sábado, 13 de diciembre de 2014

R.P. TRINCADO - SERMÓN EN LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE




Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Apoc 12 1-2a).

Tres naves y un único viaje hubo en el descubrimiento de América, como en la Sma. Trinidad hay Tres Divinas Personas y un Único Dios. Y “Pinta la Niña Santa María” es la frase que se compone con el nombre de esas tres embarcaciones, anuncio profético del portentoso suceso que iba a tener lugar en el Tepeyac en 1531.

El nombre de descubridor era Cristóbal Colón. Cristóbal significa portador de Cristo, Colón significa palomo: profético de nuevo, pues ese hombre hizo posible que los benditos españoles trajeran la Luz del Espíritu Santo a nuestros pueblos indígenas. El pueblo que vivía en tinieblas, vio una gran luz; y la luz alboreó para los que moraban en región de sombras de muerte (Mt 4, 16). Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8, 32): la verdadera fe debía liberar a estos pueblos de la inveterada, tremendamente amarga y durísima esclavitud del demonio, y someterlos al suave yugo de Cristo. ¿Quién lo hizo? ¿Quién otra? La que aplasta a la serpiente infernal, la Madre de Dios, la Santísima Virgen María. En la aparición a Juan Bernardino, tío de Juan Diego, Nuestra Señora, que hablaba en náhuatl, usó una palabra (coatlaxopeuh) que se pronuncia “quatlasupe”. Eso suena muy parecido a Guadalupe, palabra con la que los españoles habrían castellanizado la original azteca. Pues bien: esa palabra indígena significa “la que aplasta la serpiente”. En relación con esto es de notar, además, que en la colina del Tepeyac había sido, por siglos, el lugar de culto de la diosa Tonantzin Cihuacóatl, que literalmente quiere decir nuestra madre venerada, la mujer serpiente

Después de haber comenzado a ser pintada esta Niña, por los predicadores, en las almas de los indios, y a casi cuarenta años de la llegada de Colón; el 12 de diciembre de 1531 sucedió el gran milagro que marcaría la historia de México, de América y de la Iglesia Católica para siempre: la Niña Virgen Madre fue pintada por el mismo Dios en el pobre ayate del humilde amerindio Juan Diego. A partir de ese momento, las conversiones de los indígenas, que eran escasas, se multiplicaron de modo totalmente extraordinario, y no sólo en México, sino en el resto de la América española. Gracias a la intervención de nuestra Señora, la conversión al cristianismo en México es la más grandiosa y espectacular de toda la historia cristiana. La cabeza de la serpiente era aplastada con un golpe tremendo. Resueltamente y como por asalto, la Madre de Dios arrebataba las almas al diablo y tomaba posesión del Nuevo Mundo para su Divino Hijo.

La figura de Nuestra Señora de Guadalupe es un milagro permanente o, mejor dicho, un conjunto de milagros que simultáneamente se dan en este maravilloso ayate. La ciencia, a través de diversos estudios, nos habla de los inexplicables fenómenos prodigiosos de la imagen. Científicamente nada de esto se explica, porque estamos ante algo divino: estamos ante el retrato que Dios pintó de su Madre.

Por esto México es bendito del Cielo. Porque en todo el mundo nada hay comparable a esta milagrosa imagen, a excepción del Santo Sudario de Turín, otro retrato de origen divino, esta vez del Hijo. Entonces, existen dos “pinturas” divinas: un retrato del Hijo y un retrato de la Madre. Y no hay en ningún lugar de la tierra una presencia de la Santísima Virgen comparable a la de este retrato no hecho por manos humanas.

Estimados fieles: lo que ha movido a la Madre a quedarse en México es el amor a sus hijos. Para comprender el sentido profundo de este grandísimo milagro y de esta inmensa misericordia de Dios con los mexicanos en particular y con los cristianos en general, oigamos hoy, una vez más, lo que le dice Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego y, en él, a cada uno de nosotros:

Deseo que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, a ti y a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y confíen en mí; oiré sus lamentos y remediaré todas sus miserias, penas y dolores, porque yo soy vuestra piadosa Madre… Hijo mío, el más pequeño, no es nada lo que te asusta y te aflige. No se turbe tu corazón y no temas esta enfermedad ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más necesitas?

Que nuestra Madre la Virgen de Guadalupe, Reina de México, Emperatriz de América y Generala de la Resistencia; continúe aplastando delante de nosotros la cabeza de la serpiente infernal, y nos bendiga y nos proteja siempre.




CONSAGRACIÓN A LA SMA. VIRGEN DE GUADALUPE


¡Oh Madre Nuestra, Virgen Santísima de Guadalupe!, en el día sublime en que festejamos la aparición por la cual quisiste quedarte para siempre con nosotros; humildemente postrados ante Nuestro Señor y ante tu imagen milagrosa, nos consagramos a ti, poniendo en tus manos santísimas y purísimas todo lo que somos y todo lo que tenemos.

Dígnate, oh Madre amadísima, aceptar la ofrenda de los que verdaderamente desean ser tus fieles hijos. Aplasta a la serpiente infernal delante de nosotros y protégenos en todos los peligros de esta vida de prueba, enséñanos a vivir y morir por Cristo, y llévanos a la vida eterna. Alcánzanos de Dios una caridad ardiente, a fin de dar al fruto bendito de tu vientre, los dulces frutos de nuestras almas abrasadas por el fuego invencible del amor de Cristo.

¡Oh Madre, Reina y Generala nuestra!, te rogamos que siempre intercedas por estos tus devotos hijos, por el pequeño rebaño que en estos tiempos terribles, resiste, con la gracia divina, al embate del misterio de iniquidad y a la apostasía que asola al mundo y devasta a la santa Iglesia.


En fin, ¡oh Señora nuestra!, te suplicamos encarecidamente que venga a nuestros corazones el Reino de tu Corazón Inmaculado para que venga a nuestros corazones el Reino del Corazón Sacratísimo de tu Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.