El
ecumenismo y el diálogo Interreligloso como piezas clave del Concilio vaticano II
no han sufrido
ninguna desaceleración, tal como puede verse por la actividad de estos últimos
meses. Lo que queda demostrado sencillamente con dos hechos: la visita del
Papa a la gran sinagoga de Roma, el de enero de 2010, y la visita al
templo luterano de Roma, el 14 de marzo de 2010. Este artículo fue publicado en
la revista de los dominicos de Avrillé (Francia), Le sel de la Terre, en su n°
73.
Tal vez algunos
lectores pensarán que no es el momento de criticar al Papa, justo cuando una
odiosa campaña mediática se ensaña con él.
Vamos a responder
brevemente: la verdad es la verdad y es importante conocerla. Ahora bien, este
aspecto de la personalidad del Santo Padre, es decir su compromiso con el
ecumenismo y el diálogo interreligioso (especialmente con la religión judía
talmúdica) no es muy conocido por parte de los católicos tradicionalistas.
Desde el concilio,
y en la actualidad también, el único “pecado” perseguido a ultranza es el
pecado de “tradicionalismo”. Precisamente por ser tradicionalistas, Monseñor
Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer, así como los sacerdotes unidos a ellos,
fueron excomulgados, echados fuera, injuriados de múltiples formas, y todo
esto por los que en la Iglesia hubieran debido felicitarlos y animarlos. Al
mismo tiempo, los obispos y sacerdotes de ideas heréticas y costumbres
degradadas no sufrieron pena alguna de consideración. Se ha permitido sin
mostrar interés alguno que los católicos se hundan en el hedonismo más
vergonzoso. Ahora se recogen los frutos de lo que
se sembró. De Dios nadie se ríe.
Además lejos de
reconocer que este ecumenismo y este diálogo interreligioso sólo llevan a la
ruina y a la apostasía, la jerarquía conciliar no pierde ocasión alguna para
repetir que es un “camino irrevocable”. Una y otra vez permite nuevas
concesiones y nuevas peticiones de perdón. Cuantas más pruebas de debilidad da,
más se envalentonan los enemigos de la Iglesia para seguir reclamando. El
único medio de hacerles frente nos lo ha dado Nuestro Señor Jesucristo, con su
ejemplo y su enseñanza: dar testimonio de la verdad y si es necesario hasta
entregar la propia vida. Aquí está la salvación de los que dan testimonio y a
menudo la salvación de los que los escuchan.
Si sacamos a la
luz estos hechos no es por una cuestión de celo amargo o un deseo malsano de
dar a conocer los fallos de las autoridades eclesiásticas. Es por amor a la
verdad y para hacer comprender cuáles son las verdaderas causas de las actuales
desgracias de la Iglesia.
Benedicto
XVI en la sinagoga de Roma
El Papa visitó la sinagoga de Roma el domingo
17 de enero de 2010[1].
Durante el rezo del Ángelus de este día, el Papa explicó el sentido de esta visita:
«Esta tarde, casi veinticuatro años después
de la histórica visita del venerable Juan Pablo II (el primer Papa que visitó una
sinagoga), estaré presente en la gran sinagoga de Roma, llamada Gran Templo,
para encontrarme con la comunidad judía de la ciudad y franquear una nueva etapa en
el camino de concordia y amistad entre católicos y judíos. En efecto, a pesar
de los problemas y las dificultades, se respira entre los creyentes de estas
dos religiones un clima de gran respeto y diálogo, lo que demuestra que se ha
madurado en cuanto a las relaciones y él compromiso común de realzar lo que
nos une, la fe en el único Dios, esto ante todo, pero también la
protección de la vida y de la familia, el deseo de la justicia social y de la
paz».
¿Cómo puede decir el Papa que está unido a
los judíos por la fe en el único Dios? ¿Acaso ignora que los judíos no
creen en la Santísima Trinidad? Los cristianos creen en el Dios uno y trino,
los judíos creen en un “Dios” único y no trino. No estamos unidos por la fe
en el mismo único Dios.
En su discurso en la sinagoga, Benedicto XVI
ha recordado la visita
hecha por su predecesor en este lugar, el 13 de abril de 1986, en donde afirmó lo
siguiente: «Mi visita se inscribe en el camino trazado, para confirmarlo y
reforzarlo».
