En
la Epístola de hoy se nos enseña cómo se debe guardar la caridad para con los
enemigos. Explicaremos algunos versículos siguiendo los comentarios de Santo
Tomás de Aquino.
Empieza
diciendo San Pablo: no os tengáis a vosotros mismos por sabios,
porque si presumimos orgullosamente de sabios o prudentes, muchas veces nos
opondremos a la voluntad de aquellos con quienes debemos estar en paz, y así
causaremos discordias.
Sigue
diciendo a nadie volváis mal por mal. Se prohíbe acá
la venganza, es decir, devolver mal por mal. ¿Significa esto que no
hay que castigar? No, porque, como enseña Santo Tomás, si por el mal de
culpa que alguien comete le devuelve el juez [o cualquier autoridad legítima]
el mal de pena conforme a justicia, materialmente se le hace un mal, pero
formalmente y en sí se le hace un bien. De aquí que cuando el juez cuelga al
homicida no vuelve mal por mal, sino, al contrario, bien por mal. Esto destruye
una objeción contra la pena de muerte: “los católicos incurrimos en
contradicción al oponernos al aborto y aprobar la pena de muerte, porque en
ambos casos se mata a un hombre.” Matar al inocente es siempre moralmente malo,
pero matar al criminal que ha sido justamente condenado a pena de muerte es
hacer una acción formalmente buena, esto es, buena desde el punto de vista
moral.
Vivid
en paz con todos los hombres -sigue
diciendo San Pablo, pero agrega- si es posible y en lo
que de vosotros depende. Porque a veces la maldad de algunos
impide que podamos tener paz con ellos, a no ser que consintamos en su maldad.
Pero una paz así es ilícita, dice Santo Tomás. Hay, entonces, una paz buena,
querida por Dios, y una paz mala, detestada por Dios. Y por eso dice el Señor
(Mt 10, 34): No he venido a traer paz sino espada, he venido a
dividir a los que están unidos por una paz carnal, mundana o diabólica.
Más
importante que la paz es el bien y la verdad, pero en estos tiempos de terrible
confusión, sobre todo después del fatídico concilio Vaticano II, se considera
que la paz es el “valor supremo”, algo absolutamente bueno. Pensar así es
cobardía. Y es sentimentalismo, ignorancia e ilusión promover la paz a ultranza
o a costa del bien y la verdad. Hacerlo es, además, una gran impiedad. Es una
traición a Cristo, pues nuestra obligación, en cuanto Iglesia militante (es
decir, combatiente), es defendernos combatiendo sin tregua contra los enemigos
de Cristo, que sin tregua nos atacarán hasta el fin del mundo.
Dios
no manda que se haga la paz y la unidad entre nosotros y sus enemigos, y no lo
mandará jamás. ¿Por qué? Simplemente porque un ángel no se puede arrepentir, y
así el odio diabólico que mueve a los enemigos de la Iglesia es definitivo,
irrevocable. Y, entonces, hasta el fin del mundo los hijos del diablo tratarán
de destruir la Iglesia y los hijos de Dios deberán defenderla combatiendo.
Ahora
bien, por obra del satánico liberalismo imperante, este falso ideal pacifista
pasa hoy por noble bandera católica. ¿Idea católica? La Biblia se empezó a
escribir hace unos 3500 años y en ella nunca se menciona, como no sea para
condenarla, la idea de la pacífica unión de buenos y malos. Sólo desde la época
de Juan XXIII, el primer Papa liberal, comienza a verse como algo deseable,
entre el clero contaminado con el veneno masónico de la “fraternidad
universal”, la inaceptable idea de hacer la paz entre todos los grupos
antagónicos que existen entre los hombres, incluyendo a católicos y
anticatólicos, trigo y cizaña, ovejas y lobos, gente de Dios y gente del
demonio. Por eso es que las actuales autoridades de la FSSPX buscan la paz con
los liberales y están dispuestos a ponerse pacíficamente bajo el poder de los
destructores de la Iglesia. ¡Dios nos libre de esa falsa paz, que no es la Paz
de Cristo sino una paz contra Cristo, la Paz del demonio y del Anticristo! Paz
liberal causada por la “caridad liberal”, sobre la que dice el P. Sardá y
Salvany, "La caridad liberal que hoy está de moda es en la forma de halago
y condescendencia y afecto; pero en el fondo es desprecio de los verdaderos
bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de Dios... la suma
intransigencia católica es la suma caridad católica. Y porque hay pocos
intransigentes, hay hoy día pocos caritativos de verdad" (El Liberalismo
es Pecado). Estas palabras han sido olvidadas por los traidores acuerdistas, si
es que alguna vez las leyeron.
