Número CDLXVIII (468)
02 de julio de 2016
Ventajas del Campo
Mons. Williamson
Ciudades y
suburbios hacen daño al hombre,
Pero orar a Dios
Todopoderoso, él siempre puede.
Dado que ningún
ser humano fue nunca creado por Dios en esta tierra por otra razón que su
salida al Cielo (I Tim.II,4), entonces la bondad de Dios está siempre
trabajando, de una manera u otra, más o menos fuertemente, para atraer todas
las almas hacia el Cielo. Y si un hombre comienza a responder a esa atracción,
está obligado a darse cuenta que la masa de almas que le rodean hoy en día a
él, o están inconscientes de esa atracción, o le están positivamente resistiendo.
Y cuanto más él toma en serio su propia salida al Cielo, tanto más seriamente
él debe preguntarse cuáles son los factores en el mundo alrededor de él que
hacen que tantas almas sean descuidadas con el Cielo, o al menos para llegar a
él.
Algunos de estos
factores pueden ser inmediatamente aparentes para él, como el avance reciente
del vicio antinatural, y su triunfo en la legislación mundial, del “casamiento”
del mismo sexo. Otros factores él puede necesitar más tiempo para apreciarlos,
porque no están tan obviamente opuestos a la virtud y porque empaparon
al ambiente hace mucho más tiempo, como vivir en ciudades o sub-ciudades,
es decir suburbios. Por supuesto, sólo un tonto puede reclamar que cada
habitante del campo está lleno de virtud, mientras que cada habitante de la
ciudad está lleno de vicio. Por otro lado, vivir en el campo es obviamente más
cercano a la Naturaleza que vivir en la ciudad, así que si la Naturaleza fue
creada por Dios para ser la portadora indispensable de esa Supernaturaleza sin
la cual ningún alma puede entrar al Cielo, entonces los habitantes del campo
estarán, como tales, más cercanos a Dios que los habitantes de la ciudad, y un
habitante de la ciudad deseando llegar al Cielo debe al menos hacer un
balance del tejido de su vida en la ciudad.
“Aprende de tu
enemigo”, decían los Latinos. El Comunismo es uno de los más terribles enemigos
que haya tenido el Catolicismo, y dos destacados Comunistas son famosos por su
odio a los habitantes del campo, o campesinos. Para Lenin (1870–1924),
líder de la Revolución Rusa en 1917, un obstáculo mayor en el camino de la
Revolución sin Dios, era el campesino a la antigua, arraigado en la tierra,
profundamente consciente de su nada como una creatura rodeada por el misterio
de la Creación de la cual él dependía. El habitante de la ciudad, en cambio,
viviendo en un mundo artificial y hecho por el hombre, de fábricas, máquinas y
robots humanos, un mundo cargado con varios tipos de resentimiento (enfurecerse
contra la lluvia es un ejercicio inútil mientras que la “furia al volante” está
constantemente creciendo), era totalmente apto para la Revolución (aquí está
porque de Corte dice que los políticos modernos no dejan de prometer el
“cambio”).
Para Antonio
Gramsci (1860–1937), maestro de la transición clave después de Lenin y
Stalin de la Revolución desde Comunismo “duro” hacia Globalismo “suave”, el
campesinado representaba igualmente un enemigo temible que la Revolución debía
vencer. Con su “sentido común” y su “orden natural”, el campesinado había sido
el fundamento de todo un sistema de valores que debía desaparecer. Religión,
familia, patria, ejército, naturaleza, cultura, tenían que dar paso a todo un
nuevo sistema de pensamiento de acuerdo con el Nuevo Orden Mundial. Para alejar
a los hombres de su vieja mentalidad, su cultura total iba a ser subvertida no
ya por un asalto violento contra la economía de ellos, sino por una “marcha a
través de las instituciones”, todas sus instituciones. La Revolución tenía que
remoldear la educación, artes, entretenimiento, noticias, deportes, etc. de
ellos, cada constituyente de su cultura en el sentido más amplio, para socavar
la forma total de vida previamente encarnada en el campesinado. Y la Revolución
de Gramsci ha sido tan exitosa en derrocar al antiguo orden natural que los
agricultores ahora trabajando la tierra dependen a tal punto de las máquinas y
de los banksters que apenas son ya campesinos en el sentido antiguo.
Pero la Revolución
hoy hace tal guerra total contra “todo lo que se llama Dios” que no hay manera
humana posible de reconstruir ningún campesinado que se le resista. El mejor
campesinado posible, meramente como tal, no bastaría como solución. El problema
no es meramente cultural. El problema real es nuestra apostasía con respecto a
Dios. La solución real comienza con la oración, la cual la Revolución,
aparentemente todopoderosa, es, sin embargo, impotente para parar.
Kyrie eleison.