Seguidamente se ha referido al Concilio Vaticano II:
«La doctrina del Concilio
Vaticano II ha
representado para los católicos un punto de referencia hacia él que pueden
orientarse constantemente en su actitud y relaciones con él pueblo judío,
lo que marca una etapa nueva y decisiva. El acontecimiento conciliar ha dado
un impulso decisivo al compromiso de recorrer un camino irrevocable de diálogo, de
fraternidad y de amistad».
El Papa de esta forma nos advierte que este
camino es “irrevocable”.
Ha
denominado (como lo hizo Juan Pablo II) al pueblo judío “el pueblo de la Alianza”.
«Yo también, durante estos años de
pontificado, he querido demostrar mi cercanía y mi afecto al pueblo de la
Alianza».
Esta denominación es falsa. El pueblo judío ha
sido antes de la Encarnación del Hijo de Dios, el pueblo de la antigua Alianza.
Ahora estamos, desde hace más de 2000 años, en la era de la nueva
Alianza. La antigua alianza ha sido reemplazada por la nueva y los judíos
(actuales) que no aceptan entrar en la Iglesia no guardan ninguna alianza con
Dios.
Seguidamente el Papa ha entonado su “tua
culpa” por las pretendidas faltas de sus predecesores:
«Por otra parte la Iglesia no ha dejado de
lamentarse por las faltas de sus hijos e hijas pidiendo perdón por todo lo que
ha podido favorecer de una forma u otra las llagas del antisemitismo y del
antijudaísmo (confróntese la Comisión para las relaciones religiosas con el
judaísmo, “No lo olvidamos: una reflexión sobre la Shoah”, 16 de marzo de
1998). ¡Ojalá que estas llagas se curen para siempre! Me viene a la memoria la
oración llena de tristeza del Papa Juan Pablo II en el Muro de las Lamentaciones,
en Jerusalén, el 26 de marzo de 2000, que resuena con verdad y sinceridad en lo
más profundo de nuestro corazón: “Dios de nuestros padres, Tú has escogido a
Abraham y a su descendencia para que tu Nombre sea dado a conocer a todos los
pueblos; sentimos una profunda
tristeza por el comportamiento de los que, a través de la historia, han hecho
sufrir a los que son tus hijos y, al pedirte perdón, queremos comprometernos a
vivir una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza».
Seguidamente habla de la Shoah: «El
singular y escalofriante drama de la Shoah representa de alguna forma la
cumbre de proceso de odio que nace cuando el hombre olvida a su Creador y él
mismo se sitúa en el centro del universo. Como lo expresé con motivo de mi
visita el 28 de mayo de 2006 en el campo de concentración de Auschwitz, y que
sigue aún grabado profundamente en mi mente, “los poderosos del Tercer Reich
querían aplastar al todo el pueblo judío” y en el fondo “mediante la aniquilación
de este pueblo pensaban matar a este Dios que llamó a Abraham y que, hablando
en el Sinaí, estableció los criterios para orientarse la Humanidad y que
permanecen válidos para siempre”[2].
¿Cómo no acordarse en este lugar
de los judíos romanos que fueron expulsados de sus hogares, testigos son estos
muros, y en medio de una matanza horrible fueron asesinados en Auschwitz? ¿Cómo
es posible olvidar sus rostros, sus nombres, las lágrimas, la desesperación de
los hombres, mujeres y niños? La exterminación del pueblo de la Alianza de
Moisés, primero anunciada y más tarde sistemáticamente programada y llevada a
cabo en Europa bajo la dominación nazi, llega también a Roma en este día
trágico?».
Frente al ataque
insolente de Riccardo Pacifici, presidente de la comunidad judía de Roma, que
había estigmatizado el “silencio de Pío XII” el Papa se limitó a decir: «La Sede Apostólica
llevó a cabo también una acción de socorro a las víctimas, a menudo escondida
y discreta».
Dijo acto seguido
que al pueblo judío «pertenecen la adopción filial, la gloria, las
alianzas, la legislación, el culto, las promesas». Esta última frase es una
cita de San Pablo (Rom. 11, 29), cita que se aplica a los judíos del Antiguo
Testamento y no a los actuales judíos a quienes hablaba el Papa.
