Mortalium Animos
PÍO PP. XI
ACERCA DE COMO SE HA DE FOMENTAR LA VERDADERA UNIDAD RELIGIOSA
Venerables
hermanos: Salud y bendición apostólica
1.Ansia
universal de paz y fraternidad
Nunca quizás
como en los actuales tiempos se ha apoderado del corazón de todos los hombres
un tan vehemente deseo de fortalecer y aplicar al bien común de la sociedad
humana los vínculos de fraternidad que, en virtud de nuestro común origen y
naturaleza, nos unen y enlazan a unos con otros.
Porque no
gozando todavía las naciones plenamente de los dones de la paz, antes al
contrario, estallando en varias partes discordias nuevas y antiguas, en forma
de sediciones y luchas civiles y no pudiéndose además dirimir las
controversias, harto numerosas, acerca de la tranquilidad y prosperidad de los
pueblos sin que intervengan en el esfuerzo y la acción concordes de aquellos
que gobiernan los Estados, y dirigen y fomentan sus intereses, fácilmente se
echa de ver –mucho más conviniendo todos en la unidad del género humano-,
porque son tantos los que anhelan ver a las naciones cada vez más unidas entre
sí por esta fraternidad universal.
2.
La fraternidad en religión. Congresos ecuménicos.
Cosa muy
parecida se esfuerzan algunos por conseguir en lo que toca a la ordenación de
la nueva ley promulgada por Jesucristo Nuestro Señor. Convencidos de que son
rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber
visto en ello esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque
disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la
profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida
espiritual. Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y
conferencias, con no escaso número de oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente
a todos, a infieles de todo género, de cristianos y hasta a aquellos que
apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la
divinidad de su Persona o misión.
3.
Los católicos no pueden aprobarlo.
Tales
tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos,
puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las
religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de
distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y
nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos
obedientemente su imperio.
Cuantos
sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la
verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a
parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que,
cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la
religión revelada por Dios.
4.
Otro error – La unión de todos los cristianos. – Argumentos falaces
Pero donde
con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente algunos, es cuando se
trata de fomentar la unión de todos los cristianos. ¿Acaso no es justo -suele
repetirse- y no es hasta conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre
de Cristo se abstengan de mutuas recriminaciones y se unan por fin un día con
vínculos de mutua caridad? ¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo,
sino procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que El manifestó al
rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa?(1).
y el mismo Jesucristo ¿por ventura no quiso que sus discípulos se distinguiesen
y diferenciasen de los demás por este rasgo y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que
sois mis discípulos, en que os améis unos a otros?(2).
¡Ojalá -añaden- fuesen una sola cosa todos los cristianos! Mucho más podrían
hacer para rechazar la peste de la impiedad, que, deslizándose y extendiéndose
cada más, amenaza debilitar el Evangelio.
5.
Debajo de esos argumentos se oculta un error gravísimo
Estos y otros
argumentos parecidos divulgan y difunden los llamados “pancristianos“; los cuales, lejos de ser pocos en
número, han llegado a formar legiones y a agruparse en asociaciones ampliamente
extendidas, bajo la dirección, las más de ellas, de hombres católicos, aunque
discordes entre sí en materia de fe.
6.
La verdadera norma de esta materia.
Exhortándonos,
pues, la conciencia de Nuestro deber a no permitir que la grey del Señor sea
sorprendida por perniciosas falacias, invocamos vuestro celo, Venerables
Hermanos, para evitar mal tan grave; pues confiamos que cada uno de vosotros,
por escrito y de palabra, podrá más fácilmente comunicarse con el pueblo y
hacerle entender mejor los principios y argumentos que vamos a exponer, y en
los cuales hallarán los católicos la norma de lo que deben pensar y practicar
en cuanto se refiere al intento de unir de cualquier manera en un solo cuerpo a
todos los hombres que se llaman católicos.
7.
Sólo una Religión puede ser verdadera: la revelada por Dios.
