sábado, 7 de mayo de 2016

SOBRE LA ORACIÓN - SANTA TERESA DE JESÚS (y III)




51. Es gran negocio comenzar las almas a tener oración, comenzándose a desasir de todo género de contentos y entrar determinadas a sólo ayudar a llevar la Cruz a Cristo... Los ojos en el verdadero y perpetuo reino que pretendemos ganar (Vid. 15).

52. Quien viere en sí esta determinación, no, no tiene que temer..., puesto que está en tan alto grado como es querer tratar a solas con Dios y dejar los pasatiempos del mundo, lo principal está hecho (Vid. 1 1).

53. El alma que en este camino de oración mental comienza a caminar con determinación y puede acabar consigo de no hacer mucho caso, ni consolarse mucho porque le falten estos gustos y ternuras, o los dé el Señor, que tiene andado gran parte del camino... y va comenzado el edificio sobre firme fun­damento. Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas ni estos gustos, que la mayor parte los deseamos y consolamos con ellos, sino en servir con justicia y fortaleza de alma y con humil­dad (Vid. 11).

54. Comenzando yo a quitarme de las ocasiones y a darme más a la oración, comenzó el Señor a hacerme mercedes, como quien deseaba..., que yo las quisiera recibir (Vid. 23).

55. Poco a poco y en poco tiempo, si traéis cuidado con la oración, os hallaréis en la cumbre (Cam. 17).

56. Si se persevera (en la oración) Dios no se niega a nadie (Vid. 11).

57. Este poquito de tiempo que nos determinamos a darle, de cuantos gastamos en nosotros mismos y en quien no nos lo agradecerá, ya que aquel rato se lo queremos dar, démoselo libre de pensamientos y desocupado de otras cosas, y con toda determinación de nunca jamás volver a quitárselo por trabajos que por ello nos vengan, ni por contradicciones, ni por sequeda­des; sino que ya tengamos aquel tiempo como cosa que no es nuestra, y pensemos que nos lo puede pedir por justicia cuando del todo no se lo quisiéramos dar (Cam. 23).

58. Esto tiene de bueno..., que se nos da más de lo que se pide ni acertáramos a desear (Cam. 23).


59. Aun en las mismas ocupaciones (debemos) retirarnos a nosotros mismos, aunque sólo sea un momento; pues sólo aquel recuerdo de que tengo compañía dentro de mí, aprovecha mucho (Cam. 29).

60. Si el alma está mucho tiempo con Dios, como es razón que lo esté, olvidada de sí solamente deseará contentar a Dios... De esto sirve la oración, de que nazcan obras, obras...
¿Cómo hay que hacer la oración? — Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro Bien y Señor, dentro de mí presente; y esta era mi manera de oración (Vid. 4).

61. Tenía este modo de oración: Que como no podía discu­rrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo den­tro de mí, y me hallaba mejor, a mi parecer, en los lugares donde le veía más solo. Me parecía a mí que, estando solo y afli­gido, como persona necesitada, admitiría mi compañía... Me hallaba muy bien, especialmente, en la oración del huerto; allí era mi acompañarle... Me estaba allí con El lo más que me dejaban mis pensamientos, porque eran muchos los que me atormentaban. Tengo para mí que por aquí ganó mucho mi alma, porque empecé a tener oración incluso antes de saber lo que era (Vid. 9).

62. Tenía poca habilidad para representar con el entendi­miento cosas que, si no eran las que veía, no me aprovechaba nada de mi imaginación.
Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre; mas es así, que jamás le pude representar en mí..., sino que hacía como quien está ciego y a oscuras, que, aunque habla con una persona y entiende que está con ella, porque sabe que está allí, mas no la ve (Vid. 9).

63. Hacer examen de conciencia, decir la confesión y santi­guarse, ya se sabe que ha de ser lo primero (Cam. 26). Después de santiguaros, pues estáis sola, procurad tener compañía. Y ¿qué mejor que la del mismo Maestro?
...Representaos al Señor junto a vos, V mirad con qué amor y humildad os está mirando; y creedme, mientras pudiereis, no os apartéis de tan buen amigo. Si os acostumbráis así a tenerle junto a vos, no le podréis —como dicen— echar de vos...
Las que no podáis discurrir mucho con el entendimiento, ni podéis recoger el pensamiento sin distraeros, acostumbraos, acostumbraos: mirad que yo sé que podéis hacer esto (Cam. 26).

64. Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo..., y así siempre volvía a la costumbre de holgarme con este Señor, espe­cialmente cuando comulgaba; quisiera yo traer siempre delante de mí su retrato e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera (Vid. 22).

65. En veros junto a mí he visto todos los bienes... Con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir. El ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero (Vid. 22).

