Proemio
No hubo
mayor desgracia y crisis en la historia de la Iglesia que la ocasionada por el
Concilio Vaticano II. Comparada con ésta, la crisis del arrianismo -por la
cual, nos dice San Jerónimo, “el mundo se durmió cristiano y, sobresaltado,
despertó arriano”- parece pequeña.
Y, en
efecto, ante la tremenda crisis iniciada por el Concilio Vaticano II, se
dividieron y se dividen los católicos.
1. Unos son fautores del mismo concilio y de sus
secuelas. A éstos no los podemos llamar católicos sino del modo como un cáncer
puede decirse de aquél que lo porta. Estos son los que podemos llamar
propiamente lobos con piel de cordero.
2. Otros -tal vez la mayoría- repitieron y repiten
los errores de esos fautores sin saber que se trata de errores, y los cree en
perfecta continuidad con lo establecido por el magisterio anterior. A éstos no
los podemos llamar propiamente herejes; pero tampoco se pueden ignorar los
peligros a los cuales su alma se encuentra expuesta.
3. Otros aún, ante lo que sabían que estaba
proscrito por el magisterio anterior y que, sin embargo, era sustentado por la
propia Jerarquía conciliar, se fueron alejando de la vida religiosa y de los
sacramentos, y tendieron a perder la fe.
4. Una parte, por cierto debido a alguna gracia
para darse cuenta más certeramente del infortunio que implicó e implica el
Concilio Vaticano II y su seguimiento, se opuso y se opone al llamado
magisterio conciliar. Pero esta parte se subdivide:
a. Unos, más cercanos a la verdad pero que no
siempre saben fundar su oposición en la doctrina más sólida, razón por la que
algunos de éstos (como los superiores de la actual FSSPX), sustentando la
necesaria visibilidad de la Iglesia y la necesidad de su regularización
canónica, terminan por adherirse de algún modo a la jerarquía conciliar.
b. Otros -los sedevacantistas-, juzgando
absolutamente imposible conciliar herejía y jurisdicción, terminan por atentar
contra la necesaria visibilidad de la Iglesia. Se incluyen aquí, de algún modo,
los llamados eclesiavacantistas, para los cuales la Iglesia se reduce a ellos
mismos, a pesar de su ínfimo número y de su falta de jurisdicción.
5. Finalmente tenemos la llamada “línea-media”, que
sin ver cómo conciliar la debida docilidad al magisterio con la oposición al
magisterio conciliar, acaban por favorecer, de varias maneras y mediante los
más diversos artificios teológicos, a este mismo magisterio. De la línea media
entran a formar parte, de algún modo, los que buscan o alcanzan la referida
regularización canónica.
Ahora bien,
nosotros nos incluimos entre los que se oponen al magisterio conciliar y no
buscan regularizarse canónicamente bajo éste, y que pueden beneficiarse de la
doctrina más sólida para fundar su posición: la expuesta por el P. Álvaro
Calderón (de la FSSPX) en la cuestión disputada La Lámpara bajo el
Celemín, y el cual se funda, naturalmente, en todo cuanto hizo, dijo o
escribió Mons. Lefebvre, pero elevándolo al plano de la más estricta ciencia
teológica. Esta cuestión disputada es el terreno seguro en el que podemos basar
nuestra postura sin desviarnos para el sedevacantismo (o para el
eclesiavacantismo) ni para la línea media o el acuerdismo [i].
De este
modo, la serie que iniciamos con este proemio quiere mostrar la justicia y la
necesidad de resistir al magisterio conciliar, y especialmente al papado de
Francisco, cuyo carácter catastrófico la llamada línea media y los acuerdistas
de hoy día se niegan de algún modo a ver perfectamente. Pero no lo podríamos
hacer, insistimos, sin demostrar la posibilidad de unir tal resistencia a la
debida docilidad al magisterio, y esta demostración es La Lámpara bajo el
Celemín la que nos la posibilita cabalmente.
Sucede que
esta misma cuestión disputada no es de fácil comprensión para los que no tienen
el hábito intelectual de la teología (y teología tomista). Es pues la razón
central de esta serie: volver La Lámpara bajo el Celemín accesible
a un mayor número, y volver más ampliamente comprensible la necesidad
de resistir y de seguir resistiendo al llamado magisterio conciliar.
Pero hay
una razón suplementaria. No pocos dicen que “ese Carlos Nougué” es cismático,
que apoya obispos cismáticos, que está excomulgado, etc. Pues bien, los que así
murmuran tendrán oportunidad de ver mejor nuestras razones y la respuesta que
damos a sus objeciones a nuestra postura (objeciones que, como manda la buena
doctrina y el buen método, han de exponerse fielmente antes de ser refutadas).
Si aun así no se convencen, quede desde ya la invitación para que entonces
busquen refutarnos públicamente, a la luz del día, en alguna forma de debate.
Observaciones.
•
Insistimos en que nos fundaremos muy estrictamente en La Lámpara bajo
el Celemín. Pero algo será de nuestra propia obra, y obviamente no deberá
imputarse al sacerdote de la FSSPX.
• No
responderemos directamente en esta serie al sedevacantismo y al
eclesiavacantismo, lo que haremos en el libro Del Papa Herético. De
hecho es en cuanto al sedevacantismo que La Lámpara nos parece
que requiere profundización[ii].
• Nuestra
serie se divide en los siguientes artículos:
1. Si el llamado magisterio conciliar es
infalible;
2. Si se puede por lo tanto discutir algún
magisterio, y especialmente el conciliar;
3. Si el magisterio conciliar tiene algún grado de
autoridad;
4. Si el magisterio conciliar impone su autoridad
de modo indirecto;
5. Si la resistencia al magisterio conciliar ha de
ser franca, sistemática y organizada.
• Como cada
uno de estos artículos será muy largo, lo dividiremos en tantas entradas como
nos parezcan necesarias.
• Estas
entradas no vendrán según ninguna periodicidad pre-establecida, sino según
nuestra propia disponibilidad de tiempo para escribirlas.
(continúa)
[i] Que el P. Calderón parezca contradecir su
doctrina con su práctica no es asunto que nos interese aquí.
[ii] No decimos, subrayamos, que se equivoque sobre
éste sino que, repito, necesita profundizarse. Y como efecto, nuestro Del
Papa Herético se yergue sobre dos pilares: lo dicho respecto a este
asunto por el tomista Domingo Bañez O.P. (1528-1604) y la tesis de la
“jurisdicción precaria” sostenida por Arnaldo Xavier da Silveira en sus Consideraciones
sobre el Ordo Missae de Paulo VI. Desde que los leímos por primera
vez, nos parecieron sujetos a importantes desarrollos, como esperamos demostrar
en Del Papa Herético.