Dios, Creador
de todas las cosas, nos ha creado a los hombres con el fin de que le conozcamos
y le sirvamos. Tiene, pues, nuestro Creador perfectísimo derecho a ser servido
por nosotros. Pudo ciertamente Dios imponer para el gobierno de los hombres una
sola ley, la de la naturaleza, ley esculpida por Dios en el corazón del hombre
al crearle: y pudo después regular los progresos de esa misma ley con sólo su
providencia ordinaria. Pero en vez de ella prefirió dar El mismo los preceptos
que habíamos de obedecer; y en el decurso de los tiempos, esto es desde los
orígenes del género humano hasta la venida y predicación de Jesucristo, enseñó
por Sí mismo a los hombres los deberes que su naturaleza racional les impone
para con su Creador. “Dios, que en otro tiempo habló a nuestros
padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras, por medio de los Profetas,
nos ha hablado últimamente por su Hijo Jesucristo“(3).
Por donde claramente se ve que ninguna religión puede ser verdadera fuera de
aquella que se funda en la palabra revelada por Dios, revelación que comenzada
desde el principio, y continuada durante la Ley Antigua, fue perfeccionada por
el mismo Jesucristo con la Ley Nueva. Ahora bien: si Dios ha hablado -y que
haya hablado lo comprueba la historia- es evidente que el hombre está obligado
a creer absolutamente la revelación de Dios, y a obedecer totalmente sus
preceptos. y con el fin de que cumpliésemos bien lo uno y lo otro, para gloria
de Dios y salvación nuestra, el Hijo Unigénito de Dios fundó en la tierra su
Iglesia.
8.
La única Religión revelada es la de la Iglesia Católica.
Así pues, los
que se proclaman cristianos es imposible no crean que Cristo fund6 una Iglesia,
y precisamente una sola. Mas, si se pregunta cuál es esa Iglesia conforme a la
voluntad de su Fundador, en esto ya no convienen todos. Muchos de ellos, por
ejemplo, niegan que la Iglesia de Cristo haya de ser visible, a lo menos en el
sentido de que deba mostrarse como un solo cuerpo de fieles, concordes en una
misma doctrina y bajo un solo magisterio y gobierno. Estos tales entienden que
la Iglesia visible no es más que la alianza de varias comunidades cristianas,
aunque las doctrinas de cada una de ellas sean distintas.
Sociedad
perfecta, externa, visible.
Pero es lo
cierto que Cristo Nuestro Señor instituyó su Iglesia como sociedad perfecta,
externa y visible por su propia naturaleza, a fin de que prosiguiese
realizando, de allí en adelante, la obra de la salvación del género humano,
bajo la guía de una sola cabeza (4),
con magisterio de viva voz (5) y por medio de la administración de
los sacramentos (6),
fuente de la gracia divina; por eso en sus parábolas afirmó que era semejante a un reino (7), a una casa (8), a un aprisco (9), y a una grey (10).
Esta Iglesia, tan maravillosamente fundada, no podía ciertamente cesar ni
extinguirse, muertos su Fundador y los Apóstoles que en un principio la
propagaron, puesto que a ella se le había confiado el mandato de conducir a la
eterna salvación a todos los hombres, sin excepción de lugar ni de tiempo: “Id, pues, e instruid a todas las naciones” (11).
y en el cumplimiento continuo de este oficio, ¿acaso faltará a la Iglesia el
valor ni la eficacia, hallándose perpetuamente asistida con la presencia del
mismo Cristo, que solemnemente le prometió: “He aquí que yo estaré siempre
con vosotros, hasta la consumación de los siglos“? (12) Por tanto, la Iglesia de Cristo no sólo
ha de existir necesariamente hoy, mañana y siempre, sino también ha de ser
exactamente la misma que fue en los tiempos apostólicos, si no queremos decir
-y de ello estamos muy lejos- que Cristo Nuestro Señor no ha cumplido su
propósito, o se engañó cuando dijo que las puertas del infierno no habían de
prevalecer contra ella (13).
9.
Un error capital del movimiento ecuménico en la pretendida unión de iglesias
cristianas. .
