1716 – 28 de
abril – 2016
300 años de
la muerte de
San
Luis María Grignion de Montfort
“María ha colaborado con el Espíritu Santo en
la obra de los siglos, es decir, la Encarnación del Verbo. En
consecuencia, Ella realizará también los mayores portentos de los últimos
tiempos: la formación y educación de los grandes santos, que vivirán hacia
el final del mundo, están reservados a Ella, porque solo esta Virgen
singular y milagrosa puede realizar, en unión del Espíritu Santo, las
cosas excelentes y extraordinarias.
Si honrar a
la Santísima Virgen es necesario a todos los hombres para alcanzar su
salvación, lo es mucho más a los que son llamados a una perfección
excepcional. Creo personalmente que nadie puede llegar a una íntima unión
con nuestro Señor y a una fidelidad perfecta al Espíritu Santo sin una
unión muy estrecha con la Santísima Virgen y una verdadera dependencia de
su socorro.
Solo María
halló gracia delante de Dios, sin auxilio de ninguna criatura. Solo por
Ella han hallado gracia ante Dios cuantos después de Ella la han hallado,
y solo por Ella la encontrarán cuantos la hallarán en el futuro.
Ya estaba
llena de gracia cuando la saludó el arcángel Gabriel.
Quedó sobreabundantemente llena de gracia cuando el Espíritu Santo la
cubrió con su sombra inefable. Y siguió creciendo de día en día y de
momento en momento en esta doble plenitud, de tal manera que llegó a un
grado inmenso e incomprensible de gracia.
Por ello,
el Altísimo la ha constituido tesorera única de sus riquezas y única
dispensadora de sus gracias para que embellezca, levante y enriquezca a
quien Ella quiera; haga transitar por la estrecha senda del cielo a quien
Ella quiera; introduzca, a pesar de todos los obstáculos, por la angosta
senda de la vida a quien Ella quiera, y dé el trono, el cetro y la corona
regia a quien Ella quiera.
Porque el
altísimo y su santísima Madre han de formar grandes santos que superarán
en santidad a la mayoría de los otros santos, cuanto los cedros del Líbano
exceden a los arbustos. Así fue revelado a un alma santa cuya vida
escribió de Renty.
Estos
grandes santos, llenos de gracia y celo apostólico, serán escogidos por
Dios para oponerse a sus enemigos, que bramarán por todas partes. Tendrán
una excepcional devoción a la Santísima Virgen, quien les esclarecerá con
su luz, les alimentará con su leche, les guiará con su espíritu, les
sostendrá con su brazo y les protegerá, de suerte que combatirán con una
mano y construirán con la otra.
Con una
mano combatirán, derribarán, aplastarán a los herejes con sus herejías, a
los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías y a
los pecadores con sus impiedades. Con la otra edificarán el templo
del verdadero Salomón y la mística ciudad de Dios, es decir, la
Santísima Virgen, llamada precisamente por los Padres templo de Salomón y
ciudad de Dios. Con sus palabras y ejemplos atraerán a todos a la
verdadera devoción a María. Esto les granjeará muchos enemigos, pero
también muchas victorias y gloria para Dios sólo.
Pero en la segunda venida de Jesucristo, María tiene
que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de
que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido.
El poder de
María sobre todos los demonios resplandecerá, sin embargo, de modo
particular en los últimos tiempos, cuando Satanás pondrá asechanzas a su
calcañar, o sea, a sus humildes servidores y pobres hijos que Ella
suscitará para hacerle la guerra.
Serán
pequeños y pobres a juicio del mundo; humillados delante de todos; rebajados y
oprimidos como el calcañar respecto de los demás miembros del cuerpo. Pero en
cambio, serán ricos en gracias y carismas, que María les distribuirá
con abundancia; grandes y elevados en santidad delante de Dios, superiores
a cualquier otra criatura por su celo ardoroso; y tan fuertemente
apoyados en el socorro divino, que, con la humildad de su calcañar y
unidos a María, aplastarán la cabeza del demonio y harán triunfar a
Jesucristo.
Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos e hijos de
María?
Serán fuego
encendido, ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del
amor divino. Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a
sus enemigos: como saetas en manos de un guerrero.
Serán hijos
de Leví, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a
Dios. Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en
el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación. Serán en todas
partes el buen olor de Jesucristo para los pobres y sencillos; pero para
los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte.
Serán nubes
tronantes y volantes en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin
apegarse, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de
la palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado,
lanzarán rayos contra el mundo, descargarán golpes contra el demonio y sus
secuaces, y con la espada de dos filos de la palabra de Dios traspasarán a
todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo.
Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos, a
quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias
para realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.
Dormirán
sin oro ni plata y lo que más cuenta sin preocupaciones en medio de los
demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos. Tendrán sin embargo, las alas
plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de
Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo.
Y solo dejarán en pos de sí, en los lugares en donde prediquen, el oro de
la caridad, que es cumplimiento de toda ley.
Por último,
sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre las
huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad
evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad,
conforme el Santo Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse
por nada ni hacer acepción de personas; sin perdonar, ni escuchar, ni
temer a ningún mortal por poderoso que sea.
Llevarán en
la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios; sobre sus hombros,
el estandarte ensangrentado de la cruz; en la mano derecha el crucifijo;
el rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María en el
corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.
Tales serán los grandes hombres que vendrán y a
quienes María formará por orden del Altísimo para
extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero ¿cuándo y cómo sucederá esto?
¡Solo Dios sabe! A nosotros toca callar, orar,
suspirar y esperar: Yo esperaba con ansia al Señor.
¡Ah!
¿Cuándo llegará ese tiempo dichoso –dice un santo varón en nuestros días, ferviente
enamorado de María-, cuándo llegará ese tiempo dichoso en que la excelsa
María sea establecida como Señora y Soberana en los corazones, para
someterlos plenamente al imperio de su excelso y único Jesús?
¿Cuándo
respirarán las almas a María como los cuerpos respiran el aire? Cosas
maravillosas sucederán entonces en la tierra, donde el Espíritu Santo –al
encontrar a su querida Esposa como reproducida en las almas- vendrá a
ellas con la abundancia de sus dones y las llenará de ellos, especialmente
el de Sabiduría, para realizar maravillas de gracia.
¿Cuándo llegará, hermano mío ese tiempo dichoso, ese
siglo de María, en el que muchas almas escogidas y obtenidas del Altísimo
por María, perdiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se
transformen en copias vivientes de la Santísima Virgen para amar y
glorificar a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará cuando se conozca y viva
la devoción que yo enseño: ¡Señor, para que venga tu reino, venga el reino
de María!
(Tratado de la verdadera devoción a la Santísima
Virgen María)