viernes, 31 de julio de 2015

FIESTA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA



Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me disteis, A Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed todo a vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que con ésta me basta.



Sermón del Padre Castellani.

 



 Opera "San Ignacio de Loyola" (ca.1755) de Domenico Zipoli (1688-1726), Martin Schmid (1694-1772) e Indios Chiquitanos.



Descubierta a comienzos de la última década del siglo XX, de la ópera de San Ignacio se encontraron dos copias: una en los archivos de Chiquitos (Santa Ana, Chiquitos-Bolivia), y otra en la Misión de San Ignacio en la provincia de Moxos (Bolivia). La partitura fue restaurada y transcrita por el musicólogo Bernardo Illari.

La ópera de San Ignacio de Loyola es una de las tres obras dramáticas que se conservan en los archivos de las antiguas misiones jesuíticas de América. Compuesta entre 1717 y 1726, su creación se atribuye al jesuita toscano Domenico Zipoli (Prato, 1688-Córdoba, 1726), conjuntamente con el también jesuita suizo Martin Schmid (Baar, 1694-Lucerna, 1772) e indios chiquitanos.

Con texto castellano, de autor desconocido, posee un libreto pedagógicamente eficaz. Los personajes principales son San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y el demonio, quien a pesar de su dudosa seducción (su aspecto es magnífico en su simplicidad y sensualidad), no consigue desviar a los dos santos de su sagrado deber, la evangelización.

Señala el musicólogo Piotr Nawrot que el drama evangelizador, u ópera, como se denominaba a todas las obras escénicas que se ejecutaban en las misiones fue muy popular en la vida de las reducciones jesuíticas y resultó un aporte único al repertorio americano de la ópera en tiempos de la colonia.

Las óperas se representaban en los momentos más significativos del año litúrgico o en ocasión de acontecimientos de importancia política. Su puesta en escena tenía lugar hacia el anochecer, en la plaza mayor, junto al pórtico de la Iglesia o al castillo del estandarte real. Los actores eran los indios mismos y, a menudo, se insertaban elementos del mundo indígena: vestuarios ricos y coloristas adecuados al papel representado, escenografía típica de la zona con arcos de flores y plantas selváticas, frutas tropicales, pájaros de gran colorido y animales salvajes. Esto era inaudito para la época, pero los Jesuitas adelantados a su tiempo integrando a los indígenas y su cultura dentro de las obras musicales, lograron calar y llevar a Dios al corazón de aquellas gentes. 

Domenico Zipoli (1688-1726), fue contemporáneo de Bach, Haendel y de Domenico Scarlatti, difícilmente pueda ser confrontado con ninguno de sus coetáneos. No hay casos iguales en la historia de la música, donde un solicitado músico profesional (Zipoli) renuncia a un seguro camino de éxitos, para ocuparse de la salvación de las almas de los indígenas. El vuelco que dio a su vida al misionar a la provincia jesuítica del Paraguay modificó substancialmente su lenguaje y estética. Las potencialidades que había demostrado al publicar su primera obra, las Sonate d´intavolatura per organo e cimbalo (Roma, 1716), parecieran haberse reducido en gran medida. El proyecto de vida de músico profesional al que se consagró hasta ese momento cambió radicalmente en 1716. Un buen día decidió abandonarlo todo y sumarse a la gesta jesuítica evangelizadora americana. Para la historia de la música, durante más de dos siglos Zipoli el europeo desapareció inmediatamente después de publicar sus Sonate. El otro Zipoli, el americano, volvió a manifestarse en 1933 en los estudios del jesuita Guillermo Furlong primero y del musicólogo uruguayo Lauro Ayertarán hacia 1940. Fue sin embargo otro uruguayo, Francisco Curt Lange, quien sentó las bases del redescubrimiento del músico italo-argentino. En la época que Zipoli vivía en Roma era largamente comentado el esplendor artístico y las nuevas formas de convivencia social y comunitaria en las reducciones de los Guaraníes, los Tupí, Chiquitos y Moxos en la provincia jesuítica del Paraguay: Dadme una orquesta y convertiré toda Sudamérica, fue su consigna. 
(Información proporcionada por Enrique Guerrero)