Orgullo farisaico.
“Vosotros aún no sabéis
qué espíritu es el que os mueve”.
Luc. 9,53
Los últimos meses nos han hecho testigos de una serie
ininterrumpida y creciente de ataques hacia los Obispos en particular, y la
Resistencia católica en general, por parte de ciertos sacerdotes y sus acólitos
que, habiéndose encaramado sobre imaginarios pedestales ecuestres, desde dentro
mismo de la Resistencia han estado socavando la buena obra que continúa la
resistencia iniciada por Mons. Lefebvre en la FSSPX. Según vemos por todo lo
referido a las acciones del Padre Pfeiffer en Estados Unidos, en recientes
artículos e informes, pero también de otros de sus colegas y cómplices en otros
puntos de nuestro continente, la acción diabólica se está llevando a cabo de
manera furiosa y constante con el fin de dividir y corromper la Resistencia,
como la levadura farisaica que corrompe la masa y de la cual ya nos advirtiera
Nuestro Señor. Esta levadura actuó silenciosamente por cierto tiempo, pero
ahora las consecuencias de su pudrición son estridentes. “Enemistades, pleitos,
celos, enojos, riñas, disensiones, envidias”, son algunos de los frutos de la
carne que menciona San Pablo en Gal. 5, 20-21, y que vemos ahora madurar en
diversos árboles que se presentan a sí mismos como irreprochables campeones de
la fe. A estas obras de la carne pueden agregarse los frutos venenosos del
desprecio por la autoridad, la difamación, la mentira, la calumnia, los falsos
razonamientos, los juicios temerarios, las amenazas, la destrucción parcial de
una capilla, la publicación constante de correspondencia privada, los
escándalos,…Todo esto en nombre de la fe pura e incontaminada, bajo el
estandarte de un Cristo que desconocen y de un Monseñor Lefebvre al que citan
pero no imitan.
¿Cuál es el espíritu que sopla y empuja sobre estos
revolucionarios que engañan a los incautos y matan con su lengua a los fieles
que no se les someten, todo bajo la armadura combatiente de la Tradición
católica? Quizás en algunos pudo haber en sus lejanos inicios nobleza de
intenciones, pero creemos ver en la actual y penosa degradación de ciertos
sacerdotes el espíritu de Judas, de Caifás o de Pilatos. El drama de la
traición, el circo vociferante de la turbamulta, la lapidación impiadosa, vuelven
a repetirse. Sólo la paz de Cristo puede ayudarnos a permanecer ajenos a los
aullidos hirientes para así poder discernir claramente contra qué nos
enfrentamos. Insensatos y orgullosos han abierto la “caja de Pandora” de las
pasiones más vergonzantes pues involucran el odio homicida.
Es necesario advertir e identificar la clase de espíritu
con que somos tentados y que está obrando en sacerdotes y laicos que, alguna
vez fieles, comenzaron a desviarse de la buena senda, hasta llegar a pervertir
su propia vocación y convertirse hoy en acusadores permanentes y perseguidores
de cristianos. Creemos que la ayuda del Padre Juan Bautista Scaramelli y su
“Discernimiento de los espíritus”, clásico de la teología espiritual y libro de
consulta obligada de los buenos directores espirituales, nos dará una
satisfactoria respuesta para entender qué clase de espíritu se ha entrometido
en nuestros puestos de combate, para intentar desconcertar y destruir la obra
de Dios en la Resistencia católica.
Dice nuestro autor, siguiendo las enseñanzas de San
Bernardo: “El espíritu del mundo es una propensión interna a la ambición, a las
honras, a la gloria, a los puestos, dignidades, a la hacienda y riquezas.
Después de haber dicho el melifluo Doctor que cuando nos sentimos incitados al
placer, al honor, a la riqueza, obra el demonio en nosotros por medio de estos
sus dos pérfidos compañeros, carne y mundo, añade que cuando después nos
sentimos movidos a ira, a impaciencia, a
envidia, a inquietudes, a desconfianzas, a revolución y amargura de ánimo para
con los prójimos, de quienes nos parece ser ofendidos, obra entonces el
maligno por sí solo.”
El espíritu humano, por otra parte, es una “inclinación imperfecta de la naturaleza
debilitada de la culpa original, la cual reina también en las personas que
aborrecen al demonio, al mundo y a la carne, y profesan virtud y devoción.
