51.
Es gran negocio comenzar las almas a tener oración, comenzándose a desasir de
todo género de contentos y entrar determinadas a sólo ayudar a llevar la Cruz a
Cristo... Los ojos en el verdadero y perpetuo reino que pretendemos ganar (Vid.
15).
52.
Quien viere en sí esta determinación, no, no tiene que temer..., puesto que
está en tan alto grado como es querer tratar a solas con Dios y dejar los
pasatiempos del mundo, lo principal está hecho (Vid. 1 1).
53.
El alma que en este camino de oración mental comienza a caminar con
determinación y puede acabar consigo de no hacer mucho caso, ni consolarse
mucho porque le falten estos gustos y ternuras, o los dé el Señor, que tiene
andado gran parte del camino... y va comenzado el edificio sobre firme fundamento.
Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas ni estos gustos, que la mayor
parte los deseamos y consolamos con ellos, sino en servir con justicia y
fortaleza de alma y con humildad (Vid. 11).
54.
Comenzando yo a quitarme de las ocasiones y a darme más a la oración, comenzó
el Señor a hacerme mercedes, como quien deseaba..., que yo las quisiera recibir
(Vid. 23).
55.
Poco a poco y en poco tiempo, si traéis cuidado con la oración, os hallaréis en
la cumbre (Cam. 17).
56.
Si se persevera (en la oración) Dios no se niega a nadie (Vid. 11).
57.
Este poquito de tiempo que nos determinamos a darle, de cuantos gastamos en
nosotros mismos y en quien no nos lo agradecerá, ya que aquel rato se lo
queremos dar, démoselo libre de pensamientos y desocupado de otras cosas, y con
toda determinación de nunca jamás volver a quitárselo por trabajos que por ello
nos vengan, ni por contradicciones, ni por sequedades; sino que ya tengamos
aquel tiempo como cosa que no es nuestra, y pensemos que nos lo puede pedir por
justicia cuando del todo no se lo quisiéramos dar (Cam. 23).
58.
Esto tiene de bueno..., que se nos da más de lo que se pide ni acertáramos a desear
(Cam. 23).
59.
Aun en las mismas ocupaciones (debemos) retirarnos a nosotros mismos, aunque
sólo sea un momento; pues sólo aquel recuerdo de que tengo compañía dentro de
mí, aprovecha mucho (Cam. 29).
60.
Si el alma está mucho tiempo con Dios, como es razón que lo esté, olvidada de
sí solamente deseará contentar a Dios... De esto sirve la oración, de que
nazcan obras, obras...
¿Cómo
hay que hacer la oración? — Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo,
nuestro Bien y Señor, dentro de mí presente; y esta era mi manera de oración
(Vid. 4).
61.
Tenía este modo de oración: Que como no podía discurrir con el entendimiento,
procuraba representar a Cristo dentro de mí, y me hallaba mejor, a mi parecer,
en los lugares donde le veía más solo. Me parecía a mí que, estando solo y afligido,
como persona necesitada, admitiría mi compañía... Me hallaba muy bien,
especialmente, en la oración del huerto; allí era mi acompañarle... Me estaba
allí con El lo más que me dejaban mis pensamientos, porque eran muchos los que
me atormentaban. Tengo para mí que por aquí ganó mucho mi alma, porque empecé a
tener oración incluso antes de saber lo que era (Vid. 9).
62.
Tenía poca habilidad para representar con el entendimiento cosas que, si no
eran las que veía, no me aprovechaba nada de mi imaginación.
Yo
sólo podía pensar en Cristo como hombre; mas es así, que jamás le pude
representar en mí..., sino que hacía como quien está ciego y a oscuras, que,
aunque habla con una persona y entiende que está con ella, porque sabe que está
allí, mas no la ve (Vid. 9).
63.
Hacer examen de conciencia, decir la confesión y santiguarse, ya se sabe que
ha de ser lo primero (Cam. 26). Después de santiguaros, pues estáis sola,
procurad tener compañía. Y ¿qué mejor que la del mismo Maestro?
