“No solamente el Papa está en cuestión. El cardenal Ratzinger que aparece en la prensa como más o menos tradicional, es modernista en realidad. Para convencerse basta leer su libro “Les principes de la thénlogie catholique” (Principios de teología católica) en el que expresa su pensamiento. Demuestra cierta estima por la teoría de Hegel cuando escribe: “A partir de Hegel ser y tiempo se compenetran cada vez más en el pensamiento filosófico. Inclusive el ser responde, de ahora en adelante, a la noción de tiempo; |o verdadero no existe pura y simplemente y es verdadero por un tiempo, porque pertenece al devenir de la verdad, la cual existe en cuanto que deviene”[1] ¿Qué queréis que hagamos? ¿Cómo discutir con alguien que razona de esa manera?
Tampoco resulta sorprendente su reacción cuando le dije: “Pero, Eminencia, en resumen, hay contradicción al menos entre la libertad religiosa y el Syllabus”. El cardenal me respondió: “Monseñor, ya no estamos en tiempos del Syllabus”. Toda discusión se tomó imposible.
He aquí lo que el cardenal Ratzinger escribe en su libro a propósito del texto de la Iglesia en el mundo[2] bajo el título “La Iglesia y el mundo con motivo de la cuestión de la recepción del Concilio Vaticano II”[3].
El cardenal desarrolla su pensamiento a lo largo de vanas páginas y puntualiza: “Si se intenta un diagnóstico global del texto podría decirse que es (refiriéndose a los textos sobre la libertad religiosa y sobre las religiones en el mundo) una revisión del Syllabus de Pío IX, una suerte de contra-Syllabus”[4].
Por lo tanto, reconoce que el texto de la Iglesia en el mundo —el de la libertad religiosa[5]— y el que se refiere a los no-cristianos[6] constituyen una especie de “contra-Syllabus”. Así se lo habíamos dicho, pero ahora él mismo lo escribe explícita y descaradamente.
El cardenal prosigue: “Se sabe que Harnak ha interpretado al Syllabus como un desafío a su siglo; lo cierto es que ha trazado una línea de separación frente a las fuerzas determinantes del siglo XIX”.
¿Cuáles son las fuerzas determinantes del siglo XIX? Por supuesto, se trata de la Revolución francesa con toda su empresa de destrucción. A esas “fuerzas determinantes” el mismo cardenal las denomina “las concepciones científicas y políticas del liberalismo”. Prosigue: “En la controversia modernista, esa doble frontera se ha visto una vez más reforzada y fortificada”.
“A partir de entonces, no hay duda de que muchas cosas se han modificado la nueva política eclesiástica de Pío XI había establecido cierta apertura con respecto de la concepción del Estado. La exégesis y la historia de la Iglesia, en lucha silenciosa y perseverante, habían adoptado cada vez más los postulados de la ciencia liberal y, por otra parte, el liberalismo, ante los grandes cambios políticos del siglo XX, se había visto obligado a aceptar sensibles enmiendas”[7].
Por esa razón, ante todo en Europa central, la adhesión unilateral —condicionada por la situación— a las actitudes adoptadas por la Iglesia a instancias de Pío IX y Pío X en contra del nuevo período histórico inaugurado por la Revolución Francesa, había sido modificada en gran medida, via facti. pero aún faltaba un nuevo planteo fundamental de las relaciones con el mundo surgido a partir de 1789”[8].
Dicho planteo fundamental ha a ser obra del Concilio.
El cardenal prosigue: “En realidad, en los países de gran mayoría católica todavía reinaba ampliamente la óptica anterior a la Revolución: casi nadie discute hoy en día que el Concordato español y el italiano trataban de conservar una proporción excesiva de la concepción del mundo que desde hacia tiempo ya no correspondía a los datos de la realidad. Asimismo, casi nadie puede negar que aquella adhesión a una concepción obsoleta de las relaciones entre la Iglesia y el Estado correspondían a anacronismos similares a los que se dan en el campo de la educación y de la actitud por asumir con respecto al método histórico-crítico moderno”[9].
Así expresa el cardenal Ratzinger su verdadera mentalidad y agrega: “Solamente una búsqueda minuciosa de las maneras diferentes en que los diversos sectores de la Iglesia han llevado a cabo su aceptación del mundo moderno, podría desentrañar la complicada trama de las causas que contribuyeron a plasmar la constitución pastoral, y únicamente así podría esclarecerse la dramática historia de su influencia.
“Limitémosnos aquí a expresar que ese texto desempeñó el papel de contra-Syllabus en la medida que representa una tentativa de reconciliar oficialmente a la Iglesia con el mundo surgido después de 1789”[10].
Todo ello se corresponde con todo lo que no hemos cesado de afirmar. Nos negamos, no queremos ser los herederos de 1789.
“Por un lado, estos conceptos aclaran de por sí solos el complejo de ghetto del que ya hemos hablado” (¡la Iglesia un ghetto!) “y por otro, nos bastan para comprender ese extraño enfrentamiento de la iglesia con el mundo, en realidad, se entiende por “mundo” a la mentalidad moderna, frente a la cual la conciencia de grupo de la Iglesia se consideraba como algo separado que después de una guerra por momentos violenta o fría, buscaba el diálogo y la cooperación”[11].
No queda sino convencerse de que el cardenal ha perdido totalmente de vista la idea del Apocalipsis, de la lucha entre la verdad y el error, entre el bien y el mal. De ahora en adelante, se fomenta el diálogo entre la verdad y el error. No se puede entender lo insólito de esta vecindad entre la Iglesia y el mundo.
El cardenal Ratzinger tiene el manejo de la Congregación de la Doctrina de la Fe, otrora el Santo Oficio. ¿Qué puede esperar la Iglesia de un defensor de la Fe con semejante mentalidad?"
Mons. Marcel Lefebvre, extractos de 3 conferencias pronunciadas en el retiro sacerdotal en Ecône, en septiembre de 1986, publicado en revista Roma Aeterna Nº 99.
[1] “Les principe de la théologie catholique”. pág. 14.
[2] Gaudium et Spet.
[3] “Les principes de lathéologie catholique”, pág. 426.
[4] 16 Ibíd.
[5] Dignitatis Humanae.
[6] Nostra Aetate.
[7] “Les principes de lathéologie catholique”, pág. 426.
[8] lbíd. pág. 247.
[9] lbíd. pág. 427.
[10] lbíd.
[11] Ibíd.