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PAX
MANDATO APOSTÓLICO
– ¿Tenéis un mandato?
– Lo tenemos.
– Que sea leído.
Nosotros lo tenemos de la Iglesia Romana que, en su
fidelidad a las santas tradiciones recibidas de los Apóstoles, nos ordena que
transmitamos fielmente estas santas tradiciones -es decir, el depósito de la
Fe- a todos los hombres en razón de su deber de salvar sus almas.
Ahora bien, por un lado las autoridades de la Iglesia
Romana, desde el Concilio Vaticano Segundo hasta hoy, están movidas por un
espíritu de modernismo que subvierte profundamente la Santa Tradición hasta el
punto de pervertir la noción misma de Tradición: Porque vendrá el
tiempo en que no soportarán más la sana doctrina, apartarán de la
verdad el oído y se volverán a las fábulas, como dice San Pablo a
Timoteo en su segunda Epístola (IV, 3,5). ¿De qué serviría pedir a tales
autoridades un Mandato para consagrar un obispo que se opondrá profundamente a
su gravísimo error?
Por otro lado, para tener tal obispo, los pocos católicos
que comprenden su importancia podrían, incluso después del Vaticano II, esperar
que viniese de la Fraternidad San Pío X de Mons. Marcel Lefebvre, así como éste
les consagró cuatro por un primer Mandato de suplencia en 1988. Infelizmente,
observando que las autoridades de la Fraternidad toman el mismo camino liberal,
remitiéndose constantemente a las autoridades romanas, tal esperanza parece ser
vana.
Y entonces, ¿de dónde esos católicos fieles obtendrán los
Obispos necesarios para la supervivencia de su verdadera Fe? En un mundo cada
día más opuesto a Nuestro Señor Jesucristo y a Su Iglesia, el peligro parece
tan grande que, en tanto Pedro no se convierta (Luc. XXII, 32), es la misma
Santa Iglesia la que nos pide venir en auxilio de las ovejas abandonadas,
asegurándoles un número suficiente de verdaderos pastores (Jer. III, 15) en la
medida en que tal necesidad se haga presente.
Ninguna presunción ni cesión de poder episcopal de
jurisdicción acompaña a esta transmisión del poder episcopal del Orden y, tan
pronto como Dios intervenga para salvar Su Iglesia, a la cual no le queda
ninguna esperanza humana de salvación, los efectos de esta consagración y de
este Mandato de suplencia serán puestos inmediatamente en las manos de un Papa
que sea de nuevo inequívocamente católico.