...Representaos
al Señor junto a vos, V mirad con qué amor y humildad os está mirando; y
creedme, mientras pudiereis, no os apartéis de tan buen amigo. Si os
acostumbráis así a tenerle junto a vos, no le podréis —como dicen— echar de
vos...
Las
que no podáis discurrir mucho con el entendimiento, ni podéis recoger el
pensamiento sin distraeros, acostumbraos, acostumbraos: mirad que yo sé que
podéis hacer esto (Cam. 26).
64.
Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo..., y así siempre volvía a la
costumbre de holgarme con este Señor, especialmente cuando comulgaba; quisiera
yo traer siempre delante de mí su retrato e imagen, ya que no podía traerle tan
esculpido en mi alma como yo quisiera (Vid. 22).
65.
En veros junto a mí he visto todos los bienes... Con tan buen amigo presente,
todo se puede sufrir. El ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero
(Vid. 22).
66.
¿De dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de vos?... Este Señor nuestro
es por donde nos vienen todos los bienes; El lo enseñará; mirando su vida es
el mejor dechado. ¿Qué más queremos que tener un tan buen amigo al lado? Que no
nos dejará en los trabajos y tribulaciones. ¡Bienaventurado quien de verdad le
amare y le trajere siempre junto a sí! (Vid. 22).
67.
Dice el Señor: “Pedid y se os dará" (Le. 11,9). Pues si no creéis a Su
Majestad en las partes del Evangelio donde asegura esto, poco aprovechará,
hermanas, que yo me quiebre la cabeza en decirlo. Mas todavía digo que a quien
tuviese alguna duda, que poco perderá en probarlo; que esto tiene de bueno este
viaje, que se da más de lo que se pide ni acertáramos a desear. Esto es sin
falta. Yo lo sé; y a las de vosotras que por bondad de Dios lo sabéis por
experiencia, puedo poner por testigo (Vida 4).
68.
No me parece es otra cosa perder el camino, sino dejar la oración... Mire, mire
no le engañe el demonio en que deje la oración, como hizo conmigo bajo falsa
humildad, como ya lo he dicho y muchas veces lo querría decir. Cómo pude pasar,
me espanto. Era con la esperanza de volver a ella; pero antes quería estar
limpia de pecados. ¡Oh, qué mal encaminada iba en esta esperanza! ¡Hasta el día
del juicio me la libraba el demonio para de allí llevarme al infierno!... Nadie
puede hacerse a sí mismo daño mayor que dejar la oración...
Ahora
me santiguo, y me parece que en mi vida no he pasado peligro tan peligroso como
esta invención del demonio. Miren, miren esto, por amor de Dios, todos los que
tratan oración, y sepan que todo el tiempo que yo estuve sin ella era mucho
más perdida mi vida (Ibíd.)
69.
En todos estos (años), si no era acabando de comulgar, jamás me atrevía a tener
oración sin un libro; y era tanto el miedo que tenía mi alma estar sin él en la
oración, como si fuera a pelear con mucha gente. Este remedio era para mí como
una compañía o escudo para poder defenderme de los golpes de los pensamientos
(importunos, y con él) andaba consolada. No estaba siempre con sequedad, pero
sí siempre que me faltaba el libro, que era luego desbaratada el alma y los
pensamientos perdidos; pero con esto los comenzaba a recoger y como por halago
llevaba el alma. Muchas veces, con solamente abrir el libro, ya no era
necesario más. Otras leía poco y otras mucho, conforme a la merced que el Señor
me hacía. Me parecía..., que teniendo libros y soledad, que no habría peligro
que me sacase de tanto bien (Ibíd.)
70.
De mí sé deciros que nunca supe qué era rezar con satisfacción hasta que el
Señor me enseñó este modo, y siempre he hallado tanto provecho de esta
costumbre de recogimiento dentro de mí, que por eso me alargo tanto (Cam. 29).