66. ¿De dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de vos?... Este Señor nuestro es por donde nos vienen todos los bie­nes; El lo enseñará; mirando su vida es el mejor dechado. ¿Qué más queremos que tener un tan buen amigo al lado? Que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones. ¡Bienaventurado quien de verdad le amare y le trajere siempre junto a sí! (Vid. 22).

67. Dice el Señor: “Pedid y se os dará" (Le. 11,9). Pues si no creéis a Su Majestad en las partes del Evangelio donde asegura esto, poco aprovechará, hermanas, que yo me quiebre la cabeza en decirlo. Mas todavía digo que a quien tuviese alguna duda, que poco perderá en probarlo; que esto tiene de bueno este via­je, que se da más de lo que se pide ni acertáramos a desear. Esto es sin falta. Yo lo sé; y a las de vosotras que por bondad de Dios lo sabéis por experiencia, puedo poner por testigo (Vida 4).

68. No me parece es otra cosa perder el camino, sino dejar la oración... Mire, mire no le engañe el demonio en que deje la oración, como hizo conmigo bajo falsa humildad, como ya lo he dicho y muchas veces lo querría decir. Cómo pude pasar, me espanto. Era con la esperanza de volver a ella; pero antes quería estar limpia de pecados. ¡Oh, qué mal encaminada iba en esta esperanza! ¡Hasta el día del juicio me la libraba el demonio para de allí llevarme al infierno!... Nadie puede hacerse a sí mismo daño mayor que dejar la oración...
Ahora me santiguo, y me parece que en mi vida no he pasado peligro tan peligroso como esta invención del demonio. Miren, miren esto, por amor de Dios, todos los que tratan ora­ción, y sepan que todo el tiempo que yo estuve sin ella era mucho más perdida mi vida (Ibíd.)

69. En todos estos (años), si no era acabando de comulgar, jamás me atrevía a tener oración sin un libro; y era tanto el miedo que tenía mi alma estar sin él en la oración, como si fuera a pelear con mucha gente. Este remedio era para mí como una compañía o escudo para poder defenderme de los golpes de los pensamientos (importunos, y con él) andaba consolada. No estaba siempre con sequedad, pero sí siempre que me faltaba el libro, que era luego desbaratada el alma y los pensamientos per­didos; pero con esto los comenzaba a recoger y como por halago llevaba el alma. Muchas veces, con solamente abrir el libro, ya no era necesario más. Otras leía poco y otras mucho, conforme a la merced que el Señor me hacía. Me parecía..., que teniendo libros y soledad, que no habría peligro que me sacase de tanto bien (Ibíd.)

70. De mí sé deciros que nunca supe qué era rezar con satisfacción hasta que el Señor me enseñó este modo, y siempre he hallado tanto provecho de esta costumbre de recogimiento dentro de mí, que por eso me alargo tanto (Cam. 29).

71. Nada se aprende sin un poco de trabajo. Os pido por amor de Dios que deis por bien empleado el cuidado que gasta­réis en esto; pues yo sé que, si le tenéis, en un año, o quizá en medio, con el favor de Dios saldréis con ello. Mirad qué poco tiempo para tan grande ganancia (Cam. 29).

72. Con este modo de rezar..., con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae muchos bienes. Se llama oración de recogimiento porque el alma recoge las potencias y se entra dentro de sí con Dios, y viene con más bre­vedad su Divina Majestad a enseñarla y a dar la oración de quie­tud... Porque allí metida consigo misma puede pensar en la Pasión, y representar allí al Hijo y ofrecerlo al Padre sin cansar el entendimiento, andándole buscando en el monte Calvario, en el Huerto o en la Columna.
Las que se pudieren encerrar de esta manera en este cielo pequeño de nuestra alma, donde está quien le hizo... y acostum­brarse a no mirar ni distraerse con las cosas exteriores, crea que lleva excelente camino... Así, quien va por este camino, casi siempre que reza tiene cerrados los ojos... Si nos hiciéremos fuerza en usarlo algunos días, pronto veremos claro las ganan­cias (Cam. 28).

73. Si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor; que si ellos nunca se hubieran determinado a serlo, y poco a poco a ponerlo por obra, no hubieran llegado a tan alto estado. Quiere Su Majestad y es amigo de almas animosas... Me espanto de lo mucho que hace en este camino el animarse a grandes cosas; porque, aunque en el momento no tenga fuerza el alma, da un vuelo y llega muy (alto)... Estas primeras determinaciones son gran cosa (Vid. 13).