Y aquí se Nos
ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece
depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la múltiple acción y
confabulación el de los católicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión
de las iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir
casi infinitas veces las palabras de Cristo: “Sean todos una misma cosa.
Habrá un solo rebaño y un solo pastor” (14),
mas de tal manera: las entienden, que, según ellos, sólo significan un deseo y
una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan,
pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y
única Iglesia de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera
hoy existe: podrá, ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga,
mediante la concordante impulsión de las voluntades; pero en entre tanto, habrá
que considerarla sólo como un ideal.
“La
división” de la Iglesia.
Añaden que la
Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, está dividida en partes, esto es,
se halla compuesta de varias comunidades distintas, separadas todavía unas de
otras, y coincidentes en algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo
demás, y cada una con los mismos derechos exactamente que las otras; y que la
Iglesia sólo fue única y una, a lo sumo desde la edad apostólica hasta tiempos
de los primeros Concilios Ecuménicos. Sería necesario pues -dicen-, que,
suprimiendo y dejando a un lado las controversias y variaciones rancias de
opiniones, que han dividido hasta hoy a la familia cristiana, se formule se
proponga con las doctrinas restantes una norma común de fe, con cuya profesión
puedan todos no ya reconocerse, sino sentirse hermanos. y cuando las múltiples
iglesias o comunidades estén unidas por un pacto universal, entonces será
cuando puedan resistir sólida y fructuosamente los avances de la impiedad…
Esto es así
tomando las cosas en general, Venerables Hermanos; mas hay quienes afirman y
conceden que el llamado Protestantismo ha
desechado demasiado desconsideradamente ciertas doctrinas fundamentales de la
fe y algunos ritos del culto externo ciertamente agradables y útiles, los que
la Iglesia Romana por el contrario aún conserva; añaden sin embargo en el acto,
que ella ha obrado mal porque corrompió la religión primitiva por cuanto agregó
y propuso como cosa de fe algunas doctrinas no sólo ajenas sino más bien
opuestas al Evangelio, entre las cuales se enumera especialmente el Primado de
jurisdicción que ella adjudica a Pedro y a sus sucesores en la sede Romana.
En el número
de aquellos, aunque no sean muchos, figuran también los que conceden al Romano
Pontífice cierto Primado de honor o alguna jurisdicción o potestad de la cual
creen, sin embargo, que desciende no del derecho divino sino de cierto consenso
de los fieles. Otros en cambio aun avanzan a desear que el mismo Pontífice
presida sus asambleas, las que pueden llamarse “multicolores”. Por lo demás,
aun cuando podrán encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmón lleno
la unión fraterna en Cristo, sin embargo, hallarás pocos a quienes se ocurre
que han de sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo cuando enseña o manda
y gobierna. Entre tanto asevera que están dispuestos a actuar gustosos en unión
con la Iglesia Romana, naturalmente en igualdad de condiciones jurídicas, o sea
de iguales a igual: mas si pudieran actuar no parece dudoso de que lo harían
con la intención de que por un pacto o convenio por establecerse tal vez, no fueran
obligados a abandonar sus opiniones que constituyen aun la causa por qué
continúan errando y vagando fuera del único redil de Cristo.
10.
La Iglesia Católica no puede participar en semejantes uniones.
Siendo todo
esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna
tener parte en dichos Congresos, ni de ningún modo pueden los católicos
favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad
a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia
de Cristo.
11.
La verdad revelada no admite transacciones.
¿Y habremos
Nos de sufrir -cosa que sería por todo extremo injusta- que la verdad revelada
por Dios, se rindiese y entrase en transacciones? Porque de lo que ahora se
trata es de defender la verdad revelada. Para instruir en la fe evangélica a
todas las naciones envió Cristo por el mundo todo a los Apóstoles; y para que
éstos no errasen en nada, quiso que el Espíritu Santo les enseñase previamente toda la verdad(15);
¿y acaso esta doctrina de los Apóstoles ha descaecido del todo, o siquiera se
ha debilitado alguna vez en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola
y custodiándola? Y si nuestro Redentor manifestó expresamente que su Evangelio
no sólo era para los tiempos apostólicos, sino también para las edades futuras,
¿habrá podido hacerse tan obscura e incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy
conveniente tolerar en ella hasta las opiniones contrarias entre sí? Si esto
fuese verdad, habría que decir también que el Espíritu Santo infundido en los
apóstoles, y la perpetua permanencia del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta
la misma predicación de Jesucristo, habría perdido hace muchos siglos toda
utilidad y eficacia; afirmación que sería ciertamente blasfema.