71.
Nada se aprende sin un poco de trabajo. Os pido por amor de Dios que deis por
bien empleado el cuidado que gastaréis en esto; pues yo sé que, si le tenéis,
en un año, o quizá en medio, con el favor de Dios saldréis con ello. Mirad qué
poco tiempo para tan grande ganancia (Cam. 29).
72.
Con este modo de rezar..., con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y
es oración que trae muchos bienes. Se llama oración de recogimiento porque el
alma recoge las potencias y se entra dentro de sí con Dios, y viene con más brevedad
su Divina Majestad a enseñarla y a dar la oración de quietud... Porque allí
metida consigo misma puede pensar en la Pasión, y representar allí al Hijo y
ofrecerlo al Padre sin cansar el entendimiento, andándole buscando en el monte
Calvario, en el Huerto o en la Columna.
Las
que se pudieren encerrar de esta manera en este cielo pequeño de nuestra alma,
donde está quien le hizo... y acostumbrarse a no mirar ni distraerse con las
cosas exteriores, crea que lleva excelente camino... Así, quien va por este
camino, casi siempre que reza tiene cerrados los ojos... Si nos hiciéremos
fuerza en usarlo algunos días, pronto veremos claro las ganancias (Cam. 28).
73.
Si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que
muchos santos con su favor; que si ellos nunca se hubieran determinado a serlo,
y poco a poco a ponerlo por obra, no hubieran llegado a tan alto estado. Quiere
Su Majestad y es amigo de almas animosas... Me espanto de lo mucho que hace en
este camino el animarse a grandes cosas; porque, aunque en el momento no tenga
fuerza el alma, da un vuelo y llega muy (alto)... Estas primeras
determinaciones son gran cosa (Vid. 13).
74.
Durante muchos años..., cuando comulgaba, ni más ni menos que si viera con los
ojos corporales entrar en su posada a Cristo, procuraba... esforzar la fe para
creer que era lo mismo y le tenía en casa tan pobre como la suya y
desocupándose de todas las cosas exteriores se ponía en un rincón, procurando recoger
los sentidos para estar a solas con el Señor, y considerándose a sus pies, se
estaba allí hablando con El aunque no sintiese devoción...
Porque
(es cierto) que está dentro de nosotros...; pues sabemos que mientras el calor
natural no consume los accidentes del pan (no dudamos) que está con nosotros el
buen Jesús... Y pues si cuando andaba por el mundo, con sólo tocarle la ropa
sanaba los enfermos, ¿por qué vamos a dudar que hará milagros estando tan
dentro de mí, si yo tengo fe, y me dará todo lo que le pidiese, pues está en mi
casa? (Cam. 61.)
75.
A los que ve que se han de aprovechar de su presencia, El se les descubre; que
aunque no se pueda ver con los ojos corporales, tiene muchos modos de
mostrarse al alma... (Después de comulgar), estaos vos con El de buena gana; no
perdáis tan buena ocasión de negociar como es la hora de después de haber
comulgado. Si la obediencia no os mandare otra cosa, hermanas, procurad que el
alma se esté con el Señor. Pero si luego os vais con el pensamiento a otra cosa
y no le hacéis caso ni tenéis cuenta de que está dentro de vos, ¿cómo se os va
a dar a conocer? (Cam. 34).
76.
Por cierto que pienso que si nos llegásemos al Santísimo Sacramento con gran
fe y amor, que de una vez bastase para dejaros ricos... (C. A. D. 4).
77.
Después de comulgar, pues tenéis allí al Señor, procurad cerrar los ojos del
cuerpo y abrid los del alma para miraros al corazón; que yo os digo, y otra vez
lo digo y muchas lo querría decir, que, si tomáis esta costumbre todas las
veces que comulgareis, procurando tener tal conciencia que os sea lícito gozar
a menudo de este Bien, no viene tan disfrazado que, como he dicho, de muchas
maneras se os dé a conocer conforme al deseo que tenéis de verle; y tanto lo
podríais desear que se os descubra del todo.
