Rebeldes y soberbios.
De
ser soberbios y rebeldes se la pasan acusando –sin nunca poner sobre la mesa
pruebas de ello- los liberales de la neo-FSSPX a los que militan hoy en la
Resistencia católica. Pero, aquí reside el asunto, los verdaderamente soberbios y rebeldes, los desobedientes,
los hostiles a la verdad son precisamente los acusadores, los que se muestran o
se creen “obedientes” y continuadores de la obra de Mons. Lefebvre.
Daremos
un solo ejemplo, uno más de los tantos que pueden consultarse en los artículos
y estudios críticos de nuestros blogs, para que no nos digan que simplemente
recusamos sin fundamentos.
Cuando
el Distrito América del Sur inauguró su nueva serie de boletines de la Tercera
Orden, allá por el primer trimestre de 2012, dejó en claro esta doble actitud
que nosotros mencionamos. El citado boletín número 1, a cargo del capellán de
la Tercera Orden, Padre Jean-Michel Gomis, usa de manera tramposa y pícara los textos de Mons. Lefebvre para
refrendar la política acuerdista de Mons. Fellay, y todo bajo la cortina o el
rótulo o mejor, la explícita consigna del capellán: “¡SEAMOS MISIONEROS!”.
Dice
muy bien que salvar las almas fue el programa de vida de San Pablo y de todos
los santos, “predicar a Jesús crucificado, colaborar con la obra de la
redención por medio de la oración y del sacrificio y de este modo llenar el
cielo. ¡No existe ideal más digno para entusiasmar nuestros corazones!”. Y les
recuerda a los miembros de la Tercera Orden que Mons. Lefebvre fue ante todo un
misionero. Perfecto. “Debemos buscar con ansias la conversión y salvación de
los que son presos del error y del pecado”. Excelente. Pero, para justificar
que se debe ir a misionar a Roma, cita luego un largo texto de Mons. Lefebvre,
un sermón del 26 de febrero de 1983, donde éste afirma que no deja de ir a Roma
ni de tener contactos con el cardenal Ratzinger. Ahora bien, ¿esa fue la última
palabra de Mons. Lefebvre, o después cambió de parecer? ¿No pasó nada más
después de entonces, no volvió a hablar Mons. Lefebvre? Sí lo hizo, y dijo
cosas como éstas:
«No tenemos la misma
forma de concebir la reconciliación. El cardenal Ratzinger la ve en el sentido
de reducirnos, de conducirnos al Vaticano II. Nosotros la vemos como un retorno
de Roma a la Tradición. No nos entendemos. Es un diálogo de sordos. ... Suponiendo que de aquí a algún tiempo
Roma haga un llamado, que quieran recibirnos, retomar las tratativas, en ese
momento, seré yo el que pondrá las condiciones.
«Ya no aceptaré
colocarme en la situación en la que nos hemos encontrado en estos coloquios. Se
acabó. Preguntaré: « ¿Estáis de acuerdo con las grandes encíclicas de todos los
papas que os han precedido? ¿Estáis de acuerdo
con la Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei, Libertas de León XIII, Pascendi de
Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani generis de Pío XII? ¿Vos estáis en plena
comunión con esos papas y con sus afirmaciones? ¿Todavía aceptáis el juramento
antimodernista? ¿Estáis por el reino social de Nuestro Señor Jesucristo? Si vos no aceptáis la doctrina de vuestros
predecesores, es inútil hablar. Mientras no aceptéis reformar el Concilio,
considerando la doctrina de esos papas que os han precedido, NO HAY DIÁLOGO
POSIBLE. Es inútil». Así las posiciones serán más claras”.
(Fideliter n° 66 –
Septiembre octubre de 1988 – p.12-14).
“El problema sigue siendo muy grave y… no hay que minimizarlo. Es lo que
debemos contestar a [los que] preguntan si la crisis está por terminar, si no existiría
la posibilidad de tener una autorización para nuestra liturgia, para nuestros
sacramentos. Ciertamente la cuestión de la liturgia y de los
sacramentos es muy importante, pero más importante todavía es la de la Fe. Para
nosotros esta cuestión está resuelta, pues tenemos la Fe de siempre, la
del Concilio de Trento, del Catecismo de San Pío X, de todos los concilios y de
todos los Papas anteriores al Concilio Vaticano II; en una palabra, la Fe de la
Iglesia.
