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martes, 1 de octubre de 2013

POLÍTICA DE RALLIEMENT






“Se llama «política de ralliement» -que podría traducirse como «política de acuerdismo»-, a la estrategia prudencial que sostuvieron los Papas frente a los gobiernos nacidos de la Revolución, por la que prefirieron no enfrentarse sino reconocer su más que discutible legitimidad, creyendo mejor para el bien de la Iglesia la actitud de diplomática amistad que la de franca guerra. Hubo dos momentos en que pudo apreciarse claramente que esta estrategia fue catastrófica, con el ralliement de León XIII a la República en Francia y la condenación de Pío XI a la Acción francesa. Pero fue una actitud constante de Roma - con la única excepción de San Pío X - que desemboca en la Ostpolitik de Pablo VI. Esta puede considerarse ciertamente como una de las causas inmediatas más importantes que llevaron al Concilio. Philippe Prévost hace la historia de este proceso en su importante obra  L’Église et le ralliement. Histoire d’une crise 1892-2000 (C. E. C. Paris 2001, 437 páginas), en la que quisiéramos que subrayara mejor la importante diferencia entre el error prudencial que pudieron cometer los Papas hasta Pío XII, y el errar doctrinal en que se cae después. Aunque debemos reconocerle al autor que aquél llevó a éste, al desprestigiar a los católicos antirrevolucionarios y, sobre todo, al dejar sembrada la Iglesia de la cizaña de los obispos liberales”.

R. P. Álvaro Calderón, “Prometeo, la religión del hombre”, Pág.67, nota 1.

Tras este resumen tan claro de lo que significa la “política del ralliement” o “acuerdismo”, el lector podría entonces preguntarse: ¿cómo es que alguien tan inteligente como el Padre Calderón ha visto esta política errada por parte de los Papas, y no ha visto esta misma política errada llevada a cabo por el Superior general de la Fraternidad y sus colaboradores? 

Indudablemente es una buena observación, tan buena como acotar que el mismo equívoco o insuficiencia de análisis ha estado ocurriendo con muchos valiosos e inteligentes sacerdotes, otrora lúcidos y combativos y ahora silenciosos y tolerantes ante el error que se ha instalado en su congregación. Sus críticas ya no llegan al fondo del sendero, sino que quedan a mitad de camino.

Desde luego que no cabe juzgar el fuero interno de cada uno, pues puede haber muchas razones para obedecer ciegamente y aceptar la contradicción: algunos lo harán a regañadientes, otros tratando de auto-convencerse de que todo va con normalidad, quizás algunos se hayan acomodado a una situación y no desean perder sus privilegios, en fin, muchos motivos de orden humano, antes que intelectuales o doctrinales, puede haber detrás. Y descartamos estos últimos porque un análisis de determinados documentos, palabras, acciones y omisiones, hacen incapaz de prestar aquiescencia a algo que es claramente una política de ralliement llevada hasta sus últimas consecuencias. Una prueba de esto que decimos es que ninguno de los Padres de la actual neo Fraternidad ha elaborado documentos o escritos para rebatir los análisis críticos que los Padres de la Resistencia han venido dando a conocer en los últimos meses. Tampoco ha habido ninguna lúcida defensa de la declaración doctrinal u otras declaraciones de Mons. Fellay y los otros dos obispos. Simplemente un escudo de silencio y un llamado a la unidad a toda costa, sin respuestas satisfactorias en el terreno intelectual.

Con respecto al Padre Calderón, alguien cuyos libros no parecen agradar a los acuerdistas como Mons. Fellay (o más bien a algunos les causa aversión: recordemos que la Nueva FSSPX paró la reimpresión y traducción de su libro “Prometeo” porque podía dificultar las negociaciones de los acuerdistas con Roma), creemos que lo que ha ocurrido es que su natural bonhomía y gentileza, su excelente benevolencia, parece haberse extendido más allá de lo prudencial, juzgando que lo de Mons. Fellay ha sido un error por imprudencia que, tras su tropiezo, no volverá a suceder. Pensamos en esto pues recordamos un artículo del Padre Calderón donde alguna vez supo demostrar su benevolencia hasta un extremo que parece imprudente. Citamos dos párrafos de un artículo titulado “Como ovejas en medio de lobos. El liberalismo del Concilio Vaticano II”, publicado en la revista Iesus Christus Nº 127, de enero-febrero del 2010. El artículo, por supuesto, está escrito con la acostumbrada claridad para descubrir los errores liberales, pero hay dos párrafos llamativos:

“Pero para comprender el liberalismo que triunfó en el último Concilio, hay que ponerse más bien del lado eclesiástico. El cambio de óptica sirve para comprenderlo y, un poco al menos, para disculparlo”.

Pero la intención de mi artículo no era acusar al Concilio, ni explicarlo suficientemente –para eso les propongo mi librito-, sino más bien disculparlo. Creo que el motivo principal por el que el mismo Concilio se ha volcado a la solución liberal, negando así a Jesucristo (para no usar eufemismos), no ha sido el deseo de poder terrenal que movió a Caifás, ni la perezosa voluptuosidad de Herodes, ni el deseo de las treinta monedas de plata de Judas, aunque pueda haber habido un poco de todo esto. Creo que fue el temor. El temor que movió a Pedro a negar tres veces a su maestro, a pesar de creer en Él y de amarlo”.