78.
¿Qué es esto, cristianos? ¿Os entendéis? Pues yo querría dar voces y discutir
—aun siendo la que soy— con los que dicen que no es menester la oración mental.
Cierto, yo creo que no os entendéis ni sabéis qué es oración mental, ni cómo se
ha de rezar la vocal, ni qué es contemplación; porque si lo supieseis, no
condenaríais por un lado lo qué alabáis por el otro...
¿Quién
dirá que está mal, si comienza a rezar las horas o el rosario, que comience
pensando con quién habla, y quién es el que habla, para ver cómo le ha de
tratar? Pues yo os digo, hermanas, que si lo mucho que hay que hacer en estos
dos puntos, se hiciese bien, que primero que comencéis la oración vocal —que es
rezar las horas o el rosario— ocupéis hartas horas en la mental (Cam. 37).
79.
Y no penséis se gana poco en rezar vocalmente con perfección: os digo que es
muy posible que, estando rezando el Padrenuestro u otra oración vocal, os ponga
el Señor en contemplación perfecta (Cam. 25).
80.
Me diréis que ya esto es consideración, que no queréis ni lo podéis, si no
rezar vocalmente: y tenéis alguna razón. Mas yo os digo que ciertamente no sé
cómo lo aparte (si ha de ser rezar con quien hablamos, como es razón y aun
obligación que procuremos rezar, entendiendo y advirtiendo lo que decimos); y
aun plega a Dios que con estos remedios vaya bien rezado el Padrenuestro y no
acabemos en otra impertinencia (Cam. 40).
81.
De lo que vuestra señoría tiene del querer salir de la oración, no haga caso,
sino alabe al Señor por el deseo que le da de tenerla, y crea que en la
voluntad eso quiere, y ama estar con Dios. La tristeza o melancolía se acongoja
de parecer se le ha de hacer apremio. Procure vuestra señoría algunas veces
—cuando se ve apretado— irse donde vea cielo, y hacerla oración paseando, que
no se quitará la oración por eso; porque es menester llevar con arte esta
nuestra flaqueza para que no se apriete el natural. Todo esto es buscar a Dios,
pues por El andamos buscando medios como es necesario llegar el alma con
suavidad. (Epist. 67.)
82.
La mejor oración es la que nos deja mejores deseos confirmados con obras...
¡Oh!, ésta es la verdadera oración y no unos gustos no más para nuestro gusto,
pero que cuando se ofrece la ocasión de (confirmarlo con las obras, mostramos)
mucha flojedad... Yo no desearía otra oración sino la que me hiciese crecer en
las virtudes. Si es con grandes tentaciones y sequedades y tribulaciones, y
esto me dejase más humilde, yo la tendría por buena oración; pues lo que más
agradare a Dios, tendría yo por mejor oración; pues no se entiende que no ora
el que padece, pues lo está ofreciendo a Dios... (Cta. 134).
83.
Todo lo puede la oración (Cta. 13, 5).
84.
Cada día voy entendiendo más el fruto de la oración y lo que debe ser delante
de Dios un alma que por sólo su honra pide remedio para otras. (Cta. 159, 5).
85.
Lo primero que quiero decir, según como yo lo entiendo, es en qué está la
sustancia de la perfecta oración. Porque hay algunos que les parece que todo el
negocio está en el pensamiento, y si éste lo pueden tener mucho en Dios,
aunque sea haciéndose gran fuerza, ya les parece que son espirituales; pero si
se distraen sin poderlo evitar, aunque sea en cosas buenas, se desconsuelan y
les parece que están perdidos.
Estas
ignorancias no las tendrán los letrados —aunque ya he dado con alguno—, mas a
nosotras las mujeres, de todas estas ignorancias, conviene estemos avisadas.