Más tarde
desarrolló «las implicaciones derivadas de esta herencia común»:
«Primeramente la solidaridad que une a la
Iglesia con el pueblo judío “incluso a nivel de su identidad” espiritual y que
ofrece a los cristianos la oportunidad de promover “un respeto renovado por la
interpretación judía del Antiguo Testamento”[3], (...)
el compromiso para preparar o realizar el Reino del Altísimo en el “cuidado de
la creación” confiada por Dios al hombre para cultivarla y protegerla de manera
responsable (cf. Gen. 2,15)».
¿Pero realmente el
Papa piensa que el “Reino del Altísimo”, Reino cuya venida pedimos en el Pater,
consiste en el «cuidado de la creación confiada por Dios al hombre para
cultivarla y protegerla de manera responsable»? Si no lo piensa, ¿por qué
se siente obligado a decirlo y por lo tanto a dejar que lo crean sus
interlocutores?
El Papa insistió a
continuación sobre el Decálogo, válido para todos los hombres[4]. Es
verdad pero el final no suena bien:
«Todos los mandamientos se resumen en el amor
a Dios y en la misericordia hacia el prójimo. Esta regla obliga a judíos y
cristianos a dar testimonio en nuestras sociedades de una especial generosidad
hacia los pobres, las mujeres, los niños, los extranjeros, los enfermos, los débiles, cualquier
persona que se halle en necesidad. Existe en la tradición judía un dicho admirable
de los Padres de Israel: “El mundo se funda sobre tres cosas: la Torah, el
culto y los actos de misericordia” (Aboth 1, 2). Mediante el ejercicio de la
justicia y de la misericordia, los judíos y los cristianos están llamados a
anunciar y dar testimonio del Reino del Altísimo que viene y por el que oramos
y nos esforzamos cada día en la esperanza».
Es de advertir que
el Papa no dice que la “generosidad hacia los pobres”, si no es caridad,
es decir si no va acompañada de la verdadera fe en Dios, sus frutos son nulos
para la vida eterna: «Y si repartiere toda mi hacienda y entregare mi cuerpo al
fuego, no teniendo caridad, nada me aprovecha» (I Cor. 13, 3).
No olvidemos
tampoco que él Papa cita el Talmud en varias ocasiones. Es el primer Papa, que
nosotros sepamos, en tener tal actuación[5].
Pero sobre todo
leamos de nuevo la última frase, es típica del ecumenismo conciliar sin pelos
en la lengua: «Los judíos y los cristianos están llamados a anunciar y a dar
testimonio del Reino del Altísimo que viene». No puede haber frase más
equívoca pues no es el mismo reino el que esperan judíos y cristianos. Nosotros
esperamos la vuelta del verdadero Mesías, Jesucristo, ellos esperan la venida
de otro “Mesías”. El “Mesías” que esperan ellos no es el mismo que el nuestro
y por lo tanto no esperamos el mismo Reino.
El Papa ha
afirmado además que «los cristianos y los judíos (...) rezan al mismo Señor».
Sin embargo él repite a menudo en el Gloria cuando dice la Misa: «Tu
solus Dominus, tu solus Altissimus, Jesu Christe (sólo Tú Señor, sólo Tú
Altísimo, Jesucristo)». ¿Cómo puede decir entonces que reza al mismo Señor
que los judíos? ¿Rezan ellos también a Jesús, el Señor?
Es la tercera
visita de Benedicto XVI a una
sinagoga, después de la de Colonia en agosto de 2005 (visita no contemplada en
el programa del Papa y que él mismo la añadió sobre la marcha) y la de Nueva
York en abril de 2008. En mayo de 2009, cuando su viaje a Tierra Santa, el Papa
visitó, en Jerusalén, el Yad Yashem (memorial de la Shoah), el Muro de
las Lamentaciones y el Gran Rabinato de Jerusalén.
Para comprender
esta actitud del actual Papa con respecto a la religión judía hay que
acordarse de lo que él mismo ha explicado en su autobiografía: «He llegado
a pensar que él judaísmo (que no
comienza, stricto sensu, sino al final de la constitución
de un canon de las Escrituras, es decir en el primer siglo después de Cristo)
y la fe cristiana expuesta en él Nuevo Testamento son dos modos diferentes de
apropiación de los textos sagrados de Israel, los dos en último término
determinados por la forma de captar el personaje de Jesús de Nazaret. La
Escritura que hoy denominamos Antiguo Testamento está en sí misma abierta a
estas dos vías. Y en realidad sólo después de la Segunda Guerra mundial hemos
comenzado a comprender que la interpretación judía “después de Jesucristo”
posee también su propio mensaje teológico»[6].