Ahora, de este espíritu defectuoso, dice el citado autor [Kempis] que se busca
siempre a sí mismo, y a sí mismo tiene siempre por fin de sus operaciones, porque
poco se le da del gusto, del agrado y de la gloria de Dios, y sólo se inclina a la propia comodidad, a la
propia satisfacción, a la propia utilidad y a la propia estimación”.
Buscan la propia estimación, es decir, reputación. “Así, hay predicadores que anuncian la
palabra de Dios para enseñanza de los pueblos, pero desean, juntamente con la
salud de otros, su propio aplauso, como se reconoce en sus sermones,
compuestos, más con arte de ganar su crédito, que para ganar almas a Dios. (…) Y
generalmente hablando, podemos decir que este amor a la propia estimación es un
gusano que roe casi todas las obras buenas de las personas espirituales
imperfectas”.
Hay un activismo insensato, quizás nacido del buen celo
apostólico pero que por su misma inercia y en detrimento de la vida
contemplativa y la oración, logró desordenar e invertir el orden de
prioridades, llevando a los hombres de labor apostólica a pensar que eran más
importantes sus acciones que sus oraciones, o quizás quitando a sus acciones el
soporte de sus oraciones, terminaron enredados en una vida muy poco religiosa o
alejada de la unión con Dios, a pesar de su misa diaria. La exterioridad tomó
cuerpo y volvió su voluntad defectuosa, por mezclar el propio amor con el amor
divino. De ahí que “las personas
dominadas de este espíritu imperfecto aborrecen la mortificación, como la
muerte, porque la naturaleza dominante no quiere ser reprimida, abatida y
sujeta” (Scaramelli, ob. cit.). Derívase de allí el afán de independencia,
el orgullo que no mide la crítica ni respeta investiduras, pues se pierde toda
idea de jerarquía y la necesidad evidente de reconocerse por debajo de los
Superiores.
¿Cómo acontece en las almas esta caída? Imperceptible y
gradualmente, quizás para casi todos, particularmente se debe a una falta de
oración y vigilancia (“orad y velad” nos dijo Nuestro Señor) y también por la
falta de directores espirituales capaces de distinguir estas cosas en las almas
de sus dirigidos. Mucho más cuando sacerdotes solitarios se vuelven anárquicos,
sus fieles los reverencian con exceso, y no deben rendir cuentas ante
superiores que puedan ser sus padres espirituales en la pequeña gran familia que
la Resistencia debería ser. Algunos sacerdotes ya venían incubando este mal
espíritu de orgullo farisaico incluso dentro mismo de la FSSPX, y el
surgimiento de la Resistencia les abrió las puertas para una salida “heroica” o
“decorosa”. Pero hoy ya no pueden seguir disimulando, y el mal espíritu que los
mueve estalla una vez más, en este caso con argumentos falaces, irreales,
fantasiosos y pasionales.
También creemos ver en la ignorancia y los errores de
esta gente la semilla evangélica malograda: “Cualquiera que oye la palabra del reino, y no la comprende, viene el
mal espíritu y le arrebata aquello que se había sembrado en su corazón; éste es
el sembrado junto al camino” (Mt. 13,19). Sembrado junto al camino porque
estos pseudoprofetas de la super Resistencia se desviaron de la buena senda que
indicara Mons. Lefebvre sobre todo con su ejemplo. Se apartaron de la senda de tierra
que es la humildad, entonces la semilla nunca pudo morir para nutrir sus
corazones de la vida misma de Dios. Y es palabra no comprendida por la
explicación que da Mons. Straubinger: “No hay excusa para no comprenderla
porque el Padre la descubre a los pequeños más aún que a los sabios (Mt. 11,25).
El que no entiende las palabras de Jesús, dice San Juan Crisóstomo, es porque
no las ama”. ¿Pero, cómo, no proclaman a cada instante estos personajes amar la
palabra de Dios y ser sus grandes defensores? Precisamente en ese alarde
ostentoso y su afán de imponerse con prepotencia demuestran que no la aman,
porque quien la ama la comprende, y quien la comprende se hace pequeño, humilde,
sencillo y caritativo, y no orgulloso, pleitero, inquieto, tormentoso y
sedicente. El orgullo farisaico se eleva por el desdén hacia el prójimo: “Nosotros
no somos como esos…”. Pero elevado, no percibe que así publica mejor su ridículo.
Y el que no tiene su mismo espíritu, es enemigo o sospechoso.
