La actual y severa crisis que atraviesa la Fraternidad San Pío X, debería
plantear en sus miembros y adherentes, en sus sacerdotes y fieles, cómo y por
qué razón se llegó a esta catastrófica situación. Porque no es admisible que
sólo se deba a causas externas imputables a los enemigos modernistas o a algún
miembro contagiado de liberalismo. Si hay un traidor entre los Apóstoles, hay
otros once que terminan huyendo. Con esto sólo pretendemos dar cuenta de que
razones distintas pero conexas se encuentran en los momentos críticos para la
Fe. Y entre las tales razones que el autoexamen particular pueda llegar a
dilucidar, entendemos de nuestra parte que si Dios permite tal situación es en
castigo por tantas gracias recibidas que no se han aprovechado, por tantos
talentos enterrados, por no haber dado los frutos de santidad y apostolado que
se esperaban, quizás porque no se tuvo “esa
comprensión íntima de las almas, que es condición preciosa e indispensable para
que no sea estéril el apostolado” (Mons. Straubinger, coment. al Salmo 40),
o por haberse adormecido en una situación que invitaba a la comodidad, ante la
posesión de la verdad, como si la misma no debiera revalidarse diariamente. Tal
vez el colocar la vida activa por sobre la contemplativa, la vida exterior
sobre la interior, o buscar la expansión cuantitativa en medios que no semejan
la pobreza evangélica, tal vez la falta de comprensión de los deberes de ser
santos que por la particular situación de la Fraternidad se esperaban, quizás
el olvido de que se estaba en medio de una guerra, o el desdén y la falta de
caridad para con los que estaban afuera, todo esto y más estalla ahora, en
estos momentos difíciles pero que Dios con su Sabiduría eterna permite para un
mayor bien de la Tradición católica y su Iglesia.
Ha dicho en un reciente sermón el Superior de la Fraternidad: “Es normal que busquemos recobrar el título
que nos pertenece, con el debido respeto por todas la condiciones
necesarias, evidentemente, título al cual tenemos derecho, el de católicos.
Esto no significa que debamos ponernos en manos de los modernistas, no tiene
nada que ver con eso”.
Con todo respeto, nos permitimos preguntarnos si es necesario buscar el
reconocimiento de los modernistas que desde Roma destruyen la Religión, o si
sólo necesitamos el reconocimiento de Nuestro Señor Jesucristo. En tal sentido,
¿no es suficiente la tranquilidad de saber que se está en la senda que han
seguido los Apóstoles, los Santos y los Papas anteriores al Vaticano II?
Buscar una “Prelatura personal” o algún título de “reconocimiento” explícito de
la Iglesia conciliar, ¿no serviría para aumentar los causales por los cuales se
ha llegado a esta situación? Esto es: buscar una honra o la posesión de unos
“prestigiosos” medios de apostolado que impedirían vivir según el ejemplo dado
por la fecundidad apostólica de los Santos a lo largo de la historia de la
Iglesia.
Meditemos estas palabras de un santo: “San Crisóstomo pregunta: ¿Cuál es la causa para que en la primitiva
Iglesia los cristianos fueran tan buenos y tan fervorosos, y el día de hoy son
tan tibios y remisos? Y responde, que la causa es porque entonces salían a
pelear con el demonio desnudos, despojándose de sus bienes y haciendas; pero
ahora salen muy vestidos de beneficios, haciendas y honra: y esas vestiduras
les estorban e impiden mucho. Pues para esto dejamos las riquezas, y nos
deshicimos de todas las cosas del mundo, para que así libres y desembarazados
podamos mejor pelear con el demonio, y seguir a Cristo. El luchador desnudo más
fuertemente pelea: el nadador se despoja de su ropa para pasar el río; el
caminante dejando la carga y hatillo camina más ligeramente.” (San Alonso
Rodríguez, “Tratado de perfección y virtudes cristianas”).
Menciona el Padre la Palma, en su “Historia de la Sagrada Pasión” a San
Ambrosio, cuando éste dice: “Mucho importa
considerar de qué manera subió el Señor a la cruz, y ver que sube desnudo; suba
también así el que trata de vencer al mundo, de manera que no busque ayuda ni
socorro del mundo. Adán fue vencido, que buscó vestidos con qué cubrirse; aquél
venció, que se desnudó de ellos y subió a la cruz desnudo, cuales, siendo Dios
el autor, nos formó la naturaleza. Así vivió en el Paraíso el primer Adán, y
así había de entrar en el paraíso el segundo”. De manera tal que, como dice
San Juan de la Cruz, “el alma que hubiere
de vencer su fortaleza [del demonio] no podrá sin oración, ni sus engaños podrá
entender sin mortificación y sin humildad. Que por eso dice San Pablo, avisando
a los fieles, estas palabras, diciendo (Ef. 6. 11-12): ‘Vestíos de las armas de
Dios para que podáis resistir contra las
astucias del enemigo, porque esta lucha no es como contra la carne y la
sangre’; entendiendo por la sangre el mundo y por las armas de Dios, la oración
y la cruz de Cristo, en que está la humildad y mortificación que habemos dicho”
(Cántico espiritual).
Considerando estas cosas, tenemos la impresión de que el vestido que
quieren ponerle a la Fraternidad San Pío X los romanos conciliares, ese vestido
de la honra y reconocimientos públicos, de la regularización, de la facilidad de
movimientos, de los derechos concedidos y ampliación de recursos, no tiene en
verdad otro fin más que embarazar y entorpecer, dificultar y al fin impedir sus
movimientos, de manera tal que sin la desnudez de los títulos, las pompas y las
estructuras, ya no haya la mortificación y la humildad del que se apresta
valientemente al combate, sino que cargado de las ropas conciliares, al fin
desista de llevar su cruz en pos de Jesucristo, y, en definitiva, abandone
cobardemente a su Señor en medio de su Pasión…