El judaísmo
talmúdico («que no comienza, stricto sensu, (...) sino en él primer
siglo después de Cristo») y la religión cristiana no son (para el Cardenal
Ratzinger) nada más que «dos modos diferentes de apropiación de los textos
sagrados», aparentemente tan legítimos el uno como el otro. Desde
entonces, ¿por qué no buscar para enriquecerse mutuamente el intercambio de los
resultados de su propia lectura?
Comprendemos pues
que el Papa haya invitado a un rabino para hablar en el Sínodo de los obispos
explicando la manera correcta de leer las Sagradas Escrituras[7], que
haya pedido que no se pronuncie más el nombre de Yavé en la lectura de la Biblia[8], así
como que haya sido el primer Papa en citar de manera significativa el Talmud,
experimentando tanto entusiasmo en sus visitas a las sinagogas y otros centros
judíos.
Verdaderamente,
tal como decía Monseñor Lefebvre tras la primera visita de un Papa a una
sinagoga: «Haec est hora vestra et potestas tenebrarum (ésta es vuestra
hora y la del poder de las tinieblas)” (Lc 22, 52-53)[9].
Visita del Papa al templo luterano de Roma
El Papa Benedicto XVI visitó el templo luterano
de Roma el domingo 14 de marzo de 2010[10].
Juan Pablo II visitó
este mismo templo el 11 de diciembre de 1983 (con motivo del 500º aniversario del
nacimiento de Lutero) y fue el primer Papa que visitó un templo protestante.
Esta vez Benedicto XVI lo
que conmemoraba era el 10º aniversario
de la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación[11], firmada
por los representantes de la Iglesia Católica y los de la Federación luterana
mundial, el 31 de octubre de 1999, en Augsburgo.
El Papa ha participado
activamente en la celebración luterana de la Palabra: estaba revestido de un
roquete blanco, muceta roja y una estola pastoral. Ha orado y cantado con los
miembros de la comunidad, ha rezado con ellos el Credo de
Nicea-constantinopolitano y el Padrenuestro. Seguidamente, tras el Pastor
Kruse, ha comenzado su predicación comentando un pasaje del Evangelio según San
Juan (12, 20-26, «Si el grano de trigo no muere»). Durante esta homilía
ha glosado “la cuestión del ecumenismo” que ha expuesto de la siguiente forma:
«La tristeza de
haber roto lo que significa “nosotros”, de haber subdividido el único camino en
tantos senderos, resultando que así se encuentra oculto el testimonio que
deberíamos dar de manera adecuada, y por lo tanto el amor no puede hallar su
plena expresión. ¿Qué tendríamos que decir a este respecto? Hoy oímos muchos
lamentos sobre el hecho de que él ecumenismo corría el peligro de estancarse,
sobre acusaciones recíprocas; pienso sin embargo que deberíamos dar gracias por
la gran unidad existente. ¡Qué hermoso es que hoy, dominica Laetare,
podamos orar juntos, entonar los mismos himnos, escuchar la misma
Palabra de Dios, glosarla juntos e intentar comprenderla: que miremos hacia
él único Cristo que vemos y al que queremos pertenecer y así, de esta manera,
demos ya testimonio de que Él es el Único, él que nos ha llamado a todos
nosotros y a quien todos pertenecemos en lo más profundo de nuestro ser[12]. Creo
que lo que deberíamos mostrar al mundo es sobre todo eso: fuera litigios y
conflictos de cualquier tipo y en su lugar la alegría y la gratitud por el hecho
de que el Señor nos da todo esto y que existe una real unidad, que puede
llegar a ser siempre más profunda y que siempre debe convertirse más y
más en un testimonio de la Palabra de Cristo, del camino de Cristo en este
mundo. Naturalmente no debemos contentarnos con esto aunque nos sintamos
llenos de gratitud por esta cercanía.
Y sin embargo el hecho de que sobre cosas
esenciales, como por ejemplo en la celebración de la Eucaristía, no podamos
beber del mismo cáliz ni congregarnos alrededor del mismo altar, debe llenarnos
de tristeza porque somos nosotros los que cargamos con esta
falta, porque somos nosotros los que vulneramos este testimonio.