74. Durante muchos años..., cuando comulgaba, ni más ni menos que si viera con los ojos corporales entrar en su posada a Cristo, procuraba... esforzar la fe para creer que era lo mismo y le tenía en casa tan pobre como la suya y desocupándose de todas las cosas exteriores se ponía en un rincón, procurando recoger los sentidos para estar a solas con el Señor, y conside­rándose a sus pies, se estaba allí hablando con El aunque no sin­tiese devoción...
Porque (es cierto) que está dentro de nosotros...; pues sabe­mos que mientras el calor natural no consume los accidentes del pan (no dudamos) que está con nosotros el buen Jesús... Y pues si cuando andaba por el mundo, con sólo tocarle la ropa sanaba los enfermos, ¿por qué vamos a dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si yo tengo fe, y me dará todo lo que le pidiese, pues está en mi casa? (Cam. 61.)

75. A los que ve que se han de aprovechar de su presencia, El se les descubre; que aunque no se pueda ver con los ojos cor­porales, tiene muchos modos de mostrarse al alma... (Después de comulgar), estaos vos con El de buena gana; no perdáis tan buena ocasión de negociar como es la hora de después de haber comulgado. Si la obediencia no os mandare otra cosa, hermanas, procurad que el alma se esté con el Señor. Pero si luego os vais con el pensamiento a otra cosa y no le hacéis caso ni tenéis cuenta de que está dentro de vos, ¿cómo se os va a dar a cono­cer? (Cam. 34).

76. Por cierto que pienso que si nos llegásemos al Santí­simo Sacramento con gran fe y amor, que de una vez bastase para dejaros ricos... (C. A. D. 4).

77. Después de comulgar, pues tenéis allí al Señor, procu­rad cerrar los ojos del cuerpo y abrid los del alma para miraros al corazón; que yo os digo, y otra vez lo digo y muchas lo querría decir, que, si tomáis esta costumbre todas las veces que comulga­reis, procurando tener tal conciencia que os sea lícito gozar a menudo de este Bien, no viene tan disfrazado que, como he dicho, de muchas maneras se os dé a conocer conforme al deseo que tenéis de verle; y tanto lo podríais desear que se os descubra del todo.

78. ¿Qué es esto, cristianos? ¿Os entendéis? Pues yo que­rría dar voces y discutir —aun siendo la que soy— con los que dicen que no es menester la oración mental. Cierto, yo creo que no os entendéis ni sabéis qué es oración mental, ni cómo se ha de rezar la vocal, ni qué es contemplación; porque si lo supie­seis, no condenaríais por un lado lo qué alabáis por el otro...
¿Quién dirá que está mal, si comienza a rezar las horas o el rosario, que comience pensando con quién habla, y quién es el que habla, para ver cómo le ha de tratar? Pues yo os digo, her­manas, que si lo mucho que hay que hacer en estos dos puntos, se hiciese bien, que primero que comencéis la oración vocal —que es rezar las horas o el rosario— ocupéis hartas horas en la mental (Cam. 37).

79. Y no penséis se gana poco en rezar vocalmente con perfección: os digo que es muy posible que, estando rezando el Padrenuestro u otra oración vocal, os ponga el Señor en con­templación perfecta (Cam. 25).

80. Me diréis que ya esto es consideración, que no queréis ni lo podéis, si no rezar vocalmente: y tenéis alguna razón. Mas yo os digo que ciertamente no sé cómo lo aparte (si ha de ser rezar con quien hablamos, como es razón y aun obligación que procuremos rezar, entendiendo y advirtiendo lo que decimos); y aun plega a Dios que con estos remedios vaya bien rezado el Padrenuestro y no acabemos en otra impertinencia (Cam. 40).

81. De lo que vuestra señoría tiene del querer salir de la oración, no haga caso, sino alabe al Señor por el deseo que le da de tenerla, y crea que en la voluntad eso quiere, y ama estar con Dios. La tristeza o melancolía se acongoja de parecer se le ha de hacer apremio. Procure vuestra señoría algunas veces —cuando se ve apretado— irse donde vea cielo, y hacerla oración paseando, que no se quitará la oración por eso; porque es menester llevar con arte esta nuestra flaqueza para que no se apriete el natural. Todo esto es buscar a Dios, pues por El andamos buscando medios como es necesario llegar el alma con suavidad. (Epist. 67.)

82. La mejor oración es la que nos deja mejores deseos confirmados con obras... ¡Oh!, ésta es la verdadera oración y no unos gustos no más para nuestro gusto, pero que cuando se ofrece la ocasión de (confirmarlo con las obras, mostramos) mucha flojedad... Yo no desearía otra oración sino la que me hiciese crecer en las virtudes. Si es con grandes tentaciones y sequedades y tribulaciones, y esto me dejase más humilde, yo la tendría por buena oración; pues lo que más agradare a Dios, tendría yo por mejor oración; pues no se entiende que no ora el que padece, pues lo está ofreciendo a Dios... (Cta. 134).

