¡Nos
reprochan nuestro ‘triunfalismo”, como han inventado llamar! ¡Y dicen que quieren
hacer “la Iglesia de los pobres”! ¿Qué saben de los pobres?, ¿qué saben si los
pobres no tienen necesidad de eso que ellos llaman nuestro “triunfalismo”,
ellos hombres de gabinete y de universidad, de libros y de inventarios, de
conferencias y sesiones? Yo no les reprocho que lo sean. Es necesario que en la
iglesia haya grandes catedráticos, que haya sabios y de primer orden, que en su
especialidad puedan estar al nivel de los más grandes sabios de las ciencias.
Lo que les reprocho es hablar de lo que no conocen y de hablar sobre ello
“irrealmente”. Se han fabricado una idea del pobre, tan irreal como todas sus
ideas; les falta el conocimiento del pobre y se han vuelto incapaces de tenerlo
porque el espíritu de sistema los domina, y éste es cerrado y encerrado en sí
mismo a tal punto que para que los hechos tales como son no los contradigan
deciden que sean diferentes de lo que son. No se apoya sobre la realidad, como
tampoco la realidad puede encontrar sustento en él. La realidad no ejerce más
sobre él la función rectificadora, que sólo ella puede cumplir; de resultas la
razón que debiera razonar, delira acerca de los pobres, como delira sobre todo
lo demás.
Ellos,
por lo tanto, han decidido: que la Iglesia será “La Iglesia de los pobres”,
cuando el Papa no se presente más en la silla gestatoria, cuando los obispos no
se revistan más de ornamentos de valor, cuando la misa sea celebrada en lengua
vulgar, cuando el canto gregoriano sea confinado en los museos y cosas por el
estilo, -es decir cuando los pobres sean privados de la belleza litúrgica,
única belleza que les es gratuitamente accesible, y al mismo tiempo que se
entrega a ellos sin perder nada de su trascendencia; cuando las ceremonias de
la Iglesia, vulgarizadas, trivializadas, no evoquen ya más para ellos nada de
su gloria del cielo, ni los transporten ya a un mundo más elevado, no los
levanten más por encima de ellos mismos; cuando la Iglesia, en fin, no tenga ya
más que pan para darles, - mas, Jesús dijo que no sólo de pan vive el hombre.
¿Quién
les ha dicho que para los pobres está de más ofrecerles belleza? ¿Quién les ha
dicho que respetar al pobre no incluye también que se les ofrezca una religión
bella al par que se les propone una religión verdadera? ¿Quién los vuelve tan
insolentes con los pobres hasta negarles el sentido de lo sagrado? ¿Quién les
ha dicho que los pobres ven mal que un obispo presida una procesión con el
báculo en la mano y la mitra en su cabeza y se acerque a ellos para bendecir a
sus pequeños? ¿Fueron acaso los pobres quienes se escandalizaron protestando
por el despilfarro cuando María Magdalena derramó el nardo sobre la cabeza de
Jesús llegando a quebrar el vaso para no reservar nada de su perfume? ¿Quién
les ha dicho, sobre todo, que despojando a los obispos de los signos litúrgicos
de su autoridad, los sacerdotes se acercarán a los pobres de manera más acorde
con el Evangelio? ¿Quién les ha dicho que las honras exteriores debidas a los
obispos no son una garantía sin la cual la evangelización de los pobres, ante
sus propios ojos, no tendría ninguna señal de autenticidad, y sin la cual la
evangelización de los humildes no sería en sí misma suficientemente humilde al
no tener el carácter de una misión recibida de una autoridad visiblemente
superior, sino el exterior de una empresa de un predicador particular?
Se
destruye, se saquea, se devasta sin ninguna preocupación por esas realidades
aprobadas durante siglos; creen que preocuparse por ello sería lo que han dado
en llamar “triunfalismo”, y han decidido que el “triunfalismo” es el último de
los crímenes, idéntico a lo que también ellos llaman “constantinismo”: reclamar
del poder secular para la Iglesia algún reconocimiento de sus derechos. ¿Cómo
es que aquello que fue un deber perfectamente claro, incansablemente sostenido
ha venido a convertirse en un crimen? La respuesta señala al espíritu de
sistema, que está perfectamente organizado, coherente como una geometría, al
cual nada le falta sino solamente ser verdadero, pero que en este momento, en
Roma, durante un Concilio ecuménico, es el único que tiene derecho a ser
escuchado, el único públicamente expuesto. Nosotros hemos visto sus comienzos,
hace justamente veinte años.
Correspondencia
del Padre Berto (teólogo de Monseñor Lefebvre durante el Concilio).
Triunfalismo
y constantinismo: expresiones forjadas en ocasión del Concilio. La primera,
“triunfalismo", tiende a volver sospechoso o ridículo el celo en
desarrollar el esplendor del culto divino, de lo cual la Iglesia felicita a San
Luis (secreta del 25 de agosto).
La segunda, “constantinismo”,
deriva del nombre de Constantino, primer emperador romano que después de
doscientos cincuenta años de persecución legalizada, reconoció a la Iglesia,
por el Edicto de Milán (313), la libertad de cumplir su misión. Con esa
denominación se tiende a impedir la ayuda temporal que la Iglesia Católica,
única verdadera Iglesia de Cristo, está en su derecho de reclamar y aceptar de
las autoridades civiles, para facilitar la vida cristiana y la salvación eterna
de los pueblos, sobre todo de los pequeños y de los pobres: “que Vuestra
Iglesia no sea jamás privada de la ayuda temporal y que ella extienda sin cesar
sus conquistas espirituales’ (oración de Santo Domingo). Al instituir la
festividad de Cristo Rey en 1925, Pío XI quería recordar cada año, a los
católicos la obligación de conservar o de restablecer como cristianos todos los
estamentos sociales de la ciudad.