“Se llama «política de
ralliement» -que podría traducirse como «política de acuerdismo»-, a la
estrategia prudencial que sostuvieron los Papas frente a los gobiernos nacidos
de la Revolución, por la que prefirieron no enfrentarse sino reconocer su más
que discutible legitimidad, creyendo mejor para el bien de la Iglesia la
actitud de diplomática amistad que la de franca guerra. Hubo dos momentos en
que pudo apreciarse claramente que esta estrategia fue catastrófica, con el
ralliement de León XIII a la República en Francia y la condenación de Pío XI a
la Acción francesa. Pero fue una actitud constante de Roma - con la única
excepción de San Pío X - que desemboca en la Ostpolitik de Pablo VI. Esta puede
considerarse ciertamente como una de las causas inmediatas más importantes que
llevaron al Concilio. Philippe Prévost hace la historia de este proceso en su
importante obra L’Église et le ralliement. Histoire d’une crise 1892-2000 (C. E. C.
Paris 2001, 437 páginas), en la que quisiéramos que subrayara mejor la
importante diferencia entre el error prudencial que pudieron cometer los Papas
hasta Pío XII, y el errar doctrinal en que se cae después. Aunque debemos
reconocerle al autor que aquél llevó a éste, al desprestigiar a los católicos
antirrevolucionarios y, sobre todo, al dejar sembrada la Iglesia de la cizaña
de los obispos liberales”.
R. P. Álvaro Calderón,
“Prometeo, la religión del hombre”, Pág.67, nota 1.
Tras
este resumen tan claro de lo que significa la “política del ralliement” o
“acuerdismo”, el lector podría entonces preguntarse: ¿cómo es que alguien tan
inteligente como el Padre Calderón ha visto esta política errada por parte de
los Papas, y no ha visto esta misma política errada llevada a cabo por el
Superior general de la Fraternidad y sus colaboradores?
Indudablemente
es una buena observación, tan buena como acotar que el mismo equívoco o
insuficiencia de análisis ha estado ocurriendo con muchos valiosos e
inteligentes sacerdotes, otrora lúcidos y combativos y ahora silenciosos y
tolerantes ante el error que se ha instalado en su congregación. Sus críticas
ya no llegan al fondo del sendero, sino que quedan a mitad de camino.
Desde
luego que no cabe juzgar el fuero interno de cada uno, pues puede haber muchas
razones para obedecer ciegamente y aceptar la contradicción: algunos lo harán a
regañadientes, otros tratando de auto-convencerse de que todo va con
normalidad, quizás algunos se hayan acomodado a una situación y no desean
perder sus privilegios, en fin, muchos motivos de orden humano, antes que
intelectuales o doctrinales, puede haber detrás. Y descartamos estos últimos
porque un análisis de determinados documentos, palabras, acciones y omisiones,
hacen incapaz de prestar aquiescencia a algo que es claramente una política de
ralliement llevada hasta sus últimas consecuencias. Una prueba de esto que
decimos es que ninguno de los Padres de la actual neo Fraternidad ha elaborado
documentos o escritos para rebatir los análisis críticos que los Padres de la
Resistencia han venido dando a conocer en los últimos meses. Tampoco ha habido
ninguna lúcida defensa de la declaración doctrinal u otras declaraciones de
Mons. Fellay y los otros dos obispos. Simplemente un escudo de silencio y un
llamado a la unidad a toda costa, sin respuestas satisfactorias en el terreno
intelectual.
Con
respecto al Padre Calderón, alguien cuyos libros no parecen agradar a los
acuerdistas como Mons. Fellay (o más bien a algunos les causa aversión:
recordemos que la Nueva FSSPX paró la reimpresión y traducción de su libro
“Prometeo” porque podía dificultar las negociaciones de los acuerdistas con
Roma), creemos que lo que ha ocurrido es que su natural bonhomía y gentileza,
su excelente benevolencia, parece haberse extendido más allá de lo prudencial,
juzgando que lo de Mons. Fellay ha sido un error por imprudencia que, tras su
tropiezo, no volverá a suceder. Pensamos en esto pues recordamos un artículo
del Padre Calderón donde alguna vez supo demostrar su benevolencia hasta un
extremo que parece imprudente. Citamos dos párrafos de un artículo titulado “Como ovejas en medio de lobos. El
liberalismo del Concilio Vaticano II”, publicado en la revista Iesus
Christus Nº 127, de enero-febrero del 2010. El artículo, por supuesto, está
escrito con la acostumbrada claridad para descubrir los errores liberales, pero
hay dos párrafos llamativos:
“Pero
para comprender el liberalismo que triunfó en el último Concilio, hay que
ponerse más bien del lado eclesiástico. El cambio de óptica sirve para
comprenderlo y, un poco al menos, para
disculparlo”.
“Pero la intención de mi artículo no era
acusar al Concilio, ni explicarlo suficientemente –para eso les propongo mi
librito-, sino más bien disculparlo. Creo que el motivo principal por el
que el mismo Concilio se ha volcado a la solución liberal, negando así a
Jesucristo (para no usar eufemismos), no ha sido el deseo de poder terrenal que
movió a Caifás, ni la perezosa voluptuosidad de Herodes, ni el deseo de las
treinta monedas de plata de Judas, aunque pueda haber habido un poco de todo
esto. Creo que fue el temor. El temor que movió a Pedro a negar tres veces a su
maestro, a pesar de creer en Él y de amarlo”.
