Número CCCXCII (392)
17
de enero de 2015
Epitafio Contradictorio
Mons.
Williamson
Nuestra
naturaleza hecha buena por Dios, Adán estropeó.
Lo que de bueno por Dios desea, Adán lo dificulta.
Lo que de bueno por Dios desea, Adán lo dificulta.
Bajo el vasto y estrellado cielo
Caven la fosa y déjenme yacer.
Alegre viví y alegremente muero,
Y al yacerme lo hago con un deseo.
Caven la fosa y déjenme yacer.
Alegre viví y alegremente muero,
Y al yacerme lo hago con un deseo.
Éste sea el verso que para mí
grabarán:
Aquí él yace donde añoró estar.
En su hogar el marinero está, desde el mar
Y el cazador desde la colina en su hogar.
Aquí él yace donde añoró estar.
En su hogar el marinero está, desde el mar
Y el cazador desde la colina en su hogar.
—R.L.
Stevenson (1850–1894)
Este epitafio
para el poeta mismo es elocuente por su simplicidad, y conmovedor porque toca a
la muerte, esa inevitable tragedia de la vida humana. Conmemorando vida y amor,
los poetas a menudo tratan sobre la muerte, que tan misteriosamente acaba con
ambos. En cambio, no deseando pensar en el sentido de la vida o de la muerte,
los pobres materialistas acaban con la poesía y la imprimirán como prosa si
pueden, precisamente para no tener que pensar en cualquier cosa más elevada que
la materia. Pero el misterio permanece . . .
En teoría, el
epitafio de Stevenson es valiente. En las tres últimas líneas de cada estrofa,
en seis de ocho líneas, él dice en seis maneras diferentes que él está feliz de
morir. Pero el poema está cargado con contradicción. Si “alegre él vivió”,
¿cómo puede alegremente morir? Si él estaba tan alegre de morir, ¿cómo pudo
haber estado alegre de vivir? Para estar tan alegre de morir como él reclama,
debe haber perdido su deseo de vivir, o haberlo cerrado, lo cual él sólo podía
hacerlo rechazando para su vida cualquier destino o significado o existencia
más allá de su muerte animal, y esto podía hacerlo sólo pretendiendo no ser más
que un animal. Pero, ¿qué animales se toman la pena de escribir poemas
elocuentes y conmovedores?
¡O! Robert
Louis, usted sabía que usted no era solamente un animal. Usted se tomó el
trabajo de escribir muchas obras literarias, incluyendo un fascinante cuento de
vida y aventura para niños, La
Isla del Tesoro, y un horripilante cuento de corrupción y muerte para
adultos, El extraño caso del
doctor Jekyll y el señor Hyde, y sus trabajos en conjunto hacen de usted
corrientemente el 26to autor
más traducido en el mundo. Cierto, sus padres eran Presbiterianos Escoceses,
una secta Calvinista tan rigurosa en el medio del siglo 19no como para transformar más de un buen
hombre en ateo. Pero, ¿cómo pudo usted así desvalorizarse delante de la muerte?
¿Cómo pudo usted pretender que la muerte era su “hogar”?
El Creador
originalmente no diseñó para la muerte animal al animal racional que el hombre
es. Si todos los hombres desde Adán y Eva hubieran hecho correcto uso de su
racionalidad, o razón, durante la duración prevista para sus vidas terrenales,
entonces en lugar de su ahora inevitable muerte animal ellos se hubieran
deslizado indoloramente hacia la vida eternal que el correcto uso de su razón
les hubiera merecido para ellos. Pero, ese diseño original fue frustrado cuando
Adán desobedeció a su Creador y cuando, por la misteriosa solidaridad de toda
la humanidad futura con su primer padre, él arrastró a todos los hombres hacia
abajo, en el pecado original. A partir de ese momento en adelante, la
contradicción es intrínseca a toda naturaleza y vida humanas, porque tenemos
una naturaleza creada por Dios en guerra contra nuestra naturaleza caída por
Adán. Nuestros verdaderos – no falsos – “anhelos inmortales” vienen de nuestra
naturaleza tal como hecha por Dios y para Dios, mientras que nuestra muerte
animal es “hogar” solamente para nuestra naturaleza en cuanto que caída.
“¡Desdichado de mí!”, exclama San Pablo (Rom.VII,24–25), “¿Quién me libertará
de este cuerpo mortal? ¡La gracia de Dios por Jesucristo Nuestro Señor!”
Kyrie
eleison.