Este artículo titulado “Mi encuentro con
Monseñor Fellay” por Gérard Leclerc, fue escrito para la revista France
Catholique y fue publicado también por La Porte Latine, el sitio oficial de la Fraternidad
en Francia.
En este artículo, el señor Leclerc cuenta
su entrevista con Monseñor Fellay que le realizó junto a Samuel Pruvot el 31 de
enero de 2009, con la particularidad que incluye algunas declaraciones que no
fueron publicadas en la entrevista.
Monseñor Fellay llega al locutorio, teníamos el
cuestionario, formulado previamente, en la mano.
Primero quiero expresar mis impresiones. Forzosamente
subjetivas, pero en una palabra, con Samuel, hemos sido impresionados
favorablemente. No estamos frente a un fanático. Nuestro interlocutor es
apacible, se expresa de manera reflexiva, aceptando las objeciones y
respondiendo con cuidado. Ya he tenido dos veces la ocasión de hablar con él,
en París. Siento que el hombre ha madurado, sin duda bajo el peso de sus
responsabilidades y con la conciencia que debe darle cuentas a Dios de la
herencia que le tocó, así como de la gravedad de una situación de exclusión por
quien se cree fiel de la Iglesia de siempre. Cuando le preguntamos si
no le afectaba encontrarse tan alejado de la gran Iglesia, él asiente. Yo
comprendo entonces que Bernard Fellay se haya lanzado en la empresa de
reconciliación con Roma, tal vez de manera vanguardista respecto a sus tropas, pero
con la certeza que una situación de división no puede prolongarse. Yo
interpreto: ¿por qué reclamarse de la Iglesia perenne, si ella se escabulle en
definitiva como una ilusión?
En el locutorio, está la foto de Benedicto XVI
frente a la de Monseñor Lefebvre. No se equivoque: el sucesor del obispo
rebelde no piensa abandonar las exigencias de una Iglesia que no se ha rendido
al mundo. Tiene pues, sus preguntas, sus dudas, que él expondrá a Roma con
todas sus exigencias. Pero sus dubia, para ser entendidas, deben
ser cuidadosamente repensadas. Con Benedicto XVI no se escatimarán
palabras, habrá que argumentar. Bernard Fellay no tiene el estado de espíritu
de algunos de sus sacerdotes, de sus fieles, Que incurren siempre en el
riesgo de la brutalidad, a fuerza de sentirse como asediados o apestados.
Comprendemos que él se hizo un espacio de recogimiento donde encuentra la reserva
necesaria para no sucumbir a la tentación de la agresión.
Nuestra ambición era enorme: revisionar el Vaticano
II en sus grandes articulaciones. Nos vimos obligados a moderarnos. Sin
embargo, los principales capítulos litigiosos son evocados. Nuestro anfitrión
vuelve a su fórmula ya célebre. Respecto al Vaticano II, la Fraternidad
tiene reservas, aunque no podría cuestionar el concilio en bloque. ¿Siguen
considerando que detrás de la elaboración de los textos principales, hay una
cultura impregnada de manera uniforme de “modernismo”, rechazando así las
enormes inversiones de tantos eminentes servidores, en exégesis, en patrística,
en liturgia? No, él se niega a encerrar todo en una sola categoría, sea
el modernismo. Todo debe ser apreciado con discernimiento, para disipar los
equívocos.
Al discurso de Benedicto XVI sobre la hermenéutica
del Concilio que debe ser comprendido según la Tradición y no en una lógica de
ruptura, él se adhiere completamente, pero subrayando, con una sonrisa,
que ya no hablamos de los partidarios de la ruptura, que persisten sin embargo
en sus opiniones tajantes. Cuando precisamos el objeto de las discusiones
y encontramos capítulos donde las oposiciones fueron sangrientas, demuestra la
misma atención. ¿El ecumenismo? Por supuesto, puede haber riquezas en
los hermanos separados, que testimonian una misma herencia evangélica, pero
no hay que caer en la tentación de las iglesias yuxtapuestas. Nosotros queremos
la verdadera unidad, que supone la aceptación de la única Tradición. No digo
que no haya que discutir.