Creemos
encontrar aquí la justificación para, también, querer disculpar a Mons. Fellay
y sus cómplices, pensando que cayeron sólo por debilidad, como entonces Pedro.
Pero, como ha llegado a saberse, el Vaticano II pudo ser ocasión para que
muchos clérigos manifestaran su temor, pero mucho más es el resultado de una
larga conspiración masónica que los modernistas forjaron con espíritu
diabólico, como todas las revoluciones que, paso a paso, fueron avanzando sobre
la Iglesia y la cristiandad. El Vaticano II no fue tanto la negación de Pedro
como la traición de Judas.
Un
tipo de benevolencia liberal puede hacer su aparición tanto para buscar la
diplomacia con quien se debe usar la firmeza –como en el caso de los Papas que
el mismo Padre detalla-, como para disculpar aquello que ha sido –y él lo
explica en sus libros- la mayor traición a Cristo y la destrucción de la
Iglesia. Se puede ser benevolente en cuanto a tal o cual persona responsable
del concilio, imitando la misericordia de Cristo, pero, como dijo Aristóteles,
lo propio del sabio es distinguir, y según esto, no conviene condenar a todos
ni conviene absolver a todos los que tuvieron responsabilidades en la mayor
catástrofe de historia de la Iglesia. Eso en cuanto a los
hombres, pero en cuanto a la pésima obra, el Concilio Vaticano II, hay que
decir que en sí mismo no merece recibir ninguna disculpa, sino la más
categórica condena.
Volviendo
a la cita inicial, podría creerse por parte de algunos que los errores de Mons.
Fellay son sólo del orden prudencial y no doctrinal –aunque eso en la
declaración doctrinal de abril del 2012 queda claro que no es así-, sin
embargo, como observa el Padre, aquellos errores prudenciales condujeron luego
a los errores doctrinales y, finalmente, al Vaticano II. Y del mismo modo, los
católicos resueltamente antirrevolucionarios son hoy desprestigiados por la
Nueva Fraternidad, buscándose el diálogo, la “simpatía y cordialidad” con el
enemigo y la “buena imagen” ante el mundo, llegando hasta unirse recientemente
a una oración interreligiosa de Francisco. Es decir, una política de acuerdismo
a toda marcha que ha sido vista por muchos cuando ocurrió en el seno de la
Iglesia oficial, pero que es negada o “disculpada” cuando ocurre puertas
adentro de la Fraternidad. Quizá con la esperanza de que se rectifique –por
extender la benevolencia hacia quienes han demostrado no querer corregirse- un
rumbo que no ha dejado de traer males, y no bienes, para la Fraternidad.
Seguramente
muchos, por no caer en la dureza extrema de algunos que se creen iluminados y
autónomos de toda obediencia, han preferido o aceptado la blandura
“misericordiosa” de Mons. Fellay, con su cobertura de buenos propósitos, los
cuales, sin embargo, lejos de producir buenos frutos, se han mostrado
inexistentes o completamente errados, al adoptar una serie de medidas injustas
y despóticas contra algunos buenos miembros de la congregación.
Es
indudable que en las palabras con que el Padre Calderón describe la “política
de ralliement” puede descubrirse la política actual de la Nueva FSSPX. Bastará
comparar no ya la actitud de Mons. Lefebvre con respecto a los liberales de
Roma, sino muchas veces de estos mismos obispos hace unos pocos años atrás, con
palabras de dureza hacia Roma y que hoy, ante una situación aún más grave,
lejos de repetirse, son escamoteadas y, aún más, reprendidas en quienes se
atreven a hablar de ese modo. Como dice el Padre Calderón:
“prefirieron no enfrentarse sino reconocer su más que discutible legitimidad”,
¿y no es acaso lo que ha hecho la Nueva Fraternidad con, por ejemplo, la misa
nueva de Pablo VI, declarando oficialmente que fue “legítimamente promulgada”
pese
a que Mons. Lefevre hizo exactamente lo contrario cuando calificó el nuevo rito
de "bastardo", esto es, ilegítimo?
Pero
este breve escrito nuestro –como diría el Padre Calderón-, no busca condenar,
pero tampoco disculpar a este sacerdote: tan sólo comprender e intentar hacer
que se reflexione acerca de un tema que no puede resultar indiferente al fiel
católico de la Tradición. Lo hacemos sabiendo bien y tomando distancia de
posturas desubicadas y sin sólidos fundamentos que se han esgrimido por parte
de cierta posición que, cayendo en el vicio del celo, se torna temeraria y
arrogante. Confiamos en que ese buen servidor de la Tradición que es el Padre
Calderón termine por resolver esta cuestión que creemos es decisiva para que el
logro de sus destacadas obras no sea pisoteado por los acuerdistas que,
mientras simulan amar la Tradición, ejecutan la siniestra “política de ralliement”
con la iglesia conciliar, una iglesia que desde el Vaticano II ha traicionado a
Nuestro Señor, como el Padre Calderón, en sus libros, se ha encargado de
demostrar.