Desde la actuación del GREC allá por 1997, y aproximadamente
desde el año 2000 en la Fraternidad, se iniciaron diferentes encuentros, más o
menos formales, más o menos discretos, con mayor asiduidad a medida que nos
acercamos a nuestro tiempo, entre las autoridades de la Fraternidad San Pio X y
las autoridades modernistas de la Iglesia oficial. Siempre en la boca de las
autoridades de la Fraternidad se sostuvo que se buscaba la conversión de los
liberales y modernistas romanos. Ahora nos recordamos de un sermón muy
combativo (sí, palabras bien duras, pero luego dejadas de lado en la acción) de
Mons. Tissier de Mallerais, que sin embargo, afirmaba también que la apostasía
y herejía de los romanos, “no impide a la
Fraternidad San Pío X de encontrarse con prelados u obispos conciliares para
ayudarlos a convertirse a la Tradición. Nosotros continuamos de intentar de
convertirlos a la Tradición. Por reuniones privadas con los prelados o los
obispos. ¿Qué hacemos nosotros hoy? Nosotros intentamos de ayudarles a convertirse
a la Tradición” (Sermón de Mons. Tissier de Mallerais,
1° de enero de 2015, capilla de la FSSPX en Chicago).
Tras casi veinte años de “reuniones privadas con prelados u
obispos conciliares”, nos gustaría que nos presentasen a aquellos sacerdotes,
obispos o cardenales que se han convertido a la Tradición, porque nosotros no
los conocemos. Más bien estamos asistiendo a lo contrario: los fraternitarios
se están convirtiendo al liberalismo y pluralismo conciliar, sin siquiera
advertirlo. Esta “des-conversión” de los neo-fraternitarios los está llevando a
caer en la trampa del acuerdo con Roma. Ese estado de ilusión o autoengaño –muy
probablemente fruto de la soberbia y la imprudencia que llevaron a desechar las
enseñanzas de Mons. Lefebvre- nos hace pensar en unas sabias palabras de San
Agustín, que bajo el título AGUDEZA DE
LOS PELAGIANOS. CON ELLOS MÁS SE HA DE LOGRAR ORANDO QUE DISCUTIENDO, dicen
así:
“A los hombres
soberbios no les entra esto; más poderoso es el Señor para persuadirlos como El
lo sabe. Nosotros tenemos mayor propensión a indagar el modo de refutar las
objeciones que se hacen a nuestro error que a buscar los medios saludables para
no errar. Por lo cual, mejor que
disputando con estos herejes, hemos de trabajar orando por ellos y por nosotros”
(De la naturaleza y de la gracia, Cap.XXV.)
Allá por el año 1993, los Padres Dominicos de Avrillé enviaron al cardenal Ratzinger un ejemplar del n° 6 de su revista Le Sel de la terre - surgida bajo el
patronazgo de Santo Tomás de Aquino y a partir del consejo y el espíritu de
Mons. Lefebvre, para continuar su combate contra los errores propagados por la
iglesia conciliar y defender la verdad y ortodoxia católicas-, proponiéndole al
cardenal Ratzinger, encargado de la “defensa de la fe”, de continuar recibiendo
la revista si lo deseaba (desde luego, a los fines de ser instruido en la buena
doctrina católica tradicional). Como respuesta, por una carta de la Pontificia
Comisión “Ecclesia Dei”, (del 14 de diciembre de 1993), los Dominicos fueron
invitados a ir a Roma, “para ver y oír qué pensamos verdaderamente en Roma, sin
prestar oído a lo que dicen otros”, según decía en la misiva Mons. Camille Perl.
El 28 de diciembre de 1993, los Dominicos enviaron su
respuesta, firmada por el P. Pierre-Marie, secretario de Le Sel de la terre:
“Usted nos propone ir a Roma, pero Usted comprende que antes
de aceptar una tal invitación, nosotros debemos preguntarle: ¿a qué Roma? ¿Es “a
la Roma católica, guardiana de la fe y de las tradiciones necesarias al
mantenimiento de esta fe, a la Roma eterna maestra de sabiduría y de verdad”
(1)? ¿O bien es a la “Roma de tendencia neo-modernista y neo-protestante que se
ha manifestado claramente en el concilio Vaticano II y después del concilio en
todas las reformas que de él salieron” (2)? También nosotros esperamos tener
una expresión clara de vuestro pensamiento sobre los puntos mencionados antes
de ir a verlo.
Otros han aceptado una invitación como la vuestra. Los
artículos del P. Mura, y especialmente aquel aparecido en el n° 5 de Le Sel de la terre [sobre las consagraciones
episcopales de 1988, ndb], muestran en lo que ellos se han convertido.
Ellos pensaban antes como nosotros, es decir, como la Iglesia ha pensado
durante 2000 años. Ahora ellos han cambiado, sin dar explicaciones válidas a
sus cambios.
Nosotros no somos favorables al falso ecumenismo, es decir, a
una armonía de fachada que deja de lado los problemas doctrinales, los cuales son
en realidad las cuestiones esenciales. Hay que comenzar por tratar esas
cuestiones antes que todas las otras.
Deseando que este año 1994 sea el año del retorno de “Roma” a
la Tradición, le rogamos de creer, Monseñor, en nuestras oraciones fervientes
al Niño Jesús.
(cfr. Le Sel de la terre n°8, primavera 1994).
1-Declaración
de Mons. Lefebvre de 21 de noviembre de 1974.
2-Idem.
¡Ah,
si la Fraternidad hubiese sabido dar esta clase de respuestas, si hubiese
tenido esta actitud prudente y varonil ante los modernistas de Roma, cuántos
inconvenientes se habría evitado, y cómo aún seguiría el camino recto del buen
combate, sin desviarse a uno u otro lado, manteniendo la línea trazada por
Mons. Lefebvre, como hacen actualmente los Dominicos! Pero, ¡ay!, la
Fraternidad en sus líneas superiores cayó víctima de una gran ilusión respecto
de sí misma (este es un tema que urge estudiar, siguiendo especialmente las
sabias conferencias del P. Faber al respecto), lo cual la llevó a crearse una
ilusión respecto de sus enemigos. Como dijo el masón Bemjamín Franklin: “La gente cree fácilmente en lo que desea”.
La Fraternidad deseó ser “reconocida” y así creyó fácilmente que los
modernistas romanos querían verdaderamente "reconocerla", es decir, “favorecerla”.
Ya no más deseo de la cruz, ya no deseo del martirio, de la imitación de
Jesucristo. Lo que la Fraternidad tanto ha deseado, el “reconocimiento”, le
será dado. Pero, es de advertir: el diablo siempre paga mal. Los modernistas
sabrán aplicar eficazmente esta máxima del destructor Juan Jacobo Rousseau: “El
derecho de la guerra es matar al vencido”.