Si yo fuera un fiel
francés de la FSSPX (no soy ni uno ni lo otro, aunque fui de la segunda especie
en la buena época dela Fraternidad) y tuviera que enviarles una carta a los
Superiores de la congregación, como se está haciendo ahora, juntando firmas
para oponerse a los acuerdos con Roma –en principio sobre la cuestión del
matrimonio- , diría lo siguiente (en francés, desde luego), con una ayudita de
aquel gran campeón antiliberal que se llamó y se llama Don Félix Sardá y
Salvany, hoy completamente olvidado o desechado por los neo-fraternitarios:
“Con los liberales debemos abstenernos de
relaciones como de verdaderos peligros para nuestra salvación. Aquí tiene lugar
de lleno la sentencia del Salvador: «el
que ama el peligro perecerá en él». Rómpase el lazo peligroso aunque mucho
cueste.
“Sobre esto le habíamos oído decir a persona de
gran jerarquía hoy en la Iglesia de Dios: «
¡Nada con liberales; no frecuentéis sus casas; no cultivéis sus amistades!».
A bien que antes lo había dicho ya de sus congéneres el Apóstol: «no os relacionéis con ellos» (I Cor.
5, 9), «con ellos ni sentarse a la
mesa» (ibid. 5, 11).
“En país apestado lo primero que se procura es
aislar. ¡Quién nos diese hoy poder establecer cordón sanitario absoluto entre
católicos y sectarios del liberalismo!”.
"Con sabio acuerdo las asociaciones católicas de ninguna cosa
anduvieron tan solicitas como de excluir de su seno, no sólo a todo aquel que profesase
abiertamente las máximas del Liberalismo, sí que a aquellos que, forjándose la
ilusión de poder conciliar el Liberalismo con el Catolicismo, son conocidos con
el nombre de católicos liberales".
(Don Felix Sardá i Salvany, “El
liberalismo es pecado”).
Puesto que los Superiores de la Fraternidad,
desconociendo y haciendo oídos sordos a estas enseñanzas, no sólo frecuentan y
cultivan las relaciones con los liberales, sino que ellos mismos han adoptado
ideas, discursos, métodos y formas de actuar liberales, llegando a copar la
Fraternidad desviándola del rumbo que le trazó Mons. Lefebvre , y viéndose que ya
no pueden excluirse a estos numerosos liberales de su seno, sólo podríamos
decirles de demandar enérgicamente lo siguiente: “Mons. Fellay: ¡Renuncie!
Mons. De Galarreta: ¡Renuncie! Mons. Tissier: ¡Renuncie! P. Schmidberger:
¡Renuncie! P. Pfluger: ¡Renuncie! P. Nely: ¡Renuncie! P. Bouchacourt:
¡Renuncie! P. Rostand: ¡Renuncie! P. Sthelin: ¡Renuncie! P. Wegner: ¡Renuncie!
P. Udressy: ¡Renuncie! P. Trejo: ¡Renuncie! Más un largo etcétera. Claro
que esto tendría que ser dicho varonilmente por los sacerdotes, porque los
laicos no tienen el poder de influencia de aquellos. Aun los que escribimos en
distintos medios para alertar a la tropa, nada podemos en orden a desplazar de
sus cómodos puestos a los bribones y a los resabiados de liberalismo que llevan
a cabo la destrucción de la Fraternidad. Pero, como vemos, el combate
sacerdotal está prácticamente limitado a tímidas iniciativas, a reacciones
lentas y tardías, sin convicción y sin continuidad, quizás por temor a las
represalias, a los forzados y lejanos desplazamientos, a la pérdida de los
beneficios sociales, estructurales o jubilatorios. Temor a ir contra la
corriente. Quizás por falta de fe. Tal
vez sus acciones no tienen la fuerza debida porque no se deciden a abrazarse enteramente a la verdad. Como dijo,
nuevamente, Sardá y Salvany:
“La verdad tiene una fuerza propia que comunica a sus amigos y
defensores. No son éstos los que se la dan a ella; es ella quien a ellos se la
presta. Mas a condición de que sea ella realmente la defendida. Donde el
defensor, so capa de defender mejor la verdad, empieza por mutilarla y
encogerla o atenuarla a su antojo, no es ya tal verdad lo que defiende, sino
una invención suya, criatura humana de más o menos buen parecer, pero que
nada tiene que ver con aquella otra hija del cielo.