Pero
¿y en Roma? La perseverancia y la obcecación en las ideas falsas y en los
graves errores del Vaticano II siguen en pie. Está claro. No debemos
hacernos ninguna ilusión. Estamos llevando a cabo un combate
fortísimo. No hemos de dudar ni tener miedo.
Algunos
quisieran volver a unirse a pesar de todo con Roma, con el Papa. Lo haríamos… si ellos se encontraran en la
Tradición y continuaran la tarea de todos los Papas del siglo XIX y de la
primera mitad del siglo XX. Pero ellos mismos (los Papas actuales) reconocen
que han tomado un camino nuevo, que el Concilio Vaticano II ha abierto una
nueva era. Es el combate de Satanás contra la Ciudad de Dios.
¿Cómo se resolverá esto? Es el secreto de Dios, un misterio. Pero no debemos
preocuparnos, debemos tener confianza en la gracia del Buen Dios.
Que nosotros
tengamos que combatir contra las ideas actualmente en boga en Roma, las que el
Papa expresa, es claro. Combatimos [contra ellos] porque no hacen más que
repetir lo contrario de lo que los Papas han dicho y afirmado solemnemente
durante un siglo y medio. Debemos elegir. Es lo que yo le decía al Papa Pablo VI. Estamos
forzados a elegir entre usted y el Concilio por una parte, y sus predecesores
por otra parte. ¿A quién debemos seguir?¿A los predecesores que han afirmado la
doctrina de la Iglesia o bien seguir las novedades del Concilio Vaticano II
afirmadas por usted?
No debemos dudar
ni un minuto. Los que nos están traicionando… dicen que hay que ser
caritativos, tener buenos sentimientos, que hay que evitar las divisiones. Dan
la mano a los que destruyen la Iglesia, a los que tienen ideas modernistas y
liberales, aunque están condenadas por la Iglesia. Hacen el trabajo del diablo. Se
encuentran en una vía sin salida porque no se puede dar la mano a
los modernistas y al mismo tiempo guardar la Tradición. Fue eso
lo que mató a la Cristiandad de Europa. Son los liberales los
que han permitido que se instale la Revolución, precisamente porque ellos han
tendido la mano a los que no tenían sus principios.
Hay que
elegir. Nosotros hemos elegido ser contra-revolucionarios, [estar] en contra de los errores
modernos, estar en la Verdad Católica y defenderla. Este combate entre la
Iglesia y los liberales modernistas es el combate en el cual nos encontramos a
raíz del Concilio Vaticano II. Cuanto más se analizan los
documentos del Vaticano II y la interpretación que le dieron las autoridades de
la Iglesia, más uno se da cuenta que no se trata sólo de algunos errores… sino,
en realidad, de una perversión del espíritu. Es una concepción
totalmente diferente de la Revelación, de la Fe y de la Filosofía, es una perversión
total.
No
tenemos nada que hacer con estas gentes, pues no tenemos nada en común con
ellos. El combate que
libramos es el de Nuestro Señor, continuado por la Iglesia. No lo podemos
dudar: o estamos con la Iglesia o estamos contra Ella; no estamos con esta
Iglesia conciliar que cada vez tiene menos en común con la Iglesia Católica.
(Conferencia
dada por Mons. Lefebvre en 1990, citada aquí
Así como Menzingen ha perseguido y prohibido el
libro del Padre Pivert sobre Mons. Lefebvre y su posición con respecto a la
Roma modernista, del mismo modo el P. Gomis oculta todas estas declaraciones y muchas
más de Mons. Lefebvre, para justificar a sus Superiores que buscan tener
relaciones con las autoridades romanas. Y completa el boletín con palabras de
Mons. Fellay, y con más palabras de Mons. Lefebvre cuidadosamente seleccionadas
de sermones y conferencias no conflictivas con Roma, todas muy anteriores a las
consagraciones de obispos excepto una breve cita de una carta a Juan Pablo II
del 20 de febrero de 1988, donde Mons. Lefebvre dice “Seríamos muy dichosos
restableciendo relaciones normales con la Santa Sede, pero sin cambiar en cosa
alguna lo que somos”, estribillo que repiten hoy las autoridades de la
neo-FSSPX que sin embargo han cambiado lo que eran para poder ser “reconocidos”
(cfr. Declaración doctrinal de abril del 2012, etc, etc. etc.) porque ya no piden
como condición la conversión de Roma.