12.
La Iglesia Católica depositaria infalible de la verdad.
Ahora bien:
cuando el Hijo Unigénito de Dios mandó sus legados que enseñasen a todas las
naciones, impuso a todos los hombres la obligación de dar fe a cuanto les fuese
enseñado por los testigos predestinados por Dios (16);
obligación que sancionó de este modo: el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no
creyere será condenado (17).
Pero ambos preceptos de Cristo, uno de enseñar y otro de creer, que no pueden
dejar de cumplirse para alcanzar la salvación eterna, no pueden siquiera
entenderse si la Iglesia no propone, íntegra y clara la doctrina evangélica y
si al proponerla no está ella exenta de todo peligro de equivocarse, Acerca de
lo cual van extraviados también los que creen que sin duda existe en la tierra
el depósito de la verdad, pero que para buscarlo hay que emplear tan fatigosos
trabajos, tan :continuos estudios y discusiones, que apenas basta la vida de un
hombre para hallarlo y disfrutarlo: como si el benignísimo Dios hubiese ,
hablado por medio de los Profetas y de su Hijo Unigénito para que lo revelado por
éstos sólo pudiesen conocerlo unos pocos, y ésos ya ancianos; y como si esa
revelación no tuviese por fin enseñar la doctrina moral y dogmática, por la
cual se ha de regir el hombre durante el curso de su vida moral,
13.
Sin fe, no hay verdadera caridad.
Podrá parecer
que dichos “pancristianos“, tan atentos a unir las iglesias,
persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos,
Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie,
ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su
Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y
que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos unos a los otros,
prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no
profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene a vosotros y no
trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis (18),
Siendo, pues, la fe íntegra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad,
necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el
vínculo de la unidad de fe.
14.
Unión irrazonable.
Por tanto,
¿cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos
miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios
aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿y de qué manera, si se nos
quiere decir, podrían formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres
que defienden doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los
que niegan que la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelación;
los que consideran de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de
Obispos, presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa
Jerarquía se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de
cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía por
la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada “transubstanciación“, y los que afirman que el Cuerpo
de Cristo está allí presente sólo por la fe, o por el signo y virtud del
Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su doble naturaleza de
sacramento y sacrificio, y los que sostienen que sólo es un recuerdo o
conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la suplicante
invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen María
Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal
culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo? (19).
15.
Resbaladero hacia el indiferentismo y el modernismo.
Entre tan
grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para
conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo
magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En
cambio, sabemos, ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el
paso al menosprecio de toda religión, o “indiferentismo“, y
al llamado “modernismo“, con el cual los que están desdichadamente
inficionados, sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o
sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las
varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación
inmutable, sino siendo de suyo acomodable al a vida de los hombres.
Además, en lo
que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito
establecer aquélla diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir
ahora, de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos, las
segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles;
pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador
que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por eso, todos los que
verdaderamente son de Cristo prestarán la misma fe al dogma de la Madre de Dios
concebida sin pecado original como, por ejemplo, al misterio de la augusta
Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio infalible del Romano
Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del
Vaticano, como en la Encarnación del Señor.
No porque la
Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas verdades de un modo
distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse por no
igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las reveló todas Dios?
Pues, el
Magisterio de la Iglesia el cual por designio divino fue constituido en la
tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incólumes para siempre y
llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres aun
cuando el Romano Pontífice y los Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan
diariamente, se extiende, sin embargo, al oficio de proceder oportunamente con
solemnes ritos y decretos a la definición de alguna verdad, especialmente
entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes deben más
eficazmente oponerse o inculcarse en los espíritus de los fieles, más clara y
sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina.