No
digo que no sea gran merced del Señor el que uno pueda estar siempre meditando
en sus obras, y es bueno que se procure; mas se ha de entender que no todas
las imaginaciones son hábiles para ello, mas todas las almas lo son para
amar...
Lo
que aquí quiero dar a entender es que el alma no es el pensamiento, ni la
voluntad es mandada por él (que tendría hasta mala ventura), por donde el aprovechamiento
del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho.
Mas,
¿cómo se adquirirá este amor? Determinándose a obrar y padecer, y hacerlo
cuando se ofreciere.
Bien
es verdad que del pensar lo que debemos al Señor, y quién es El, y quiénes
somos nosotros, se viene a hacer un alma determinada, y es gran mérito, y a los
principios muy conveniente. Mas se ha de entender cuando no hay por medio
cosas que mande la obediencia y aprovechamiento de los prójimos a que obligue
la caridad, que, en tales casos, cualquiera de estas dos cosas que haya que
hacer, piden tiempo para dejar el que nosotros tanto deseamos dar a Dios, como
es, a nuestro parecer, el estar a solas pensando en El y regalándonos con los
regalos que nos da. Dejar esto por cualquiera de estas dos cosas es regalarle
y hacer por El, como dijo por su boca: “Lo que hiciereis por uno de estos
pequeñitos, lo hacéis por mí” (Mt. 25, 40). Y con respecto a la obediencia,
quien bien le quisiera no querrá vaya por otro camino que “obediens usque ad
mortem”.
Pues
si esto es verdad, ¿de qué procede el disgusto que a la mayor parte nos da
cuando no se ha estado mucha parte del día muy apartados y embebidos en Dios,
aunque andemos empleados en estas otras cosas? A mi parecer, por dos razones:
la primera y más principal, por un amor propio que aquí se mezcla, muy
delicado, que no se deja entender, y que consiste en querer más contentarnos a
nosotros que a Dios. Porque está claro que después que un alma comienza a
gustar cuán suave es el Señor, que es más gustoso estarse descansando el cuerpo
sin trabajar y regalada el alma.
¡Oh,
caridad de los que verdaderamente aman a este Señor y conocen su condición!
¡Qué poco descanso podrán tener si ven que pueden hacer algo para que una sola
alma se aproveche y ame a Dios o para darle algún consuelo o para quitarla de
algún peligro! ¡Qué mal descansará con este descanso particular suyo! Y cuando
no puede con obras, lo hará con la oración, importunando al Señor por las
muchas almas que la lástima de ver que se pierden. Pierde ella su regalo, y lo
tiene por bien perdido, no pensando en su contento, sino en cómo hacer más la
voluntad del Señor... Recia cosa sería que nos estuviese claramente diciendo el
Señor que fuésemos a alguna parte que El quiere, y nosotros no quisiéramos sino
estarnos con El mirándole, porque estamos más a nuestro placer... (Fund. c. 5.
En esta materia los dos extremos son malos: Son muchos los que so pretexto de
obediencia o caridad, abandonan la oración, y contra ellos escribió mucho la
santa, así como San Juan de la Cruz, San Bernardo y otros santos. Pero también
se puede pecar por el extremo contrario, que es lo que aquí Santa Teresa
explica que no está bien).
86.
Yo sé claro que son intolerables los trabajos que Dios da a los contemplativos;
y son de tal suerte, que si no les diese aquel manjar de gustos no se podrían
sufrir. Y está claro que a los que Dios mucho quiere, lleva por camino de
trabajos, y mientras más los ama, mayores...
Pues
creer que admite a su amistad estrecha a gente regalada y sin trabajos, es
disparate. Tengo por cierto les da Dios (los trabajos) mucho mayores...
Así
que, hermanas, oración mental; y quien ésta no pudiere, vocal y lectura de
libros santos y coloquios con Dios... (Cam. 18).
(Codesal,
“Antología de textos sobre la oración”,
Ed. Apostolado Mariano, Sevilla)