lunes, 22 de mayo de 2017

SI YO FUERA UN FIEL FRANCÉS DE LA FSSPX Y TUVIERA QUE ENVIARLES UNA CARTA A LOS SUPERIORES DE LA CONGREGACIÓN…






Si yo fuera un fiel francés de la FSSPX (no soy ni uno ni lo otro, aunque fui de la segunda especie en la buena época dela Fraternidad) y tuviera que enviarles una carta a los Superiores de la congregación, como se está haciendo ahora, juntando firmas para oponerse a los acuerdos con Roma –en principio sobre la cuestión del matrimonio- , diría lo siguiente (en francés, desde luego), con una ayudita de aquel gran campeón antiliberal que se llamó y se llama Don Félix Sardá y Salvany, hoy completamente olvidado o desechado por los neo-fraternitarios:

“Con los liberales debemos abstenernos de relaciones como de verdaderos peligros para nuestra salvación. Aquí tiene lugar de lleno la sentencia del Salvador: «el que ama el peligro perecerá en él». Rómpase el lazo peligroso aunque mucho cueste.
“Sobre esto le habíamos oído decir a persona de gran jerarquía hoy en la Iglesia de Dios: « ¡Nada con liberales; no frecuentéis sus casas; no cultivéis sus amistades!». A bien que antes lo había dicho ya de sus congéneres el Apóstol: «no os relacionéis con ellos» (I Cor. 5, 9), «con ellos ni sentarse a la mesa» (ibid. 5, 11).
“En país apestado lo primero que se procura es aislar. ¡Quién nos diese hoy poder establecer cordón sanitario absoluto entre católicos y sectarios del liberalismo!”.
"Con sabio acuerdo las asociaciones católicas de ninguna cosa anduvieron tan solicitas como de excluir de su seno, no sólo a todo aquel que profesase abiertamente las máximas del Liberalismo, sí que a aquellos que, forjándose la ilusión de poder conciliar el Liberalismo con el Catolicismo, son conocidos con el nombre de católicos liberales".
(Don Felix Sardá i Salvany, “El liberalismo es pecado”).

Puesto que los Superiores de la Fraternidad, desconociendo y haciendo oídos sordos a estas enseñanzas, no sólo frecuentan y cultivan las relaciones con los liberales, sino que ellos mismos han adoptado ideas, discursos, métodos y formas de actuar liberales, llegando a copar la Fraternidad desviándola del rumbo que le trazó Mons. Lefebvre , y viéndose que ya no pueden excluirse a estos numerosos liberales de su seno, sólo podríamos decirles de demandar enérgicamente lo siguiente: “Mons. Fellay: ¡Renuncie! Mons. De Galarreta: ¡Renuncie! Mons. Tissier: ¡Renuncie! P. Schmidberger: ¡Renuncie! P. Pfluger: ¡Renuncie! P. Nely: ¡Renuncie! P. Bouchacourt: ¡Renuncie! P. Rostand: ¡Renuncie! P. Sthelin: ¡Renuncie! P. Wegner: ¡Renuncie! P. Udressy: ¡Renuncie! P. Trejo: ¡Renuncie! Más un largo etcétera. Claro que esto tendría que ser dicho varonilmente por los sacerdotes, porque los laicos no tienen el poder de influencia de aquellos. Aun los que escribimos en distintos medios para alertar a la tropa, nada podemos en orden a desplazar de sus cómodos puestos a los bribones y a los resabiados de liberalismo que llevan a cabo la destrucción de la Fraternidad. Pero, como vemos, el combate sacerdotal está prácticamente limitado a tímidas iniciativas, a reacciones lentas y tardías, sin convicción y sin continuidad, quizás por temor a las represalias, a los forzados y lejanos desplazamientos, a la pérdida de los beneficios sociales, estructurales o jubilatorios. Temor a ir contra la corriente.  Quizás por falta de fe. Tal vez sus acciones no tienen la fuerza debida porque no se deciden a abrazarse enteramente a la verdad. Como dijo, nuevamente, Sardá y Salvany:

