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29/04/2020
El coronavirus o
Covid-19, la enfermedad contagiosa que en pocos meses se ha propagado por todo
el mundo adquiriendo caracteres de una auténtica pandemia, sigue envuelto en un
halo de misterio. Sobre la naturaleza de dicho virus son muchas las hipótesis y
pocas las certezas.
Las hipótesis
tienen que ver ante todo con el origen de la dolencia. ¿Ha surgido el virus en
la naturaleza, como sostiene la mayoría de los virólogos, o ha sido producido
en un laboratorio como sostienen otros? Y en caso de que el origen haya sido
este último, ¿se creó con fines terapéuticos o con el objeto de librar una
guerra bacteriológica? ¿Y dónde estaría el laboratorio, en China o en Occidente?
¿Se habría escapado del laboratorio de modo fortuito o deliberadamente? Es
evidente que la hipótesis de que fuera algo hecho a propósito alimentaría la
posibilidad de una conspiración por parte de las fuerzas secretas, como tantas
otras que ha habido a lo largo de la historia. Si, por el contrario, se hubiera
producido en la naturaleza, o bien hubiera escapado accidentalmente de un
laboratorio, habría que pensar que habría pillado desprevenidas a las
mencionadas fuerzas. Una de las hipótesis más verosímiles parece ser la de
Steve Mosher, según la cual el virus, producido artificialmente en China,
habría escapado accidentalmente de un laboratorio de Wuhan (LifeSiteNews, 22
de abril de 2020). Se trata solamente de una hipótesis; pero la responsabilidad
de la China comunista, que Mosher pone en evidencia, es una certeza.
De hecho, el
Partido Comunista Chino ocultó la propagación del virus y manipuló las cifras
de contagios y fallecimientos. No sin razón, Chen Guangchen, activista ciego
asilado en Estados Unidos tras haber estado encarcelado en China por denunciar
abortos y esterilizaciones forzados en Shandong, ha declardo: «El Partido
Comunista Chino es el mayor y más peligroso virus del mundo» (Asia
News, 27 de abril de 2020).
Incluso un
observador tan cauto como Paolo Mieli dio cuenta en el Corriere della
sera de este 27 de abril de que las autoridades chinas van adaptando sin
ningún disimulo con el paso del tiempo las cifras de contagiados en su país.
«¿Cómo es posible –escribe Mieli– que un país al que la Organización Mundial de
la Salud toma en serio y cuyo rigor ha elogiado
el director general de dicho organismo, juegue de esa manera con los
números? De hecho, cuanto más pasa el tiempo, más aumenta la cantidad de los
que vuelven a manifestar recelos de que en los laboratorios de Wuhan ocurrió
algo sospechoso».
Por lo que se
refiere a la naturaleza del Covid-19, no hay hipótesis y faltan certezas. No
sólo no se sabe todavía cómo curar la enfermedad, sino que ni siquiera está
claro si todas las personas que se curan han adquirido inmunidad, ni cuánto
pueda durar ésta. Afirman los inmunólogos que nos encontramos ante un virus
anómalo que se comporta de forma diferente a los de su familia (Corriere
della sera, 25 de abril). Todos anuncian para el otoño una nueva
ola de la pandemia, pero nadie está en situación de prever sus características.
Ante la duda, los gobiernos se inclinan por prolongar las medidas de
confinamiento. Hay quienes dicen que las medidas de distanciamiento social que
se han adoptado en todo el mundo son desproporcionadas para el número de
fallecimientos. Pero a esta objeción se podría responder que si el número de
víctimas es bajo. Ello obedece precisamente a las medidas de confinamiento
tomadas por los gobiernos de diversos países. Según un estudio del Deutsche
Bank citado el 26 de abril por la agencia noticiosa AGI, la pandemia de
Covid-19 se sitúa en los últimos puestos de la historia en cuanto a mortalidad.
Ahora bien, sin las medidas de confinamiento que han hecho descender el índice de
mortalidad al 0,002% dicho índice se habría situado en un 0,23%, registrándose
17,6 millones de víctimas en todo el planeta. Lo mismo se puede decir del
índice de contagio. El hecho de que en Alemania, después de suavizarse el
confinamiento, el índice de contagios repuntara del 0,7 al 1%, como ha señalado
el Instituto Robert Koch para el Estudio de las Enfermedades Contagiosas (La
Reppublica, 28 de abril).