Creemos encontrar aquí la justificación para, también, querer disculpar a Mons. Fellay y sus cómplices, pensando que cayeron sólo por debilidad, como entonces Pedro. Pero, como ha llegado a saberse, el Vaticano II pudo ser ocasión para que muchos clérigos manifestaran su temor, pero mucho más es el resultado de una larga conspiración masónica que los modernistas forjaron con espíritu diabólico, como todas las revoluciones que, paso a paso, fueron avanzando sobre la Iglesia y la cristiandad. El Vaticano II no fue tanto la negación de Pedro como la traición de Judas.

Un tipo de benevolencia liberal puede hacer su aparición tanto para buscar la diplomacia con quien se debe usar la firmeza –como en el caso de los Papas que el mismo Padre detalla-, como para disculpar aquello que ha sido –y él lo explica en sus libros- la mayor traición a Cristo y la destrucción de la Iglesia. Se puede ser benevolente en cuanto a tal o cual persona responsable del concilio, imitando la misericordia de Cristo, pero, como dijo Aristóteles, lo propio del sabio es distinguir, y según esto, no conviene condenar a todos ni conviene absolver a todos los que tuvieron responsabilidades en la mayor catástrofe de historia de la Iglesia. Eso en cuanto a los hombres, pero en cuanto a la pésima obra, el Concilio Vaticano II, hay que decir que en sí mismo no merece recibir ninguna disculpa, sino la más categórica condena.

Volviendo a la cita inicial, podría creerse por parte de algunos que los errores de Mons. Fellay son sólo del orden prudencial y no doctrinal –aunque eso en la declaración doctrinal de abril del 2012 queda claro que no es así-, sin embargo, como observa el Padre, aquellos errores prudenciales condujeron luego a los errores doctrinales y, finalmente, al Vaticano II. Y del mismo modo, los católicos resueltamente antirrevolucionarios son hoy desprestigiados por la Nueva Fraternidad, buscándose el diálogo, la “simpatía y cordialidad” con el enemigo y la “buena imagen” ante el mundo, llegando hasta unirse recientemente a una oración interreligiosa de Francisco. Es decir, una política de acuerdismo a toda marcha que ha sido vista por muchos cuando ocurrió en el seno de la Iglesia oficial, pero que es negada o “disculpada” cuando ocurre puertas adentro de la Fraternidad. Quizá con la esperanza de que se rectifique –por extender la benevolencia hacia quienes han demostrado no querer corregirse- un rumbo que no ha dejado de traer males, y no bienes, para la Fraternidad.

Seguramente muchos, por no caer en la dureza extrema de algunos que se creen iluminados y autónomos de toda obediencia, han preferido o aceptado la blandura “misericordiosa” de Mons. Fellay, con su cobertura de buenos propósitos, los cuales, sin embargo, lejos de producir buenos frutos, se han mostrado inexistentes o completamente errados, al adoptar una serie de medidas injustas y despóticas contra algunos buenos miembros de la congregación.

Es indudable que en las palabras con que el Padre Calderón describe la “política de ralliement” puede descubrirse la política actual de la Nueva FSSPX. Bastará comparar no ya la actitud de Mons. Lefebvre con respecto a los liberales de Roma, sino muchas veces de estos mismos obispos hace unos pocos años atrás, con palabras de dureza hacia Roma y que hoy, ante una situación aún más grave, lejos de repetirse, son escamoteadas y, aún más, reprendidas en quienes se atreven a hablar de ese modo. Como dice el Padre Calderón: “prefirieron no enfrentarse sino reconocer su más que discutible legitimidad”, ¿y no es acaso lo que ha hecho la Nueva Fraternidad con, por ejemplo, la misa nueva de Pablo VI, declarando oficialmente que fue “legítimamente promulgada” pese a que Mons. Lefevre hizo exactamente lo contrario cuando calificó el nuevo rito de "bastardo", esto es, ilegítimo?

Pero este breve escrito nuestro –como diría el Padre Calderón-, no busca condenar, pero tampoco disculpar a este sacerdote: tan sólo comprender e intentar hacer que se reflexione acerca de un tema que no puede resultar indiferente al fiel católico de la Tradición. Lo hacemos sabiendo bien y tomando distancia de posturas desubicadas y sin sólidos fundamentos que se han esgrimido por parte de cierta posición que, cayendo en el vicio del celo, se torna temeraria y arrogante. Confiamos en que ese buen servidor de la Tradición que es el Padre Calderón termine por resolver esta cuestión que creemos es decisiva para que el logro de sus destacadas obras no sea pisoteado por los acuerdistas que, mientras simulan amar la Tradición, ejecutan la siniestra “política de ralliement” con la iglesia conciliar, una iglesia que desde el Vaticano II ha traicionado a Nuestro Señor, como el Padre Calderón, en sus libros, se ha encargado de demostrar.