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jueves, 3 de octubre de 2013

LA CONTAMINACIÓN – ESCRIBE EL PADRE CASTELLANI




Cuando en una iglesia, capilla o cementerio sucede algún hecho atroz o sucio, como un homicidio por ejemplo, la Iglesia considera el lugar co­mo «profanado», «poluto» o «violado», y procede a una nueva «consagra­ción», la cual es una ceremonia larga y compleja, llena de ritos crípticos, diseñada para imprimir en el alma de los fieles la imagen de que ese lu­gar es «sacro». Si la capilla fuese solamente «bendecida» y no consagrada, el rito es menor, pero no menos imponente y obligatorio. Ningún sacer­dote puede decir misa antes de la «reconciliación de la iglesia violada», so pena de falta grave. Cuando mataron a Tomás Beckett en la catedral de Cantorbery, el pueblo (no los sacerdotes) cerró la catedral hasta que el rey Enrique II pidió perdón de su casi involuntario asesinato.
Esto y otras cosas similares del Ritual Romano pueden parecer una superstición; y así les parece en efecto a los protestantes. ¿Qué puede hacerles un homicidio al piso y a las paredes de un edificio; y mucho menos a Dios, si es que allí habita? ¿Tiene algo que ver la maldad de los hombres con los ladrillos?
Sin embargo, todo uso antiguo debe ser respetado, porque siempre, aunque parezca irracional, esconde algo profundamente motivado. Si ustedes encuentran un uso que tiene veinte o treinta siglos de vigencia (como el «luto» por ejemplo, o las «plañideras», o los «convites fúne­bres», o la «luna de miel»), pongan la mano en el fuego que, aunque parezca irracional, tiene una razón escondida, casi siempre psicológica. En este caso, la razón es lo que llaman los psicólogos la contaminación de las imágenes.
¿Por qué un médico no almuerza en la misma mesa donde hace análisis de orina, por pobre que sea? Todo está separado y limpio. ¿Por ventura la orina se le va a ir a la sopa? No la orina, pero sí su imagen.
¿Por qué en un dormitorio donde ha sucedido un crimen no quiere dormir la gente? ¿Por qué los que duermen allí experimentan cosas ra­ras, que llegan hasta el ver «fantasmas»?
¿Por qué «los trapos sucios se lavan en casa»?
¿Por qué los ritos a veces «exagerados» y «raros» inspiran a las gen­tes delicadas el sentimiento del pudor?
¿Por qué hay que evitar las «malas palabras»? ¿Por ventura una pa­labra puede ser «mala»?
Cicerón explica la formación de la palabra «mecum» porque la par­tícula cum pelada, topando con muchas palabras produce un sonido parecido a una palabra que en latín es muy remala. Lo mismo en nuestra lengua, muchas palabras que parecen formadas anómalamen­te, si uno las forma conforme a regla, ve que aparece un sonido a evitar. Es la «contaminación de las imágenes». No hay que hablar de so­gas en casa de un ahorcado.

Reciente profanación de la iglesia de San Ignacio, en Buenos Aires. ¿Habrá sido re-consagrada? Tratándose de la iglesia conciliar, hace rato que la profanación ha tenido lugar, si es por las cosas que se ven por allí. Las crónicas no informan de ninguna ceremonia larga del Azobispo de Bs.As., sino sólo de arrojar agua bendita. Por cierto que se estuvieron usando las capillas laterales para celebrar misa: en fin, la misa nueva...