No cita el P. Gomis
otra carta de Mons. Lefebvre a Juan Pablo II, del 2 de junio de 1988: “Los coloquios y conversaciones (…) nos han
convencido que aún no había llegado el momento de una colaboración franca y
eficaz. (…) Dado el rechazo de considerar nuestros pedidos, y siendo evidente
que el objetivo de esta reconciliación no es en absoluto el mismo para la Santa
Sede que para nosotros, creemos preferible esperar momentos más propicios cuando Roma vuelva a la Tradición. (…) Continuaremos rezando para que la Roma
moderna, infestada de modernismo, vuelva a ser la Roma católica y reencuentre
su Tradición dos veces milenaria. Entonces, el problema de la
reconciliación ya no tendrá razón de ser y la Iglesia reencontrará una nueva
juventud”. (2 de junio de 1988)
P. Bouchacourt y P.
Gomis.
De manera tal que allí donde Mons. Lefebvre afirmó
que había que esperar que Roma volviera a la Tradición para tener nuevamente
contacto con ella, allí donde admitió haber ido muy lejos, allí donde admitió
haberse equivocado con la firma del protocolo de acuerdo, allí donde finalmente
dijo ¡Basta! porque vio claramente que era un camino cerrado, sin salida, estas
autoridades de la Neo-Fraternidad, con toda soberbia, se empeñan en seguir por
ese camino inviable, en querer lograr lo que no pudo Mons. Lefebvre, dotado de
las gracias especiales como fundador de la congregación. Allí donde Mons.
Lefebvre dijo que había que plantarse, estas autoridades de ahora, creyéndose
mejores o más sabios que él, dicen: hay que seguir, hay que ir, nosotros vamos
a convencerlos, nosotros vamos a convertirlos, hay que ir a Roma. Ellos se
creen que con su branding, con sus
sonrisas electorales, con su amabilidad para con los judíos, con su silencio
ante las atrocidades romanas, conseguirán más que Mons. Lefebvre. Y lo hacen
hipócritamente invocando la figura y las palabras de Mons. Lefebvre. Es como si
alguien se empeñara en afirmar que hay que seguir el ejemplo de San Pedro
cuando huyó y negó a Nuestro Señor, y no cuando confesó valientemente a N.S. en
la Sinagoga frente a los judíos y luego fue crucificado.
Dada la magnitud de la división provocada en la
congregación, y la dimensión de los daños provocados, esa empecinada actitud
conciliadora y acuerdista no puede tener otro nombre que traición.
Los Apóstoles fueron a la Sinagoga a predicar
hasta que fueron expulsados. Mons. Lefebvre fue a Roma hasta que fue expulsado
(es decir, “excomulgado”). Pero entonces apareció Mons. Fellay y su cría pidiendo ser recibido nuevamente
allí donde nada más había que hacer. Con su actitud intransigente hacia los
errores, con su clara proclamación de la verdad, los Apóstoles y Mons. Lefebvre
hicieron más por la conversión de los judíos y liberales, que Mons. Fellay con
su actitud conciliadora, ambigua y dialoguista. Porque además los Apóstoles y
Mons. Lefebvre, a imagen de Nuestro Señor, no dudaron en aceptar el precio de
esa su intransigencia en la verdad y la caridad: la persecución y el castigo.
Pues esa clase de misiones se pagan con la propia vida. En cambio, Mons. Fellay
y sus seguidores no están dispuestos a pagar ese precio, sino que por el
contrario piden un “reconocimiento”, una “aceptación”, una “regularización” a
los enemigos, y el precio a pagar se les carga a través de injustos castigos a quienes
se oponen a sus designios. Y a tal punto han llegado en esto que no les importa
negar las verdades de nuestra religión, no les importa escandalizar a los
fieles, como ha hecho el Padre Bouchacourt. Incluso el P. Gomis –que desde el
boletín llama con bonitas palabras a ser “misioneros siempre y en todas
partes”-, por miedo u obediencia ciega a su Superior –Dios lo sabrá-, se reprime a sí mismo para no
resultar duro a los judíos y no perjudicar esta imagen amable y “confiable” que
quiere dar la Nueva FSSPX a Roma. De las palabras a los hechos ¡un largo
trecho!
Dios nos levante a todos de la irresolución
liberal, de la inconstancia cobarde, de negar con los hechos lo que decimos, nos
dé fuerza y determinación para no ser como el famoso Padre Gatica, aquel que
“predica pero no practica”. Gracias a Dios son cada vez más los que se levantan
contra los rebeldes y soberbios ocupantes de la Nueva-FSSPX, para dar
testimonio de la verdad y continuar con la obra y el espíritu de Monseñor
Lefebvre. Perseveremos siempre alertas, ¡y llamando las cosas por su nombre!