Nuestro Señor ya nos advirtió contra los falsos profetas,
los lobos vestidos de ovejas. San Agustín aborda este tema en relación con los
frutos buenos o malos del árbol, en su libro “El Sermón de la Montaña”, del
cual reproducimos algunos pasajes que deben tenerse en cuenta para dilucidar
mejor, sin apasionamientos, este delicado tema:
78.
Hace falta, pues, en este momento tener cuidado sobre todo de aquellos que
prometen la sabiduría y el conocimiento de la verdad que no tienen, como son
los herejes, los cuales se recomiendan a sí mismos por su escaso número.
Y por esta razón el Señor, después de haber dicho que son pocos aquellos que
encuentran la puerta estrecha y el camino angosto, a fin de que no se
introduzcan con el pretexto de ser un número reducido, rápidamente añade: guardaos de los falsos profetas, que
vienen a vosotros disfrazados con pieles de ovejas, mas por dentro son lobos
voraces. Pero éstos no engañan al ojo simple, que sabe distinguir el
árbol por sus frutos; así dice: Por sus frutos los conoceréis. Acto
seguido añade algunas analogías: ¿Acaso se cogen uvas de los espinos o
higos de las zarzas? Así es que todo árbol bueno produce buenos frutos y todo
árbol malo da frutos malos; un árbol bueno no puede dar frutos malos, y un
árbol malo darlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado
al fuego. Por sus frutos, pues, los podéis conocer.
Cuáles son frutos de malas y buenas obras
81. El
Apóstol enseña cuáles son los frutos, por los que una vez reconocidos,
reconocemos al árbol malo: Son bien conocidas las obras de la carne:
fornicaciones, deshonestidades, lujurias, idolatrías, hechicerías, enemistades,
pleitos, celos, enojos, riñas, disensiones, herejías, envidias, homicidios,
embriagueces, glotonerías y cosas semejantes; sobre las cuales os prevengo,
como ya tengo dicho, que los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de
Dios. Y acto seguido enseña
cuáles son los frutos por los cuales podemos reconocer al árbol bueno: Al
contrario, los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia,
longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia.”
(San Agustín, “El sermón de la Montaña”, L. II,
Cap. XXIV: Emecé Editores,
Bs. As., 1945).
Tenemos aquí el criterio para discernir muchos árboles
que de buenos que eran se han hecho malos (pues San Agustín habla de árboles
refiriéndose a voluntades y no a naturalezas): “El Apóstol enseña
cuáles son los frutos, por los que una vez reconocidos, reconocemos al árbol
malo: Son bien conocidas las obras de la carne: fornicaciones,
deshonestidades, lujurias, idolatrías, hechicerías, enemistades, pleitos,
celos, enojos, riñas, disensiones, herejías, envidias, homicidios,
embriagueces, glotonerías y cosas semejantes; sobre las cuales os prevengo,
como ya tengo dicho, que los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de
Dios”.
No es necesario que se den todos estos frutos, pero
distinguiendo algunos podemos discernir ante qué clase de árbol nos encontramos,
las pruebas están ante los ojos de quienes puedan ver con mirada simple, sin
obnubilaciones producidas por las pasiones desenfrenadas, ni al calor del fuego
de las disputas personales, ni de una fe corrompida y deformada. Los revoltosos
que intentan destruir la Resistencia, digámoslo una vez más, ofrecen de su
secta frutihortícola deshonestidades, idolatrías, enemistades, pleitos, celos,
enojos, riñas, disensiones, envidias, etc. Si el árbol se hace bueno, lo
podremos reconocer por estos frutos: “caridad, gozo, paz, paciencia,
longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia”.
Finalmente, traemos y
destacamos unas palabras de San Pedro de absoluta actualidad, para reconocer lo
que ocurre con los agitadores del diablo que intentan destruir la Resistencia: “Pero hubo también falsos
profetas en el pueblo, así como entre vosotros habrá falsos doctores, que
introducirán furtivamente sectarismos perniciosos y llegando a renegar del Señor
que los rescató, atraerán sobre ellos
una pronta ruina. Muchos los seguirán en sus disoluciones, y por causa de ellos el camino de la verdad
será calumniado. Y por avaricia
harán tráfico de vosotros, valiéndose de razones inventadas: ellos, cuya
condenación ya de antiguo no está ociosa y cuya
ruina no se duerme” (II Pedro, 2, 1-3). Como dice el Eclesiastés. “Nada hay de nuevo
bajo el sol”.
Fray Maseo