Esto sucede hoy día a muchos hermanos nuestros, víctimas (algunos
inconscientes) del maldito resabio liberal. Creen con cierta buena fe defender
y propagar el Catolicismo; pero a fuerza de acomodarlo a su estrechez de miras
y a su poquedad de ánimo, para hacerlo (dicen) más aceptable al enemigo a quien
desean convencer, no reparan que no defienden ya el Catolicismo, sino una cierta
cosa particular suya, que ellos llaman buenamente así, como pudieran llamarla
con otro nombre. Pobres ilusos que, al empezar el combate, y para mejor
ganarse al enemigo, han empezado por mojar la pólvora y por quitarle el filo y
la punta a la espada, sin advertir que espada sin punta y sin filo no es
espada, sino hierro viejo, y que la pólvora con agua no lanzará el proyectil.
Sus periódicos, libros y discursos, barnizados de catolicismo, pero sin el
espíritu y vida de él, son en el combate de la propaganda lo que la espada de
Bernardo y la carabina de Ambrosio, que tan famosas ha hecho por ahí el modismo
popular para representar toda clase de armas que no pinchan ni cortan.
¡Ah! no, no, amigos míos; preferible es a un ejército de esos una sola
compañía, un solo pelotón de bien armados soldados que sepan bien lo que
defienden y contra quién lo defienden y con qué verdaderas armas lo deben
defender. Denos Dios de esos, que son los que han hecho siempre y han de hacer
en adelante algo por la gloria de su Nombre, y quédese el diablo con los otros,
que como verdadero desecho se los regalamos.
Lo cual sube de punto si se considera que no sólo es inútil para el buen
combate cristiano tal haz de falsos auxiliares, sino que es embarazosa y casi
siempre favorable al enemigo. Asociación católica que debe andar con esos
lastres, lleva en sí lo suficiente para que no pueda hacer con libertad
movimiento alguno. Ellos matarán a la postre con su inercia toda viril
energía; ellos apocarán a los más magnánimos y reblandecerán a los más
vigorosos; ellos tendrán en zozobra al corazón fiel, temeroso siempre, y con
razón, de tales huéspedes, que son bajo cierto punto de vista amigos de sus
enemigos. Y, ¿no será triste que, en vez de tener tal asociación un solo
enemigo franco y bien definido a quien combatir, haya de gastar parte de su
propio caudal de fuerzas en combatir, o por lo menos en tener a raya, a
enemigos intestinos que destrozan o perturban por lo menos su propio seno?
Bien lo ha dicho La Civiltá Cattolica en unos famosos artículos.
"Sin esa precaución, dice, correrían peligro ciertísimo
no solamente de convertirse tales asociaciones (las católicas) en campo de
escandalosas discordias, mas también de degenerar en breve de los sanos
principios, con grave ruina propia y gravísimo daño de la Religión."
Por lo cual concluiremos nosotros este capítulo trasladando aquí
aquellas otras tan terminantes y decisivas palabras del mismo periódico, que
para todo espíritu católico deben ser de grandísima, por no decir de inapelable
autoridad. Son las siguientes:
"Con sabio acuerdo las asociaciones católicas de ninguna cosa
anduvieron tan solicitas como de excluir de su seno, no sólo a todo aquel que
profesase abiertamente las máximas del Liberalismo, sí que a aquellos que,
forjándose la ilusión de poder conciliar el Liberalismo con el Catolicismo, son
conocidos con el nombre de católicos liberales".
Finalmente: o los sacerdotes de la Fraternidad
exigen la renuncia de los liberales, o, caso contrario y sin obtener –lo cual se
espera- el acuerdo a su petición, se auto excluyen de una congregación copada
de liberales -como hizo Mons. Lefebvre respecto de la Roma liberal y modernista-
para integrarse a una estructura libre de tal pestífera influencia, una
congregación pobre, insignificante a los ojos publicitarios de Menzingrado, que continúa la enseñanza y
el buen combate de Mons. Lefebvre: la Sociedad Sacerdotal de los Apóstoles
de Jesús y María (SAJM), que cuenta con obispos, sacerdotes y un seminario
en Francia.
No hay excusas para
la inacción.
Pedro del Molino
P.S.: Si a esta altura hay sacerdotes que no
saben por qué Mons. Felé y sus compinches son católicos liberales, es porque
han olvidado las enseñanzas de los grandes maestros al respecto; o porque no se
toman el tiempo de ver la realidad por vaya a saber qué “preocupación pastoral”
que los justifique; o finalmente porque están resabiados de liberalismo.