Cuando
en una iglesia, capilla o cementerio sucede algún hecho atroz o sucio, como un
homicidio por ejemplo, la Iglesia considera el lugar como «profanado»,
«poluto» o «violado», y procede a una nueva «consagración», la cual es una
ceremonia larga y compleja, llena de ritos crípticos, diseñada para imprimir en
el alma de los fieles la imagen de que ese lugar es «sacro». Si la capilla
fuese solamente «bendecida» y no consagrada, el rito es menor, pero no menos
imponente y obligatorio. Ningún sacerdote puede decir misa antes de la
«reconciliación de la iglesia violada», so pena de falta grave. Cuando mataron
a Tomás Beckett en la catedral de Cantorbery, el pueblo (no los sacerdotes)
cerró la catedral hasta que el rey Enrique II pidió perdón de su casi
involuntario asesinato.
Esto
y otras cosas similares del Ritual Romano pueden parecer una superstición; y
así les parece en efecto a los protestantes. ¿Qué puede hacerles un homicidio
al piso y a las paredes de un edificio; y mucho menos a Dios, si es que allí
habita? ¿Tiene algo que ver la maldad de los hombres con los ladrillos?
Sin
embargo, todo uso antiguo debe ser respetado, porque siempre, aunque parezca
irracional, esconde algo profundamente motivado. Si ustedes encuentran un uso
que tiene veinte o treinta siglos de vigencia (como el «luto» por ejemplo, o
las «plañideras», o los «convites fúnebres», o la «luna de miel»), pongan la
mano en el fuego que, aunque parezca irracional, tiene una razón escondida, casi
siempre psicológica. En este caso, la razón es lo que llaman los psicólogos la
contaminación de las imágenes.
¿Por
qué un médico no almuerza en la misma mesa donde hace análisis de orina, por
pobre que sea? Todo está separado y limpio. ¿Por ventura la orina se le va a ir
a la sopa? No la orina, pero sí su imagen.
¿Por
qué en un dormitorio donde ha sucedido un crimen no quiere dormir la gente?
¿Por qué los que duermen allí experimentan cosas raras, que llegan hasta el
ver «fantasmas»?
¿Por
qué «los trapos sucios se lavan en casa»?
¿Por
qué los ritos a veces «exagerados» y «raros» inspiran a las gentes delicadas
el sentimiento del pudor?
¿Por
qué hay que evitar las «malas palabras»? ¿Por ventura una palabra puede ser
«mala»?
Cicerón
explica la formación de la palabra «mecum» porque la partícula cum pelada,
topando con muchas palabras produce un sonido parecido a una palabra que en
latín es muy remala. Lo mismo en nuestra lengua, muchas palabras que parecen
formadas anómalamente, si uno las forma conforme a regla, ve que aparece un
sonido a evitar. Es la «contaminación de las imágenes». No hay que hablar de sogas
en casa de un ahorcado.
Esperé
a la puerta del Luna Park el otro día a don Pío Ducadelia, que había ido al
Congreso del Estado de Perfección. Contra mi previsión, don Pío no salió
devoto, sino alzando las narices en el gesto conejil que le es habitual. Me
dijo que él esperaba que los sacerdotes re-consagraran el recinto para conjurar
las imágenes que allí pululan, sangre de la nariz de los boxeadores, compases
de tango, y la «tenida» monstruo que tuvieron allí los espiritistas hace dos
años con el lema de «Jesús no es Dios»; y dijo que se contentaban en vez con
lanzar al aire una serie de discursos devotísimos. El italiano estaba
«contaminado», con la cara hecha un poema de hastío. «Mire a dónde van a
llevar éstos la perfección», me dijo. «Y bueno —le dije yo—, en un mundo que va
dejando de ser cristiano, que vayan los hábitos de las monjas a contaminar en
sentido contrario...» «Los hábitos de las monjas —dijo con ferocidad el vitriólico
italiano—, ¡los hábitos de las monjas son un atentado estético!».
Los
ejemplos de esta ley psicológica se podrían multiplicar al infinito. Don Pío
me contó que estando en Roma sucedió una aparición de Nuestra Señora a un ex
ferroviario protestante en una caverna de Le
trefontane, que había sido durante la guerra un mauvais lieu de los soldados norteamericanos. Eso sólo le bastó a
don Pío para dictaminar que la aparición no era de Dios, sino del diablo; pese
a las «curaciones milagrosas» que de allí se contaban, pues «Dios respeta las
decencias humanas». En efecto, poco tiempo después empezaron a producirse en
los concurrentes fenómenos de histerismo. Por lo demás, el borrachón que fue el
beneficiado de la aparición celeste era histeroide -según don Pío.
Pero
la más común y quizá la peor contaminación que existe hoy día es la de las
palabras, esos seres aéreos tan delicados. Las palabras son manoseadas hoy sin
escrúpulos, y el Verbo va perdiendo su intimidad y sus secretos. No es que las
palabras se desgasten, que eso es ley y siempre ha pasado, sino que
literalmente se ensucian. Un hombre que sepa hablar no usará hoy día por
ejemplo la palabra «democracia», sino una palabra diferente cada vez para cada
uno de los siete sentidos diferentes que tiene hoy esa palabra; «cuando oigo
decir democracia, me asujeto la cartera», decía don Pío. En cuanto a la
palabra «nacionalismo», no se debería usar ya en la Argentina.
La
palabra «Dios», ¡ay, la palabra «Dios», Dios mío! Los hebreos tenían una ley de
«no usar el nombre de Dios en vano» que les mandaba no proferir el nombre de
Jahvé sino con gran precaución; hoy día sirve hasta para avisos de jabones. Y
es que el mundo va perdiendo el sentido de lo sacro, como notan los sociólogos.
El sentido de lo sacro no es propiamente la religiosidad (¡mucha religiosidad
había el otro día en el Luna Park!), aunque evidentemente tiene relación con
ella. El sentido de lo sacro es la flor más delicada del intelecto colectivo,
aunque no nace espontáneamente en todos los intelectos; pues requiere para
brotar condiciones especiales que no se hallan por todo, como la orquídea o la
flor del aire.
Las
historias antiguas cuentan casos de energúmenos que han blasfemado de la
Virgen o desafiado a Dios que los matase allí mismo, si existía; y que han
caído muertos. No hay mucho peligro que suceda eso hoy día. Es el caso extremo
del poder terrible de la imagen, la cual puede sanar, puede enfermar y puede
incluso matar.
No
niego con esto que ésos hayan sido «milagros»; ni lo afirmo. Afirmo que si es
un milagro, él se ha efectuado por medio de ese poder misterioso (y obvio al
mismo tiempo) que tienen «las imágenes». Es, como me decía don Pío, «la física
del milagro», que también la tiene, por milagro que sea. Si hoy día hay tan
pocos milagros (¡y con la falta que nos harían por acá!), quizá sea porque
faltan las circunstancias físicas («psicológicas») que los condicionan. Ha
disminuido el «sentido de lo sacro». Pero morir, no morirá. Para que no muera,
allí está don Pío Ducadelia, de la Orden de los Ermitaños Urbanos.
"Pluma en ristre", Libros Libres, Octubre 2010, págs. 148 a 151.