Interiormente debe ser para nosotros motivo para caminar hacia una unidad más
grande, sabiendo que en él fondo únicamente el Señor puede concedérnosla ya
que una unidad fruto de nosotros mismos sería una obra humana y por lo tanto
frágil, como todo lo que realizan los hombres. Nos entregamos a Él, buscamos
cada vez más y más conocerlo y amarlo, contemplarlo, y dejamos que Él
nos conduzca de esta forma, en toda verdad, hacia la unidad plena, unidad por
la que oramos insistentemente en este momento».
Es de advertir que
el Papa comparte la responsabilidad de la división entre los católicos y los
luteranos, lamentándose por «la tristeza de haber roto lo que significa “nosotros”,
de haber subdividido el único camino en tantos y tantos senderos». Esto es
contrario a la verdad histórica.
Por otra parte
omite el decir que “la unidad” que existe actualmente entre católicos y
protestantes es totalmente secundaria y temporal, porque no está incluida la
unidad de fe. Lutero y los luteranos rechazan la mayoría de los dogmas
católicos: no tienen por lo tanto la verdadera fe y no pueden salvarse si no
se convierten antes de su muerte: «El que no crea se condenará» (Me
16,16)[13].
Pero sobre todo
hay que saber que el Papa ha participado activamente en un culto no catolicé,
revestido de roquete blanco, muceta roja y una estola pastoral. Incluso
pensando que esta asistencia era solamente material (es decir que el Papa no
compartía la “fe” herética de los luteranos), no deja de ser verdad que esta
participación, según la moral católica tradicional, es pecaminosa. Esto es lo
que dice el Dic-tionnaire de Théologie Cathiolique a este respecto:
«La comunicación activa, material y pública
es, en sí misma, algo prohibido por la ley eclesiástica y por la ley natural,
bajo pena de pecado grave, y esto por varios motivos: peligro de perversión en
la fe, escándalo de los fieles, apariencia de aprobación de una falsa
religión o negación de la verdadera religión[14]».
El escándalo es inmenso,
en el sentido teológico de la palabra. Los fieles, incluso los mejores, se
habitúan a estas ceremonias ecuménicas. Tales ceremonias ya no les chocan[15].
Poco a poco acaban por pensar que se
puede agradar a Dios practicando otras religiones como el
luteranismo. El Código de Derecho Canónico (de 1917) dice en el canon 1218,
art. 1: «Está absolutamente prohibido a los fieles asistir o tomar parte
activamente en los cultos de los acatólicos (es decir de los no-católicos) en
cualquier circunstancia o forma». Y el canónigo Naz lo comenta de la
siguiente forma en su Diccionario de Derecho Canónico:
«Tal participación está prohibida bajo
cualquier forma, quovis modo, ya que implica profesión de una
falsa religión y en consecuencia implica renegar de la fe católica. No está
permitido orar, cantar, tocar el órgano en un templo herético o
cismático, asociándose a los fieles que celebran ahí su culto, incluso si los
términos del canto o de la oración son ortodoxos[16]».
Nuestros lectores
pueden volver a leer las palabras tan fuertes de Monseñor Lefebvre que hemos
tenido ya la ocasión de citar, concernientes a la doctrina de la Iglesia sobre
la “communicatio in sacris”.
Revista Tradición Católica Nº 229, octubre-diciembre
de 2010.
[1] Para
más detalles, ver DICI nº 208,
del 23 de enero de 2010.
[2] Discurso
en el campo de Auschwitz-Birkeanu, L'Osservatore Romano, 13 de junio de
2006.
[3] Bíblica
Pontificia, El pueblo judío y las Sagradas Escrituras en la Biblia cristiana,
2001.
[4] Hay
que recordar sin embargo que el Decálogo, en la condición actual de la
humanidad, no se
puede observar íntegramente sin la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.
[5] Lo
hizo por primera vez con motivo de su encuentro con los representantes de la
comunidad judía, en la Nunciatura de París, el 12 de septiembre de 2008,
reunión en la que citó el Talmud Yoma.
[6] Josepf,
Cardenal Ratzinger, autobiografía Mi vida.