Pero la buena voluntad está ahí, para intentar
discernir las problemáticas, encontrar un lenguaje que no se exponga a las
confusiones y a los malentendidos. Hemos previsto abordar la cuestión del
judaísmo, pero no en el clima de polémica que la ha hecho dramática desde hace
algunos días. Se trata de regresar a Nostra Aetate y a la
relación de las dos Alianzas, a las afirmaciones de Pablo en la Epístola a los
romanos. Por supuesto, él insiste en la novedad de Jesucristo que no podemos
poner entre paréntesis, pero trata de abordar directamente la controversia de
los últimos días. Lo dejamos expresarse sin intervenir.
Allí también expresaré mis impresiones y mi
interpretación que me comprometen solo a mí. Pero tuve bruscamente la certeza
que la presente polémica lo ha alcanzado profundamente, como alcanzó a toda la
comunidad. El nos dirá, fuera de la entrevista, su conmoción, pues cuando
pensaba que la acción del Papa traería un clima de paz, fue bruscamente
impulsado hacia algo aterrador. Ser asociado así al crimen más grande, ser
denunciado por el mundo entero como culpable de complicidad o de mentira, eso
sobrepasa lo soportable.
Esto no podía más que hacer reflexionar seriamente
a Bernard Fellay y los suyos. Ellos no tuvieron de ninguna manera la tentación,
como se los acusa, de encontrar una tradición cualquiera política o ideológica.
Ellos han revisado los juicios que la Iglesia romana ha emitido antes y durante
la guerra a propósito del antisemitismo y de la persecución de los Judíos.
Ellos encontraron la declaración del Santo Oficio condenando el antisemitismo
de manera precisa, encontraron también las declaraciones del Papa Pío XI,
afirmando que “Espiritualmente, nosotros somos semitas”. Para la cita,
Monseñor Fellay es inexacto por el momento, pero su deformación es bella: “Nosotros
somos semitas de corazón”.
El nos hará también confidencias, en conversación
aparte, sobre la manera en que puede manejar el caso Williamson. Entre
paréntesis, juzgaremos la psicología más bien barroca de un hombre que escribe
al Vaticano para que perdone sus “declaraciones imprudentes” y que cita el
libro de Jonás para aconsejar que, a quien ha obrado mal, “se le lance al mar”.
Sé muy bien que la enorme sospecha que rodea a la
Fraternidad sobre esta plaga de antisemitismo no se resolverá en pocos días. En
cuanto a mí, yo no veo el por qué dudar de la palabra de un hombre que declara
que la muerte del inocente, y con mayor razón de un pueblo, es un crimen que
clama contra el Cielo y se trata de una abominación.
Otros temas fueron abordados, como la inevitable
libertad religiosa que es el origen del más grave desacuerdo de Monseñor
Lefebvre con el concilio. Lo discutimos unos minutos. Monseñor Fellay no niega
que la Historia maneje oportunidades diferentes, que hay diversos regímenes de
relaciones entre la Iglesia y el Estado. Lo que rechaza con toda su energía, es
una mutación que conduciría a la Iglesia a adherirse a una concepción que le es
extraña y que la haría renunciar a la realeza de Cristo sobre las realidades
temporales. Él tiene el mérito de una cierta obstinación que consiste en
permanecer fiel a la doctrina de un cierto Pío XI. Por supuesto, en la
aplicación concreta, las cosas son muy complicadas y no es nuestra finalidad
largas puntualizaciones que son también de naturaleza filosófica.
Bien, he entregado sin aprensiones la manera en que
viví esta hora de entrevista. Yo encontré las razones de una cierta extrañeza
que subsiste, pero que habrá que dilucidar si queremos ser verdaderamente
consecuentes con un horizonte de verdad. Yo no estoy en la medida de afirmar
que Benedicto XVI logrará la empresa que se propuso. Tampoco sé si Bernard
Fellay logrará la suya, que es, creo, “profética” respecto a aquellos que él
conduce. Terminaré con una reflexión que me llegó gracias a Baltazar. En su
libro “El complejo anti-romano”, el compatriota de Monseñor Fellay propone la
figura de Santiago respecto a Pedro, Pablo y Juan. Es la de la tradición, una
tradición un poco obstinada. Por supuesto que con Santiago, primo del Señor, se
trataba de la tradición judía. Pero hay un parentesco en la fidelidad a lo que
han recibido.
¿Por qué no habría un lugar para esta tradición en
el marco de la Iglesia indivisa? Eso sería reconocer todos los carismas, los de
la Institución con Pedro, los de la misión con Pablo, los de la mística con
Juan, los que están un poco obstinados con Santiago. Es la gracia que yo deseo.