Resaltando la idea
de la luz, dice la Iglesia en la liturgia de hoy, bendiciendo las velas: Señor
Jesucristo, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo:
derrama tu bendición sobre estos cirios… De Sí mismo, Nuestro Señor afirma: Yo
soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida (Jn 8, 12). Y a nosotros, católicos, nos dice: Vosotros
sois la luz del mundo (Mt 5, 14), porque nuestras almas deben ser como
espejos que reciban y den la luz de Cristo.
En el inicio de
otro año, dando una mirada general, podemos decir lo siguiente: es verdad que
no se firmó el acuerdo de la Fraternidad con Roma. Quizá se firme pronto o
quizá no tan pronto. Quizá nunca se firme, pues es más probable que, sin
acuerdo (al menos público), Roma reconozca unilateralmente a la Fraternidad,
que le conceda una regularización supuestamente gratuita, aparentemente a
cambio de nada.
Ahora bien, aunque
nunca vaya a haber un acuerdo y aunque nunca la Fraternidad vaya a ser
regularizada por Roma, de todos modos los tradicionalistas tenemos el deber
ante Dios de oponernos a las actuales autoridades de la FSSPX. ¿Por qué? Porque
la desviación liberal de esas autoridades es indesmentible, porque la
“Declaración Doctrinal” presentada por el Superior General al Vaticano en abril
de 2012 es una traición objetiva que la verdadera caridad impide excusar ni
soportar, porque los católicos no debemos tolerar la ambigüedad por parte de
los que tienen la gravísima obligación de hacer brillar la luz de la Verdad
católica en la peor crisis de la historia de la Iglesia, en los tiempos de la
apostasía general.
En cuanto a esto
último, enseña Santo Tomás de Aquino que en
caso de necesidad, cuando la fe está en peligro, todos se hallan obligados a
propagarla, sea para instrucción o confirmación de los fieles, sea para
reprimir la audacia de los infieles (S.T.,
II-IIae, c. 3, a. 2). Pues bien: nunca como hoy la fe estuvo en tanto peligro,
por lo que si todos los cristianos están obligados hoy día a hablar ¡y a hablar
claro! sobre las verdades de la fe, ¿cuál será la gravedad de ese deber en el
caso de los jefes de la FSSPX, pilar de la Verdad durante esta oscura y ya
larga noche inaugurada en el desastroso Vaticano II? ¿Y qué es esa ambigüedad,
sino tender un velo de sombras sobre la luz de las verdades que salvan? En
efecto, ese lenguaje confuso oscurece el resplandor y amortigua la fuerza de
las verdades de nuestra fe, verdades que la diplomacia mundana, el cálculo
político y el miedo a las sanciones recomiendan disimular, diluir o amortiguar
con el fin de hacerse aceptable a los enemigos declarados de Cristo y a los
instrumentos del demonio que desde la Jerarquía católica están demoliendo la
Iglesia. Buscar la paz con los destructores de la Iglesia es una traición, pero
la sola ambigüedad en el testimonio público de la doctrina católica también lo
es, pues ese modo de expresarse habitualmente confuso o equívoco causa
aquella disminución en la confesión de la fe a la que se
refirieron los otros tres Obispos en su carta de 7-04-12. Por eso insisto:
porque por sí solo constituye una traición a Cristo, el lenguaje ambiguo en que
incurren las actuales autoridades de la Fraternidad, es causa más que
suficiente para negarse a obedecerles y para unirse a la Resistencia.
¿Y qué es la
Resistencia? La Resistencia es el grupo de aquellos católicos que cumplen con
el sagrado deber de continuar el combate sin tregua contra el liberalismo y los
liberales, contra el modernismo y los modernistas, contra todo error que se
oponga a la Verdad católica y contra aquéllos que los propagan, sean quienes
sean. La Resistencia no se limita a la crisis actual de la FSSPX. La misma
Fraternidad es una congregación creada para hacer Resistencia. Por eso lo que
hoy se conoce como Resistencia no es otra cosa que la continuación del espíritu
y de la lucha de Mons. Lefebvre. ¿Y cuál era el combate de Mons. Lefebvre? ¿Qué
lo movió a enfrentarse al resto de la Iglesia y al mundo entero, a todos y a
todo? Pues la salvación de las almas, que es el verdadero fin de la Iglesia
Católica y, por tanto, el fin de la Resistencia.
Es necesario que
se comprenda bien esto: la Resistencia no es un grupo de rebeldes, desadaptados
o desequilibrados, no es un conjunto de sacerdotes con muchas cosas que
ocultar, que gustan de la autonomía y que son seguidos por laicos fanáticos y
extravagantes. No. La Resistencia, pese a su insignificancia cuantitativa y a
todas sus demás miserias y falencias, es una obra de Dios. Surgida de ese
instinto o reflejo católico que impulsa a ir hacia la luz y a alejarse de las
tinieblas, la Resistencia es una reacción suscitada por el fuego del Espíritu
Santo para combatir en defensa de las almas, para conservar incontaminada la
Verdad que las salva.
No es sino para
salvar sus almas que ustedes, estimado fieles, están aquí hoy. Porque ustedes
ven lo que sucede en las familias que están bajo el influjo del modernismo;
porque ustedes ven la destrucción, la ruina, la devastación que causa el
liberalismo en las almas que son envenenadas por el clero conciliar; porque
todos los días ustedes son testigos del incremento del crimen atroz del aborto,
de los divorcios, del avance nunca visto en la historia del pecado satánico de
la sodomía, de la depravación de los niños y jóvenes, del libertinaje desatado,
del abandono de la práctica religiosa, del galopante retroceso de la fe; son
testigos del verdadero infierno en que los liberales están transformado a
nuestra patrias, antes enteramente católicas. Sí estimados fieles, es para que ustedes,
sus hijos y sus nietos salven sus almas, que están ustedes y estamos nosotros
en la Resistencia.
En estos tiempos
terribles, la única actitud digna de los que dicen amar a Cristo, la Verdad, es
odiar con fervorosa e irrevocable resolución el error. Sí, odiar con fervor,
porque el que no odia con toda el alma el liberalismo, es liberal en algún
grado. Por eso es que con esa obra maestra del engaño diabólico que es el
Vaticano II -becerro de oro de nuestro tiempo-, mediante el cual fueron
“bautizados” los principios liberales, y con el igualmente pestífero pseudo
magisterio eclesial posterior; hay que hacer como hizo el gran Moisés con aquél
primer becerro de oro: Y tomando el becerro que habían hecho -dice
el libro del Éxodo (32, 20)- lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo
a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los Israelitas la
bebieran. Y noten que Moisés, habiendo destruido ese ídolo, pudo haber
conservado el oro del que éste había estado hecho, y sin embargo el verdadero
celo de Dios, el fuego de la verdadera caridad, la auténtica santidad de su
corazón varonil y enteramente entregado a Dios, mandó la destrucción total de
lo que había causado la apostasía general de los israelitas. Este es un ejemplo
brillante y muy actual para la Resistencia. Eso es celo de Dios y caridad, y no
andar posando con sonrisas afeminadas ni contratar empresas de marketing para
lograr agradar a los herejes que ocupan Roma.
A esos traidores y
a su prostitución espiritual les decimos vade retro Satanás, y
a nuestra Madre Santísima, la invicta e irreconciliable Enemiga de la serpiente
infernal, le suplicamos que por su intercesión, Dios nos conceda la gracia de
morir resistiendo contra el liberalismo, el modernismo y contra toda oscuridad
que pretenda destruir o disminuir en nuestras almas la luz de Cristo.
¡Ave María
Purísima!