Esperé a la puerta del Luna Park el otro día a don Pío Ducadelia, que había ido al Congreso del Estado de Perfección. Contra mi previ­sión, don Pío no salió devoto, sino alzando las narices en el gesto conejil que le es habitual. Me dijo que él esperaba que los sacerdotes re-consagraran el recinto para conjurar las imágenes que allí pululan, sangre de la nariz de los boxeadores, compases de tango, y la «tenida» monstruo que tuvieron allí los espiritistas hace dos años con el lema de «Jesús no es Dios»; y dijo que se contentaban en vez con lanzar al aire una serie de discursos devotísimos. El italiano estaba «contamina­do», con la cara hecha un poema de hastío. «Mire a dónde van a llevar éstos la perfección», me dijo. «Y bueno —le dije yo—, en un mundo que va dejando de ser cristiano, que vayan los hábitos de las monjas a contaminar en sentido contrario...» «Los hábitos de las monjas —dijo con ferocidad el vitriólico italiano—, ¡los hábitos de las monjas son un atentado estético!».
Los ejemplos de esta ley psicológica se podrían multiplicar al infi­nito. Don Pío me contó que estando en Roma sucedió una aparición de Nuestra Señora a un ex ferroviario protestante en una caverna de Le trefontane, que había sido durante la guerra un mauvais lieu de los soldados norteamericanos. Eso sólo le bastó a don Pío para dictaminar que la aparición no era de Dios, sino del diablo; pese a las «curaciones milagrosas» que de allí se contaban, pues «Dios respeta las decencias humanas». En efecto, poco tiempo después empezaron a producirse en los concurrentes fenómenos de histerismo. Por lo demás, el borrachón que fue el beneficiado de la aparición celeste era histeroide -según don Pío.
Pero la más común y quizá la peor contaminación que existe hoy día es la de las palabras, esos seres aéreos tan delicados. Las palabras son manoseadas hoy sin escrúpulos, y el Verbo va perdiendo su inti­midad y sus secretos. No es que las palabras se desgasten, que eso es ley y siempre ha pasado, sino que literalmente se ensucian. Un hom­bre que sepa hablar no usará hoy día por ejemplo la palabra «demo­cracia», sino una palabra diferente cada vez para cada uno de los siete sentidos diferentes que tiene hoy esa palabra; «cuando oigo decir de­mocracia, me asujeto la cartera», decía don Pío. En cuanto a la palabra «nacionalismo», no se debería usar ya en la Argentina.
La palabra «Dios», ¡ay, la palabra «Dios», Dios mío! Los hebreos tenían una ley de «no usar el nombre de Dios en vano» que les man­daba no proferir el nombre de Jahvé sino con gran precaución; hoy día sirve hasta para avisos de jabones. Y es que el mundo va perdiendo el sentido de lo sacro, como notan los sociólogos. El sentido de lo sa­cro no es propiamente la religiosidad (¡mucha religiosidad había el otro día en el Luna Park!), aunque evidentemente tiene relación con ella. El sentido de lo sacro es la flor más delicada del intelecto colecti­vo, aunque no nace espontáneamente en todos los intelectos; pues requiere para brotar condiciones especiales que no se hallan por todo, como la orquídea o la flor del aire.
Las historias antiguas cuentan casos de energúmenos que han blas­femado de la Virgen o desafiado a Dios que los matase allí mismo, si existía; y que han caído muertos. No hay mucho peligro que suceda eso hoy día. Es el caso extremo del poder terrible de la imagen, la cual puede sanar, puede enfermar y puede incluso matar.
No niego con esto que ésos hayan sido «milagros»; ni lo afirmo. Afirmo que si es un milagro, él se ha efectuado por medio de ese po­der misterioso (y obvio al mismo tiempo) que tienen «las imágenes». Es, como me decía don Pío, «la física del milagro», que también la tiene, por milagro que sea. Si hoy día hay tan pocos milagros (¡y con la falta que nos harían por acá!), quizá sea porque faltan las circunstan­cias físicas («psicológicas») que los condicionan. Ha disminuido el «sentido de lo sacro». Pero morir, no morirá. Para que no muera, allí está don Pío Ducadelia, de la Orden de los Ermitaños Urbanos.
  

"Pluma en ristre", Libros Libres, Octubre 2010, págs. 148 a 151.