Mas por ese
ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce, naturalmente ninguna
invención, ni se añade ninguna novedad al acervo de aquellas verdades que en el
depósito de la revelación, confiado por Dios a la Iglesia, no estén contenidas,
por lo menos implícitamente, sino que se explican aquellos puntos que tal vez
para muchos aun parecen permanecer oscuros o se establecen como cosas de fe los
que algunos han puesto en tela de juicio.
16.
La única manera de unir a todos los cristianos.
Bien claro se
muestra, pues, Venerable Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido
nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos; porque la
unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el
retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual
un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que
todos ciertamente conocen y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer
siempre tal cual El mismo la fundó para la salvación de todos. Nunca, en el transcurso
de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni podrá
contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: No puede adulterar la Esposa de
Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola casa y custodia con casto
pudor la santidad de una sola estancia (20).
Por eso se maravillaba con razón el santo Mártir de que alguien pudiese creer que esta unidad, fundada en la divina
estabilidad y robustecida por medio de celestiales sacramentos, pudiese
desgarrarse en la Iglesia, y dividirse por el disentimiento de las voluntades
discordes (21).
Porque siendo Porque siendo el cuerpo místico de Cristo, esto es, la Iglesia,
uno (22),compacto y conexo (23),
lo mismo que su cuerpo físico, necedad es decir que el cuerpo místico puede
constar de miembros divididos y separados; quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está
unido con su cabeza, que es Cristo (24).
17.
La obediencia al Romano Pontífice.
Ahora bien,
en esta única Iglesia de Cristo nadie vive y nadie persevera, que no reconozca
y acepte con obediencia la suprema autoridad de Pedro y de sus legítimos
sucesores. ¿No fue acaso al Obispo de Roma a quien obedecieron, como a sumo
Pastor de las almas, los ascendientes de aquellos que hoy yacen anegados en los
errores de Focio, y de otros novadores?
Alejaronse
¡ay! los hijos de la casa paterna, que no por eso se arruinó ni pereció,
sostenida como está perpetuamente por el auxilio de Dios. Vuelvan, pues, al
Padre común, que olvidando las injurias inferidas ya a la Sede Apostólica, los
recibirá amantísimamente. Porque, si, como ellos repiten, desean asociarse a
Nos y a los Nuestros, ¿Por qué no se apresuran a venir a la Iglesia, madre y maestra de todos los
fieles de Cristo (25).
Oigan como clamaba en otro tiempo Lactancio: Sólo la Iglesia Católica es la
que conserva el culto verdadero, Ella es la fuente de la verdad, la morada de
la Fe, el templo de Dios, quienquiera que en él no entre o de él salga, perdido
ha la esperanza de vida y de salvaci6n, Menester es que nadie se engañe a sí
mismo con pertinaces discusiones, Lo que aquí se ventila es la vida y la
salvaci6n,’a la cual si no se atiende con diligente cautela, se perderá y se
extinguirá (26).
18.
Llamamiento a las sectas disidentes.
Vuelvan,
pues, a la Sede Apostó1ica, asentada en esta ciudad de Roma, que consagraron
con su sangre los Príncipes de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, a la Sede raíz y matriz de la Iglesia
Católica (27);
vuelvan los hijos disidentes, no ya con el deseo y la esperanza de que la Iglesia de Dios vivo, la columna y el sostén de la verdad (28) abdique de la integridad de su fe, y
consienta los errores de ellos, sino para someterse al magisterio y al gobierno
de ella. Pluguiese al Cielo alcanzásemos felizmente Nos, lo que no alcanzaron
tantos predecesores Nuestros; el poder abrazar con paternales entrañas a los
hijos que tanto nos duele ver separados de Nos por una funesta división.
Plegaria
a Cristo y a María.
Y ojalá
Nuestro Divino Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al
conocimiento de la verdad (29),
oiga Nuestras ardientes oraciones para que se digne llamar a la unidad de la
Iglesia a cuantos están separados de ella.