[7] El
lunes 6 de octubre de 2008, el rabino Cohen, gran rabino de Haifa, fue
invitado a presentar ante el Sínodo de los obispos el lugar de la Biblia en el
judaismo. El rabino aprovechó esta ocasión para recordar al Papa Benedicto XVI y a los 253 Padres
sinodales «la larga, dura y dolorosa historia de la relación» entre la
Iglesia y la
sinagoga. «No podemos olvidar el hecho doloroso de que numerosas personas,
habiendo entre éstas grandes dirigentes religiosos, no se hayan levantado para
salvar a nuestros hermanos, habiendo optado por guardar silencio», dedaró
Cohen. «Esto no lo podemos perdonar y olvidar y espero que ustedes lo
comprendan». (Cita tomada de La Croix). Se
comprende que desde entonces el Sínodo haya tomado como resolución final,
entre otras: «acoger el alcance universal del judaísmo; evitar todo tipo de
teología de la substitución; dejar en la lectura cristiana del Antiguo
Testamento un lugar para la lectura judía; compartir con los judíos la espera
escatológica», Esta idea de que los cristianos y los judíos deben preparar
juntos al mundo para la venida del Mesías no es nueva. La encontramos
explícitamente mencionada desde 1985 en Notas sobre la manera correcta de
presentar a los judíos y el judaísmo, de la Comisión vaticana para las
Relaciones religiosas con el judaísmo.
[8] «El
Sínodo de los obispos sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de la
Iglesia ha puesto en práctica la nueva disposición de la Congregación romana
para el Culto divino que pide, “por iniciativa del Santo Padre”, que no
se emplee ya la transcripción de las cuatro consonantes hebraicas, el “Tetre-grama
sagrado”, vocalizadas en “Yavé” o “Yahvé” en las traducciones, “las
celebraciones litúrgicas, en los cantos y en las oraciones de la Iglesia
Católica”». (Zenit.org, 24 de octubre de 2008).
[9] Carta
de Monseñor Lefebvre a varios cardenales, 27 de agosto de 1986.
[10] Para
más detalles, Dici nº 212, 20 de marzo de
2010.
[11] En un
artículo de Monseñor Fellay titulado, La herejía justificada, (Sel de la
Terre nº 38 y
39), puede leerse en su conclusión final lo siguiente: «En esta Declaración
común sobre la justificación “se siente la herejía - sapit haeresim”. Es un
escándalo, tanto para los católicos que con este documento pierden su amor por
la verdadera doctrina como para los luteranos que quedan aletargados en sus
errores. La Declaración va a conducir a una práctica común, aumentar las “intercomuniones”
sacrílegas. Hará que muchos pierdan la fe».
[12] ¿Qué
significa esta frase? En un sentido obvio quiere decir que todos estamos en
estado de gracia, protestantes y católicos. ¿Tal vez, mediante una restricción
mental, significa algo distinto para el Papa? Aun suponiendo esto no es en
verdad un buen servicio prestado a los protestantes, dejándoles creer “que en
lo más profundo de su ser pertenecen al Señor”, cuando la verdad es que están
separados de Él como sarmientos separados de la vid, por su pecado de herejía.
[13] Sobre
la herejía protestante, pueden leerse los títulos siguientes: Conférence
entre Luther et le diable; de Monseñor de Segur, Causeries sur le
protestantisme d’aujourd'hui; del P. Marie-An-toine, O.F.M., cap., Le
Protestantisme confondu par le seul argument d'autorité (disponible en
Internet).
[14] Puede
verse a este respecto el esquema preparado para el Concilio Vaticano II por la Comisión
teológica. A pesar de algunas deficiencias que hemos advertido en este esquema,
el Cardenal Ottaviani recuerda claramente que «es siempre ilícito
participar en un culto falso e ilegítimo reconociéndole como verdadero y
legítimo» y que «la communio in sacris nunca puede ser aceptada
como un medio para la reunión de los cristianos».
[15] Hay
que distinguir bien entre el hecho de que algo le choque a uno y el hecho de
que algo le escandalice a uno. A los fieles católicos no les chocan las
actividades ecuménicas del Papa, ¡por desgracia!, a los fieles católicos les
escandalizan porque de esta forma se les incita al pecado de indiferentismo.
[16] Naz
R., Dictionnaire de Droit Canonique, 1942, col. 1091.