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martes, 5 de febrero de 2013

CLUB ATLETICO LA FRATERNIDAD



Ha circulado por ciertos sitios afines a la Fraternidad San Pío X, sitios algunos bienintencionados pero muy resabiados de liberalismo, un artículo titulado “De los que se van de la Iglesia”, firmado por el “bloggero” español Pedro Rizo. Este artículo, que se refiere principalmente a los sedevacantistas –por eso su título-, aunque es bastante confuso y utiliza expresiones muy feas, como llamar a Nuestro Señor “El mejor profesor de Marketing que yo he conocido”, tiene el inconveniente de que es utilizado por los liberales para caracterizar, mediante esta acusación de sedevacantista (o también de “fundamentalistas” o “falsa tradición”, como hace el más liberal y tonto de ellos) a los que se oponen férreamente al acuerdo y a la línea liberal-acuerdista de Monseñor Fellay.

Lamentablemente no se hacen las debidas distinciones, pues parece que se ha querido instalar entre los fieles de la Fraternidad la idea de que aquellos que están en desacuerdo con su actual conducción han caído en el sedevacantismo o podrían caer en ello debido a sus “excesos” o su “celo amargo” o su espíritu “capillista”, y entonces al no aceptar las decisiones de Menzingen se quedarían fuera de la Iglesia. ¡Como si Mons. Lefebvre hubiera estado fuera de la Iglesia cuando se enfrentó a la Roma conciliar! Por si hiciera falta aclararlo, no hay nada más lejos de la realidad. Los constantes ataques de los sedevacantistas hacia Mons. Williamson bastarían para probarlo. También sus declaraciones, o sus Comentarios Eleison, mucho más esclarecedores que el artículo de marras.

Pero los liberales –menos inteligentes que los sedevacantistas, por lo menos en esto- no tienen argumentos válidos contra Mons. Williamson (o contra los sacerdotes y fieles que se han apartado de la conducción liberal de la FSSPX). Ni siquiera discuten con él. Simplemente lo atacan. Y con él difaman a los  sitios o blogs de Internet que informan acerca de lo que pasa, sin ser capaces de desmentirlos o refutarlos. Para ello, entonces, tienen que recurrir a argumentos subjetivos, o sentimentales, o “psicológicos” o “temperamentales”. Nunca doctrinales.

Son estos liberales, por ejemplo, los que adhieren a la Fraternidad de una manera sentimental, pasional, irreflexiva, cerrándose en un espíritu de grupo. Primero parece estar la Fraternidad, después la Verdad. Así, desde un blog se ha llegado a afirmar que “se está con la Fraternidad o se está contra la Fraternidad”, cuando pensábamos que la cosa era estar con Cristo o contra Cristo, pero acá parece que se hace de un mero instrumento un sinónimo de Dios o un ídolo. En otro lado se dice que lo importante es “ser fieles a la Fraternidad”. De tal manera que si la Fraternidad defecciona, debemos defeccionar con ella para seguir siendo fieles a la Fraternidad, antes que a Dios. Es un argumento de tipo deportivo o futbolero, como aquel que dice “soy de Boca o soy de River para siempre”. O, como cantan las hinchadas de fútbol: “Es un sentimiento, no puedo parar”. O también: “No me importa lo que digan/lo que digan los demás/yo te sigo a todas partes/cada vez te quiero más”. Es verdaderamente estúpido. Y también peligroso. Porque entonces todo aquel que venga a criticar a “ese club” o “su Superior”, se transforma en objeto de acusaciones o blanco de ataques prejuiciosos, aunque éste pueda tener todas las pruebas en la mano sobre su tan amado “Superior”.

Debe entenderse que muy probablemente esta clase de argumentos vienen de personas que han aceptado desde hace años el relato oficial optimista de Mons. Fellay con respecto a Roma, sin evaluar ni confutar estas palabras con la realidad palpable de la Iglesia. En el fondo hay una venda que muchos se han colocado sobre los ojos para no desesperar ante el grado de fariseísmo reinante. Olvidan que han sido las autoridades religiosas, las más altas autoridades las que rechazaron a Nuestro Señor y lo hicieron crucificar. En esto comparten tribuna con los liberales que desde la Iglesia Conciliar critican con furia al “lefebvrismo”.

