La publicación del indulto del 3 de octubre de 1984, que otorgaba a la Misa tradicional una libertad bajo condición (aceptar la nueva misa), y la aparición, en noviembre, de una entrevista del Cardenal Ratzinger, “Por qué razón la fe está en crisis”, en la publicación mensual italiana Gesú, suscitaron la reacción de Monseñor Lefebvre: “¡Cuidado con el cansancio del combate en nuestras tropas!”[1]
Se nos otorga la Misa —decían algunos tradicionalistas—, y el Cardenal reconoce y analiza en detalle la crisis de la Iglesia, que según él se debe a un “espíritu contrario al del Concilio”, por lo que invita a “volver al verdadero Concilio”.
¿Qué más se puede pedir?, pensaban algunos fieles. Aceptemos el indulto y reintegrémonos dentro del marco de la Iglesia visible; una vez adentro, podremos influir y enderezar las cosas.
“Es un razonamiento totalmente equivocado —replicaba Monseñor Lefebvre—. No podemos entrar en un marco así, bajo el mando de Superiores, cuando éstos lo tienen todo preparado para estrangularnos. «Una vez reconocidos —dicen ustedes— podremos obrar dentro de la Iglesia». Es un profundo error y un desconocimiento total del espíritu de quienes componen la jerarquía actual. Basta con leer la famosa frase del Cardenal Ratzinger en su entrevista para enterarse.
“El problema de los años sesenta —dice el purpurado— fue el de asimilar los mejores valores expresados durante dos siglos de cultura liberal. De hecho, son valores que, si bien nacieron fuera de la Iglesia, pueden encontrar su lugar, depurados y corregidos, en la visión que la Iglesia tiene del mundo.1 Eso es lo que se ha hecho. Es verdad que los resultados frustraron algunas esperanzas un tanto ingenuas. Por eso hay que encontrar un nuevo equilibrio”.
El comentario del Arzobispo era despiadado: el Cardenal reconocía que la crisis de la Iglesia se debía a ese intento conciliar de casar a la Iglesia con la Revolución, los principios católicos con los “valores” liberales: ecumenismo, declaración de los derechos del hombre y libertad religiosa. En suma, confesaba el Cardenal, fue ese intento el que provocó la crisis; por eso había que encontrar un “nuevo equilibrio”, un equilibrio imposible.
“Es algo gravísimo —proseguía Monseñor Lefebvre—, y eso condena todo lo que afirma en su entrevista, porque ahí está el meollo de su pensamiento, y eso es precisamente lo que no queremos”.
Luego venía la conclusión:
“No podemos ponernos bajo una autoridad de mentalidad liberal, que poco a poco nos conduciría, por la fuerza de las circunstancias, a aceptar sus ideas y sus consecuencias, y en primer lugar la nueva misa”.
En cuanto al indulto, “no ha sido hecho para nosotros”, porque concede la Misa tradicional a los que aceptan la nueva.
“Esto le ha permitido a Jean Madiran, ingenioso como siempre, escribir lo siguiente: «En resumen, la circular romana otorga a los que quisieron suprimir la Misa tradicional la facultad de autorizar su celebración a quienes manifiestan que no tienen ningún motivo para desearla.»”
Mons. Bernard Tissier de Mallerais, “Monseñor Marcel Lefebvre, la biografía”, Ediciones Río Reconquista, págs. 591-592.
[1] COSPEC 112 A, 21 de diciembre de 1984.