Volvamos
al texto de la Epístola. Cuando dice San Pablo no os defendáis
vosotros mismos, muestra que no hay que hacer el mal a los
prójimos bajo pretexto de defensa. Por eso el mismo Señor ordenó: Si
alguien te abofetea la mejilla derecha, preséntale también la otra (Mt
5, 39). ¿Quiere decir esto que nos debemos dejar robar y matar?, ¿que la
llamada “legítima defensa” es un pecado?, ¿que somos hipócritas los católicos
cuando defendemos la patria en la guerra? Cuidado: hay una ignorancia
generalizada sobre el real sentido de estas palabras de Nuestro Señor. Enseña
Santo Tomás de Aquino que “el hombre debe estar dispuesto a obrar así si fuese
necesario, pero no siempre está obligado a proceder de tal manera, puesto que
ni el mismo Señor lo hizo, sino que, después de haber recibido una bofetada,
preguntó: ¿por qué me hieres? (Jn 18, 23)... Estamos obligados
a tener el ánimo dispuesto a tolerar las afrentas si conviene. Pero a veces
conviene [que nos defendamos,] que rechacemos el ultraje recibido… por el bien del
que nos infiere la afrenta, a fin de reprimir su audacia e impedir que repita
tales cosas en el futuro… y por el bien de muchas otras personas, cuyo progreso
espiritual pudiera ser impedido precisamente por los ultrajes que nos hayan
inferido” (Suma Teol. II-II c.72, a. 3). Así, por ejemplo, una buen jefe
religioso o civil que con mentira es acusado públicamente de haber cometido
determinada falta grave, está obligado a defenderse por el bien de sus
súbditos, pues de no hacerlo, éstos, escandalizados, se alejarán del bien que
ese jefe les hace. El ofrecimiento de la otra mejilla, entonces, debe ser una
disposición habitual del corazón. Se trata de aceptar con paciencia la voluntad
de Dios que permite que se nos haga el mal. Es algo que siempre se debe cumplir
en lo interior pero no siempre en la obras. El precepto de no volver mal por
mal, en cambio, se debe cumplir siempre en lo interior y en lo exterior.
Luego
San Pablo indica la razón de esto, diciendo: sino dad lugar a la ira
(divina), porque escrito está: mía es la venganza, Yo haré
justicia, dice el Señor. Es decir, encomendémonos a Dios, que
puede defendernos y vengarnos. Descarguemos sobre Él todas nuestras
preocupaciones, porque El se ocupa de nosotros. Pero esto se entiende para el
caso en que no nos asista la facultad de hacer otra cosa conforme a justicia;
pues cuando alguien legítimamente castiga para reprimir la maldad (no por
odio), se entiende que da lugar al juicio divino.
No
sólo no debemos vengarnos, sino que debemos socorrer a los enemigos
en caso de necesidad. Por eso sigue diciendo la Epístola: Si tu
enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Y en
Lc 6, 27: Haced bien a los que os odian. Porque haciendo
esto -sigue-, carbones encendidos
amontonarás sobre su cabeza. Lo cual se puede entender así: socorriendo
al enemigo en su necesidad, amontonaremos sobre su cabeza (es decir, en su
mente) las brasas o carbones encendidos del amor de caridad porque, como dice
San Agustín, no hay mejor modo de hacerse amar que amar primero.
La
Epístola termina diciendo: No te dejes vencer del mal, sino vence el
mal con el bien. Si por el mal que un hombre malo causa a uno
bueno, éste es arrastrado a responder haciendo también el mal, el bueno es
vencido por el mal. Pero si, al revés, por el bien que el bueno hace al malo,
éste es atraído al bien, el bien vence al mal.
Que
por el santo Rosario, la Santísima Virgen María nos alcance de Dios vencer
siempre el mal en nuestros corazones.