Con este fin,
sin duda importantísimo, invocamos y queremos que se invoque la intercesión de
la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Divina Gracia, debeladora de todas
las herejías y Auxilio de los cristianos, para que cuanto antes nos alcance la gracia
de ver alborear el deseadísimo día en que todos los hombres oigan la voz de su
divino Hijo, y conserven la unidad del Espíritu Santo con el vínculo de la paz (30).
19.
Conclusión y Bendición Apostólica.
Bien
comprendéis, Venerables Hermanos, cuánto deseamos Nos este retorno, y cuánto
anhelamos que así lo sepan todos Nuestros hijos, no solamente los católicos,
sino también los disidentes de Nos; los cuales, si imploran humildemente las
luces del cielo, reconocerán, sin duda, a la verdadera Iglesia de Cristo, y
entrarán, por fin, en su seno, unidos con Nos en perfecta caridad. En espera de
tal suceso, y como prenda y auspicio de los divinos favores, y testimonio de
Nuestra paternal benevolencia, a vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestro
Clero y pueblo, os concedemos de todo corazón la Apostólica Bendición.
Dado en San
Pedro de Roma, el día 6 de enero, fiesta de la Epifanía de Nuestro Señor
Jesucristo, el año 1928, sexto de Nuestro Pontificado.
Pío
Papa XI
NOTAS
(1) Juan, 17, 21.
(2) Juan,
13, 35
(3) Hebr. 1, 1-2.
(4) Mat. 16,15.
(5) Marc. 16,15
(6) Juan 3, 5; 6, 48-59; 20, 22. Juan 18, 18.
(3) Hebr. 1, 1-2.
(4) Mat. 16,15.
(5) Marc. 16,15
(6) Juan 3, 5; 6, 48-59; 20, 22. Juan 18, 18.
(10) Juan 21, 15-17.
(11) Mat. 28, 19.
(12) Mat. 28, 20.
(13) Mat. 16, 18.
(14) Juan 17, 21; 19,16.
(15) Juan 16, 13.
(16) Act. 10, 41.
(17) Marc. 16, 16.
(18) IIJuan vers. 10.
(19) Ver I Tim. 2, 5.
(20) S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. 4, col. 518-519)
(11) Mat. 28, 19.
(12) Mat. 28, 20.
(13) Mat. 16, 18.
(14) Juan 17, 21; 19,16.
(15) Juan 16, 13.
(16) Act. 10, 41.
(17) Marc. 16, 16.
(18) IIJuan vers. 10.
(19) Ver I Tim. 2, 5.
(20) S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. 4, col. 518-519)
(21) S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. 4,
col 519-B y 520-A.
(22) I Cor. 12, 12.
(23) Efes. 4, 15
(24) Efes. 5, 30; 1, 22.
(25) Conc. Lateran. IV, c. 5 (Denz-Umb. 436)
(26) Lactancio Div. Inst. 4, 30. (Corp. Scr. E. Lat., vol. 19, pag. 397, 11-12; Migne P.L. 6, col. 542-B a 543-A).
(27) S. Cipr. Carta 38 a Cornelio 3. (Entre las cartas de S. Cornelio Papa III; Migne P.L. 3, col. 733-B).
(28) I Tim. 3, 15.
(29) I Tim. 2, 4.
(30) Efes. 4, 3.
(22) I Cor. 12, 12.
(23) Efes. 4, 15
(24) Efes. 5, 30; 1, 22.
(25) Conc. Lateran. IV, c. 5 (Denz-Umb. 436)
(26) Lactancio Div. Inst. 4, 30. (Corp. Scr. E. Lat., vol. 19, pag. 397, 11-12; Migne P.L. 6, col. 542-B a 543-A).
(27) S. Cipr. Carta 38 a Cornelio 3. (Entre las cartas de S. Cornelio Papa III; Migne P.L. 3, col. 733-B).
(28) I Tim. 3, 15.
(29) I Tim. 2, 4.
(30) Efes. 4, 3.