“La verdad tiene una fuerza propia que comunica a sus amigos y defensores. No son éstos los que se la dan a ella; es ella quien a ellos se la presta. Mas a condición de que sea ella realmente la defendida. Donde el defensor, so capa de defender mejor la verdad, empieza por mutilarla y encogerla o atenuarla a su antojo, no es ya tal verdad lo que defiende, sino una invención suya, criatura humana de más o menos buen parecer, pero que nada tiene que ver con aquella otra hija del cielo.
Esto sucede hoy día a muchos hermanos nuestros, víctimas (algunos inconscientes) del maldito resabio liberal. Creen con cierta buena fe defender y propagar el Catolicismo; pero a fuerza de acomodarlo a su estrechez de miras y a su poquedad de ánimo, para hacerlo (dicen) más aceptable al enemigo a quien desean convencer, no reparan que no defienden ya el Catolicismo, sino una cierta cosa particular suya, que ellos llaman buenamente así, como pudieran llamarla con otro nombre. Pobres ilusos que, al empezar el combate, y para mejor ganarse al enemigo, han empezado por mojar la pólvora y por quitarle el filo y la punta a la espada, sin advertir que espada sin punta y sin filo no es espada, sino hierro viejo, y que la pólvora con agua no lanzará el proyectil. Sus periódicos, libros y discursos, barnizados de catolicismo, pero sin el espíritu y vida de él, son en el combate de la propaganda lo que la espada de Bernardo y la carabina de Ambrosio, que tan famosas ha hecho por ahí el modismo popular para representar toda clase de armas que no pinchan ni cortan.


¡Ah! no, no, amigos míos; preferible es a un ejército de esos una sola compañía, un solo pelotón de bien armados soldados que sepan bien lo que defienden y contra quién lo defienden y con qué verdaderas armas lo deben defender. Denos Dios de esos, que son los que han hecho siempre y han de hacer en adelante algo por la gloria de su Nombre, y quédese el diablo con los otros, que como verdadero desecho se los regalamos.
Lo cual sube de punto si se considera que no sólo es inútil para el buen combate cristiano tal haz de falsos auxiliares, sino que es embarazosa y casi siempre favorable al enemigo. Asociación católica que debe andar con esos lastres, lleva en sí lo suficiente para que no pueda hacer con libertad movimiento alguno. Ellos matarán a la postre con su inercia toda viril energía; ellos apocarán a los más magnánimos y reblandecerán a los más vigorosos; ellos tendrán en zozobra al corazón fiel, temeroso siempre, y con razón, de tales huéspedes, que son bajo cierto punto de vista amigos de sus enemigos. Y, ¿no será triste que, en vez de tener tal asociación un solo enemigo franco y bien definido a quien combatir, haya de gastar parte de su propio caudal de fuerzas en combatir, o por lo menos en tener a raya, a enemigos intestinos que destrozan o perturban por lo menos su propio seno? Bien lo ha dicho La Civiltá Cattolica en unos famosos artículos.
"Sin esa precaución, dice, correrían peligro ciertísimo no solamente de convertirse tales asociaciones (las católicas) en campo de escandalosas discordias, mas también de degenerar en breve de los sanos principios, con grave ruina propia y gravísimo daño de la Religión."
Por lo cual concluiremos nosotros este capítulo trasladando aquí aquellas otras tan terminantes y decisivas palabras del mismo periódico, que para todo espíritu católico deben ser de grandísima, por no decir de inapelable autoridad. Son las siguientes:
"Con sabio acuerdo las asociaciones católicas de ninguna cosa anduvieron tan solicitas como de excluir de su seno, no sólo a todo aquel que profesase abiertamente las máximas del Liberalismo, sí que a aquellos que, forjándose la ilusión de poder conciliar el Liberalismo con el Catolicismo, son conocidos con el nombre de católicos liberales".

Finalmente: o los sacerdotes de la Fraternidad exigen la renuncia de los liberales, o, caso contrario y sin obtener –lo cual se espera- el acuerdo a su petición, se auto excluyen de una congregación copada de liberales -como hizo Mons. Lefebvre respecto de la Roma liberal y modernista- para integrarse a una estructura libre de tal pestífera influencia, una congregación pobre, insignificante a los ojos publicitarios de Menzingrado, que continúa la enseñanza y el buen combate de Mons. Lefebvre: la Sociedad Sacerdotal de los Apóstoles de Jesús y María (SAJM), que cuenta con obispos, sacerdotes y un seminario en Francia.
No hay excusas para la inacción.

Pedro del Molino

P.S.: Si a esta altura hay sacerdotes que no saben por qué Mons. Felé y sus compinches son católicos liberales, es porque han olvidado las enseñanzas de los grandes maestros al respecto; o porque no se toman el tiempo de ver la realidad por vaya a saber qué “preocupación pastoral” que los justifique; o finalmente porque están resabiados de liberalismo.