En la latosa y soporífera entrevista que
le hizo Elisabetta Piqué, su plumífera predilecta, Francisco se mandó otra de
sus “franciscadas”:
“Dios me da una sana dosis de
inconsciencia”
Esta insólita afirmación en boca de un
Papa puede chocar a más de uno, y a lo más ser tenida por una humilde
inocentada de impulsivo muchachote -casi un Poverello- y no
producto de quien sabe perfectamente lo que hace, alguien que calcula
bien sus pasos, sus dichos y sus gestos -aún los más ridículos- con tal de
agradar a todo el mundo y ayudarlo así a conseguir su “liderazgo
mundial”.
Para los que conocemos desde sus tiempos
de Buenos Aires, esta puntada tiene su correspondiente nudo: presentar como
inspiradas por Dios a todas sus jugadas “inconscientes” para consolidar “una
nueva Iglesia”. La del Vaticano II, por supuesto.
Nota catapúltica:
Esa “sana dosis de inconsciencia” no le
priva de elogiar, en la misma entrevista, al heresiarca Kasper, cuyos trabajos
sobre el matrimonio “son una joyita”.