Hay quienes están
convencidos de que el confinamiento es un plan de las fuerzas que gobiernan el
mundo para someter socialmente a la humanidad. Entre ellos se encuentra el
filósofo postmoderno Giorgio Agamben, muy apreciado por la extrema izquierda,
que el pasado 26 de febrero se preguntó en su blog si el distanciamiento social
será el nuevo principio organizativo de la sociedad. «Es más urgente todavía
–dice–, ya que no se trata de una hipótesis meramente teórica, si es cierto lo
que se comienza oír cada vez más de fuentes muy diversas de que la actual
emergencia sanitaria se puede considerar el laboratorio en el que se preparan
las nuevas estructuras políticas y sociales que aguardan a la humanidad» (Quodlibet, 6
de abril de 2020).
¿Habría alguna
alternativa a la cuarentena para contener la epidemia? Hay quienes contraponen
al modelo europeo de gestión de la emergencia sanitaria el de Israel, y sobre
todo el de Taiwán, donde a pesar de la proximidad geográfica con China, el
número de fallecimientos y el de contagios son muy bajos. Sin embargo, si el
peligro que corremos es el de una dictadura digital, el método taiwanés, basado
en seguimiento de contagiados parece todavía más peligroso que el confinamiento
europeo. Taiwán mantiene bajo estrecha vigilancia a sus ciudadanos mediante
novedosas tecnologías, sin la menor consideración por la intimidad de las personas.
Lo mismo sucede en Israel, donde el sistema de seguimiento se aplica
rigurosamente, hasta el punto de que en una ocasión tuvo que intervenir el
Tribunal Supremo.
Para otros, el
verdadero problema no está en el control social sino en la catástrofe económica.
¿Qué consecuencias económicas y sociales tendrá la pandemia? ¿Un
empobrecimiento general de Occidente para favorecer el dominio de las
oligarquías sobre la sociedad, o el desplome del sistema económico y financiero
sobre el que se sustenta Occidente? Ahora bien, en este último caso la
manipulación social escaparía de las manos de las propias oligarquías que la
han planificado. Todo queda en el plano de la hipótesis. El sociólogo esloveno
Slavoj Žižek en su recién publicado e-book titulado Virus:
catástrofe y solidaridad (Ponte alle grazie, 2020) sostiene que hemos
caído en la trampa de una triple crisis: sanitaria (la epidemia), económica (un
golpe durísimo, independientemente de cómo acabe la epidemia) y psicológica
(relativa a la salud mental de las personas).
El aspecto de la
guerra psicológica, también en su dimensión preternatural, lo ha puesto
claramente de relieve el Instituto Plinio Corrêa de Oliveira en un documento
publicado el pasado día 27 titulado A maior operação de engenharia
social e de baldeação ideológica da História. La existencia de una
gran maniobra planetaria deja abiertas no obstante las hipótesis de fondo. ¿Nos
encontramos ante un plan elaborado por las fuerzas secretas? Que tuvieran
prevista una estrategia para hacer frente a una crisis sanitaria, previsible
desde hace muchos años como lo es hoy una crisis económica, no significa que
hayan sido esas fuerzas las que hayan iniciado el proceso ni que estén en
situación de controlar plenamente lo que está sucediendo.
Ante esta hipótesis,
que es útil debatir, quedan las certezas. La primera es que la situación
mundial ha cambiado objetivamente a raíz del coronavirus. ¿Para mejor o para
peor? Aquí entramos una vez más en el campo de las hipótesis predictivas.
Afirma Žižek que para la revolución comunista, de la que él es adepto, en este
momento «todo es posible en cualquier dirección, desde la mejor a la peor».
Esto es válido para la Revolución, pero también lo es para la Contrarrevolución
que se le opone. Ciertamente se llevan a cabo extensas y complejas maniobras
revolucionarias para aprovecharse de la situación, lo cual es otra certeza.
Pero afirmas que dichas maniobras vayan a tener éxito es otra hipótesis. Hay
por el contrario otra certeza: que los hombres que gobiernan la Iglesia no
están ni se les espera, o incluso son cómplices de las estrategias
anticristianas.
¿Qué debería hacer
la Iglesia, y que deberíamos hacer todos los católicos, ante una pandemia como
la que nos asalta? Conviene recordar que todos los males que afligen a la
humanidad tienen su origen en el pecado, que el pecado público es más grave que
el individual, y que Dios castiga los pecados sociales con azotes como
enfermedades, guerras, hambres y catástrofes naturales. Si el mundo no se
arrepiente, y sobre todo si callan los eclesiásticos, los castigos que en un
principio se infligen con suavidad están destinados a agravarse cada vez más,
hasta llegar a la aniquilación de naciones enteras. Tal es la esencia del
mensaje de Fátima, que concluye no obstante con la consoladora certeza del
triunfo del Corazón Inmaculado de María.
(Traducido por
Bruno de la Inmaculada/Adelanta la Fe. Traducción oficialmente aprobada por el
profesor De Mattei)