Pero estas personas citan a veces a Mons. Fellay, cuando en su respuesta a la muy sensata carta de los tres obispos decía: “Nos reprochan de ser ingenuos o de tener miedo, pero es su visión de la Iglesia la que es demasiado humana e incluso fatalista. Ustedes ven los peligros, los complots, las dificultades pero no ven la asistencia de la Gracia y del Espíritu Santo.” Mons. Fellay sería capaz de decirle a San Juan Bautista o a Nuestro Señor mismo que su visión de las autoridades religiosas de entonces era fatalista. Incluso podría hacer dialéctica con Él, como quiso hacer Pedro ante el anuncio por parte de Cristo de su Pasión. Además allí Mons. Fellay acusa con temeridad los argumentos lúcidos de los otros obispos, pues ver los peligros y complots no equivale a no confiar en la Gracia y la asistencia del Espíritu Santo. Pero los liberales dicen, como en un blog: “Aunque el futuro, en manos de la Providencia, nos depare haber cometido un “error”, ¿seremos imputados de haber confiado en la misma Providencia divina?”. Bueno, para seguir con el ejemplo futbolístico, es como decir: voy a ir a la tribuna del equipo contrario, voy a ir hacia la barra brava de Boca, a ver si los puedo hacer de River. Dialogaré con ellos. Bueno, sí, le darán una buena paliza y hasta tal vez lo liquiden por estúpido. Sencillamente, los liberales de la tradición han descartado de sus mentes la idea de que esto se trata de una guerra entre dos religiones, la religión católica y la religión modernista que niega la católica y prepara el Nuevo orden Mundial o el Mundo Uno. En sus cabezas todo se arregla mediante el diálogo. Tienen cabezas modernistas. No entienden que Mons. Fellay está haciendo ecumenismo con Roma.

Y por no entender esto, llegan a decir, como el ingenuo artículo de Rizo: “Este artículo se basa en mi creencia de que, por elemental principio "comercial", las irregularidades de la Iglesia deben denunciarse allí donde sean oídas por sus agentes y, por supuesto, por las autoridades religiosas que deberían avergonzarse de no actuar como tales. Quiero decir que lo eficaz es estar donde los enemigos de nuestra religión no quieren; hacerse oír donde no quieren oírnos, hacerse visibles para los que prefieren no vernos. Especialmente cerca, al lado de los que manejan el timón de una Iglesia que, por ellos y sus terquedades aun no explicadas, "hace aguas por todos lados". (Card. Joseph Ratzinger)”.

De la misma manera, se pretende que los enemigos de la verdadera religión –aquellos que han destrozado la liturgia, que han igualado a Cristo con los demonios de las falsas religiones y que “excomulgaron” a Mons. Lefebvre y Mons de Castro Mayer y no les levantaron la sanción, entre tantas cosas- se pretende que ellos les hagan un lugar a su lado. Nuevamente, el pensamiento liberal es incapaz de ver sus propias contradicciones. Se pretende una “democracia” en la Iglesia, esto es: la convivencia de diversos partidos: uno modernista, otro de la Tradición, para que este último, de a poco, venza al primero.

También dice este periodista: “¡Qué mejor para el progresismo liberal y el humanismo marxista que ver a los católicos -decir católico es decir tradicionalista- encogerse de hombros para "dejarles hacer" y "dejarles pasar"! O, parecidamente, decir: "Ahí os quedáis que nosotros nos vamos", abandonando lo que les fue encargado guardar”. Bueno, eso puede ser con respecto a los sedevacantistas, pero en cuanto a la Tradición, ésta no se “encoge de hombros” por no ocupar un asiento ecuménico en Roma junto a las otras falsas religiones o la masonería; la Tradición no se va a ninguna parte, existe y siempre existirá, por mínima que sea. Quien tiene deber de acercarse a ella es Roma, para volver a ser verdaderamente católica. Por lo tanto permaneciendo uno verdaderamente católico, no se sale de la Iglesia. Rezando y sacrificándose por los que están fuera de la senda, se les ayuda más que haciendo dialéctica estéril y pidiendo un lugar al enemigo para ser luego corrompido o devorado.

Los Apóstoles fueron echados de las sinagogas, no obstante lo cual siguieron predicando, y muchas veces tuvieron que huir para continuar predicando hasta que llegó el momento de su martirio. Sus medios fueron pequeños, modestos, pero su fe fue grande, tanto que desde su insignificancia convirtieron al mundo. Estos medios pobres son los que deben volver a aplicarse para vencer al mundo, no los oropeles de palacio ni las estratagemas políticas ni el lenguaje mujeril y diplomático que se disfraza de “prudencia”.

Claro está que, como dice el articulista, “Jamás un hijo debe abandonar a su padre aun si éste incumple todas sus obligaciones”. Perfectamente, así es. Pero si ese padre quiere pegarle a su hijo hasta matarlo, si ese padre no actúa como padre sino como enemigo, entonces el hijo debe tomar cierta distancia, para no dejarse matar. Si ese padre encabeza una banda de delincuentes, es deber del hijo rezar por su padre, pero a la vez combatir contra aquellos delincuentes que someten a su padre y su casa, e incluso contra la maldad de su padre para evitar que éste dañe a nadie. Si su padre ofende a Dios, debe el hijo decirlo y tratar de evitarlo. Pero si su padre no comprende la realidad, y parece incapaz de hacerlo, sólo queda rezar por él y confiar a Dios el remedio que humanamente no se le puede ya aplicar.

Un hijo sólo abandona a su padre cuando deja de rezar por éste, cuando ya no lo reconoce por padre.

Un hijo no hace compañía a su padre cuando lo sostiene en sus desvaríos y consiente que éste haga daño a los que están alrededor.

Y un hijo debe saber que ante todo está Dios, y por lo tanto debe su obediencia en primer lugar a Dios, que es su Padre, de quien procede toda paternidad, todo el bien y la verdad.