83. Todo lo puede la oración (Cta. 13, 5).

84. Cada día voy entendiendo más el fruto de la oración y lo que debe ser delante de Dios un alma que por sólo su honra pide remedio para otras. (Cta. 159, 5).

85. Lo primero que quiero decir, según como yo lo entien­do, es en qué está la sustancia de la perfecta oración. Porque hay algunos que les parece que todo el negocio está en el pensa­miento, y si éste lo pueden tener mucho en Dios, aunque sea haciéndose gran fuerza, ya les parece que son espirituales; pero si se distraen sin poderlo evitar, aunque sea en cosas buenas, se desconsuelan y les parece que están perdidos.
Estas ignorancias no las tendrán los letrados —aunque ya he dado con alguno—, mas a nosotras las mujeres, de todas estas ignorancias, conviene estemos avisadas.
No digo que no sea gran merced del Señor el que uno pueda estar siempre meditando en sus obras, y es bueno que se procu­re; mas se ha de entender que no todas las imaginaciones son hábiles para ello, mas todas las almas lo son para amar...
Lo que aquí quiero dar a entender es que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada por él (que tendría hasta mala ventura), por donde el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho.
Mas, ¿cómo se adquirirá este amor? Determinándose a obrar y padecer, y hacerlo cuando se ofreciere.
Bien es verdad que del pensar lo que debemos al Señor, y quién es El, y quiénes somos nosotros, se viene a hacer un alma determinada, y es gran mérito, y a los principios muy conve­niente. Mas se ha de entender cuando no hay por medio cosas que mande la obediencia y aprovechamiento de los prójimos a que obligue la caridad, que, en tales casos, cualquiera de estas dos cosas que haya que hacer, piden tiempo para dejar el que nosotros tanto deseamos dar a Dios, como es, a nuestro parecer, el estar a solas pensando en El y regalándonos con los regalos que nos da. Dejar esto por cualquiera de estas dos cosas es rega­larle y hacer por El, como dijo por su boca: “Lo que hiciereis por uno de estos pequeñitos, lo hacéis por mí” (Mt. 25, 40). Y con res­pecto a la obediencia, quien bien le quisiera no querrá vaya por otro camino que “obediens usque ad mortem”.
Pues si esto es verdad, ¿de qué procede el disgusto que a la mayor parte nos da cuando no se ha estado mucha parte del día muy apartados y embebidos en Dios, aunque andemos emplea­dos en estas otras cosas? A mi parecer, por dos razones: la pri­mera y más principal, por un amor propio que aquí se mezcla, muy delicado, que no se deja entender, y que consiste en querer más contentarnos a nosotros que a Dios. Porque está claro que después que un alma comienza a gustar cuán suave es el Señor, que es más gustoso estarse descansando el cuerpo sin trabajar y regalada el alma.
¡Oh, caridad de los que verdaderamente aman a este Se­ñor y conocen su condición! ¡Qué poco descanso podrán te­ner si ven que pueden hacer algo para que una sola alma se aproveche y ame a Dios o para darle algún consuelo o para quitarla de algún peligro! ¡Qué mal descansará con este des­canso particular suyo! Y cuando no puede con obras, lo hará con la oración, importunando al Señor por las muchas almas que la lástima de ver que se pierden. Pierde ella su regalo, y lo tiene por bien perdido, no pensando en su contento, sino en cómo hacer más la voluntad del Señor... Recia cosa sería que nos estuviese claramente diciendo el Señor que fuésemos a alguna parte que El quiere, y nosotros no quisiéramos sino estarnos con El mirándole, porque estamos más a nuestro pla­cer... (Fund. c. 5. En esta materia los dos extremos son malos: Son muchos los que so pretexto de obediencia o caridad, abandonan la ora­ción, y contra ellos escribió mucho la santa, así como San Juan de la Cruz, San Bernardo y otros santos. Pero también se puede pecar por el extremo contrario, que es lo que aquí Santa Teresa explica que no está bien).

86. Yo sé claro que son intolerables los trabajos que Dios da a los contemplativos; y son de tal suerte, que si no les diese aquel manjar de gustos no se podrían sufrir. Y está claro que a los que Dios mucho quiere, lleva por camino de trabajos, y mientras más los ama, mayores...
Pues creer que admite a su amistad estrecha a gente regalada y sin trabajos, es disparate. Tengo por cierto les da Dios (los tra­bajos) mucho mayores...
Así que, hermanas, oración mental; y quien ésta no pudiere, vocal y lectura de libros santos y coloquios con Dios... (Cam. 18).

(Codesal, “Antología de textos sobre la oración”, Ed. Apostolado Mariano, Sevilla)