hieren a los súbditos con lo que podían enmendarlos.
El prepósito iracundo castiga
desmedidamente las culpas, porque su corazón distraído con los cuidados de las
cosas no se recoge en el amor único de la divinidad. Porque el entendimiento
desparramado en mil asuntos no está recogido
por el lazo de la caridad, sino que malamente laxo, se mueve mal en toda
ocasión.
De los doctores
soberbios:
Muchos hay que al
enseñar no son humildes en la exposición, sino arrogantes y que aún lo bueno
que predican no lo anuncian por deseo de corrección, sino por vicio de
grandilocuencia.
Muchos hay que enseñan
no por intención de edificar, sino por la hinchazón de engrandecerse, y no son
sabios para aprovechar, sino que desean enseñar para parecer sabios.
Hay una perversa
imitación de arrogantes sacerdotes por la que imitan a los santos en el rigor
de la disciplina y desdeñan seguirlos en el afecto de la caridad: quieren
parecer rígidos por la severidad y no quieren dar ejemplos de humildad, para
ser tenidos más como terribles, que como mansos y afables.
Los doctores soberbios
saben más de herir que de curar. Es Salomón quien (Prov. XIV, 9) atestigua: En
la boca del insensato está la vara de su soberbia, porque reprendiendo con
rigor hieren y desconocen el compadecer con humildad.
Quien acepta por caridad
de corazón y humildad de conciencia el curar los males del pecado ajeno bien
acepta. Además quien reprende al delincuente con corazón soberbio o lleno de odio
no enmienda, sino hiere. Porque todo cuanto profiera el protervo o airado es
furor de quien ofende, no dilección de quien corrige.
De la humildad de los Prepósitos:
Quien está puesto al frente
de un régimen de tal modo debe aventajar en disciplina a sus súbditos, que no
sólo por autoridad, sino por humildad resplandezca. Sea no obstante humilde de
tal modo que no se relaje la vida de los súbditos, y tal sea la autoridad de su
potestad que no haya excesiva severidad por motivo del tumor del corazón. Pues
en los sacerdotes de Dios ésta es la verdadera discreción: que ni sean
soberbios por la libertad ni remisos por la humildad. De ahí que los santos con
grande firmeza reprendieron los vicios aun en los príncipes y teniendo suma
humildad, cuando fue necesario reprendían con libertad a los quebrantadores de
justicia.
También algunas veces debemos
ser nosotros más humildes que los súbditos, porque nosotros juzgamos los hechos
de los súbditos, pero los nuestros júzgalos Dios.
Reconozca el obispo que
es servidor del pueblo, no señor, y que esto lo exige la caridad, no la
dignidad.
De la protección que los obispos deben prestar a
los fieles:
Los que tienen
encomendado el enseñar corren mucho riesgo si no quisieren resistir a los que
contradicen a la verdad: porque el Profeta (Is. XL,9) instruye al doctor
eclesiástico que llegue hasta la cima de la justicia al decir: Súbete sobre
un alto monte tú que anuncias buenas nuevas a Sión, es decir; que la vida
sobresalga por el mérito lo mismo que por el grado jerárquico. En seguida
escuche para que no deba contenerse de enseñar por miedo: “Alza
esforzadamente tu voz, álzala, no temas”. Por lo cual dijo el Señor a
Jeremías (I, 17): Ponte haldas en cinta, y anda luego, y predícales todas
las cosas que yo te he mandado; no te detengas por temor de ellos, porque yo
haré que no temas su presencia. De donde se deduce que el no temer también
es don de Dios.
Quien hace acepción de
persona poderosa y teme decir la verdad por sentencia es castigado de grave
culpa. Pues muchos sacerdotes por temor de la potestad ocultan la verdad y se
retraen de una obra buena, o de predicar la justicia por miedo de cualquier cosa,
o porque la potestad atemoriza. Mas ¡ay! ¡oh dolor! Temen o porque están
enredados en el amor de las cosas temporales o porque andan avergonzados por
algún hecho criminoso.
Como el vigilante pastor
acostumbra a guardar de las fieras sus ovejas, asimismo el sacerdote de Dios
debe andar solícito sobre la grey de Cristo para que el enemigo no devaste, ni
el perseguidor infeste, ni la codicia de algún poderoso inquiete la vida de los
pobres. Mas los pastores malos no cuidan de las ovejas, sino que conforme se
lee en el Evangelio sobre los mercenarios, ven el lobo que viene y ellos huyen.
Porque cuando callan ante los poderosos y temen resistir a los malos, entonces
huyen. Si callan sobre esto, serán condenados por su maldad.