Por
11/05/2020
Las apariciones y
el mensaje de Fátima de 1917 siempre han constituido un punto de referencia
irrenunciable para nuestra revista. Fátima es una luz que ilumina el siglo XX y
se proyecta sobre nuestro tiempo ayudándonos a orientarnos en la noche y en la
tempestad. En Fátima la Virgen reveló a los tres pastorcillos un horizonte de
tragedia: si la humanidad no se convertía, Rusia difundiría sus errores y Dios
castigaría al mundo por sus crímenes «por medio de la guerra, el hambre y
persecución de la Iglesia y del Santo Padre». Pero esta advertencia venía
acompañada de una importante promesa de Nuestra Señora: el triunfo final de su
Corazón Inmaculado.
Los errores de
Rusia son los errores del comunismo, virus ideológico del que no ha escapado
rincón alguno de la Tierra y que tras la caída de la Unión Soviética tiene su
más agresiva expresión en la china de Xi Jinping. Y precisamente en China ha
surgido y desde allí se ha propagado por el mundo la pandemia del coronavirus.
En un extenso
reportaje publicado en Panorama, seminario dirigido por
Maurizio Belpietro, leemos que durante al menos un mes la República Popular
China encubrió totalmente el asunto del coronavirus. «Un caso típico de
desinformación por parte de un régimen autoritario» (Cina, La
verità negata, Panorama, 15 de abril de 2020).
El régimen
comunista chino ocultó durante muchas semanas la verdad sobre la epidemia,
desde diciembre del pasado año hasta enero de 2020. Un mes crucial a lo largo
del cual el virus pudo propagarse arrolladoramente por el mundo entero.
Recordemos que los casos de infección por un nuevo coronavirus se vienen
documentando desde mediados de noviembre. Pero hasta el 12 de enero de este año
no se filtran hasta Occidente las primeras noticias. A fines de dicho mes,
China todavía se demoraba en publicar los datos reales de la epidemia,
encarcelaba a los médicos que trataban de dar a conocer la situación y
censuraba por todos los medios posibles a los órganos de prensa y los
periodistas chinos que investigaban lo que sucedía. Sigue habiendo
desinformación en cuanto al número real de víctimas: sin duda son muchas más
que las oficialmente comunicadas por las autoridades chinas. ¿Por qué ocultan
la realidad?
Pero China no es
el único culpable de esta política de desinformación. Junto a la del país
asiático hay que destacar la responsabilidad de la Organización Mundial de la
Salud, agencia de las Naciones Unidas que estuvo en China con un equipo de
inspectores que, o bien no entendió, o no quiso dar a conocer el verdadero
alcance de la catástrofe. Es preciso recordar que el director general de la OMS
es el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, políticamente afín a la China
comunista, la cual apoyó su candidatura a director general del organismo en
2017. El pasado 28 de enero, Ghebreyesus estuvo en Pekín, donde al término de un
encuentro con el presidente Xi Jinping comunicó al mundo que en Wuhan todo
estaba controlado y restó importancia a lo que sucedía.
Es posible además
que el coronavirus no tenga su origen en el mercado de Wuhan sino en un
laboratorio de la misma ciudad y que a causa de un accidente escapara al
control y se propagase. Esta noticia, que hasta hace un mes se tildaba de bulo,
actualmente se considera una hipótesis plausible. El Secretario de Estado
estadounidense Mike Pompeo, en una entrevista al canal Fox News el pasado 16 de
abril, confirmó que EE.UU. está investigando qué sucedió realmente en Wuhan.
Por otra parte,
todos los científicos están de acuerdo en localizar en el murciélago el origen
del contagio. Pero dos investigadores chinos, el Dr. Botao Xiao, de la
Universidad Tecnológica del Sur de China en Cantón, y el Dr. Lei Xiao, de la
Universidad de Ciencias y Tecnología de Wuhan, han observado que los
murciélagos más próximos viven a más de 900 km de Wuhan y es imposible que
hayan podido volar desde tanta distancia sin contagiar a nadie por el camino.
Es igualmente mínima la posibilidad de que el brote surgiera a raíz de la
costumbre local de comer murciélago. Según afirman los dos expertos chinos, los
murciélagos podrían proceder de centros de investigación situados en Wuhan o
sus proximidades. Uno es el Centro de Prevención y Control de Enfermedades,
ubicado a menos de 300 m del mercado de Wuhan. El otro es el Instituto de
Virología de Wuhan, administrado por la Academia China de Ciencias, a 12 km del
mercado. Como en ambos centros se realizan experimentos con el
Sars-coronavirus, es posible que uno de dichos virus escapase del
laboratorio (AdnKronos, 17 de febrero de 2020). Es más, dos
años antes que azotara el mundo la pandemia de coronavirus, los funcionarios de
la embajada de EE.UU. en China habían visitado un instituto de investigación en
Wuhan y enviado dos advertencias oficiales a Washington sobre las insuficientes
medidas de seguridad del laboratorio.
El 1º de octubre
del año pasado, el presidente Xi Jinping conmemoró en Pekín el septuagésimo
aniversario de la República Popular China, pero nadie ha recordado el precio
que ha costado en vidas humanas el comunismo en el país asiático. Hace muchos
años, el escritor Eugenio Corti recordaba que durante un coloquio celebrado en
Pekín el 8 de octubre de 1971 entre el entonces emperador de Etiopía Haile
Selassie y el presidente Mao, cuando su anfitrión le preguntó por el costo en
vidas humanas de implantar el comunismo a partir de 1949, respondió siniestramente
que fue de «cincuenta millones de muertos» (Il Giornale,7 de
diciembre de 1997). Se ha celebrado el trigésimo aniversario de la caída del
Muro de Berlín sin hacer la menor alusión a los crímenes del comunismo
internacional.
En una carta a los
dirigentes de la Unión Soviética en el lejano 1973, Alexander Solzhenitsyn los
ponía en guardia sobre el peligro que suponía China, potencia a la que la URSS
había ayudado a desarrollarse por motivos de fraternidad ideológica (Alexander
Solzhenitsyn denuncia, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de
Santiago, Chile 1981). Y cinco años más tarde, en el célebre discurso de la
Universidad de Harvard, el mismo Solzhenitsyn advertía del peligro de una
alianza con la China comunista, que resultaría fatal para Estados Unidos y
Occidente (Ibíd.). No se ha hecho caso de estas palabras, como
no se ha hecho de tantas otras.
Hoy en día China
es una superpotencia mundial con la que las democracias occidentales conciertan
negocios sin reservas políticas y morales. Nadie se acuerda de las víctimas ni
de la naturaleza intrínsecamente perversa de su régimen. Porque el comunismo en
su sistema político fundado en la violencia y la mentira; es un mal ideológico
y moral. Y China es una nación que continúa divulgando por el mundo los errores
de la Rusia comunista. La Virgen anunció en Fátima que por la propagación de
dichos errores y la impenitencia de la humanidad, diversas naciones serían
aniquiladas. Es una predicción sujeta a una condición: la conversión del mundo
podría evitar tan terrible castigo. Pero lo que no está sujeto a condición, y
es irreversible, es la promesa final de María: «Al fin, mi Corazón Inmaculado
triunfará». Ésta es la esperanza que albergamos en el corazón en el mes de mayo
de 2020.