La
FSSPX está atrapada en el engranaje revolucionario de la iglesia conciliar.
Ya
decía Mons. Lefebvre que “el golpe maestro de
Satanás” era “difundir los principios revolucionarios introducidos en la
Iglesia por la misma autoridad de la Iglesia”. Pero lo que no han llegado a
comprender los que se dicen sus discípulos y seguidores en la FSSPX, es la manera de actuar de los
revolucionarios, para hacer participar gradualmente de esos mismos principios a
quienes en la teoría son sus opositores. Decía Jean Ousset (citado en un artículo
de nuestro blog): “Para conducirnos al
ateísmo, el comunismo no exige creer en tales o cuales argumentos abstractos,
exige participar en su acción, lo que, en la práctica, es mucho más eficaz. ¡Y
cuántos caen en la trampa, con el pretexto de que no se les pide renegar
explícitamente de su fe!” (“Marxismo
y Revolución”, Cruz y Fierro Editores, Bs. As. 1977).
En efecto, “el fin de la técnica
revolucionaria –explica Luce Quenette,
en “Révolution et Contre-révolution”,
Lettre de la Péraudière, 2011- no es de
convencer, sino de hacer aceptar la
regla del juego, es decir el medio.
El contenido de la discusión, el sujeto que se tratará en la reunión a la cual
se os ha invitado, es superfluo (Courrier de Rome, n° 47). No es el fondo lo que
importa, es la forma que se le va a dar delante de Usted, lo que quieren que
acepte por vuestra sola presencia, lo mismo si Usted no dice una sola palabra.
Las ideas no importan más, sino el
mecanismo de la máquina”.
Maestro consumado de esta praxis
revolucionaria, Francisco no deja de decir que la teología lo tiene sin
cuidado, para afirmar de diversas maneras y sobre todo con miles de gestos que
lo que importa es “caminar juntos”, “dialogar”, “tender puentes y no erigir
muros”, practicar la “cultura del encuentro”, etc. “Se asiste hoy al último asalto del ultra-modernismo respecto al
tradicionalismo – dice don Curzio
Nitoglia- para que, mediante la trampa del “dialogo”, lleguen a la
coexistencia después de haber aceptado imprudentemente y casi inadvertidamente
un cambio teológico apresurado y temerario. Principalmente, el papa Bergoglio
está llevando adelante una guerra psicológica más o menos oculta respecto a los
tradicionalistas, la cual apunta no a destruir sino a debilitar, poco a poco,
su resistencia a los errores modernistas (1900-1950), neo-modernistas
(1950-2013) y ultra modernistas (2013-2016)”.
Francisco actúa como un gran Reformador
(así incluso lo llama la prensa y se titula un libro), y al respecto bien vale
esta caracterización, que hace Maritain de Lutero en su libro “Tres Reformadores”, en el capítulo
“Lutero o el advenimiento del Yo” (citado por J. Ousset en su obra ya mencionada):
“Hay un rasgo asombroso de la fisonomía de Lutero. Lutero es un hombre entera y
sistemáticamente dominado por sus facultades afectivas y apetitivas; es un Voluntario
puro caracterizado ante todo por la potencia
en la acción”. (…) Esta actitud del alma debía estar naturalmente
acompañada de un profundo antiintelectualismo, favorecido además por la
formación occamista y nominalista que Lutero había recibido en filosofía”.
¿Sorprende entonces el pragmatismo hábil, el utilitarismo astuto de Bergoglio?
¿No es acaso Bergoglio quien se ha animado a meter a Lutero dentro del
Vaticano, cuando llevó su estatua y reivindicó la figura del heresiarca?
La FSSPX entró de lleno, a partir de
los llamados “diálogos doctrinales”, en la trampa revolucionaria de los
modernistas, que no interesándose en absoluto en esclarecer su doctrina y aún
menos ponerla en cuestión, vieron con satisfacción que los representantes de la
FSSPX se sentaran a la misma mesa para “dialogar”. Tras las sesiones de
diálogos doctrinales entre los teólogos modernistas romanos y los teólogos de
la Fraternidad, que resultaron previsiblemente un fracaso, la Fraternidad
continuó sentándose a dialogar, esta vez a propósito de beneficios canónicos,
favores, reconocimientos y demás temas que en verdad para Roma no contaban
demasiado porque, para ellos, lo importante era que la FSSPX continuara
dialogando. Mons. Fellay afirma muy alegre que ahora se puede discutir el
concilio, que es una cuestión abierta, etc. Sabemos muy bien que para los
modernistas romanos el Vaticano II es incuestionable y marca su hoja de ruta.
Pero la táctica revolucionaria es la de entrar en “discusión” (el diálogo es
acción, praxis), sabiendo que, como ocurrió antes, esas discusiones no
conducirán a otra cosa sino a debilitar más a la FSSPX, debido a los contactos
permanentes con los modernistas. “En esa reunión –sigue diciendo Luce Quenette-
a la cual el vicario os invita con tanta gentileza e insistencia, se os va a
demandar vuestra opinión, a Usted “integrista”, de igual modo que se le pide al
progresista, al ateo, al comunista también invitados. Acepte usted, y es todo,
usted está dentro del engranaje”.
La enseñanza antiliberal que pudo darse
en la Fraternidad, el examen pormenorizado y exhaustivo de los documentos del
Vaticano II, no tuvo como correlativa enseñanza el conocimiento del combate
contrarrevolucionario, indispensable para entender qué es la revolución y cómo
actúan sus agentes. La FSSPX ya es parte
del engranaje revolucionario conciliar, pues no sólo aceptó participar de la “técnica
revolucionaria” sino que también aceptó todo aquello que “generosamente” Roma
le dio para atraerla aún más a su yugo sutil. La única solución que le queda es
cortar con la máquina, romper el trato con los revolucionarios, afirmando lo que al final de su vida Mons. Lefebvre, cuando comprendió perfectamente con quiénes estaba tratando: ¿Quieren tener contacto con nosotros? Acepten las encíclicas antliberales, rechacen el modernismo. En otras palabras: conviértanse. Pero esto ya no
es posible, pues los jerarcas de la congregación no han comprendido en absoluto
la naturaleza de este combate y están imbuidos de la conducta típicamente liberal
que los lleva a la contradicción y el doble lenguaje permanente. Eso es
producto de, como Eva, haber hablado con la serpiente, cuando debió haberse
mantenido alejada para no caer en la tramposa seducción revolucionaria.